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150 años de presbiterianismo en la capital mexicana (II): el núcleo inicial

Los 150 años de organización de la Iglesia Presbiteriana El Divino Salvador son una excelente oportunidad para revisar algunos criterios historiográficos que se han manejado para estudiar los inicios del protestantismo en México.

GINEBRA VIVA AUTOR 79/Leopoldo_CervantesOrtiz 10 DE MAYO DE 2024 09:15 h
Centro histórico de la Ciudad de México en el siglo XIX.

…por lo mismo siempre teníamos casa llena de masones y liberales que gustaban de pasar el rato oyendo los furiosos cargos que el Padre Palacios lanzaba contra los frailes.



Pero no queriendo ser Anglicanos íbamos a ser anarquistas, porque en nuestra congregación todos querían predicar; hombres y mujeres, billeteros y soldados, en fin, todos sin pensar en su carácter. Yo ya no estaba en mi elemento; ni sé dónde hubiera ido a parar, si Dios en adorable Providencia no manda a los primeros misioneros presbiterianos…1



Arcadio Morales E.



 



Una nueva mirada histórica



Los 150 años de organización de la Iglesia Presbiteriana El Divino Salvador son una excelente oportunidad para revisar algunos criterios historiográficos que se han manejado para estudiar los inicios del protestantismo en México. Hasta antes de los años 80 del siglo pasado prevaleció un enfoque biográfico, hagiográfico y de insistencia en el papel de los misioneros extranjeros. A partir de entonces, gracias a los trabajos del profesor Jean-Pierre Bastian, quien comenzando desde México aplicó su metodología para el resto de América Latina, fue posible acercarse a esa etapa de la historia de la región para encontrarse, por un lado, con el surgimiento endógeno, de grupos liberales y anticlericales que se sumaron a los esfuerzos de los gobiernos de la época por transformar el panorama religioso. Y por el otro, ante la necesidad de hablar de protestantismo en plural, dado que desde antes de la llegada de las iglesias misioneras existieron diversas posturas que podrían definirse como evangélicas o protestantes, especialmente ante los cambios legales que se aprobaron en México en 1857, 1859 y 1860, a fin de establecer la libertad de cultos.



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En Los disidentes. Sociedades protestantes y revolución en México, 1872-1911, su tesis doctoral en El Colegio de México, Bastian delineó el desarrollo de los movimientos que, progresivamente, aprovecharon el triunfo de los gobiernos liberales para abrir la puerta a nuevas expresiones cristianas e incluso esos gobiernos alentaron la creación de iglesias que compitieran con la iglesia católica, aunque no consiguieron formalizarse. Fue el caso de los llamados “padres constitucionalistas” cuyas reuniones comenzaron desde 1854 y avanzaron con la Constitución de 1857.2 Bastian refiere que el Ministro de Relaciones del gobierno de Benito Juárez, Melchor Ocampo, recibió la instrucción de gestionar con ese grupo la fundación de “una iglesia católica reformista independiente de Roma”.3 El 22 de febrero de 1861, Ocampo escribió a Rafael Díaz Martínez (y demás “padres constitucionalistas”) para nombrarlo “agente del gobierno para comenzar la reforma religiosa de la Iglesia Católica en México”.4 Asimismo, y ligados un tanto a este movimiento, existieron otros grupos en algunos estados de la República, como Tamaulipas, según lo documentó Abraham Téllez Aguilar.5



Bastian alcanzó a asomarse a la atmósfera religiosa de las reuniones de los primeros núcleos evangélicos, tal como lo corrobora este resumen de su ubicación y actividades al distinguir su división entre dos tipos de liderazgo antagónicos:



Estos últimos [los de corte laico y conducción democrática] se reunían en casas particulares o locales alquilados y celebraban ceremonias que se parecían más a actos masónicos y anticatólicos que a cultos religiosos. […] sólo asistían hombres a ellos y constituían tribunas masónicas anticatólicas en las que se leían discursos, no había himnos y tampoco se recolectaba dinero. Además, la primera congregación laica de la Ciudad de México, la de Sóstenes Juárez, intentó reclutar adeptos mediante el envío de invitaciones a “los liberales rojos”, como relata uno de sus miembros, el hilador de oro Arcadio Morales.6



La referencia de los “liberales rojos” procede directamente de un artículo de Morales fechado el 1 de noviembre de 1893 acerca de las características del culto no católico promovido por Juárez: “El modo de efectuarlo fue el siguiente: Juárez circuló entre algunos liberales rojos, una invitación para el primer culto evangélico, y a la hora de la cita, cada uno de los concurrentes creía que los otros eran los protestantes que inauguraban sus actos públicos, cuando en general todos eran extraños al objeto de la reunión, y sólo habían asistido por cortesía o por mera novedad”.7



De esos núcleos, ya no teledirigidos por el gobierno, aun cuando contaban con su simpatía esencial, se desprenderían los iniciadores de las denominaciones protestantes derivadas de las misiones anglosajonas; el caso de la Iglesia de Jesús que devendría en la Iglesia Episcopal es paradigmático. Bastian describe resumidamente cómo los líderes de las congregaciones autóctonas se integraron a las denominaciones: Juárez con el metodismo, Morales y Juan Amador (en Zacatecas) con los presbiterianos, Marcelino Guerrero con los metodistas del norte, Brígido Sepúlveda en el norte con los congregacionales, y Felipe de Jesús Pedroza también con ellos, con congregaciones que se formaron en Ahualulco de Mercado (adonde en marzo de 1874 hubo una masacre atroz) y Guadalajara, Jalisco.8 La excepción fue Agustín Palacios, el único exsacerdote, quien finalmente se integró al metodismo en 1878. La interacción con las misiones, en el caso de Morales y su congregación fue determinante para relanzar el proyecto eclesial que poco a poco se fue orientando hacia la forma presbiteriana de culto y de gobierno, en lo que fue un proceso lento y lleno de aprendizaje de esa tradición religiosa.



Después de Bastian, serían otros autores quienes mejor han delineado lo sucedido al interior de esos núcleos, puesto que allí comenzó a definirse el perfil plural de lo que sería el protestantismo mexicano. Uno de ellos es Carlos Martínez García, quien ha dedicado amplias páginas a indagar sobre lo sucedido al interior de esos núcleos y de cómo sus escisiones derivaron en el inicio de las iglesias protestantes.9 La interpretación tradicional, ejemplificada por Apolonio C. Vázquez (fallecido en 1942), entre varios más, no dejó de incluir esa etapa en la que aún no había claridad confesional, aunque sí un firme interés en desarrollar nuevas formas asociativas, litúrgicas y teológicas. Vázquez registra brevemente la participación de Morales en esos años iniciales.10



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El testimonio de Arcadio Morales



En diferentes momentos que fueron recogidos en sus artículos de la revista El Faro bajo el título “Datos para la historia”, Arcadio Morales hizo memoria del tiempo que pasó, entre 1869 y 1874, en el grupo dirigido por Juárez y Palacios. Sobre ambos se expresó de manera elogiosa, aun cuando no dejó de señalar los aspectos en los que no coincidió con ellos, al grado de que debió separarse para dar inicio a otro grupo que finalmente sería la Iglesia Presbiteriana El Divino Salvador. En el citado número de El Faro del 1 de noviembre de 1893, Morales describe con lujo de detalles el lugar de reunión de la sociedad que conoció a principios de 1869, la participación de Sóstenes Juárez, el tipo de culto y los horarios de las reuniones. Es posible apreciar la conciencia eclesiológica de Morales después de todos esos años: 



no existía en la capital otro templo que el de la calle de San José del Real, en la casa del Sr. Verduzco, quien había cedido para ese objeto sin recibir retribución alguna, un salón interior que pertenecía al convento de la Profesa. En ese templo que no tenía más ajuar que una tribuna en forma de pozuelo al frente, y unas cuantas sillas de morillo, oficiaba los Domingos a las once y los Martes a las siete, el Sr. Sóstenes Juárez. Este señor aparecía en el púlpito con su traje civil, y dirigía el culto con una liturgia especial que había formado tomando la idea, según él decía, de otra en francés que un ministro protestante que había venido con la Intervención francesa, le había proporcionado. El Sr. Juárez leía sus sermones, y generalmente tomaba sus asuntos del Nuevo Testamento. la congregación más grande era la de los Domingos; y el Jueves de la Semana Mayor, que era cuando se celebraba la Cena del Señor, el número de congregantes llegaría a 70 […]



Los Martes había libertad para que los congregantes dirigieran la palabra a la congregación […]



En esta congregación no había Escuela Dominical, ni se hacía profesión de fe. No había miembros, estaba organizada como una Sociedad evangélica, y no como una Iglesia, de manera que el Sr. Juárez era el presidente y también el orador oficial, pero nadie se apercibía de esto y por lo mismo todos estimábamos el lugar como un templo; la colectividad como una iglesia; los actos como un culto, y al que dirigía, como al ministro.11



En 1919, su mirada retrospectiva lo llevó también hacia esos días de su conocimiento inicial de la fe protestante:



El templo quedaba en el fondo de unos callejones tortuosos, oscuros, en el tercer piso de la casa mencionada. Al llegar al lugar yo sentía que me hundía; me parecía que se me paraban los cabellos, que me echaban agua fría; en verdad yo creía que los protestantes estarían reunidos en alguna caverna oscura y pavorosa; si hubiera sido solo, me hubiera vuelto de aquellos estrechos corredores, tal era el miedo que sentía. Pero me acompañaban el Sr. Luis Ortega, amigo mío y el Sr. Julián Rodríguez, que en paz goce, y que era el que se había empeñado en llevarnos a su culto. 



Por fin llegamos a la capilla, y ¡cuál no sería mi sorpresa al encontrarme en una sala casi hermosa, limpia y bien alumbrada, como que era nada menos que la Biblioteca de los Padres Filipinos, pues todo aquel edificio había pertenecido al Convento de los Jesuitas de la Profesa, que por virtud de las Leyes de Reforma había sido secularizado! Allí se hallaban reunidos como unos veinte individuos pertenecientes a la clase humilde del pueblo; campesinos y obreros todos; no había ni una sola señora, ni un niño; pero los hombres que se hallaban allí eran muy devotos y reverentes.12



Su reacción ante ese primer culto fue entusiasta y llena de sorpresa. “Al salir de la capilla pregunté al Sr. Rodríguez: —¿Éste es el culto protestante? —Sí, señor, me contestó. —¿Nada más? —Nada más; leer las Sagradas Escrituras, hacer oración y explicar sencillamente el Evangelio. Entonces, dije para mí, yo he sido protestante hace mucho tiempo”.13 En junio de 1906, Morales publicó un artículo con el fin de aclarar que Juárez fue el verdadero fundador del primer culto evangélico en la Ciudad de México, subrayando que la falta de algunos elementos litúrgicos “de formalismo o de ritual” que recordara el catolicismo “mostró a las claras, la clase de fundador que había tenido el trabajo evangélico” en la ciudad.14 Allí repitió lo expuesto en 1893 sobre las características del culto.



El retrato que hizo de Agustín Palacios (junto con quien rompió con la Iglesia de Jesús, como bien refiere Martínez García en una sección del nuevo libro, pp. 84-95) lo pinta de cuerpo entero: “…era un hombre de temperamento nervioso; profesaba un liberalismo exaltado; era un controversista incansable y terrible en contra del Romanismo, donde había sido cura. Sus prédicas estaban empapadas en una hiel de quinta esencia”.15 Finalmente, cuenta en sus memorias que lo visitó cuando éste había dejado toda labor eclesiástica, había sido abandonado por sus compañeros y ya no tenía su trabajo burocrático:



Le referí cómo Dios nos había conmovido hasta lo profundo, revistiéndonos de un poder desconocido; le supliqué que volviera al trabajo ministerial; leí las Sagradas Escrituras, oré con él, pero con poco o ningún resultado aparente. Volví a la Iglesia, hicimos intercesión especial por él, volví a visitarlo, me esforcé por convencerlo, pero no pude despertarlo enteramente. Por fin lo visité la última vez, alcanzando entonces un triunfo completo, solamente que no quiso unirse a la Iglesia Presbiteriana a la que había combatido duramente. Tal vez creyó que no le podríamos perdonar su osadía; pero se unió a la Iglesia Metodista y le consagró todas sus energías hasta la muerte.



Éste fue otro modo que Dios empleó para remediar esta crisis ministerial.16



Ante este panorama, salta a la vista lo que afirma Bastian en el prólogo del nuevo libro: “Arcadio Morales es uno de los actores centrales de este empeño por conservar la memoria de los inicios en sus múltiples escritos. Lo es por la longevidad de su existencia que lo llevó a vivir no sólo los inicios de la implantación protestante mexicana, sino también los años de la Revolución armada. […] Hacer surgir la raíz social, y no sólo religiosa de las rupturas ideológicas protestantes mexicanas, es un desafío que debe tomarse muy en serio”.17




 



Notas



1 A Morales, “Mi actuación, 1869-1919”, en El Faro, t. XXXIV, núm. 3, 17 de enero de 1919, p. 35.





2 Cf. Carlos Martínez García, “Los Padres Constitucionalistas reformistas”, en Manuel Aguas: de sacerdote católico a precursor del protestantismo en México (1868-1872). México, Papiro 52-Ediciones EliZabdi-Kabod Ediciones-Cenpromex-CTM-Seminario Nicanor F. Gómez, 2022, pp. 41-62; Ídem, “La construcción de la tolerancia religiosa en México”, en La Jornada, 15 de noviembre de 2023.





3 J.-P. Bastian, Los disidentes. Sociedades protestantes y revolución en México, 1872-1911. México, Fondo de Cultura Económica-El Colegio de México, 1989, p. 33.





4 Ídem. Cf. “Melchor Ocampo a Rafael Díaz Martínez”, México, 22 de febrero de 1861, en Archivo de la Iglesia Episcopal, Austin, Texas.





5 Abraham Téllez Aguilar, “Una iglesia cismática mexicana en el siglo XIX”, en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones Históricas, vol. 13, 1990, pp. 253-256Téllez Aguilar es autor de la tesis de licenciatura en Historia, Proceso de introducción del protestantismo en México desde la Independencia hasta 1884. Universidad Nacional Autónoma de México, 1989.





6 J.-P. Bastian, op. cit., p. 40. La referencia de esta cita es un artículo de A. Morales publicado en El Faro en septiembre de 1893.





7 A. Morales, “Datos para la historia. México”, en El Faro, t. IX, núm. 21, 1 de noviembre de 1893, pp. 165-166.





8 J.-P. Bastian, op. cit., p. 57.





9 Cf. C. Martínez García, “Sóstenes Juárez y los principios del protestantismo en México”, en Albores del protestantismo mexicano en el siglo XIX. México, CUPSA-Ediciones EliZabdi-Papiro 52-Seminario Nicanor F. Gómez-Xiadani-CTM-Iglesia Bautista Eben Ezer-Presbiterio Jesucristo es el Camino, 2021, pp. 59-94; Ídem, “Lugares de reuniones protestantes/evangélicas en la Ciudad de México”, en Navidad de 1873: apertura de la Iglesia Metodista La Santísima Trinidad en la Ciudad de México. Antecedentes y precursores. México, 2023, pp. 21-146.





10 A.C. Vázquez, “Iglesia ‘El Divino Salvador’, México, D.F.”, en Los que sembraron con lágrimas. Apuntes históricos del presbiterianismo en México. México, El Faro, 1985, pp. 128-132.





11 A. Morales, “Datos para la historia. México”, p. 165.





12 A. Morales, “Mi vocación, 1869-1919”, en El Faro, 3 de enero de 1919, p. 7.





13 Ídem.





14 A. Morales, “Asunto histórico”, en El Faro, t. XXII, núm. 11, 1 de junio de 1906, p. 97. Cf. C. Martínez García, “Sóstenes Juárez revisitado”, en Protestante Digital, 19 de abril de 2015.





15 A. Morales, “Mi actuación, 1869-1919”, en El Faro, t. XXXIV, núm. 3, 17 de enero de 1919, p. 35.





16 A. Morales, “Cómo Dios conjuró una crisis”, en El Faro, t. XXXIV, núm. 10, 7 de marzo de 1919, p. 148.





17 J.-P. Bastian, “Prólogo”, en C. Martínez-García y L. Cervantes-Ortiz, Arcadio Morales: precursosr del protestantismo mexicano, 1850-1922. México, Papiro 52-Kabod Ediciones-Ediciones Elizabdi-Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano-Comunión Mexicana de Iglesias Reformadas y Presbiterianas-Centro Basilea de Investigación y Apoyo-Comunidad Educación Teológica Ecuménica Latino-Americana y Caribeña, 2024, pp. 8, 9.



 




 



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