El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
En el relato de Tirso, Dios pierde su carácter de Padre misericordioso y aparece como juez severo, implacable.
Zorrilla se anticipó a esta sociedad del siglo XXI que estamos viviendo, una sociedad egoísta, egocéntrica, avara, individualista.
Nos sorprenderá no poco advertir que nos equivocamos al concebir a Dios más como Juez que como Abogado, más como Fiscal implacable que como Padre amoroso y compasivo.
Estamos olvidando, tristemente, que la salvación del individuo y del género humano está en el amor, sólo en el amor.
¿Puede el amor de una mujer profundamente creyente ser tenido en cuenta por Dios para conceder la salvación del alma a quien se jactaba de haber matado a 32 hombres y haber seducido a un elevado número de mujeres? La respuesta nos la da el apóstol Pablo en la carta que escribe a los cristianos de Roma: “¿Quién entendió la mente de Dios?”
La primera parte del Don Juan Tenorio, de Zorrilla, ha tratado de aventuras y amores. En la segunda parte, la obra adquiere un vigor eminentemente religioso, teológico.
En toda la escena Don Juan habla a Don Gonzalo de su salvación, de su confianza en que Dios le ha enviado a Doña Inés para a través de ella alcanzar el cielo.
La tercera escena del cuarto acto tiene lugar el intercambio de palabras amorosas que marcan el punto culminante del romanticismo en la obra de Zorrilla.
No hay hombre tan valiente a quien el amor no logre dominar. El amor pone en libertad a los esclavos y esclaviza a los fuertes.
Partid los días del año entre las que ahí encontráis. Uno para enamorarlas otro para conseguirlas, otro para abandonarlas, dos para sustituirlas y una hora para olvidarlas.
"Yo a las cabañas bajé, yo a los palacios subí, yo los claustros escalé y en todas partes dejé memoria amarga de mí".
Lo extraordinario de esta obra es que su autor escribe en sólo veintiún días el fantástico drama que consta de siete actos divididos en dos partes
En Tirso Dios pierde su carácter de Padre misericordioso y aparece como juez severo, implacable. Es el Dios del “ojo por ojo, diente por diente”.
Si exceptuamos a Don Quijote, es difícil encontrar en la historia de la literatura universal un protagonista y un asunto que hayan dado ocasión a una tradición más difundida como la de Don Juan Tenorio.
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