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José Agustín, lector empedernido

Autor de una prolífica y muy provocadora obra que inició desde muy joven, fue considerado el mayor representante de la contracultura en México.

GINEBRA VIVA AUTOR 79/Leopoldo_CervantesOrtiz 19 DE ENERO DE 2024 11:11 h
José Agustín.

Yo leía por el puro gusto de leer. Y aunque sí comencé realmente por el principio del canon, por los clásicos griegos y latinos, después ya estaba leyendo a los existencialistas y mucho teatro contemporáneo, e iba pasando asociativamente de una cosa a otra. Por ejemplo, cuando estaba en quinto de primaria leí El muro, de Sartre, que me dejó paralizado y me metió muy fuerte en muchos intereses que serían básicos en mi vida… […] Igual al leer la Biblia me eché con lectura automática Levítico, Números, Deuteronomio y otros libros menos narrativos, filosóficos o poéticos.1



J.A.



Perteneciente a la “literatura de la onda”, membrete no necesariamente peyorativo que siempre rechazó, el escritor José Agustín [Ramírez] falleció el lunes 16 de enero a los 79 años luego de algunas semanas en que su familia anunció que se encontraba bastante mal de salud. Autor de una prolífica y muy provocadora obra que inició desde muy joven, fue considerado el mayor representante de la contracultura en México, al lado de otros autores como Gustavo Sáinz, Parménides García Saldaña, René Avilés Fabila y Gerardo de la Torre. Originario de Acapulco (aunque en realidad nació en Guadalajara), escribió La tumba (1964), su primera novela, siendo prácticamente un adolescente. Con ella dio inicio una de las carreras literarias más obsesivas y grandemente difundidas entre la gente joven. Con sus relatos y textos más amplios, José Agustín logró captar y dar voz a toda una generación que se encontraba reprimida y encorsetada en los moldes de la cultura adulta. Sus aficiones de lectura, musicales y, en general, reflejaron intensamente todo el sentir de la gente joven de los años 60 y 70 del siglo pasado. Muchos le reconocen no haberse convertido en el líder de un grupo o de una “mafia cultural”.



Luego de La tumba, los títulos de sus libros se sucedieron vertiginosamente hasta alcanzar un estatus de verdadero autor de culto. Novela: De perfil (1966), Abolición de la propiedad (1969), Se está haciendo tarde (final en laguna) (1973), El rey se acerca a su templo (1978), Ciudades desiertas (1982), Cerca del fuego (1986), La panza del Tepozteco (1992), Dos horas de sol (1994), Vida con mi viuda (2004). Cuento: Inventando que sueño (1968), La mirada en el centro (1977), Furor matutino (1984), No hay censura (1988), No pases esta puerta (1992), La miel derramada (1992). En 1995 apareció Cuentos completos. Entre sus textos autobiográficos están: Autobiografía (1966), El rock de la cárcel (1984) y Diario de brigadista. Cuba, 1961 (2010). Colaboró en el guion de El apando, película de Felipe Cazals basada en el relato de José Revueltas, de quien hizo una edición de la obra completa (1967) y publicó una antología extraordinaria: La palabra sagrada (1989).2 Incursionó también en el cine con Ya sé quién eres (te he estado observando) (1971, www.youtube.com/watch?v=a8uX2iqLbHg).



Practicante y teórico de la contracultura en todas sus manifestaciones, es autor de auténticos manifiestos y resúmenes que exponen sus contenidos y valores tal como fueron experimentados por él. La contracultura en México: la historia y el significado de los rebeldes sin causa, los jipitecas, los punks y las bandas (1996) es la gran suma de su visión al respecto. Sobre la música se cuentan: La nueva música clásica (1969), Los grandes discos de rock: 1951-1975 (2001), La ventana indiscreta: rock, cine y literatura (2004), La casa del sol naciente (de rock y otras rolas) (2006), que lo muestran como un profundo conocedor de todas las corrientes de su época. Tragicomedia mexicana: la vida en México de 1940 a 1994 (3 volúmenes: 1990, 1992, 1998) es un despiadado análisis histórico que anuncia la inminente caída del régimen político que dominó al país. Y es que Agustín siempre se consideró una persona de ideas progresistas, contestatarias y abiertamente libertarias, pues incluso estuvo preso.



Tal como lo señaló el poeta y periodista Hermann Bellinghausen en una enjundiosa nota:



Desde la otra orilla, para nada europeizada aunque él cosmopolitée sin pudor, José Agustín (Ramírez) suelta la lengua de los chavos y afloja la puntuación en un periodo efervescente, experimental, desmadroso, rebelde y peligroso. Tanto así, que uno de los protagonistas de este narrador tan natural que parece silvestre es el lenguaje. Tras De perfil cualquier palabra o palabreja resulta gozosamente literaria y se aviene al mejor retrato de quien habla. Troquela desde La tumba los incesantes monólogos joyceano-faulknerianos cargados de Miller y Kerouac, pronto con todo el rocanrol que en el mundo era y había sido.3



 



Érika Rosete, a su vez, en El País, afirmó:



Su literatura —que comenzó a publicar desde los 16 años— ha marcado en México un parteaguas que rompió con el canon literario de la época y que irrumpió con fuerza gracias al lenguaje coloquial, tradicional y desenfadado que dio identidad y lugar a miles de jóvenes mexicanos que por primera vez veían en la literatura nacional un espacio en el que se sentían representados. Su obra, que confluye con la cultura popular de la época, sonorizada por el rock y los autores que más le influenciaban, fue catalogada como parte de lo que luego él mismo trató de definir como la contracultura mexicana.4



 



Así continuarán todos estos días los balances relacionados con el trabajo de este autor multipremiado por el fuerte impacto que ha dejado en la cultura mexicana. Porque es verdad que se forjó en una sólida práctica de la lectura, acerca de la cual dio fe en múltiples entrevistas, especialmente al referirse a la influencia de J.D. Salinger, autor de El guardián entre el centeno (1951).5 Una de ellas, recogida por Juan Domingo Argüelles en 2005 (en los 40 años de La tumba) lo pinta de cuerpo entero como lo que fue, un verdadero sibarita de las letras, justamente de aquellas más afines a su talante explorador y renovador como pocos. Luego de una breve semblanza biobibliográfica, Domingo cita las cuatro hazañas de verdaderas de José Agustín, según Luis Humberto Crosthwaite: “Tumbó las barreras generacionales […]; eliminó las fronteras entre música y literatura; derribó los tabúes acerca de lo que podía tratarse en los beneméritos libros de literatura mexicana […]; resucitó la literatura […] y les dijo a quienes quisieran escuchar que en la creación literaria se tiene que arriesgar el pellejo… todo escritor se juega la vida en cada párrafo”.6



En una semblanza sobre su padre, en la revista Proceso, su hijo Agustín, Tino, “en un tono muy parecido al que escribía su progenitor”, señaló:



Pero don J. A. cambió las reglas en la forma de escribir en este país, las liberó de sus limitaciones arcaicas. Prevaleció sobre sus detractores y adversarios ponzoñosos, mientras los libros de José Agustín gozan de cabal salud y autoridad, y se siguen leyendo, gracias al gusto genuino del público conocedor, a la apreciación intrépida y decidida de los lectores de buen diente. Sus letras vivas se siguen añejando cual buen vino, permanecen como obras frescas, vitales, audaces y profundas, pues fueron escritas por un joven genial, que sigue habitando tras la gran piedra y el pasto. Con un pulso preciso, aunque esotérico y psicodélico, a veces oscuro y otras puro Jugo de sol, su obra tiene un brillo natural que se distingue desde la primera lectura, y se confirma cuando se le revisita, sin importar cuántos años pasen en volver a sus libros.7



 



Domingo Argüelles agrega que una virtud más de este autor fue que “revitalizó la amenidad de la experiencia de lectura, de modo tal que son muchos los que han empezado a leer y a aficionarse a los libros gracias a sus novelas y sus cuentos. Lector empedernido él mismo, si alguien ha hecho algo en México por la lectura, ése es José Agustín”. Para responder la tercera pregunta basada en las ideas de Armando Petrucci, literalmente se destapa y hace un recuento interminable de sus caóticas y sorprendentes lecturas. Por ahí desfilan, sin orden aparente, Sartre, Rimbaud, Baudelaire, Poe, Stekel, Fromm, Jung (de notorio impacto para él), Eluard, Breton, Scott Fitzgerald, Hemingway y, finalmente, la generación beat, primero los poetas, para desembocar en Kerouac y Burroughs (“me empezó a entrar una gran fascinación por la literatura estadounidense contemporánea”). Todo un periplo de décadas desglosado en pocas líneas que se amplían en las sucesivas respuestas que describen el enorme espectro de lecturas acumuladas, tal es el caso de las que ha imitado al seguir a Jung, como El Golem, de Gustav Meyrink. La manera en que confiesa cómo copió a Nabokov en La tumba es deliciosa y la mención que hizo de elpoemaseminal siempre será agradecida... Sus palabras son enriquecedoras:



Para mí, una de las cosas fundamentales de la lectura ha sido que ciertos libros se convierten verdaderamente en una experiencia vital, además de literaria y artística. […] estos libros, en algún momento, hacían que mi vida se redujera notablemente, pues lo único que cobraba vida era el libro mismo. Cuando los leía era como si yo me achicara y el libro de repente se llenara de luz y empezara a existir por sí mismo. Yo quedaba fascinado, sumergido enteramente en eso. […] Si no se cae en la pedantería, que es una forma bastante vulgar de ostentación, de nuevorriquismo, el que lee mucho, y bien, ciertamente adquiere un poder, no el Poder. Si lo sabe utilizar, perfecto.8



 



Por último, el novelista Francisco Prieto, quien podría muy bien ser visto como alguien en las antípodas de José Agustín ha escrito en estos días:



He admirado desde que lo leí y conocí a José Agustín. Empero, su narrativa me ha sido lejana, aunque no así su talante contestario que ha desplegado con autenticidad a lo largo de su existencia. Su narrativa y no pocas de sus inclinaciones: no me interesan el rock, el I Ching, los horóscopos ni los libros de Castaneda; valoro mucho más Freud que a Jung, a Dostoievski que a Tolstoi. […] En una nación [en la] que ha parasitado tantos años la doble moral, Agustín dio testimonio de independencia de criterio, de espíritu crítico, de no mendigar nada del poderoso, de cultivar la soledad y el compromiso con los suyos, lejos de frivolidades y cortesanías. Recuerdo su rostro radiante cuando en una aparición pública dijo que podía vivir de las regalías que le dejaban sus libros. […] Y debo decir otra cosa: he leído una buena parte sus libros hasta el final, libros donde es siempre el otro y el mismo, como suelen ser los verdaderos autores. […] Un gran escritor, una gran persona, un hombre que nunca se doblegó ante políticos ni empresarios, ¡un hombre libre! (Muro de Facebook).



 



Qué mejor manera de recordar a alguien que, como él, dedicó su vida a las letras, la lectura y la escritura, de un modo siempre gozoso y gratificante.



 



Notas



1 J. Domingo Argüelles, “José Agustín: la lectura beneficia incluso a los que no leen”, en Historia de lecturas y lectores. Los caminos de los que sí leen. México, Paidós, 2005 (Croma, 31), pp. 25-26, 34.



2 Cf. José Manuel Mateo, ed., Inagotable. Infinito. José Revueltas por José Agustín. México, UNAM, 2022. Se trata de 18 ensayos escritos a lo largo de 15 años.



3 H. Bellinghausen, “El escritor que cayó a la Tierra”, en La Jornada, 17 de enero de 2024, p. 5.



4 É. Rosete, “Muere José Agustín, el escritor que dio rostro e identidad a toda una generación en México”, en El País, 126 de enero de 2024.



5 Cf. David Linares Espinosa, El modelo del héroe en dos novelas de José Agustín de la década de 1960. Tesis de licenciatura en Lingüística y Literatura Hispánica, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2015.



6 J. Domingo Argüelles, op. cit., p. 23.



7 A. Ramírez Bermúdez, “José Agustín de perfil y de frente”, en Proceso, 30 de mayo de 2021.



8 Ibid., p. 32.


 

 


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