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México: fe evangélica, laicidad, y bicentenario de independencia

¿Y si no es así, y si Dios acepta vivir en un país
secularizado y diverso? Carlos Monsiváis (1)

Foro-debate “La presencia cristiana evangélica en México y los retos de la laicidad”. Librería Maranatha, Bolívar 8, Centro Histórico, México, D.F.; 24 de septiembre, 2010.
GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 25 DE SEPTIEMBRE DE 2010 22:00 h

1. BICENTENARIO Y LAICIDAD: PROBLEMAS Y CONTRADICCIONES
Resulta muy gratificante que la convocatoria para este foro sobre la presencia evangélica en México y los retos que presenta la laicidad no provino de ninguna instancia gubernamental, como sucedió, lamentablemente, en el evento llevado a cabo el martes 17 de agosto en el Auditorio Nacional, pues en esa oportunidad se subrayó que dicho acto obedeció al llamado de Felipe Calderón para que los evangélicos/as de este país celebrásemos el Bicentenario de la Independencia.(2)

Sobre la influencia directa, muy discutible, de la Biblia en la independencia de México, se dijo allí que la versión francesa de Vencé (publicada en español hasta 1833) inspiró a Miguel Hidalgo para iniciar dicho movimiento. Pero, como resulta bastante obvio, la pertenencia consciente a este espectro religioso y cultural nos obliga a conmemorar, con seriedad y críticamente, los acontecimientos acaecidos hace 100 y 200 años, incluso sin creer que es pecado o no hacerlo, como dijeron ciertos obispos despistados (3).Y es que, si aceptamos todavía la reconstrucción de la presencia y actuación de las comunidades evangélicas en México llevada a cabo por el autor de Los disidentes: Sociedades protestantes y revolución en México, 1872–1911,(4) hace 100 años, por estas mismas fechas, muchos miembros de dichas iglesias, hombres y mujeres, a la vez que participaban críticamente en los festejos por el centenario de la independencia, también luchaban contra el Porfiriato, organizador de los mismos. (Por cierto, habrá que ver si la ExpoCristiana, de octubre próximo, dedicará al tema algunos espacios importantes.)

Desde la toma de posesión de Vicente Fox y, sobre todo, a partir de 2006, en ocasión del centenario del nacimiento de Benito Juárez, se apreciaron con claridad las dificultades que enfrentaría la herencia liberal, a la que inevitablemente está ligada la presencia protestante en nuestro país, para ser reconocida por los regímenes derechistas que han ocupado el poder. La también innegable identidad católica y conservadora de estos gobiernos no ha querido ni podido ocultar su deseo de reivindicar personajes, situaciones e ideologías como parte de un paquete ideológico que se le ha indigestado evidentemente. Por ello, no fue más que un “sueño guajiro” que Calderón incluyera entre sus “vivas” una referencia al Estado laico. Porque parece mentira que sus asesores no les hagan notar a él y a sus tibios secretarios de Gobernación las frecuentes violaciones de la Constitución que cometen ellos mismos y los representantes del Episcopado mexicano, para no citar nombres que no ameritan más publicidad.

A partir de las reformas salinistas de 1992 y hasta la fecha se han llevado a cabo muchos reacomodos en las percepciones, visiones y formas de comprensión de la laicidad como un factor fundamental para la necesaria convivencia de los diferentes credos religiosos en una sociedad cada vez más secularizada y plural. De ahí que la existencia misma de asociaciones religiosas cristianas pero no católicas debería funcionar como un constante recordatorio para las clases gobernantes de los resultados de la laicidad como sistema. Ríos de tinta siguen corriendo para discutir los alcances y limitaciones de que la propia Constitución establezca, con el uso de la palabra misma, la laicidad del Estado mexicano.

Obviamente, la representación panista votó en contra (5). Acaso ésa sea la “novedad” política más relevante en cuanto a este tema en los últimos meses, pues al régimen panista de turno no le conviene que ese proceso legislativo avance y se concrete. Actualmente el texto de dicho artículo es el siguiente: “Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, federal, compuesta de Estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior; pero unidos en una federación establecida según los principios de esta ley fundamental” (6). La aprobación de este cambio constitucional es muy relevante, aunque como dijo Carlos Monsiváis, con su agudeza característica:
Efectivamente el carácter laico no está en la Constitución, pero tampoco Dios. Si no está Dios en la Constitución, poco me preocupa que no esté explícitamente el carácter laico del Estado. Acuérdate cuando los constituyentes ponen la palabra Dios. Se levanta Ignacio Ramírez y dice: “Yo no firmo eso”, porque el Estado tiene que ser por fuerza una categoría autónoma, que en sí misma se valide. No estoy citándolo, sino reproduciendo su argumentación en lo esencial. Si nosotros hacemos que el Estado dependa de otra instancia, estamos renunciando a nuestra soberanía. La soberanía consiste en que Dios no aparezca, como sí aparece en la constitución norteamericana, en la moneda, etcétera (7).
En la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público se define la laicidad del Estado mexicano: “El Estado mexicano es laico. El mismo ejercerá su autoridad sobre toda manifestación religiosa, individual o colectiva, sólo en lo relativo a la observancia de las leyes, conservación del orden y la moral públicos y la tutela de derechos de terceros”. Esta ley añade que el Estado “no podrá establecer ningún tipo de preferencia o privilegio a favor de religión alguna”, ni “tampoco a favor o en contra de ninguna Iglesia ni agrupación religiosa” (8). De ahí que Roberto Blancarte observe:
En suma, la actual laicidad mexicana se define por una búsqueda de separación de esferas, netamente marcada en el campo educativo, un “no-intervencionismo”, exclusivamente en el terreno del mercado religioso (no se le puede llamar “neutralidad”, porque el Estado laico defiende valores como la democracia, la pluralidad religiosa, la tolerancia, etc.; por lo tanto no es neutro) y un “jurisdiccionalismo” (herencia del Patronato) sobre los efectos sociales de las manifestaciones religiosas. Esta laicidad en efecto no se inscribe en la Constitución, pero se apoya en una más concreta idea de un “principio histórico de separación” entre el Estado y las Iglesias, lo que remite inmediatamente a una larga tradición de siglo y medio de regímenes liberales o social-radicales.(9)
Raúl González Schmal, por su parte, afirma lo siguiente: “Por ello cuantas más libertades religiosas reconozca, garantice y promueva más laico es el Estado. Laicidad es libertad de todos en el campo de las convicciones asumidas por los ciudadanos. El Estado, en ese campo, no puede competir ni suplantar la voluntad de los ciudadanos” (10). Pero a pesar de la relevancia del asunto, parece que no se ha discutido mucho al interior de las comunidades evangélicas, con todo y que para ellas resulta de particular interés, puesto que las garantías que les debe ofrecer la laicidad estatal son irreversibles en el marco del tan traído y llevado Estado de derecho. Las lecciones de Juárez, en este sentido, si para alguien son irrenunciables, es para los cristianos/as evangélicos de este país, porque su inclaudicable aplicación de los principios de la laicidad le granjeó una enemistad con las fuerzas católicas neo-integristas que sigue hasta la fecha.

2. EL LUGAR HISTÓRICO, TEOLÓGICO Y CULTURAL DE NUESTRAS LECTURAS, PERSPECTIVAS Y ACCIONES
Quizá la mayor tentación que siempre han afrontado los evangélicos latinoamericanos, y mexicanos en particular, es la que consiste en ponerse los lentes bíblico-teológicos para analizar la realidad o la historia, renunciando o despojándose de otros recursos o herramientas para tal fin. Con ello, se corre el riesgo de abandonar, más irresponsablemente de lo que estamos dispuestos a reconocer, la incorporación de variables que inevitablemente entran en juego al momento de presentar una visión coherente de la historia del país y de la participación de los creyentes que se ubican en este ámbito religioso.

De ahí que en los espacios eclesiales campean, mayoritariamente, las visiones “misioneras” reduccionistas de lo que ha sido o debería ser el papel de los fieles evangélicos en la sociedad. Pero habría que preguntarse, más bien, si existen realmente diferencias entre las lecturas tradicionales (católicas) de la historia mexicana y las protestantes o evangélicas, qué sentimos los protestantes al leer la historia de México, o más aún, ¿con qué episodios y personajes nos identificamos más y por qué?

Blancarte ha señalado muy bien que, antes de las reformas liberales que hicieron realidad la laicidad en México, las situaciones básicas de la vida no podían realizarse adecuadamente si las personas no profesaban la religión mayoritaria:
A partir de ese momento, se podía ser mexicano (gracias al Registro Civil) sin tener que ser católico o de cualquier otra religión. Y se podía contraer matrimonio y ser sepultado (es decir atravesar por los ritos principales en la vida y muerte de un ser humano), simplemente por el hecho de ser ciudadano del país, sin tener que estar adscrito a una Iglesia y sin que el elemento religioso fuese el decisivo para el ejercicio de sus derechos. En suma, la separación permitió el inicio de la formación de un Estado laico, es decir cuyas instituciones ya no dependieran de la legitimidad religiosa (11).
De este modo se fue perfilando el lugar histórico, teológico y cultural de las comunidades evangélicas. Luego de muchas décadas, se ha dejado de ver a los evangélicos como “ciudadanos exóticos” o como portadores de creencias ajenas o incluso contrarias a la identidad mexicana. En ese sentido, la lectura de movimientos como la Independencia y la Revolución se realiza desde un punto de vista marcado o sesgado por dicho lugar, entendido como un conjunto de criterios ideológicos que le dan forma a nuestra comprensión del pasado con nuestros “lentes” protestantes o evangélicos que se han definido y redefinido con el paso del tiempo según ha evolucionado la presencia de esta fe heterodoxa en el país.

Así, un dilema sería la evaluación de la Independencia como un proceso que fue “secuestrado” por los criollos de la época para imponer una visión de país en la que lo religioso desempeñaba un papel central. En la clásica obra de Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, se incluye una breve sección (“La desfiguración del cristianismo”), que refiere la manera en que el catolicismo fue asimilando la eventual ortodoxia, en clave dogmática, de la lucha de independencia, pues se pasó de un rechazo total a la oposición al orden constituido, a la aceptación progresiva de los cambios que se imponían por la fuerza de las armas. El clero criollo interpretó la figura de Agustín de Iturbide como un “nuevo Moisés”, algo que además de poco difundido, resultaría inaceptable para la mayoría de las comunidades protestantes o evangélicas del país:
Los soldados que juran el Plan de Iguala se consideran campeones de la fe, imitando a los que apoyaron en España el absolutismo de Fernando VII. Los sacerdotes inflaman el entusiasmo con sus sermones: “¡Iguala! ¡Iguala! ?exclamaba uno de ellos? ¡En tu seno se sembró la semilla de la independencia para defender nuestra santa religión!”; por su parte, los cabildos escriben representaciones proclamando a Iturbide “nuevo Moisés destinado por Dios para libertar a su pueblo de la tiranía del Faraón”, y hasta en los conventos de monjas los soldados reciben escapularios, medallas y socorros para continuar la “cruzada”.(12)
Desde este punto de vista, la formación teológica de Hidalgo fue uno de los puntos de quiebre que ayuda a explicar las razones de su levantamiento. Estudiarlas permitiría encontrar claves de comprensión que irían más allá del mero memorialismo épico. Ante situaciones como ésta, pueden plantearse varias preguntas para la perspectiva evangélica actual como: ¿a quién identificamos como Moisés: Hidalgo, Iturbide, Juárez...? ¿Puede hablarse de “hitos cristianos” en la historia de México? ¿Su relevancia va más allá de su capacidad para levantar la autoestima de las comunidades? Por eso, al trabajar las eventuales diferencias y semejanzas entre conceptos y prácticas tales como historia patria, historia sagrada e historia de la salvación se presentan dificultades interpretativas que no necesariamente han manejado todos los historiadores del periodo en cuestión, porque la teología enredada con el proceso independentista apunta, como se ve hacia varias direcciones. Surgen de este modo otro tipo de preguntas como éstas: ¿las iglesias siempre se han opuesto a los movimientos insurgentes? ¿Eso ha obedecido a su peculiar lectura teológica (doctrinal) de las coyunturas? ¿Es una influencia teológica o prevalece la ideología predominante?

OBSERVACIONES FINALES
Al provenir de trasfondos tan diversos, ¿cómo explicar, entonces, la posibilidad de que algunas comunidades evangélicas se unan a determinadas posturas panistas, católicas, conservadoras como estrategia política en coyunturas concretas? Es conocido el caso de la alianza de la agrupación política presidida por Hugo Éric Flores con el panismo, tal vez como el máximo ejemplo del aliancismo contra natura.(13) Tal vez esto no sea lo más importante en un momento dado, como sí lo es lo que está sucediendo en algunas entidades del país, 18 para ser exactos, en donde se han aprobado cambios constitucionales que buscan criminalizar las decisiones de las mujeres en relación con el aborto.(14) Ante esta situación, las iglesias han reaccionado con un apoyo a trasmano que no se clarifica muy bien, pero que en el fondo da la razón a los grupos más conservadores, ligados, otra vez a la ideología del partido en el poder o, incluso, como parte de cuotas de apoyo político por parte del PRI, que busca ganar las elecciones de 2012. Este partido “se acordó” de que debe captar el voto de los núcleos más tradicionales de la población.

Lo que sí debemos lamentar es la ausencia de un discurso analítico, si no uniforme sí mínimamente consensuado entre los diferentes grupos evangélicos. Lejos están aquellos tiempos en los que, paralelamente a los movimientos de unificación en el resto de América Latina, se buscó en México presentar una voz más o menos unificada ante las diversas coyunturas. (15) Eso lo acaba de hacer, una vez más, el Episcopado mexicano con la carta pastoral Conmemorar nuestra historia desde la fe para comprometernos hoy con nuestra patria, la cual partiendo de una visión de la historia del país, intenta responder a las circunstancias actuales, pero sin romper con la mentalidad tradicional acerca de su identidad religiosa.(16)

A menos que aquí mismo redactemos un documento y que se difunda ampliamente, corriendo el riesgo de su falta de representatividad, es preciso que en las comunidades se profundice en las implicaciones de los movimientos sociales que han dado un rostro determinado al país y que ayudan a explicar los avatares por los que ahora atravesamos como parte del mismo, en nuestra calidad de ciudadanos y creyentes evangélicos.



[1] C. Monsiváis, “El laicismo en México: Notas sobre el destino (a fin de cuentas venturoso) de la libertades expresivas”, en Benjamín Mayer Foulkes, coord.., Ateologías. México, Fractal-Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2006, p. 47.
[2] Cf. Claudia Ramírez, “Instituciones cristianas se unen al festejo del Bicentenario”, en El Universal, 21 de agosto de 2010. La nota señala que el director de la Sociedad Bíblica de México (SBM) no dejó pasar la oportunidad de anotarse puntos ante el régimen calderonista al recalcar que el evento titulado “Un regalo del cielo para México” (y calificado allí mismo como “acto cívico”), amenizado por varios cantantes y grupos musicales, además de que reconoció a algunos “héroes de la fe”, respondió a la invitación “para unirnos a la celebraciones patrias”. Además, abundó: “Voces comentaron que no hay nada que celebrar, que el país no está para fiestas, porque las metas por las que surgieron estos movimientos se perdieron en el tiempo. […] Sin caer en triunfalismos, como cristianos debemos recordar estas gestas heroicas y a los héroes que nos dieron patria y libertad, porque de esos movimientos surgieron las leyes que nos dan pleno derecho de practicar nuestra fe y nuestros cultos”. Estuvieron presentes el senador Rubén Fernando Velázquez López, los diputados Pablo Basáñez García y Rosario Brindis Álvarez, así como los licenciados Alfredo Miguel Morán Moguel y Abimael Hortiales Maqueda (en representación de Juan Manuel Carbajal Hernández, presidente municipal de Chalco, Méx.), para conformar una suerte de representación política evangélica. La predicación estuvo a cargo de la cantante María del Sol y entre los galardonados figuraron el propio director de la SBM, David Enríquez y otros líderes. Cf. Vasti Reyes, “Sociedad Bíblica de México presentó: un regalo del cielo para México en el Auditorio”, José Luis Pérez S. escribió al respecto: “..fue un espacio en donde las competencias de las iglesias se relucieron, y en donde se premiaron los “héroes de la fe de la actualidad”, cuyo heroísmo radica únicamente en los trabajos misioneros y de los que tienen las iglesias más grandes en México” (“El Bicentenario: oportunidad perdida para la reflexión, reconstrucción y mira hacia el futuro”, en mesa redonda “Hitos cristianos en la historia de México”, Iglesia Presbiteriana Ammi-Shadday, 19 de septiembre de 2010).
[3] J.-P. Bastian, Los disidentes: Sociedades protestantes y revolución en México, 1872–1911. México, FCE-Colmex, 1989.
[4] Carolina Gómez Mena, “No celebrar el bicentenario, pecado de omisión”, en La Jornada, 31 de agosto de 2010, p. 42.
[5] Cf. Luciano Franco, “Aprueban diputados reforma constitucional de Estado laico”, en La Crónica, 12 de febrero de 2010; Gabriel León Zaragoza, “Impostergable, incluir en la Constitución la frase Estado laico: grupos religiosos”, en La Jornada, 24 de agosto de 2010, p. 36. Destacan las palabras de Daniel de los Reyes Villarreal, superintendente general de Asambleas de Dios, quien afirmó que “las asociaciones religiosas registradas en el país deben tener presente que pueden o no estar de acuerdo con la ley, pero éstas no las hacemos las iglesias, sino el Poder Legislativo, y será la población la que juzgará si son correctas. Puntualizó que por el bien del país debe reafirmarse el Estado laico y señalarse definitivamente en la Constitución”.
[6] Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
[7] B. Barranco, “Carlos Monsiváis y los usos de lo sagrado”, en La Jornada, 23 de marzo de 2010.
[8] Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, Diario Oficial de la Federación, Órgano del Gobierno Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, miércoles 15 de julio de 1992, pp. 38-44.
[9] “El porqué de un Estado laico”, en Libertades Laicas. Red Iberoamericana por las Libertades Laicas.
[10] J. González Schmal, “La configuración constitucional del Estado laico en México”, en Memoria del Congreso internacional de culturas y sistemas jurídicos comparados. México, UNAM, 2004, p. 568.
[11] R. Blancarte, op. cit.
[12] L. Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia. [1953] México, Secretaría de Educación Pública, 1986 (Cien de México), p. 197.
[13] Cf. Claudia Herrera Beltrán, “En breve, pacto de Calderón con evangélicos críticos de Fox”, en La Jornada, 11 de febrero de 2006; y la resolución del Instituto Federal Electoral sobre la alianza electoral entre la agrupación Encuentro Social, dirigida por Flores, y el Partido Acción Nacional. En febrero de 2008 suscribió otro convenio con el PRI. (“Encuentro Social fue sancionada por el Instituto Federal Electoral (IFE) el 11 de abril de 2006, tras la falta de comprobación de más de 60 mil pesos por la postergación de un libro relacionado con la matanza de Acteal, Chiapas, ya que Flores Cervantes forma parte del equipo de abogados que defendió a los presuntos responsables”, José Gerardo Mejía, “Implicado en fraude forestal se enfila hacia una diputación”, en El Universsal, 18 de marzo de 2009) A la fecha, Flores es suplente de la senadora panista María Teresa Ortuño.
[14] Cristina Renaud y Rogelio Hernández, “Ignorancia en los políticos obstaculiza al Estado laico”, en Milenio, 8 de febrero de 2010.
[15] Cf. El cristianismo evangélico en México. Su tradición histórica, su actuación práctica, sus postulados sociales. México: Concilio Nacional de Iglesias Evangélicas, 1934; y Manifiesto del pueblo evangélico a la Nación Mexicana, en Tiempo, vol. VI, núm. 138, 22 de diciembre de 1944.
[16] El texto completo se encuentra en Cf. L. Cervantes-Ortiz, “Laicidad, iglesias y bicentenario en México”, en ALC Noticias, 9 de septiembre de 2010.
 

 


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