Creer es una experiencia a la vez íntima y comunitaria. La fe es una relación entre personas, por eso decimos que es un don. El misterio de Dios debe ser acogido en la oración y en la solidaridad humana; es el momento del silencio y de la práctica. Dentro de él, y únicamente desde allí, surgirán el lenguaje y las categorías necesarias para transmitirlo a otros, para entrar en comunicación, en el sentido etimológico del término: en comunión con ellos; es el momento de hablar.1
G. G.
Cuando el pentecostal exalta el poder de Dios, presentándolo como remedio para los males presentes e inmediatamente sentidos, y recibe una avalancha de adeptos, transfiere para lo trans-social y para lo a-histórico como aspiración de liberación latente en las camadas pobres, encubriéndoles la posibilidad de que se tornen autónomas por las prácticas sociales. Por el contrario, cuando los dominados —creyentes individuales o en grupos— comienzan a percibir que las carencias, la pobreza, los males presentes brotan del propio orden social creados de privilegios y de desigualdades, se ponen sin duda en confrontación con la ideología dominante, laica y profana.2
B.C.
En los días recientes fallecieron dos teólogos peruanos, uno protestante (pentecostal) y otro católico: Bernardo Campos (nacido en 1955) y Gustavo Gutiérrez (en 1928). Las afinidades entre ambos podrían no ser muchas, aunque si se observa con atención ambos vivieron y escribieron al calor de las mismas realidades en su país: dictaduras, violencia, inestabilidad social, pobreza galopante. Y respondieron a todo ello desde sus espacios propios y para acompañar a sus respectivas comunidades. Si se ha de creer el famoso dicho sarcástico de muchos círculos teológicos latinoamericanos: “La teología de la liberación optó por los pobres, pero éstos optaron por el pentecostalismo”, es a partir de ellos que se puede entender lo que haya de verdad en esa afirmación. Sus trayectorias, que se entrecruzaron en diversos momentos, aunque no de modo visible, abordaron problemáticas similares debido a su profunda preocupación por la liberación de los pobres.
Campos (formado en el Seminario Evangélico de Lima y en el Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos de Buenos Aires, ISEDET) representó, muy a su manera, del deseo del ambiente pentecostal por hacerse de un lugar reconocible en el ámbito del pensamiento cristiano latinoamericano a fin de superar los estigmas que arrastró durante muchos años. Cuando dio a conocer De la Reforma protestante a la pentecostalidad de la iglesia. Debate sobre el pentecostalismo en América Latina en 1997, gracias al Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI), organismo con el que colaboró en innumerables ocasiones, desarrolló una línea de reflexión que no dejó de abordar otras temáticas relacionadas, como lo demuestran Experiencia del Espíritu. Claves para una interpretación del pentecostalismo (también editado por el CLAI en 2002) y, en años más recientes ¿Apóstoles hoy? Historia y teología del movimiento apostólico-profético (2017), entre otras publicaciones individuales y colectivas. El principio pentecostalidad: la unidad del Espíritu, fundamento de la paz es de 2018.
Su afán por posicionar teológicamente al pentecostalismo tuvo especial impacto por la creciente aceptación del concepto de “pentecostalidad”, que definió como “el principio y práctica religiosa tipo, informada por el acontecimiento de Pentecostés. Se trata de una experiencia universal que eleva a la categoría de ‘principio’ (arqué ordenador) las prácticas pentecostales que intentan ser concreciones históricas de esa experiencia primordial”.3 Y añade: “Desde el punto de vista cristológico, la pentecostalidad es la ‘fuerza del Espíritu’ que hace posible a la iglesia como cuerpo de Cristo y como pueblo de Dios en la historia concreta de los hombres”.4 Como se ve, esta definición recuerda en algunos aspectos el “principio protestante” de Paul Tillich, sobre todo al acotar sus alcances y aplicaciones: “En su calidad de ‘principio’, la pentecostalidad en sí misma rebasa cualquier concreción histórica del tipo pentecostal que pretenda ser su expresión única (exclusividad) o que pretenda convertirla en su absoluto, negando a otros la posibilidad de fundarse también en ella (inclusividad)”.5
Siguiendo los horizontes planteados por los estudios pioneros de Emilio Willems, Christian Lalive d’Epinay y Francisco Cartaxo Rolim, Campos desarrolló todo un análisis de la praxis, el principio, el imperativo, la hermenéutica y el kairós pentecostales para articular así una nueva visión de la realidad pentecostal más allá de los estereotipos y las afirmaciones peyorativas y reduccionistas de muchos estudiosos. En Experiencia del Espíritu… profundizó más ampliamente en la interpretación del pentecostalismo aportando una serie de elementos que permiten comprenderlo mejor, desde la espiritualidad y la construcción del imaginario pentecostal, sin olvidar el liderazgo (hondamente arraigado en las prácticas sociales populares, sobre lo que también ahondó en ¿Apóstoles hoy?...) y el culto. Otras obras suyas son: Locura de fe. Para entender la guerra espiritual; Misión transcultural. La iglesia, sal y luz de las naciones; Hermenéutica del Espíritu. Cómo interpretar los sucesos del Espíritu a la luz de la Palabra de Dios; Pastoral pentecostal: elementos de teología práctica; La madurez del hermano menor. Los otros rostros del pentecostalismo latinoamericano.
Gutiérrez, a su vez, señalado como el “padre” católico de la teología de la liberación (el “padre protestante” fue el presbiteriano brasileño Rubem Alves6) alcanzó una fama mundial que lo proyectó a los espacios más altos de la reflexión producida por esta disciplina, al grado de que llegó a ser el referente absoluto para todo tema relacionado con esa teología. Desde el libro homónimo, Teología de la liberación. Perspectivas (1971), reeditado infinidad de veces y visto como el summum del pensamiento cristiano que renovó para siempre la manera de abordar la doctrina cristiana, hasta De Medellín a Aparecida. Artículos reunidos. A los 50 años de la Conferencia episcopal latinoamericana de Medellín (2018) sin dejar de lado la gran cantidad de producciones que establecieron su labor como una de las más sólidas de la nueva teología latinoamericana. La fuerza histórica de los pobres (1979) colocó en su justa dimensión las observaciones que se hicieron a la obra pionera, destacando su acercamiento a las exigentes realidades sociales desde la fe cristiana comunitaria. Un volumen que marcó época fue, sin duda Beber en su propio pozo. En el itinerario espiritual de un pueblo (1983) que respondió a la crítica sobre las supuestas carencias espirituales de la teología latinoamericana.
Los volúmenes subsecuentes fueron señalando pautas en su búsqueda del Dios liberador, como lo advirtió el escritor José María Arguedas (alguien muy cercano a él y sobre quien escribió el entrañable libro Entre las calandrias; Gutiérrez aparece como personaje en El zorro de arriba y el zorro de abajo), tal como lo recuerda Juan José Tamayo.7 Acerca del libro de Job escribió Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente (1986). Su estudio sobre Fray Bartolomé de las Casas (En busca de los pobres de Jesucristo, el pensamiento de Bartolomé de Las Casas, 1992) es un auténtico monumento a la figura en cuestión.
Su sólida formación (medicina, filosofía, psicología y el posgrado teológico en Lovaina, Lyon y la Universidad Gregoriana de Roma) lo capacitó para trabajar de manera interdisciplinaria todo lo que le interesó. Fue profesor en la Pontificia Universidad Católica de Perú y en la Universidad de Notre Dame (Estados Unidos) y fundó el Instituto Bartolomé de Las Casas de Lima. Fue párroco en el barrio popular del Rímac (Lima) y participó en el Concilio Vaticano II como asesor teológico del obispo chileno Manuel Larraín. También actuó como consultor teológico en la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano (Medellín, 1968) y fue miembro del consejo de la renombrada revista internacional Concilum.8
Gutiérrez, explica Tamayo, “define la teología como reflexión crítica de la praxis histórica a la luz de la palabra, como teología de la transformación liberadora de la historia de la humanidad, que no se limita a pensar el mundo, sino que es un momento del proceso de su transformación abriéndose al don del reino de Dios ‘en la protesta ante la dignidad humana pisoteada, en la lucha contra el despojo de la inmensa mayoría de los hombres, en el amor que libera, en la construcción de una nueva sociedad, justa y fraterna’”.9
Una de sus facetas menos conocidas fuera de Perú lo fue su pertenencia a la Academia Peruana de la Lengua, a la cual ingresó como miembro de número en 1995. Su ponencia inicial fue “Lenguaje teológico, plenitud del silencio”, uno de sus textos más finos en el que expone su percepción “mística” de la tarea teológica a partir de matrices bíblicas que conjugan el accionar de Dios en el mundo como “enfermo y enfermero” y cómo se propuso mostrar su presencia liberadora en el mundo. Allí cita e interpreta a César Vallejo, especialmente el poema “Espergesia”, pero también Trilcecomo eco lejano de las lamentaciones de Job. El poema XXXI de este último libro es especialmente atendible pues en él coinciden las preocupaciones teológicas expresadas en el lenguaje místico-literario más desgarrador e impactante:
Y Dios sobresaltado nos oprime
el pulso, grave, mudo,
y como padre a su pequeña,
apenas,
pero apenas, entreabre los sangrientos algodones
y entre sus dedos toma la esperanza.
Y Gutiérrez comenta:
“Esperanza que nace en la aflicción, esperanza humedecida por las lágrimas y por la sangre, pero no por eso menos real y vital. Dios enfermo, ausente y sordo, y a la vez Dios enfermero, interesado y tierno. Aproximación dialéctica, y por eso mismo fecunda, a una realidad que escapa a la univocidad”.10 Este escape, de naturaleza poética y mística al mismo tiempo, le permitió cerrar la ponencia con unas palabras que son citadas por doquier, con enorme y justa razón acerca de su quehacer y vocación: “Para mí hacer teología es escribir una carta de amor al Dios en quien creo, al pueblo al que pertenezco y a la Iglesia de la que formo parte. Un amor que no desconoce las perplejidades, y hasta los sinsabores, pero que es sobre todo fuente de una honda alegría”.11
La pérdida de estos dos grandes teólogos peruanos deja un gran vacío en la teología latinoamericana, pero deja constancia de la genuina búsqueda espiritual y de cómo pensar el misterio en el mismo contexto social desde premisas diferentes guiadas por el Espíritu produce resultados tan pertinentes y apreciables. Descansen en la paz del Dios en el que tanto creyeron y a quien sirvieron apasionadamente.
Notas
1 G. Gutiérrez, “Lenguaje teológico, plenitud del silencio”, en La densidad del presente. Salamanca, Ediciones Sígueme, 2003, (Nueva alianza, 180), p. 42.
2 B. Campos, De la Reforma protestante a la pentecostalidad de la iglesia. Debate sobre el pentecostalismo en América Latina. Quito, Consejo Latinoamericano de Iglesias, 1997, p. 38.
6 Cf. L. Cervantes-Ortiz, “Rubem Laves y Gustavo Gutiérrez: 50 años de la teología de la liberación”, en La Jornada Semanal, 15 de septiembre de 2018, pp. 8-10.
7 .J. Tamayo, “Gustavo Gutiérrez, padre de la teología de la liberación”, en El País, Madrid, 23 de octubre de 2024.
11 Ibid., p. 70. Cf. Ángel Darío Carrero, “Cuarenta años de la teología de la liberación. Entrevista con Gustavo Gutiérrez”, en La Jornada Semanal, núm. 706, 14 de septiembre de 2008.
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