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El Jesús-niño de Alberto Caeiro

Pessoa, uno de los mayores poetas modernos, ofrece una percepción refrescante del misterio.

GINEBRA VIVA AUTOR 79/Leopoldo_CervantesOrtiz 13 DE DICIEMBRE DE 2024 10:18 h
El joven Pessoa.

En un mediodía de fin de Primavera



Tuve un sueño como una fotografía.



Vi a Jesús Cristo bajar a la tierra.



 



Vino por la costa de un monte



Otra vez niño,



Corriendo y arrastrándose en la hierba



Y arrancando flores para lanzarlas



Y riéndose de modo que pudiera oírse desde lejos.[1]



A. C., El guardador de rebaños (versión de Mario Bojórquez)



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Alberto Caeiro es uno de los varios “heterónimos” del poeta portugués Fernando Pessoa (1888-1935), quien se “desdobló” para sacar de sí varias personalidades literarias que escribieron desde su mano de maneras bien diferenciadas y con estilos propios: Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Bernardo Soares y algunos más. Se trata de un caso impresionante, pues cada uno de estos autores representa una manera claramente distinta de afrontar la tarea expresiva e incluso con una fecha de arranque de cada uno: Caeiro “nació” en 1899 y nunca salió de Portugal; es el maestro, el pagano, poeta clásico con una visión natural del mundo, el cantor de la naturaleza, quizá el que más se parece a Pessoa. Campos es el sensacionista, Ricardo Reis, el neoclásico, y Bernardo Soares, el prosista, autor del Libro del desasosiego.





Alberto Caeiro es mi maestro. Esta afirmación es la piedra de toque de toda su obra. Y podría agregarse que la obra de Caeiro es la única afirmación que hizo Pessoa. Caeiro es el sol y en torno suyo giran Reis, Campos y el mismo Pessoa. En todos ellos hay partículas de negación o de irrealidad: Reis cree en la forma, Campos en la sensación, Pessoa en los símbolos. Caeiro no cree en nada: existe”. Así escribió Octavio Paz en el ensayo “El desconocido de sí mismo” que aparece en Cuadrivio, uno de sus libros fundamentales.[2] “Pese a ser un poeta de la naturaleza, su lenguaje no es pródigo. Menciona el nombre genérico, pero no los nombres propios. Los árboles son los árboles y las flores son las flores, y no escribe, por ejemplo, de pinos, naranjos, limoneros, alcornoques, o de lavanda, rosas, claveles. Caeiro escribía de la manera más natural posible, dejándose llevar, pero “no se entendía con la rima’”.[3] Miguel Ángel Flores señala: “Alberto Caeiro hizo su aparición literaria en la revista Athena, que dirigían Fernando Pessoa y su amigo el pintor Ruy Vaz, donde se dieron a conocer veintitrés de los cuarenta y nueva poemas que componen el libro El guardador de rebaños, que nunca se publicó en vida de Pessoa”.[4]



Paz y Flores describen muy bien el surgimiento de Caeiro citando las famosas palabras de Pessoa en una carta a Adolfo Casais Montero:



Un día, cuando finalmente había desistido -fue el 8 de marzo de 1914-, me acerqué a una cómoda alta y, tomando un manojo de papeles, comencé a escribir de pie, como escribo siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas seguidos, en una suerte de éxtasis cuya naturaleza no podría definir. Fue el día triunfal de mi vida y nunca tendré otro así. Empecé con un título, El guardián de rebaños. Y lo que siguió fue la aparición de alguien en mí, al que inmediatamente llamé Alberto Caeiro. Perdóneme lo absurdo de la frase: en mí apareció mi maestro. Ésa fue la sensación inmediata que tuve. Y tanto fue así que, apenas escritos los treinta poemas, en otro papel escribí, también sin parar, Lluvia oblicua de Fernando Pessoa.[5]



 



El guardador de rebaños estaba contemplado para publicarse en 1933, pero apareció hasta 1946, 11 años después de la muerte de Pessoa. Caeiro enseñó a Pessoa el arte de desaprender, de ver las cosas como si fuera la primera vez, lo que explica el tono general de la obra. En varios poemas de este libro aparece el tema religioso. Para Caeiro, “Dios también forma parte de la Naturaleza. Dios, gran preocupación de poeta portugués, ese dios suyo atributo de la infancia, con el que dialoga y a quien castigan obligándole a jugar lo que no es. […] La persona, divina y humana, le acompaña en su poesía hasta tomar cuerpo su condición de guardador de rebaños”.[6] Richard Zenith, en su biografía de Pessoa, se expresa acerca de la visión religiosa de Caeiro: “Si Dios existe o no, según la límpida lógica de Caeiro, es completamente ajeno a aquello para que la vida sirve, que es vivir. Aunque indiferente a Dios, es con sagrada devoción que Caeiro explora los árboles, los riachuelos y toda la naturaleza, llevando a Pessoa a definirlo en un momento dado como un ‘San Francisco de Asís ateo’. Caeiro no era verdaderamente ateo y mucho menos santo. Con todo, fue una religión que tuvo en Fernando Pessoa a su primer y principal devoto”.[7]



La sección VIII está dedicada íntegramente a una visión del Jesús niño, quien huye del seno de la Trinidad para vivir una suerte de infancia feliz y desenfadada, lejos de los compromisos de ser la Segunda Persona:



Había huido del cielo.



Era demasiado como nosotros para fingir



De segunda persona de la Trinidad.



En el cielo todo era falso, todo discordante



con las flores y los árboles y las piedras.



En el cielo tenía que estar todo el tiempo serio



Y de vez en cuando volverse otra vez hombre



Y subir a la cruz, y estar siempre muriendo



Con una corona ornada toda de espinas



Y los pies atravesados por un clavo con cabeza,



Y hasta con un trapo que le rodeaba la cintura



Como los negros de las ilustraciones.[8]



 



El poeta y traductor Mario Bojórquez señala: “En desacuerdo total con Alberto Caeiro, Fernando Pessoa escribió el poema VIII de El guardador de rebaños, donde de un modo bastante grosero se refiere a la Sagrada Familia”.[9] Y cita a continuación al propio Pessoa: “Escribí con sobresalto y repugnancia el poema […], con su blasfemia infantil y su antiespiritualismo absoluto. En mi persona propia y aparentemente real, con la que vivo social y objetivamente, ni utilizo la blasfemia, ni soy antiespiritualista”. Pero la referencia es más amplia: “Sin embargo, Alberto Caeiro, tal como yo lo concebí, es así; así tiene él, pues, que escribir, quiéralo yo o no; piense yo como él o no. Negarme el derecho de hacer esto sería lo mismo que negarle a Shakespeare el derecho de darle expresión al alma de Lady Macbeth, basándose en que él, poeta, ni era mujer ni, que se sepa, histérico epiléptico ni capaz de atribuirle una tendencia alucinatoria y una ambición que no retrocede ante el crimen”.[10] Y es que, en efecto, la irreverencia con que habla Caeiro de las figuras religiosas puede confundir a más de un lector.



Esta sección evidencia la forma en que Caeiro-Pessoa entendía la infancia como un espacio de vida que es capaz de romper con los esquemas vitales adultos impuestos por la fuerza de la tradición. Al mismo tiempo, como parte de una doble fijación, al adjudicarle al Jesús niño esa visión lúdica de la vida va más allá de la perspectiva doctrinal establecida en el cristianismo sobre su figura fija e intocable. “En Pessoa opera la creencia de Wordsworth acerca de que el niño es el padre del hombre”, escribe Alejandro García Pérez Gay.[11] Y Rubem Alves se explaya sobre ese enfoque: “Yo pienso que este es el propósito de la vida. Cosa de niños… Claro, felicidad es volver a ser niño. Quien lo dice es el psicoanálisis y una antigua tradición religiosa que llegó al punto de afirmar que la mayor seriedad de Dios sucedió cuando él se hizo niño. ¿Ya leyeron el poema sobre el niño Dios de Fernando Pessoa, alias Alberto Caeiro? Es necesario leerlo. Los niños saben mucho de eso: que el propósito único de la vida es el placer”.[12] Alves uno de los grandes deudores de Pessoa en su obra, mucha de la cual es inexplicable sin comprender su influencia.



Caeiro-Pessoa reconstruye una imagen de Jesús desde la infancia libre de ataduras doctrinales o teológicas, con lo que logra una visión eminentemente lúdica y, al mismo tiempo, crítica de la religiosidad tradicional y de la figura religiosa establecida. La “historia de la Navidad” es completamente trastocada poéticamente:



Ni siquiera lo dejaban tener padre y madre



Como los otros niños.



Su padre era dos personas—



Un viejo llamado José, que era carpintero,



Y que no era su padre;



[…]



Y su madre no había amado antes de tenerlo.



No era una mujer: era una maleta



En la que él había venido del cielo.



Y querían que él, que sólo naciera de la madre,



Y nunca tuviera un padre para amarlo con respeto,



¡Predicara la bondad y la justicia!



 



El hablante poético afirma que se ha relacionado con ese niño divino y que le ha enseñado cosas diferentes para disfrutar la existencia y todo lo que acontece:



A mí me enseñó todo.



me enseñó a mirar las cosas.



Me explicó todas las cosas que hay en las flores.



Me mostró como las piedras son graciosas



Cuando la gente las toma en la mano



y las mira despacio.



 



Y más adelante se refiere él mediante un discurso renovador de la historia a través de un “secreto espiritual” que comparte directamente al hablar de su humanidad feliz y ligera:



Él vive conmigo en mi casa en medio de un otero.



Él es el Eterno Niño, el dios que faltaba.



Él es el humano que es natural,



Él es el divino que sonríe y que juega.



Y por eso es que yo sé con absoluta certeza



Que él es el Niño Jesús verdadero.



 



Es el niño tan humano que es divino



Es ésta mi cotidiana vida de poeta.



Y es porque él anda siempre conmigo que yo soy poeta siempre.



Y que una mínima mirada mía



Me llena de sensaciones,



Y el más pequeño sonido, sea de lo que fuera,



Parece hablar conmigo.



 



El Niño Nuevo que habita donde vivo



Me da una mano a mí



Y la otra a todo lo que existe



Y así vamos los tres por los caminos que hubiera,



Saltando y cantando y riendo



Y gozando nuestro secreto común



Que es el de saber por todas partes



Que no hay misterio en el mundo



Y que todo vale la pena.



 



Este Niño Nuevo y eterno es una compañía permanente para transitar por el mundo nombrándolo por primera vez, sin prejuicios ni ideas preconcebidas:



El Niño Eterno me acompaña siempre.



La dirección de mi mirada es su dedo apuntando.



Mi oído atento alegremente a todos los sonidos



Son las cosquillas que él me hace, jugando, en las orejas.



 



Nos llevamos tan bien el uno con el otro



En la compañía de todo



Que nunca pensamos el uno en el otro,



Pero vivimos juntos y dos



Con un acuerdo íntimo



Como la mano derecha y la izquierda.



 



Esta ingenuidad poética es vista por Octavio Paz como un magnífico recurso del autor: “El poeta inocente es un mito pero es un mito que funda a la poesía. […] El poeta es la conciencia de las palabras, es decir, la nostalgia de la realidad real de las cosas. […] Las opacas palabras del poeta real evocan el habla de antes del lenguaje, el entrevisto acuerdo paradisiaco. […] Pessoa, poeta real y hombre escéptico, necesitaba inventar un poeta inocente para justificar su propia poesía”.[13]





 



 



[photo_footer]Fragmento del manuscrito de Caeiro.[/photo_footer]



No deja de haber un toque contextualizador de la figura de Jesús, enfrentado a los conflictos humano de siempre, pues al traerlo a este tiempo, Caeiro agrega:



Después yo le cuento historias de las cosas sólo de los hombres



Y él sonríe, porque todo es increíble.



Ríe de los reyes y de los que no son reyes,



Y siente pena de oír hablar de las guerras,



Y de los comercios, y de los navíos



Que quedan humo en el aire de los altos mares.



Porque él sabe que a todo eso le falta aquella verdad



Que una flor tiene al florecer



Y que anda con la luz del sol



Cambiando los montes y los valles



Y haciendo doler a los ojos de los muros encalados.



 



El relato poético concluye con el niño yendo a dormir de la mano del autor, quien se dirige a él en una bella oración y reflexiona acerca de la validez de su visión:



Después él se adormece y yo lo acuesto.



Lo llevo en brazos hacia dentro de la casa



Y lo acuesto, desnudándolo lentamente



Y como siguiendo un ritual muy limpio



Y todo materno hasta que queda desnudo.



 



Él duerme dentro de mi alma



Y a veces despierta de noche



Y juega con mis sueños.



Echa unos patas arriba,



Pone a unos encima de otros



Y bate las palmas solitario



Sonriéndole a mi sueño.



 





 



Cuando yo muera, hijito,



Sea yo el niño, el más pequeño.



Tómame en los brazos



Y llévame dentro de tu casa.



Desnuda mi ser cansado y humano



Y déjame en tu cama.



Y cuéntame historias, si acaso me despierto,



Para volverme a adormecer,



Y dame sueños tuyos para jugar



Hasta que llegue cualquier día



Que tú sabes cuál es.



 





 



Esta es la historia de mi Niño Jesús.



¿Por cuál razón que se entienda



No ha de ser ella más verdadera



Que todo cuanto los filósofos piensan



Y todo lo que las religiones enseñan?



 



Pessoa, uno de los mayores poetas modernos, ofrece una percepción refrescante del misterio del Jesús-Niño, juguetón, entretenido con los misterios del mundo y siempre dispuesto vivir con la ligereza debida en el lugar adonde fue puesto, adonde nació con una misión envolvente y trágica al mismo tiempo. Jesús, el Niño Eterno, el que siempre desea estar a nuestro lado…




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Notas



[1] Fernando Pessoa (Alberto Caeiro), El guardador de rebaños. Chile, Expendio, 2023, p. 45. Cf. “VIII. En un mediodía de fin de Primavera..., A. Caeiro”, en https://dramaengente.blogspot.com/2013_08_04_archive.html.



[2] O. Paz, “El desconocido de sí mismo”, en Fernando Pessoa. Antología. Barcelona, Laia, 1989, p. 15. Este ensayo apareció parcialmente en la Revista de la Universidad de México, noviembre de 1961, pp. 4-7. La primera edición de la antología se publicó al año siguiente.



[3] Marco Antonio Campos, “Alberto Caeiro y Pablo Neruda: dos libros”, en La Jornada Semanal, 2 de junio de 2024, https://semanal.jornada.com.mx/2024/06/02/alberto-caeiro-y-pablo-neruda-dos-libros-4431.html. Cf. Jerónimo Pizarro, Leer a Pessoa. Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 2021.



[4] M.Á. Flores, “Alberto Caeiro: la encarnación de un alma”, en Poesía completa de Alberto Caeiro. México, ICA-UCACh-UAM-Ediciones del Lirio, 200, p. 10.



[5] O. Paz, op. cit., p. 12.



[6] Pablo del Barco, “Palabra de ventaja agradecida”, en F. Pessoa, Poemas de Alberto Caeiro. Madrid, Visor, 1984, p. 14.



[7] R. Zenith, Pessoa. Uma biografia. Lisboa, Quetzal Editores, p. 451.



[8] A. Caeiro, op. cit.



[9] M. Bojórquez, “Apareció en mí mi maestro”, en Fernando Pessoa (Alberto Caiero), op. cit, p. 16. Cf. Ídem, “Fernando Pessoa, el hombre multitudinario”, en Círculo de Poesía, 4 de septiembre de 2009, https://circulodepoesia.com/2009/09/fernando-pessoa-el-hombre-multitudinario/.



[10] Cit. por Carlos Montemayor, “De Fernando Pessoa a Alberto Caeiro”, en La Jornada, 12 de junio de 2003, www.jornada.com.mx/2003/06/12/04aa1cul.php. Proceden del Arquivo Pessoa, 4306.



[11] A. García Pérez Gay, “Soy de mi infancia como se es de un país”, en Punto de Partida, UNAM, núm. 143, https://puntodepartida.unam.mx/epocas-anteriores/sexta-epoca-2002-2019?view=article&id=99#5. Cf. F. Pessoa, Infancia sin fin. Fragmentos sobre la infancia. Sel. de Rodolfo Fonseca. México, Ediciones El Naranjo, 2006. En las pp. 50-52 se citan fragmentos del poema VIII de El guardador de rebaños.



[12] R. Alves, “…de la alegría siempre soy un aprendiz…”, en Tempus fugit. México, MCCLP, 1998.



[13] O. Paz, op. cit., p. 17.



 

 


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