Ante tantas limitaciones la eterna misericordia de Dios, que está por encima de todos los vaivenes históricos, es el cobijo más confiable para nuestra humanidad transitoria.
El Señor se compadece de los que le honran
con la misma compasión del Padre por sus hijos,
pues él sabe de qué estamos hechos,
¡él bien sabe que estamos hechos de polvo!
Salmo 103.13-14, Reina-Valera Contemporànea
¿Qué tiene de extraño si lo conoce todo? Pero su modo de conocer nuestro barro fue asumirlo por amor.
Gregorio Magno (540-604)
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No cabe duda de que, cuando la fe procesa adecuadamente las acciones de Dios en la vida, la visión se ensancha y permite comprender mejor su voluntad. Salmos como el 103, un auténtico monólogo inicial en el que quien habla se presenta ante la eternidad divina con una sana conciencia y con buena claridad acerca del camino de salvación realizado por Dios, expresan la sensación de gratitud que brota de un corazón sincero. Al hablar así, la persona o la comunidad se proyectan en el tiempo y alcanzan el estatus de ”clásicos de la espiritualidad bíblica” al volcar en esas palabras repetidas por las generaciones posteriores toda una experiencia común de fe.
No existe un salmo en el que la misericordia del Señor sea descrita con términos más dulces que los del Sal 103.11ss y 17. La comparación del Padre misericordioso hacia los hijos (13) alcanza la ternura de la parábola del hijo pródigo de Lc 15. La diferencia es que sólo Jesús nos ha revelado plenamente cómo Dios es Padre y nos ha hecho hermanos suyos. […] De ahí se pasa a la sublime descripción de la misericordia de Dios Padre en el himno colectivo (vv. 7-18), que la comunidad cristiana saborea superando los propios dolores, las propias miserias y los mismos inevitables conflictos internos.[1]
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La invitación interior (“¡Bendice, alma mía al Señor! / ¡Bendiga todo mi ser su santo nombre!”, v. 1) es parte de un desdoblamiento interior de observación psicológica bien conocido y practicado en el Salterio:[2] quien ora se incita a sí mismo para valorar todo lo que ha hecho Dios por él en un recuento puntual: perdón y sanación (3), rescate y favores misericordiosos (4), alimento y renovación de fuerzas (5). “Es una auténtica movilización personal” de quien habla: todo el ser es convocado a celebrar el nombre santo del Señor Dios. Pues ha sido rescatado de la fosa: “Inundado de gozo agradecido, trasciende su experiencia personal y se abre a un horizonte más amplio. [...] Podemos imaginar que un judío devoto medita la definición clásica del Señor 'compasivo y clemente' (8), y la proyecta a su experiencia personal, a la de su comunidad nacional, a la condición humana” (Ídem).
“También podemos imaginar como arranque un hecho nacional: los desterrados 'oprimidos' han vuelto a la patria” (Ídem). La fecha posterior la exilio es muy probable porque no se mencionan Sión ni Jerusalén y la palabra "oprimidos" puede ser general. La justicia divina ha sido una constante y permanente su intervención a favor de "los que sufren por la violencia" (6). “Hacer justicia al oprimido es defender sus derechos, liberarlo del opresor. Por el resultado es acto de misericordia y compasión” (Ídem). La misericordia y clemencia del Señor ha sido patente (8a), la clásica fórmula lo expresa con claridad: “…es lento para la ira, y grande en misericordia” (8b). Aquí se repiten los títulos de Éxodo 34.7: “misericordioso y piadoso”. La hésed, su amor-fidelidad, es “democratizada” pues se sobreponen la davídica y la sinaítica para beneficio del pueblo en medio de las situaciones más dolorosas que viva.
Se reconoce que Dios ha sido magnánimo pues no ha reprendido todo el tiempo (9) ni ha castigado como el pueblo lo merecía (10) con todo y sus desobediencias. “Sí acusa y pleitea y se irrita, pero no perpetuamente; sí paga y castiga, pero no como merecemos. El destierro superado es prueba de ello. [...] La medida del castigo no es el delito, porque su justicia está temperada y superada por la misericordia” (Ídem).
Los contrastes de los vv. 11-12 (distancia entre cielo-tierra, oriente-occidente) sirven al Salmo para enfatizar la misericordia de Dios y el perdón por las rebeliones. “Si el destierro ha sido un 'alejar' a los culpables de la patria (Jr 27.10; Ez 11.16), el perdón es un 'alejar' el pecado hasta fuera de alcance” (Ídem). Ello también es muestra de su condescendencia pues Él sabe muy bien que "estamos hechos de polvo" (14) y “se acuerda”. El contraste con su eternidad es crucial: “Con los términos de alfarería ysr y 'ypr fabrica el poeta su imagen. Además de padre, Dios es el alfarero que toma la arcilla y la modela. Nadie como él conoce el material empleado y el modelado impreso. Pues bien, Dios ha trabajado con barro, y el modelado ha resultado lo que dice Gn 6.5, antes del diluvio. Porque conoce como nadie, Dios comprende y perdona. Nuestra fragilidad de cerámica, nuestra contextura que cede, es nuestra mayor ventaja, sobre todo porque nuestro alfarero es nuestro padre” (Ídem). Nuestra finitud garantiza, paradójicamente, que Él considera profundamente nuestra condición perecedera y maleable, por lo que se mueve a compasión”.
“Nuestros días”, agrega el v. 15, son limitados como la hierba y las flores, "y desaparecemos, sin dejar ninguna huella" (16a). "Humilde hierba... belleza efímera, indefensa ante el viento cálido o violento". Ante tantas limitaciones la eterna misericordia de Dios, que está por encima de todos los vaivenes históricos, es el cobijo más confiable para nuestra humanidad transitoria. Por eso cantamos así:
Roca de la eternidad,
fuiste abierta tú por mí,
sé mi escondedero fiel,
sólo encuentro paz en ti;
rico, limpio manantial,
en el cual lavado fui" (SDG, 642).
Al trasponer los diversos umbrales de nuestra vida cronológica Dios nos va acompañando en cada una mostrando su amor paterno y maternal, recordando siempre que somos tan efímeros y lo contrario de lo que es Él. Pero esa es precisamente nuestra ventaja. Por eso debemos apegarnos a esa "Roca de la Eternidad" que es nuestro Dios, el acompañante continuo de toda nuestra existencia individual y comunitaria. "Su reino domina sobre todos los reinos" (v. 19b): su victoria cósmica es la victoria de la misericordia.
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Notas
[1] Enzo Cortese y Silvestre Pongutá, “Salmos”, en A. Levoratti, dir., Comentario bíblico latinoamericano. Antiguo Testamento II. Estella, Verbo Divino, 2007, p. 718.
[2] Hans-Joachim Kraus, Salmos. II. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1990.
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