El perro de Roque

Roque se sentía más seguro si no se despegaba de su bull terrier porque en numerosas ocasiones le libró de potenciales amenazas.
-Deje el perro fuera… tranquilo, aquí usted no corre peligro -insistía el ujier.

Ante la resistencia de Roque y después de mucha discusión, el acomodador accedió a que se sentara en el último banco con el perro a sus pies. El animal desprendía un olor incómodo para los aseados asistentes, pero no soltó ni un ladrido.

El oficio religioso satisfizo por completo a Roque y se propuso volver el domingo siguiente, volviéndose a plantear el mismo conflicto.
-Mire, es mayor el daño que nos podría hacer el perro que el que nosotros podamos hacerle a usted. Tranquilo, somos de fiar -protestó el pastor, haciéndose eco de las quejas de algunos fieles.

El perro realmente asustaba; finalmente se le autorizó sentarse lo más alejado de la concurrencia. El corazón de Roque se fue ablandando y poco a poco se hizo permeable al discurso evangélico. Los sermones le venían como anillo al dedo. Se dispuso acatar las instrucciones del predicador.
- ¿Qué es lo primero que haré para ser una persona piadosa? -Decía para sí- Ya está, dejaré el perro en casa el próximo domingo, como muestra de confianza.

Aquel domingo publicó su fe y se abrazó con todos los creyentes, en medio de una alegría generalizada; aunque a decir verdad algunos estaban más alegres por la ausencia del can. Despedidos todos, Roque sintió la necesidad de ir al lavabo, pero tuvo tan mala suerte que al bajar la escalera dio un traspiés descalabrándose y muriendo en el acto. Dicen que en la cúspide de la cabriola mortal se le oyó decir: “¡Tor-Josep, ¿dónde estás?!” Al parecer así se llamaba el bull terrier.

Este fue el fin del solitario Roque. Su único patrimonio, el perro, quedó en manos de Ramírez, pastor de la iglesia, el cual no dudó en cortarle el rabo por razones estéticas.

Este accidente provocó el recelo del vecindario, corrió el rumor de que Roque murió en extrañas circunstancias. Se sospechaba que fue como consecuencia de que la iglesia no reunía las condiciones normativas de accesibilidad y prevención de incendios. Al parecer, los peldaños de la desgraciada escalera por la que cayó Roque no cumplían los 18,5x28 cm. exigidos.

Fueron denunciados e incluso amenazados hasta el punto que el pastor vio necesario proteger la integridad física de los fieles. ¿Cómo lo hizo? Pues muy fácil, colocó a Tor-Josep debidamente amaestrado en el vestíbulo de la iglesia; nada más ver una persona desconocida entrar por la puerta, enseñaba los dientes y hacía: GREEEERRRRRR…

“Hijitos míos, llegan malos tiempos, esta persecución que sufrimos es solo el comienzo de lo que está por venir”, escuchaban los fieles reunidos mientras el perro, allá a lo lejos, hacía cara de no entender nada; cosa normal tratándose de un animal.