Muchos de ustedes se harán los despistados y harán ver que no saben quién es Patricia. Muchos negarán ante un juez, ante un polígrafo o ante el poli malo que nunca han visto ni un fragmento de uno de los programas más longevos de la historia de la televisión (
El diario de Patricia, con siete años en antena, desde el 2001 hasta el 2008, aunque el espacio continúa en activo, sin ella, bajo el nombre de
El diario), pero yo les explico.
El diario de Patricia es la telebasura elevada a la enésima potencia, un espacio que Antena 3 ha emitido, además, en un horario ideal para que cualquier niño se quede embobado ante él (que sí, que es responsabilidad de los padres, pero lo de los horarios de protección ayuda), y basado en testimonios directos de personas sobre temas tan sugerentes como
Mi marido me engaña con varias vecinas;
Mi mejor amiga se ha liado con medio instituto;
No me hablo con mis padres porque me dan vergüenza, y otras delicadezas.
La salsa del asunto pasa por crear malos rollos entre los asistentes, por invitar a alguno de los afectados haciéndole creer que conocerá a David Bisbal o a Guti antes de lanzarlo a los leones y, en definitiva, por sacar lo peor del ser humano ante las cámaras que todo lo ven.
Lo peor del caso es que en muchas ocasiones ni siquiera son historias reales. Así, cuando la carnaza del mundo real escasea, hay actores (malos, pero actores) que se hacen pasar por gays ofendidos, por adictos al juego que roban a su abuela o por parejas que se han conocido por internet y ahora descubren que son más feos que pegar a un padre.
La Gaztañaga encarna el tipo de presentadora sin escrúpulos ideal, a la que le da igual lo que le echen, que ella humilla, se ríe, desprecia y corta con aquella supuesta elegancia y aire hasta de falso paternalismo que da grima. La Gaztañaga batió, por cierto, un récord con esos siete años, pero ahora debe haber batido uno por lo contrario, ya que su nuevo programa (
El marco, también en Antena 3, cómo no) ha durado una semana y ha sido retirado a causa de una audiencia pésima.
El marco pretendía ser una especie de
Gran Hermano (eso sí que es otro ejemplo a seguir de ética y buen gusto), pero en mini; es decir, con ocho parejas que debían convivir en ocho habitaciones de 20 metros cuadrados. Con la cancelación, al menos, no ha habido tiempo de que ningún miembro de esas parejas haya cobrado suficiente fama (ya sea por llorar, por insultar, por exhibirse, por chillar,…) como para iniciar una ronda de bolos en programas varios de vísceras. El otro punto positivo ha sido mandar a la Gaztañaga al paro, aunque me temo que en lugar de ir a la cola a sellar ya estará olfateando en busca de más carnaza, que haberla hayla.
El diario de Patricia, y
El Diario, utilizan un sistema de clasificación de invitados (que después forman parte de una base de datos de la que se nutren otros programas) que traspasa cualquier límite. Dedicar unos minutos a ese programa ya aporta, de entrada, la primera gran duda que aflora en estos espacios de testimonios: algunos de los invitados son, por ejemplo, personas con una discapacidad psíquica evidente, con las que se juega y se abusa de sus limitaciones.
Puedo volver a hablar de falta de ética, pero creo que lo más apropiado sería intentar hablar de delito, aunque nadie me haría caso. Pero es que también contamos con perfiles (y no lo digo yo, lo denuncia la periodista Mariola Cubells en el libro
Mírame tonto) como Marujas, Freaks, Gays, o lo que sea, clasificados como tales por las productoras y utilizados, manipulados y desechados como un triste paquete de kleenex.
El objetivo final es mucho peor que el de los famosos, o pseudo famosos, que pululan por los platós de
DEC,
Sálvame y compañía, ya que éstos forman una fauna que hasta disfruta (y cobra, y mucho) con ello. Los pobres ingenuos, en cambio, que caen en las garras de gente como la Gaztañaga pueden llegar a arruinar su vida a cambio de nada y ven como su dignidad se pisotea, da unos puntos de audiencia y hala, taxi hasta su casa, que eso es todo lo que le vamos a pagar.
Podríamos hablar incluso de la necesidad de códigos deontológicos y de asignaturas de ética periodística en las facultades. Pues existen, se lo aseguro, aunque también podría nombrar (pero no lo haré, claro) a compañeros de promoción que hoy día se mueven en este mundillo, en este estercolero. Lo que pasa es que, con el tiempo, el hedor ya no les molesta ni nada, y son capaces de sentarse tranquilamente en una sala de control y, sin dudarlo ni un instante, gritar algo parecido a “Que entre la maruja cornuda” (frase que no me invento) cuando la audiencia amenaza con empezar a apretar botoncitos del mando a distancia.
Un mundo ideal y coherente acabaría con programas como
El diario de Patricia, pero como ese planeta aún no se ha descubierto, las cadenas llegaron a establecer una franja horaria de protección de los menores de edad (que sí, ¡lo de los padres!), entre las 6 de la mañana y las 10 de la noche. Una franja muy amplia, cierto, aunque también surgió el compromiso de extremar las precauciones (menos mal) entre las 5 y las 8 de la tarde, esas horas de bocata, deberes y duchas, en las que millones de niños pululan por sus casas: ¿Hace falta que les recuerde a qué hora se emite
El diario? Escondan, pues, sus mandos a buen recaudo.
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