“La Navidad es un poema”: seis textos de Rubem Alves sobre el nacimiento de Jesús (I)

Navidad es una escena: en un establo un niñito acaba de nacer. Su madre lo colocó en un pesebre, un comedero para los animales. Las vacas mastican sin parar, rumiando. Se escucha un gallo que canta y los violines de los grillos, música suave… En medio de los animales todo es tranquilo.¹

R. Alves

[ads_google]div-gpt-ad-1623832500134-0[/ads_google]

Existe una profunda relación entre la celebración del nacimiento de Jesús de Nazaret y todo aquello relacionado con la niñez. La fe y la teología cristiana más abiertas y contextuales, respetuosas de una sana doctrina de la encarnación del Hijo de Dios en el mundo, han elaborado discursos y expresiones que, sin alcanzar necesariamente a las grandes masas de creyentes, contribuyen a articular esa relación de manera sólida y profunda. Lejos ya de afirmaciones marcadas por la centralidad de la mirada adulta, la teología del nacimiento de Jesús ha recogido muy bien las intuiciones poéticas y espirituales que abordan este tema desde una buena sensibilidad atenta a las afirmaciones bíblicas sobre la forma en que Dios se manifestó en el Niño de Belén.

Uno de los teólogos que captó con mayor afinidad lo acontecido en el pesebre de Judea mediante una fina percepción poético-teológica. Desde 1983, cuando su estilo de escritura viró definitivamente para ser invadido por la poesía, no dejó de indagar con cierta frecuencia en aquellos momentos fundadores de la fe cristiana mediante incisivas reflexiones que, aunque voluntariamente alejadas de la teología formal, contenían intuiciones transparentes y provocadoras. Progresivamente, con el paso de los años, sus textos sobre el nacimiento de Jesús fueron cada vez más iluminadores acerca de aspectos no tan socorridos ni ligados a los lugares comunes. Se revisarán aquí algunos de ellos.

“Navidad: hambre de Dios, hambre del ser humano”, publicado en la revista Tiempo y Presencia en 1982, recogido luego en El Padrenuestro (1987; español: 2007) es como el punto de partida de los demás textos. Alves comenzaba a explorar las posibilidades del lenguaje literario combinado con sus orientaciones teológicas, lo que hace que su escritura parezca un tanto tímida en esa etapa bastante experimental, en la que ya desplegó la renovación discursiva que lo caracterizará a partir de entonces. Allí, reflexiona:

Navidad: Dios hambriento. Hambriento de hombres y mujeres de carne y hueso.

¡Que nosotros tengamos hambre de Dios es comprensible!

Pero que Dios tenga hambre de nosotros y que su cuerpo se debilite y muera si no le fuere ofrecido el seno al niño, es una idea insólita que nos hace estremecer. Somos comida para el cuerpo de Dios…

Humanidad/madona/madre,

de cuyo vientre nace, en cuyo regazo se abandona

el Dios-Niño, con hambre…²

Su redefinición de la Navidad apunta hacia una lectura más humana del suceso y de su trascendencia:

Navidad:

celebración del hambre,

revelación de su belleza,

manifestación de su secreto,

anuncio de su promesa. […]

La Navidad habla del hambre de Dios, del Dios que tiene hambre, eternamente humano, encarnado, a la espera del alimento. Dios nos toma como su sacramento. […]

En la navidad, Dios proclama que el hambre es el sentido del universo. […]

Dios se hizo humano. Navidad. Comió nuestro cuerpo, bebió nuestra sangre…

De esa manera nos convertimos en cuerpo de Cristo.³

El texto concluye con una crítica a la fiesta contemporánea: “Navidad, convertida en celebración de la abundancia y prosperidad, los vientres prominentes, la grasa que corre por la comisura de los labios llenos, el vómito, protesta del cuerpo, la humillación de los pobres, que tienen hambre, que buscan las sobras, los restos…”.⁴

“Navidad es tiempo de contarse historias”, incluido en el primer volumen de Culto-Arte. Celebrando la vida (1999), recopilación de textos litúrgicos diversos autores, consta de dos relatos, el primero es sobre los magos que asistieron a Belén: “Dicen que eran reyes. No lo eran. Un rey que abandona el reino y sale a andar por los caminos del mundo siguiendo la luz de una estrella sería depuesto por los generales: había enloquecido. […] Eran astrólogos. Para la astrología los cielos son un espejo adonde los misterios de la tierra se resuelven”.⁵ La historia avanza y ellos llegan al establo como parte de una experiencia que les cambiaría la vida: “Bañado por la suave luz azul de la estrella, en medio de las vacas, burros y paja, se encontraba un bebecito. Ellos, entonces, fueron iluminados. No por la luz de la estrella sino por la del niño. Percibieron que su búsqueda había llegado al final. Lo que los adultos olvidaron y que la sabiduría busca los niños los saben. Ser sabio es ser niño. El universo es una cuna donde duerme un niño. Desde aquel día dejaron de mirar las estrellas y comenzaron a ver a los niños”.⁶ La otra historia es actual basada en la película 2001: odisea del espacio.

[ads_google]div-gpt-ad-1623832402041-0[/ads_google]

“El nacimiento”, publicado originalmente en el diario Correio Popular de Campinas en 2000, es el testimonio de la niñez protestante de Alves en la que, a diferencia de los católicos, se ponían árboles de Navidad. Eso le produjo una curiosa envidia: “…los árboles, por muy bonitos que fueran, no me emocionaban tanto como los nacimientos; una cabañita cubierta de follaje, María José, pastores, ovejas, vacas y burros mezclados con reyes, ángeles y estrellas en una pacífica fraternidad, contemplando a un niñito. La contemplación de un niñito tranquiliza al universo”.⁷ La reconstrucción del ambiente de la época descrita es formidable y envolvente al narrar cómo los niños y las niñas se las ingeniaban para fabricar su versión de la Navidad, vívida y cercana, con elementos dominados por la imaginación, la ingenuidad y el deseo de participar en ella directamente: “Si construíamos el nacimiento, era porque nos gustaba estar dentro de él. Éramos adoradores del niño, junto con los animales, las estrellas, los reyes y los pastores, sin importar que estuviéramos descalzos y tuviéramos la ropa sucia”.⁸

Revisitar esa escena para el viejo Rubem era motivo de tristeza y serenidad, es “una ausencia acogedora”, según sus palabras. Esa nostalgia lo llevó a citar el poema “Ausencia”, de Carlos Drummond de Andrade (1902-1987). El recuerdo despertaba en él una ausencia en su alma: “El nacimiento me hace recordar algo que tuve y perdí. […] Dentro de mí vive la ‘ausencia’ de un nacimiento”.⁹ A continuación se refiere a un texto de Octavio Paz que forma parte de El arco y la lira (1956) en donde el poeta mexicano describe la “experiencia mística” de pasar siempre por el mismo lugar y redescubrirlo cada vez como posible espacio de revelación de nuevas situaciones y emociones: “…las cosas banales de lo cotidiano se abren como puertas, y somos transportados a otro mundo”.

El nacimiento le provocaba esa sensación, pues al meditar sobre ella observa que a los niños no les interesa si el suceso es real o ficticio, dado que “escuchan la historia y se transportan a ella. Piden que se repita la misma historia, de la misma manera. No quieren explicaciones. No quieren interpretaciones. La belleza de la historia les basta. La belleza de la historia es alimento para su alma. Los teólogos… que se mantengan lejos del nacimiento. Sus palabras estorban”.¹⁰ Y es que la escena del nacimiento “exige la repetición” y Alves se remonta hasta su más remota niñez al recordar un cántico infantil: “Pequeña villa de Belén / reposa en tu dormir / mientras los astros refulgen en el cielo”. Eso lo llevó a recordar otras canciones: “Greensleeves”, “Noche de paz”, obviamente, y Adeste fideles (“Venid, fieles todos”). Sus palabras finales resultan luminosas en la evocación poético-espiritual del nacimiento de Jesús:

No hay nada más conmovedor que un niño dormido. Aquel que contempla a un niño dormido necesariamente se vuelve bueno, se hace manso. Un niño dormido no pide fiestas: pide silencio y tranquilidad.

El nacimiento hace que

quisiéramos volver allá, a ese lugar donde las cosas son siempre así, bañadas por una luz antiquísima y, al mismo tiempo, acabada de nacer. Nosotros también somos de allá. […] Estamos encantados… Adivinamos que somos de otro mundo [O. Paz].

Dentro de nosotros hay un nacimiento. En el pesebre duerme un niño. El nombre de ese niño es el nuestro. En nosotros duerme el Niño Dios.¹¹

Notas