En este sentido, es impensable en muchos países que el gobierno pague pensiones a los obispos católicos retirados, como sucede en Argentina, o que una entidad que agrupa iglesias evangélicas de diversos signos solicite jubilaciones pagadas por el Estado, como hace unos meses se ha hecho en España.
Semejantes variantes reclaman ajustes políticos hacia los cuales se ha llegado luego de una dinámica marcada por la manera en que las iglesias se relacionan con los diferentes regímenes. El catolicismo español, en otras épocas tan ligado al franquismo, no puede, necesariamente, ver con buenos ojos que los pastores/as protestantes sean homologados salarialmente con los sacerdotes.
Y es que también la percepción social desempeña un papel a la hora de tomar decisiones como las mencionadas. Porque ya ha llegado el tiempo en que las diversas agrupaciones religiosas se han atrevido a proponer “proyectos de nación” alternativos que, desde su lenguaje, se presentan no sólo como viables, sino hasta urgentes, más allá de que sean seriamente discutidos por los congresos o parlamentos nacionales.
En varias ocasiones, Octavio Paz intentó superar los esquematismos propios de décadas pasadas en el sentido de comparar la forma en que se han desarrollado los países con mayorías católicas o protestantes. Plenamente consciente del papel que habían desempeñado la Reforma y la Contrarreforma en la conformación de los países de la América anglosajona y de la América de raíz hispano-católica, no dudó en afirmar que dichos movimientos religiosos, culturales y políticos dejaron una honda huella en el devenir de nuestras sociedades.
De ese modo, veía que la temprana inclinación de Estados Unidos hacia la democracia, le venía en gran medida por su herencia protestante y que las dificultades para consolidar gobiernos estables al resto de países del continente era consecuencia de sus inclinaciones al autoritarismo, resabio del espíritu de la Contrarreforma. En lucha con el jacobinismo propio de algunas tendencias del pensamiento liberal, Paz propuso el replanteamiento del triunfalismo visionario de esta corriente de pensamiento desde que alcanzó el poder en varios de nuestros países.
En México, donde una nueva forma de dictadura reemplazó a la que controló al país durante más de 30 años, se dio una especie de “concordato” entre el Estado y la Iglesia, en el entendido de que los religiosos no tendrían cabida en la construcción de los proyectos nacionales y sí el suficiente espacio para su práctica, siempre y cuando no trataran de interferir en las grandes decisiones.
Esta situación terminó en la década de los 90, cuando las iglesias fueron reconocidas, por fin, como “asociaciones religiosas”, lo que despertó la ambición de sus jerarquías o les recordó lo que había quedado adormecido por casi 70 años acerca de la función que podían desempeñar en el ámbito sociopolítico. Para el catolicismo esto no fue ningún problema, pues sus brazos armados y partidarios nunca dejaron de buscar el poder, o al menos, de resistir las iniciativas y acciones que veían como lesivas para sus intereses. Pero para las iglesias evangélicas eso fue una completa novedad, pues por doquier surgieron proyectos, planes y programas de acción que, inocente o astutamente buscaban tener influencia efectiva sobre la marcha del país.
La candidatura o el ascenso de antiguos religiosos al poder (como ha sucedido en Haití y Paraguay) plantean nuevas exigencias para la manera en que se experimente la laicidad en los países latinoamericanos. Y la dinámica particular de cada uno conducirá a escenarios en donde aquélla deberá dar lo mejor de sí, pues luego de 200 años de esfuerzos por crear infraestructuras sociales, políticas y culturales, los referentes de la laicidad seguramente se multiplicarán para dar cabida a otras expresiones no sólo de la religiosidad sino también de la irreligiosidad, el agnosticismo y la búsqueda de sentido, propias de mentalidades en constante cambio y desarrollo.
Los Estados laicos de hoy se verán desafiados por otras alternativas de reorganización de los significados para la vida de las personas. Lejos quedará, entonces, la posibilidad de superar o menospreciar a la religión como algo ajeno a la humanidad, pues ésta seguirá transformándose sin atisbar con suficiente claridad lo por venir.
Si quieres comentar o