El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
La mayor parte de las cintas en las que se grabó Los Chiripitifláuticos fueron recicladas. Las que se conservaron se publican ahora por primera vez en dos DVD por RTVE.
Durante mucho tiempo ignorado por los sectores literarios más cultos, ha sido en los últimos años que escritores como Umberto Eco, Fernando Savater o Juan Marsé han reivindicado su figura.
Se reedita una autobiografía del músico que se centra en su fe cristiana, que nos cuenta cómo pasó por caminos tortuosos, para encontrar finalmente el camino a casa.
La ahora también fallecida Paloma Chamorro le definió una vez como “un artista del sur dado al orientalismo, inmerso en una especie de sincretismo religioso, al que le gusta proceder por símbolos y alegorías”.
Algunos seguimos rogando a Dios por Bob, para que encuentre la paz que todavía no ha encontrado.
Si entendemos con Stott que “la fe evangélica no es nada más que la fe cristiana histórica”, el movimiento evangélico es un lugar de encuentro y no de separación.
La vida de Stott es un testimonio de cómo más allá de nuestro carácter, Dios nos puede moldear por su Espíritu, para ser útiles a Su servicio, como instrumentos de Su Gracia.
Si Stott fue uno de los principales representantes del cristianismo evangélico del siglo pasado, no era por una agenda social o política, sino por su pasión por el Evangelio.
Nunca le gustaba exhibir su espiritualidad, pero tampoco hacer publicidad de sus actos de caridad. Por eso, hasta que su biógrafo no leyó su diario, nadie conocía la historia de cómo el pastor desapareció unos días para hacerse vagabundo.
John Stott no fue a All Souls deliberadamente. Era su iglesia de toda la vida. Volvía al lugar donde se había criado.
El protestantismo en que me he criado era fundamentalista o liberal. No había término medio. Stott me enseñó, sin embargo, que había una “tercera vía”.
Stott aprendió de Bash que la evangelización nunca debe ser manipuladora. En su estilo de campamentos se evitaba la presión por lograr una respuesta emocional al Evangelio, que en el caso de adolescentes no suele tener un efecto duradero.
Si de los humildes es el Reino de los Cielos y los mansos heredarán la tierra (Mateo 5:5), Patrocinio mostraba con su mansedumbre y humildad ser un seguidor de Jesús en lo único que podemos imitarlo.
La objeción de conciencia del “tío John” mientras su padre estaba en el cuerpo militar de sanidad, rodeado por los nazis en Dunquerque, le llevó a una incomprensión y ruptura, por la que no tuvieron ninguna relación durante muchos años.
Hablando de su vida antes de conocer a Cristo, Stott decía que “no podía entender por qué estaba envuelto en una neblina y no podía acercarme a Dios. Parecía remoto y distante. Ahora sé la razón. Dios no era responsable de esa nube, sino yo.”
Cansado de los predicadores de moda en Estados Unidos y del fanatismo político de un movimiento evangélico cada vez más extremista, siento nostalgia de aquel “cristianismo histórico” del que hablaba Stott.
Aunque sólo hicieron música durante cinco años, el carismático y autodestructivo Morrison logró forjar una leyenda a partir de su misteriosa muerte.
El más singular columnista del tardofranquismo y la transición sigue siendo un misterio. Después de escribir miles de artículos, no se sabía cómo se llamaba en realidad, ni cuándo había nacido.
La historia de Ruth Stapleton y de Larry Flynt te muestra lo que era el cristianismo evangélico antes de convertirse en la moralina conservadora con la que ahora se asocia.
No estamos aquí para siempre. El envejecimiento nos enfrenta a nuestra mortalidad. Demuestra no sólo “la vanidad” de la vida.
En un sentido, El Padrino muestra las contradicciones de la religión americana. Su sacramentalismo pretende salvarnos mágicamente del pecado en que estamos inmersos.
Los dioses tienen pies de barro. Y cuando menos lo esperamos, nos decepcionan. Michael ha perdido la fe en la ‘Familia’.
Lo que repugna a algunos de El Padrino es la capacidad de corrupción del ser humano.
El orgullo es siempre el mayor obstáculo para reconocer la culpa. Si esto es así a nivel individual, lo es también a nivel colectivo.
En El Padrino, algo bueno como la familia aparece como una unidad criminal. Se presenta como fuente de luchas y lealtades pervertidas. Es lo que la Biblia llama un ídolo.
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