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La ética de Calvino ante algunas tendencias teológicas reduccionistas (III)

El mérito del trabajo de Dermange merece ser destacado, pues los cinco capítulos refieren a las obras calvinianas y trasladan la argumentación a situaciones históricas y al desarrollo del pensamiento reformado.

GINEBRA VIVA AUTOR 79/Leopoldo_CervantesOrtiz 23 DE FEBRERO DE 2024 16:05 h

Si el juicio no implica la condenación de todos en el día final es porque el Juez solo escucha su benevolencia, considerando como correctas vidas que no lo son […] La última palabra se deja siempre a la gracia. […] Sin contradecir el significado de la salvación, el juicio final aparece simplemente como un último momento de la verdad, donde cada uno se descubrirá tal como es.1



F. Dermange, La ética de Calvino



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La “soberanía de las esferas” en Calvino y los pensadores “reformacionales”



Gordon Spykman (1926-1993), autor de Teología reformacional. Un nuevo paradigma para hacer la dogmática (inglés, 1991; español, 1994), profesor del Calvin College entre 1959 y 1991, publicó en 1976 un extenso ensayo titulado “Sphere-sovereignity in Calvin and the Calvinist tradition” (“La soberanía de las esferas en Calvino y en la tradición calvinista”). Allí expone primeramente el tema con base en algunos teólogos y pensadores neocalvinistas para después dedicar el resto a los textos calvinianos. Al inicio, Spykman se plantea una pregunta que, entre muchas, podrían hacerse los promotores de la tendencia “reformacional” a fin de situar muchas de sus afirmaciones en los marcos precisos de la teología calviniana y reformada, amén de la concordancia que deberían tener con el mensaje bíblico:



El propósito central de este capítulo es explorar cuánto apoyo encuentra tal filosofía de vida en el pensamiento y la práctica del propio Calvino. ¿Es producto de una reflexión posterior de los neocalvinistas de los siglos XIX y XX? ¿O se puede rastrear hasta la obra del propio Calvino en el siglo XVI? ¿Es tal perspectiva de la vida una característica integral del calvinismo clásico, una distorsión, una adición, o un alejamiento del mismo? ¿Cuánto se puede rastrear desde Calvino, histórica y teológicamente, sobre la cuestión de la soberanía de las esferas?2



[photo_footer]Gordon Spykman.[/photo_footer]



La forma en que trabaja el tema, al poner por delante a los autores de origen holandés, es explicable dado su origen, pero en cuanto a su carácter un tanto propagandístico y podría decirse que hasta “apologético” del tema en cuestión, resulta discutible que se hable primero de ellos antes que del propio Calvino. Con todo, sus planteamientos introductorios son atendibles en la medida en que sitúa la discusión en el contexto de las teologías producidas en los siglos XVI, XIX y XX. Y lo hace de tres maneras:



Al investigar la soberanía de las esferas en Calvino, es posible, por un lado, afirmar demasiado. Por otro lado, también se puede decir muy poco. Tratando de evitar los enfoques extremos de estos dos, creo que se puede decir algo sustancial sobre el tema que nos ocupa. […]



Pero si vamos a estudiar a Calvino desde este punto de vista, es importante desde el principio asegurarnos de tener al menos una comprensión práctica de esta cuestión. Por lo tanto, en aras de una mayor claridad, expondré los contornos más básicos de una visión calvinista del mundo y de la vida estructurada según las líneas del principio de soberanía de las esferas.3



A continuación, establece su punto de partida básico, el que hoy es tan traído y llevado por los grupos “reformacionales”, es decir, el concepto de “cosmovisión”. Y lo plasma mediante una tesis que presidirá el resto de su texto: “La contribución más significativa de la tradición calvinista a la vida cristiana en nuestro mundo occidental ha sido el desarrollo de una visión del mundo y de la vida bíblicamente reformada”.4 Hay que agradecer a Spykman que no mencione en absoluto el concepto que ahora prevalece y que pretende abarcar todo lo que la teología reformada ha desarrollado durante siglos, muy señaladamente la llamada “filosofía cosmonómica”. Es muy bueno que se haya ceñido a la revisión teológica e histórica del tema anunciado. Esta lección podría ser retomada por los epígonos de lo “reformacional” en el ámbito de habla castellana, pues la argumentación pretendidamente filosófica difumina y hasta oscurece los postulados estrictamente bíblico-teológicos.



Ciertamente, explica Spykman, la idea de cosmovisión (palabra que traduce la alemana Weltanschauung) ha estado presente en la tradición teológica reformada, parte de la cual, restringida al ambiente estadounidense de origen holandés, es esbozada en las páginas siguientes. Debido a su extensión, resulta imposible resumir en estas líneas el contenido del ensayo citado, pero es posible advertir el esfuerzo dedicado por Spykman en su exposición sobre las aportaciones de Herman Dooyeweerd, Rienk Bouke Kuiper (1886-1966), Hendrik van Riessen (1920-2000), Clarence Bouma (1891-1962), Geerhardus Vos (1862-1949), Cornelis Veenhof (1902-1983), Louis Berkhof (1873-1957), Herman Bavinck (1854-1921) y, por supuesto, Abraham Kuyper, pues en ese orden los cita a fin de articular su argumentación. De entre ellos, solamente Berkhof ha servido como autor de cabecera (principalmente la Teología sistemática, 1932versión de Felipe Delgado Cortés, 1969, aunque también circulan otras obras suyas) desde los años 60 del siglo pasado en prácticamente todos los seminarios presbiterianos de América Latina. Kuyper ha sido escasamente leído en la región, pues lo más conocido son sus Conferencias sobre calvinismo, que muchos toman como base ineludible del pensamiento “reformacional”.



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Spykman reconoce más adelante que sus referencias dominantes (las de habla neerlandesa) son complementarias de un 



calvinismo internacional [que] ha demostrado un carácter muy cosmopolita, ajustándose a sí mismo a las diferentes situaciones en varios países y entre otros pueblos y culturas. Por lo tanto, ha manifestado una gran diversidad de perspectivas. Durante este periodo moderno también cayó repetidamente bajo la influencia de muchas perspectivas ajenas que surgieron tanto dentro como fuera de los círculos cristianos. Esto permite citar también a los calvinistas que estructuraron sus visiones del mundo y de la vida siguiendo líneas muy diferentes. Sin embargo, las voces del pasado antes mencionadas, y también otras, hicieron claramente de la soberanía de las esferas un principio operativo en su pensamiento y práctica, aunque con algunas variaciones en el énfasis debido a diferencias en la percepción, el entorno histórico-cultural y los problemas que encontraron.5



[photo_footer]Otra edición del libro de Calvino.[/photo_footer]



Precisamente eso es lo que se requiere hoy: conocer, abarcar y discutir otras perspectivas sobre éste y los demás temas en las diversas variantes de la tradición reformada. Porque de ahí surgió una pregunta crucial: “¿Cuánta continuidad hay en este punto entre Calvino y la tradición calvinista?”. Como se hace notar en la cita subrayada, este autor no deja de señalar algunas “desviaciones”, puntos de vista dudosos o malas influencias que ha recibido esta tradición. El ensayo de Spykman amerita un análisis minucioso para poner en diálogo las dos vertientes que él presentó a la expectativa de hacer otros estudios sobre las demás corrientes reformadas.



La perspectiva integradora de François Dermange



Los cinco capítulos de La ética de Calvino son un auténtico recorrido por el pensamiento teológico del reformador francés y, a la vez, una puesta al día sobre muchos de los temas que, por muy sabidos y trabajados, aparentemente ya están totalmente definidos. Como se ha dicho aquí, el primer capítulo se ocupa de la vida según la naturaleza, los dos siguientes de la soteriología (la vida según la gracia, la vida según el Espíritu), y los dos últimos de la economía y la política. La estructura es impecable, pues comienza con la vida natural del ser humano, enseguida plantea su relación con la acción divina de salvación y, finalmente, estudia dos aspectos fundamentales de la existencia social. 



Es ahí donde el mérito del trabajo de Dermange merece ser destacado, pues los cinco capítulos refieren a las obras calvinianas y trasladan la argumentación a situaciones históricas y al desarrollo del pensamiento reformado. Así, en el primer capítulo, que apunta directamente hacia la comprensión de la ley moral, demuestra cómo el reformador avizoró la necesidad de llevar sus ideas al terreno de la realidad: “Calvino sentó así las bases para una reforma completa del derecho que no emprendió, pero de la que podemos hacernos una idea a través de los escritos de François Hotman (1527-1590). Éste era uno de los mejores juristas de la época y había estado en estrecho contacto con Calvino. […] En un libro con un título evocador, El Antitriboniano (escrito en 1567, pero publicado hasta 1603), Hotman establece la agenda para una reforma legal genuina, que se basa en la ley moral” (p. 54).



En el segundo capítulo, referido a la actuación de la gracia en la vida humana, Dermange observa de entrada:



La intervención del Creador consiste, como lo hemos visto, en proteger la vida fijando límites a la violencia. La ley moral, y su adopción por parte de las instituciones políticas, tiene su importancia “según que Dios sepa si es conveniente para la preservación del mundo universal”, pero solo protege la vida con una “brida”. Ahora, para las criaturas, la equidad y la paz no son suficientes; están en busca de la realización y de la felicidad [Serm. Harm., CO, t. 46, col. 773, sobre Mt 5,1-4]. Calvino comparte así el presupuesto teleológico de las éticas antiguas. Todos desean ser felices y es en vistas de este objetivo que quieren hacer todo lo que sueñan. Así, se puede juzgar la rectitud o la falsedad de las acciones, según se acerquen o se alejen de este objetivo.



La pregunta central es, entonces, cómo ser capaz de definir el Bien o la Felicidad. (p. 75).



El autor sigue a Calvino en su análisis teológico-bíblico del comportamiento de aquellos que recibieron la ley como una guía para toda su existencia: “…el elegido quiere vivir con la misma justicia y bondad. Así, descubre el segundo grado de “sabiduría espiritual”: haber experimentado su gracia, querer regular su vida según la voluntad de Dios” [Inst. II, II, 13] (p. 92). Los estereotipos sobre la diferencia entre la ley y la gracia son echados por tierra con una atenta matización de la forma en que Dios las ha desplegado en la existencia de sus hijos e hijas y hasta la historia de la salvación puede ser vista de otra manera y el fundamento de la ética corre por otros rumbos: “Apartada por la Reforma de las cuestiones ligadas a la salvación, la ética es, como todo lo que el hombre construye por sí mismo, juzgada y condenada. Pero cuando la Ley viene a poner al ser humano en su lugar, cuando le hace ver su miseria y le obliga a admitir que solo merece más que la contradicción, es para hacerle comprender otra palabra, la que le vale para ser socorrido. Cada vez que Dios juzga, es para dar gracia” (p. 105, énfasis agregado).



En el tercer capítulo, “La vida según el espíritu”, Dermange desglosa los fundamentos espirituales de la ética basada en las acciones soteriológicas históricas de Dios y en su confrontación con las contradicciones humanas. Encuentra, en la continuidad de las dos alianzas, el gran avance hacia la ética puramente cristiana que se expresó grandiosamente en el Sermón del Monte: “Cristo no trajo ninguna otra regla de vida justa y santa más que la contenida en la Ley de Moisés, de modo que el amor perfecto de Dios y del prójimo incluye la perfección soberana de la justicia” [Com. NT, t. 1, p. 561, sobre Lv 10,26.] (p. 110). Asimismo, en su afán por mostrar el camino ético del discípulo cristiano, el reformador no duda en echar mano de otros recursos: “La dificultad del discípulo es la del hombre después de la caída; y, para entenderlo, Calvino no duda en retomar la antropología filosófica clásica. Levantando sus primeras advertencias, se refiere a lo que Platón y Aristóteles dicen sobre el alma” (p. 113). La justificación para aprovechar el uso de estos filósofos es clara: “Lo que ellos enseñan en este tema es verdad y no solamente es agradable de conocer, sino también útil y es bien asimilado por ellos, y yo no quisiera de ninguna manera desviar a aquellos que tienen el deseo de aprender” [Inst. I, XV, 6]” (Ídem).



En este capítulo se explica el nuevo significado de la Ley, así como la realidad del combate espiritual:



La situación es como la de un combate en el que el discípulo no está solo. Puede apoyarse en la Ley, tanto como doctrina y como exhortación, como en la ayuda del Espíritu, que le mostrará lo “superfluo” de todos sus apegos [Serm. Tm, CO, t. 53, col. 54, sobre 1 Tm 1, 8-11]. El discípulo también puede contar con el apoyo de la Iglesia, porque es todo un pueblo al que Dios llama. Además de predicar y de administrar los sacramentos, ella le mostrará cómo entrenarse. Aristóteles ha descrito, desde hace mucho tiempo, cómo la ética es un asunto de ejercicio y de educación, hasta que la virtud se vuelva una manera habitual de actuar, una segunda naturaleza. Lo mismo ocurre aquí. (p. 134)



El camino a seguir es doble: o se llevan a cabo “ejercicios espirituales” a la manera de cómo los transformó Ignacio de Loyola, aun cuando Calvino proponía que el discípulo “debe ejercitarse en la medida en que Dios lo ejercita [Inst. III, III, 10], porque la restauración de Dios exige tiempo” (p. 135, énfasis original). La otra vía es a través de “una reescritura del tratado sobre las virtudes, heredado de la filosofía antigua y de la Edad Media” (p. 139), a pesar de su desconfianza hacia las virtudes humanas. Para subsanar ese problema, escribió en 1539 el Traicté très excellent de la vie chrestienne (Tratado más excelente de la vida cristiana), publicado por separado en 1551 y repetido a lo largo de las sucesivas ediciones de la Institución (aparece en el libro III, caps. VI-X en la última edición de 1559), adonde presenta el programa espiritual de desarrollo personal: “El Traicté se dirige a los discípulos, es decir, a aquellos que primeramente fueron justificados y, luego, santificados; cuando Dios hizo penetrar en sus almas lo “eficaz” del Evangelio, que Él derramó “de su santidad” para que fueran a donde él los llama y que imprimió en sus corazones el amor a la justicia” [III, VI, 4] (p. 140). Seguir a la Escritura, para él, es mucho mejor que la filosofía: “…el Traicté quiere entonces volverse pedagógico. Sin ocultar el hecho de que el lenguaje de las virtudes está ausente en gran parte de las Escrituras, el reformador cree que ellas son la mejor manera de dar cuenta de su más ‘simple doctrina’” [II, VI, 2] (pp. 140-141).



Como Agustín antes que él, Calvino asumió las siete virtudes de Ambrosio de Milán, aunque no tuvieran base bíblica asociando “las cuatro virtudes cardinales tomadas de Platón y Aristóteles (la prudencia, la templanza, el valor y la justicia) con las tres virtudes teologales inspiradas por la primera carta a los Corintios (la fe, la esperanza y el amor)” (p. 141). Algunos aspectos de la ética de Aristóteles reaparecen aquí, pero Dermange subraya que Calvino “no puede seguir a Aristóteles hasta el final”. El perfil de la espiritualidad cristiana encaminada hacia la ética encuentra, por fin, su derrotero propio: “El proyecto mismo de la virtud ha perdido finalmente su sentido; solo cuenta el apego al Salvador y la alegría paradójica de gloriarse solo en él [Inst. III, VIII, 8]. El discípulo sabe que está unido a su maestro [Inst. III, VIII, 11; cf III, VIII, 8.], no solo a pesar del sufrimiento, sino a través de él [Inst. III, VIII, 1]. No espera otra consolación más que la “soberana consolación” para ser conforme a Cristo [Inst. III, VIII, 7]” (p. 147).



En este punto, Dermange hace una síntesis muy interesante ayudado por un cuadro:



La ética siempre es una respuesta al mandato de Dios. Pero, porque el ser humano es compartido, el mandamiento de Dios se enuncia como un llamado distinto del Creador, del Reconciliador y del Santificador. Se puede entonces considerar la ética desde tres ángulos que corresponden a los tres reinos del único Dios: el de la naturaleza, el de la gracia y el de la gloria. El joven Karl Barth tenía esta intuición: que la ética puede leerse de una manera ordenada [Ética, t. I, pp. 68-73]. […]



Se encuentran, así, en este cuadro trinitario, los elementos clásicos de la teología reformada: la secuencia de la vida natural, de la justificación y de la santificación, así como los tres usos de la Ley. Si forzáramos un poco más, al lado de Barth, se pudieran sobreponer en cada una de las tres columnas, las virtudes teologales —la fe, la esperanza y el amor—. Sin embargo, el rigor sistemático correría el riesgo de ocultar un punto esencial: puesto que el Creador, el Reconciliador y el Santificador son uno, la ética también es una sola; y este cuadro no dice si ella debe ser colocada como último recurso bajo la exigencia del juicio o de la gracia (pp. 150-151).





Con todo esto en mente, el autor acometerá la tarea de reexplorar dos territorios prácticos para la aplicación de la ética calviniana: la economía y la política, nada menos.



 



Notas




1 François Dermange, “Introducción”, en La ética de Calvino. Trad. de Luis Vázquez Buenfil. México, Comunión Mundial de Iglesias Reformadas-Comunión Mexicana de Iglesias Reformadas y Presbiterianas-Universidad de Ginebra-Labor et Fides-Casa Unida de Publicaciones, 2023, p. 160.





2 G. Spykman, “Sphere-Sovereignity in Calvin and the Calvinist Tradition”, en David E. Holwerda, ed., Exploring the heritage of John Calvin. Grand Rapids, Baker Book House, 1976, p. 163. Versión propia. Agradezco puntualmente a Rubén J. Arjona Mejía su invaluable ayuda para conseguir este texto.





3 Ibid., pp. 163, 164.





4 Ibid., p. 164.





5 Ibid., p. 185. Énfasis agregado.




 



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COMENTARIOS

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Alfredo
24/02/2024
16:27 h
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¿Alguien ha sido declarado justo sin haber sido simultaneamente santificado? "El que justifica al impío, y el que condena al justo, ambos son igualmente abominación al Señor." Prov. 17:15
 



 
 
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