Sin embargo, en nuestros días este antiguo dilema se ha agudizado y ya no se discute apenas acerca de si es lícito o no, en caso de prescripción médica para salvar la vida de la madre o con el fin de controlar la natalidad y liberarse de una descendencia no deseada.
Hoy el aborto forma parte de la revolución sexual de Occidente y apunta sobre todo hacia el descubrimiento de anomalías genéticas en ese indefenso ser aún no nacido.
El claustro materno se ha convertido en el lugar más inseguro del mundo. Del secreto y el anonimato se ha pasado a la publicidad comercial, en una sociedad liberal que aspira a ser avanzada y barniza la realidad del aborto con una capa de progresismo jurídico.
La gran paradoja de esta sociedad abortista es que mientras se lucha contra la tortura y la pena de muerte, se amplían al mismo tiempo los supuestos para poder aplicarla a criaturas indefensas antes de su nacimiento.
De ahí que para la sensibilidad cristiana resulte del todo imposible, en la actualidad, mirar este asunto desde una perspectiva acomodaticia, distante o fría. El problema nos afecta a todos, simplemente porque somos seres humanos y, como dijera el poeta latino Terencio, “hombre soy, y ninguna cosa humana me es ajena”.
La realidad de tal práctica no debe dejarnos indiferentes. El aborto es y seguirá siendo una grave disyuntiva capaz de remover los valores fundamentales del alma humana. Se trata de algo indeseable que aunque en ocasiones se presente con tonalidades liberadoras, en el fondo lleva casi siempre un equipaje amargo de angustia, opresión, injusticia y soledad.
SOCIEDAD ABORTISTA
Los estudios sociológicos confirman que el número de abortos tiende a aumentar en aquellos países donde tal práctica está liberalizada. Esto es lo que demuestran informes como el presentado recientemente en España por el Departamento de Demografía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. El estudio, titulado
La fecundidad joven y adolescente en España, afirma que desde 1978, año en que se despenalizó parcialmente el aborto, en Cataluña a diferencia de España, la tasa de embarazo entre adolescentes no ha descendido, sino que incluso ha experimentado un sensible aumento, mientras que la fecundidad se ha reducido a la mitad.
Teniendo en cuenta el elevado número de abortos que se producen cada año en la mayoría de los países del mundo occidental, así como la tendencia al aumento progresivo de los mismos, es posible calificar esta sociedad como “abortista”.
Entre los factores que han contribuido a este carácter abortista de Occidente se han señalado los siguientes: el progreso de la medicina y de las técnicas quirúrgicas abortivas que ha disminuido o eliminado los riesgos de tales operaciones; la creciente permisividad y aceptación social de la interrupción de los embarazos; los fallos en los métodos de control de la natalidad que inducen como último recurso a la práctica del aborto; el excesivo crecimiento demográfico capaz de hacer que determinados gobiernos promuevan la práctica del aborto con el fin de controlar la población; el miedo a los embarazos con defectos físicos o psíquicos, fácilmente detectables mediante diagnóstico prenatal; la emancipación de la mujer y el aumento de las motivaciones personales; la infravaloración del feto o embrión como ser no humano, así como las situaciones de injusticia social, pobreza, deficiencias en educación, cultura, carencia de vivienda adecuada, trabajo, etc.
Todas estas causas son susceptibles de determinar la realidad sociológica del aborto en el momento actual.
La próxima semana veremos la
Definición y tipos de aborto.
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