El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
La filosofía naturalista es capaz de lograr que mentes brillantes sean incapaces de ver aquellas múltiples propiedades del universo, que indican claramente la existencia de una inteligencia creadora.
Cuando hablamos del cielo queremos expresar un ámbito intemporal que trasciende este mundo espacio-temporal. Como dijo C. S. Lewis el pasado siglo: “Dios no tiene historia”.
No somos esclavos de nuestros genes. Como da a entender el Antiguo Testamento: “Los padres no morirán por los hijos, ni los hijos por los padres; cada uno morirá por su pecado.” (Dt. 24:16).
Es evidente que Dios es mucho más que la sola causa del universo, pero si Él no existiera no se habría originado nada. Dios, al crear, llamó a la existencia lo inexistente.
Al avanzar la ciencia más significan las palabras de Pablo: "Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas".
Esta hipótesis del multiverso pretende eliminar la pregunta sobre cómo es posible que se dé un ajuste fino de las constantes del cosmos tan altamente improbable, así como la consiguiente conclusión teísta.
Hoy vivimos también en la sociedad de la apariencia, en la que predomina la estética sobre la ética y la moralidad.
La simple lógica nos dice que ninguna ley de la física puede crear materia a partir de la nada, por tanto, la ley de la gravedad no pudo crear el universo, a pesar de las elucubraciones de Hawking.
Esta solución catastrofista la venían proponiendo los creacionistas con su referencia al diluvio universal. Y la paleontología no tuvo más remedio que darles la razón en este sentido.
Es fácil constatar, en algunos cosmólogos contemporáneos, cierta tendencia a buscar modelos físicos de la creación a partir de la nada que no requieran de ningún agente sobrenatural.
Los cristianos, en cierto sentido, somos también hoy como una especie en peligro de extinción.
Ambas proposiciones sobre la realidad, tanto la del naturalismo como la del teísmo, requieren necesariamente de la fe y no pueden ser verificadas mediante la evidencia.
¿Cómo es posible que un universo formado fundamentalmente por materia incapaz de razonar produzca seres dotados de razón, con tendencia a la finalidad, con capacidad para reproducirse y constituidos por códigos químicos como el ADN?
El ajuste fino que permite la vida, es lo que cabría esperar de un creador inteligente, omnipotente y misericordioso que desea relacionarse con el ser humano.
¡Qué poco nos cuesta amarnos a nosotros mismos, a la vez que odiamos aquellas actitudes erróneas que nos llevan a pecar!
Si queremos hacer la paz, no hablemos nunca mal de nuestros semejantes, aunque tengamos motivos para ello.
Hoy por hoy, no existe una explicación adecuada al supuesto beneficio evolutivo de la reproducción sexual, tanto en las plantas como en los animales.
Para los discípulos del Señor es posible empezar ya ahora a gozar la felicidad prometida, a través de la intimidad personal con Dios.
La razón filosófica puede conducirnos a la necesidad del Creador pero sólo la experiencia íntima de la fe es capaz de revelarnos la belleza y la bondad del Dios personal que se manifiesta en Jesucristo.
No acariciemos ni fomentemos jamás los deseos de venganza, sino seamos pacientes y dejemos lugar a la justicia de Dios.
Al acomodar las creencias y decisiones morales a las preferencias personales, se desvirtúa casi siempre el mensaje de Jesucristo.
Se celebra el 2º Congreso Nacional de Apologética en Colombia.
A los creyentes se nos suele acusar de querer ver a Dios en todas las cosas, pero ¿qué puede decirse de la obsesión de algunos investigadores y divulgadores que se acercan a la naturaleza buscando razones para acabar con la existencia de Dios?
Las exigencias de las bienaventuranzas sólo parecen imposibles a quienes no han comprobado el atractivo del reino de Dios, ni han nacido de nuevo.
La trascendencia de la vida humana que nos otorgó el Señor Jesús, muriendo y resucitando al tercer día. Esa es nuestra esperanza cristiana.
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