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Botones

Un cuento inspirado en Mateo 25:14-30.

RELATOS AUTOR 1046/Sara_Moreno 27 DE JUNIO DE 2024 18:25 h

Abro los ojos. 



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Estoy en una habitación amplia, con las paredes blancas y las mesas perfectamente alineadas. Hay microscopios, potentes ordenadores, diferentes instrumentos de medida y otras máquinas. Mi disco duro comienza a trabajar. Estoy en un laboratorio. 



Un hombre con bata blanca me observa con atención. Acaricia su espesa barba anaranjada. Se ajusta las gafas y acerca su cara a la mía.



–¿Me ves bien?



Conozco esa voz. La he escuchado mientras me fabricaba. Es dulce, amable y decidida.



–Sí.



Me sorprendo al escucharme. Mi voz es suave y no parece robótica. La expresión del hombre cambia. Sonríe. Entonces, sus brazos me rodean.



–¡Abrázame!



Obedezco. Soy tierno y de color celeste. Su cuerpo se hunde en el mío. Me acaricia. Creo que también soy suave.



–Eres perfecto, CR1 –dice mientras se aparta de mí–. Vamos, nos están esperando.



Me levanto. Me llega por los hombros.



De la mano me guía por pasillos laberínticos. Por fin cruzamos una gran puerta.



–Ponte al lado de tus compañeros. Ellos son CR2 y CR5 –explica señalándolos.



CR2 es un robot pequeño, llega a la cintura del hombre. Tiene forma de huevo. Sus brazos son finos y se desplaza gracias a dos ruedas de metal. CR5 parece una persona, pero con la cabeza rectangular adornada con cuatro coletas de alambres.



–Ha llegado el momento de explicaros el motivo de vuestra creación. Cuando salgáis fuera encontraréis a otros como vosotros. Cada uno diferente, original, genuino, único. Pero todos creados por mí. Sin embargo, aunque recuerdo cada uno de sus nombres y códigos de fábrica, muchos de ellos me han olvidado. Debéis hacer que me recuerden y vuelvan a usar los botones que una vez les entregué.



–¿Cómo? –dice CR5 con voz aguda y enlatada.



El hombre arrastra un gran cofre. Lo abre.



–Aquí tengo diferentes botones. Quiero que los cuidéis y desarrolléis. No todas las criaturas pueden tener los mismos. Al ser diferentes, vuestras capacidades también lo son. Os conozco, pieza a pieza, conexión a conexión, y no os daré más de lo que podáis desarrollar. Os serán útiles para vuestra misión. Cuando pase un tiempo os llamaré para que me digáis qué habéis hecho con lo que os he dado.



Se vuelve y saca cinco botones de un cofre.



–CR5, acércate. Estos son para ti.



Los pone en su pecho y se quedan pegados. Están imantados.



–¿Cinco? ¿No son muchos?



–No, tienes capacidad para ello. Confía en mí. Ven, acompáñame a la salida y te iré contando en qué consisten.



Están un rato hablando en la puerta hasta que se dan un fuerte abrazo.



–Gracias, intentaré hacerlo lo mejor posible –alcanzo a escuchar–. Hasta luego compañeros, ¡nos vemos pronto! –exclama agitando sus manos.



El creador vuelve a su lugar.



–CR2, acércate. Dada tu capacidad de ver y escuchar, te encargo el uso de estos dos botones



–explica mientras los coloca en la parte superior de su cuerpo ovalado–. Ven, pequeño, hablemos un momento.



Se dirigen a la puerta. Cuando se despiden noto algo raro en mí. Chispas. No, pequeños espasmos. ¿Estoy nervioso? No sabía que puedo experimentar emociones.



–CR1, aquí tengo tu botón.



Me acerco decepcionado.



–¿Qué ocurre?



–A mis compañeros les has dado más...



–No pienses en eso. Estás diseñado para desarrollar la función de este botón de forma óptima, no hay nadie mejor que tú para ello. Úsalo. Cuando vuelvas muéstrame los resultados.



Asiento. Cuando me coloca el botón siento un cosquilleo en cada punto de mi cuerpo. Me siento especial, diferente.



–¿Qué tal?



–¡Bien!



–Tu botón te ayudará a dar consuelo. Transmitirás tranquilidad. Aliviarás la aflicciones de los demás. Da abrazos. Deja que descansen en ti.



–¿Y dónde recargaré mi batería?



–Tienes un mapa almacenado para encontrar tu nueva casa donde tendrás lo necesario para poder vivir el tiempo que estés fuera de aquí. No te preocupes por nada.



Con estas palabras inicio mi viaje. Tras las puertas, montañas de metal y ladrillo forman caminos. Busco el mapa y activo el GPS. Después de un rato, un robot me adelanta y se para en frente mía.



–¡Eh! ¡Tú!



Parece un modelo bastante antiguo. Me recuerda a CR5, pero con la cabeza más alargada y



sin coletas. Algunas partes de su cuerpo están cubiertas por un material viscoso. Le cuesta mantenerse erguido. Le falta un ojo. Acerca el que le queda a mi botón sin disimulo.



–Qué botón más reluciente...



–Es para cumplir una misión...



–Ajá... Ya veo. La misión.



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–¿Tú también la tienes?



Se echa a reír con tanta fuerza que le produce sacudidas. Finalmente pierde el equilibrio y cae al suelo. Me agacho a ayudarlo.



–¡No me toques!



–Déjame que te ayude.



–A mí no me hace falta tu consuelo. ¡Hoy en día cada cual se basta con uno mismo! Esta es la respuesta que encontrarás si intentas usar esa cosa.



–¿Cómo sabes el funcionamiento de mi botón?



–¿Qué más da? Solo estate atento a mi consejo. Disfruta el tiempo que estés aquí, porque cuando seas llamado a la presencia de tu creador, morirás.



Retomo mi camino, quiero dejar atrás esta conversación. Pero, al llegar al apartamento que se me ha asignado, no puedo evitar que mi mente de circuitos y conexiones eléctricas vuelva a revivir una y otra vez las palabras del anticuado robot. Su consejo, como un virus, está invadiendo los principios con los que he sido programado. ¿Cómo me puede haber ocultado esa información mi programador?



Pasan los días. Al principio llevaba mi botón puesto pero, aunque en más de una ocasión lo he podido usar, siempre encuentro alguna excusa para evitar la acción de consuelo. Una vez trataron de robármelo, parece que en el mercado negro es un artículo muy cotizado. No lo utilizo, pero tampoco quiero perderlo. He tomado una decisión.



En mi salón, al lado del sofá, tengo una enorme maceta con un seto de plástico. Hago un boquete, pongo el botón dentro de una pequeña bolsa hermética y lo entierro. Nadie lo va a encontrar.



Pasan los días. Todo va bien, me he hecho amigo de un par de robots que conocen lugares interesantes para evadirnos de la realidad. Veo mundo y dedico el tiempo a buscar cosas que me hacen sentir bien. ¿Por qué consolar a los demás? Yo también soy importante.



A veces me encuentro con criaturas que llevan puestos sus botones. Entonces, soy yo el que me burlo de ellos. La verdad es que tengo envidia, ellos tienen un objetivo en la vida.



Tras varios años me llega un correo electrónico del laboratorio. El creador me cita a la mañana siguiente. Ha llegado la hora. Desentierro el botón y paso la noche mirándolo mientras pienso excusas.



Al día siguiente, cuando llego, mis compañeros están esperándome. 



–¿Dónde están tus botones? –pregunta CR5



–¡Ah! –no me he dado cuenta de que lo llevo en la mano–. Aquí, sólo tengo uno. Ya está. ¡Puesto!



Una puerta se abre, el creador entra. Su cara no refleja el paso de los años. Nos ponemos en la misma posición que la primera vez que estuvimos juntos.



–Ha llegado el momento. ¿Qué habéis hecho con lo que os di?



–Creador, cinco botones me diste –dice CR5–. Los usé como me indicaste. En mi camino pude llevar tu mensaje a otros robots y, no sé muy bien cómo, pero te traigo diez botones.



–Lo sé. Pasa por esa puerta, tengo algo especial preparado para ti.



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Se acerca a CR2.



–CR2, ¿me traes cuatro botones? Has usado bien los que te di, otros semejantes a ti volvieron a usar sus botones. Pasa por esa puerta, tengo algo especial para ti.



Es mi turno. Empiezo a procesar excusas.



–¿Qué te ocurre CR1?



–Yo... Verás... El mundo es difícil y los que me rodeaban eran de poca confianza. Entonces decidí guardar el botón para que nadie me lo robara. No he conseguido desarrollarlo, pero he podido mantenerlo a salvo. ¿Ves? Está como nuevo.



Veo su cara de decepción.



–Insensato. Te dije que lo usaras y que no te preocuparas, que todo estaría controlado –dice quitándome el botón.



–Pero, ¡yo no podía confiar en ti! –replico–. ¡Me habías ocultado información! Nunca dijiste que después de la misión íbamos a morir.



–¿Quién te dijo eso? Alguien sin botones ¿Verdad? ¿Y a cualquiera haces más caso que al que te creó? Jamás os creé para morir. Los que no se olviden de mí y desarrollen sus botones tendrán un cuerpo al que no le hará falta mantenimiento. Éstos se encuentra detrás esas puertas.



–¿Entonces qué pasará conmigo?



–No podrás pasar. Sabías lo que tenías que hacer y aunque te capacité para ello te volviste cómodo y te olvidaste de mí.



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Estoy en un cuarto en penumbra, junto a otros como yo. Todos con sus propias excusas y remordimientos. Los recuerdos de mi vida me atormentan, la locura y el dolor me acompañan cada segundo.



Queda poco, pronto me quedaré sin batería.



En breve habré muerto.



 



Mateo 25:14-30


 

 





 
 
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