El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Si no quiere naufragar en este hundimiento moral colectivo, el cristiano necesita seguir poniendo a la ley de Dios en su vida en el sitio que le corresponde.
El hombre, sea el que vive en los bosques de Papúa-Nueva Guinea o el que vive en una metrópoli occidental, tiene necesidades básicas vitales, que no son planas sino verticales y, por lo tanto, trascendentes.
Es la vieja España, que ha vuelto a resurgir. La España del enfrentamiento y el odio; la de la exclusión y el sectarismo; la del empecinamiento y la sinrazón.
La paz es algo más frágil de lo que nos parece y no hay ninguna garantía de que ese estado sea indefinido.
La tendencia a usar ciertos artefactos para protegernos está muy extendida: siempre encontraremos objetos que supuestamente tienen poderes sobrenaturales para la consecución de algún fin deseado.
Es evidente que algo anda mal con el ser humano, siendo de importancia primordial la localización del origen del mal que le aflige.
Si hay un caso de suplantación de identidad clamoroso en la religión, el del papado lo es, al pretender ocupar el lugar que Dios tiene.
Saúl quiso convertir la desobediencia en obediencia, empeñándose en igualar ambos términos y presentar ante los demás su insubordinación como subordinación.
Para hacer justicia cualquier tribunal necesita imperiosamente descubrir primero cuál es la verdad.
Pese al racionalismo, al subjetivismo, al relativismo y al confusionismo, la verdad, tal como el cristianismo enseña, sí existe.
Hay un acto que supone un retroceso en el tiempo, como si dijéramos una máquina del tiempo que nos retrotrae a lo que aconteció hace casi dos mil años. Ese acto es el bautismo.
La destrucción del matrimonio y la familia lleva aparejada la propia autodestrucción de la sociedad que la promueve.
En principio nada hay en común entre la acción yihadista y la del Tribunal Supremo de EEUU; sin embargo, en realidad ambas tienen un punto en común: Su carácter profundamente anti-cristiano.
La volatilidad en las redes sociales genera la impresión de que lo que escribas sólo va a tener una repercusión fugaz, olvidando que la permanencia de lo escrito supone que queda ahí y que cualquiera puede echar mano de ello.
Ganar y perder. He aquí dos verbos sobre los cuales gira toda nuestra existencia.
El denominador común que todas ellas tenían fue la perversión, en la teoría o en la práctica, de la noción del matrimonio y la familia.
¿Cómo se puede decir que Jesucristo ha quitado la muerte? ¿En qué sentido lo ha hecho? Creo que hay tres respuestas a este interrogante.
¡Qué dilema enfrenta España! Si seguimos con las antiguas recetas volveremos a las andadas, y si optamos por las nuevas que proponen algunos, caeremos en el abismo.
Resulta llamativo que el cambio de terminología haya sucedido precisamente en pleno apogeo de escándalos de corrupción político-económica.
Una lección muy importante: Incluso los mejores sistemas humanos de ética y valores pueden ser transgredidos y negados por quienes los propugnan, si hay intereses más convenientes.
La maldad en el corazón humano no se contenta con dañar una parte de la personalidad sino que se apodera de toda ella.
El respeto a la libertad de conciencia es una asignatura pendiente todavía en España; la jerarquía católica suspende en ella vez tras vez, no por falta de entendimiento sino de voluntad; la jerarquía civil también suspende, aunque por falta de resolución y valor.
Según la Biblia tenemos un problema que se llama pecado, no brote psicótico, desde el mismo comienzo de nuestra existencia y que se manifiesta de mil maneras distintas.
Las normas establecidas ponen en lo más alto del listón de deberes la devoción inquebrantable al núcleo familiar, en la que hay que velar, sobre todo, por su honor.
Si lo que estamos construyendo está basado solamente en números, no es difícil predecir lo que le pasará, sin necesidad de ser profeta.
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