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Francisco de Enzinas: las “novelas” sobre su vida y obra (II)

Lo novelesco, hay que destacarlo, aflora a cada paso de las andanzas del reformador.

GINEBRA VIVA AUTOR 79/Leopoldo_CervantesOrtiz 08 DE SEPTIEMBRE DE 2023 09:53 h
Imprentas antiguas en Amberes.

¿Cómo podría yo en esta hora, cuando estoy por la misericordia de Dios como en un puerto, lamentar mucho mis propias desventuras, o ponerlas antes que los males de la Iglesia, siendo que aun cuando estaba yo mismo atormentado por los embates de la tempestad, las soporté siempre con paciencia, y las he colocado siempre después de los males y peligros del público? Solo el cuidado de la iglesia de Cristo me ha tenido siempre apenado y preocupado, y no lo abandonaré jamás, mientras esta alma habite en este cuerpo mortal.1



F. de EnzinasMemorias



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Otras de las obras notables en donde se recoge de una manera prácticamente novelada la vida y obra de Francisco de Enzinas es la Historia de los heterodoxos españoles, de Marcelino Menéndez y Pelayo. En el capítulo V del tomo correspondiente a los Erasmistas y protestantes, etcétera, el gran polígrafo se ocupa detalladamente de Enzinas en tres secciones bien definidas: primeramente, en “Su patria, estudios, viaje a Witemberg y relaciones con Melanchton”; después, “Publicación del ‘Nuevo Testamento’. Prisión de Enzinas en Bruselas. Huye de la cárcel”; y finalmente, en “Enzinas en Witemberg. Escribe la historia de su persecución. Otras obras suyas. Su viaje a Inglaterra y relaciones con Crammer [sic]. Sus traducciones de clásicos. Su muerte”, alrededor de 14 páginas.2 Ya desde las secciones correspondientes a Juan de Díaz, Jaime de Enzinas, su hermano, y Francisco de San Román, la mención de Francisco era obligada, puesto que Díaz fue un amigo muy cercano y sus Anotaciones teológicas, “debieron parar en manos de Francisco”. Don Marcelino agrega:



El entusiasmo de sus correligionarios divulgó en multiplicadas copias su retrato y la Historia de su muerte. Corre ésta a nombre de Senarcleus, que como testigo presencial hubo (a lo menos) de facilitar las noticias; pero la redacción, el estilo, la parte literaria, fue de otro, según afirma Josías Simler []. Este otro, se inclinan a creer con buenas razones Wiffen y Usoz, que fue Francisco de Enzinas, el cual, de todas suertes, tuvo parte no secundaria en la edición, conforme resulta de sus cartas. A veces está diciendo el libro haber salido de la misma pluma, elegante, pero declamatoria, que escribió el De statu Belgicae con más retórica que verdadero sentimiento. La relación de la muerte de Juan Díaz tiene el mérito de la fidelidad estricta, dada que conviene punto por punto con la de Sepúlveda. Por lo demás, el tono es tan acre y violento como el que usó Enzinas en sus Anotaciones al Concilio Tridentino, y hay discusiones teológicas pesadas e insufribles, y el autor se aleja con frecuencia del principal asunto.3



[photo_footer]Marcelino Menéndez Pelayo.[/photo_footer]



Como bien ha recapitulado Jorge Bergua Cavero, Menéndez y Pelayo se basó en los apasionados trabajos de Luis de Usoz y Río, el protestante de finales del siglo XIX que acumuló una notable colección de obras de los reformadores españoles del XVI y cuya biblioteca personal, casi clandestina, a su fallecimiento pasó a formar de la Biblioteca Nacional de su país, y a quien también le dedicó una breve semblanza.4 Este autor cita a Menéndez y Pelayo, quien se planteó la pregunta sobre la manera en que Enzinas se hizo reformista y se responde, con su peculiar estilo y su reconocido sesgo apologético, luego de trazar ágilmente los orígenes y el carácter del personaje nacido en una familia noble y rica: “Entre los protestantes españoles del siglo XVI descuella Enzinas por su saber filológico, por el número y calidad de sus escritos y hasta por el rumor de escándalo que llevó tras sí en su azarosa vida, parte por su condición inquieta y arrojada, parte por las circunstancias de la época revuelta en que le tocó nacer. De su vida tenemos extensas noticias, porque él mismo escribió sus Memorias (caso raro en un escritor español), y porque aún existe su correspondencia con los principales reformistas”.5



La respuesta de Menéndez y Pelayo es como sigue: “Cómo llegó a hacerse protestante Francisco de Enzinas no es difícil de explicar. En la Universidad lovaniense, aunque rigurosamente católica, habían comenzado a extenderse los malos libros y las malas doctrinas de Alemania, y los estudiantes, como siempre acontece era de la oposición; leían los insanos libelos de Lutero y la teología de Melanchthon con el mismo fervor con que leen ahora todo género de libros positivistas y ateos”.6 Bergua Cavero califica esta explicación de “pintoresca”, aunque antes ha dicho que, en efecto, en Lovaina, adonde Enzinas llegó en junio de 1539, existió un círculo “evangélico” en el que se leía y comentaba “libremente a Lutero, a Calvino, a Melanchthon” y había un “ un interés grande por leer los textos bíblicos en sus fuentes originales”.7 En ese lugar hizo amistades firmes como la de Jan Laski, el reformador polaco.



De Lovaina, quizá descontento por la enseñanza católica, subraya Menéndez y Pelayo, Enzinas pasó a Wittenberg, con la recomendación de Laski, pasando antes por París y Frisia Oriental:



…en 27 de octubre de 1541 le encontramos ya matriculado en la Universidad de Witemberg, y hospedado en casa de Melanchton, por cuyo consejo hizo la traducción del Nuevo Testamento de su original griego a lengua castellana. Cuando hubo completado su obra a principios de 1543, volvió a los Países Bajos, con intento de publicarla. No es Enzinas el único español que por entonces cursó en Witemberg; en los registros de aquella Universidad suenan un Juan Ramírez, hispanus; un Fernando, de insula Canaria, una ex Fortunatis, y un Mateo Adriano, hispanus, profesor de lengua hebrea y de medicina, matriculado el último en 1520, y los otros en 1538, 39 y 41; protestantes, a no dudarlo, porque nadie que no lo fuera podía estudiar, en aquellos tiempos, en una escuela que era el principal foco de luteranismo y la residencia habitual de Lutero y Melanchton.8



Al salir de Wittenberg, inmediatamente comenzó a redactar sus Memorias, y cuando arreciaba la persecución contra los luteranos algunos amigos suyos “se apartaban de él porque venía de Alemania y manchado de herejía, aunque lo disimulaba; y los que en otro tiempo parecían pensar como él, ahora hacían mil protestas de fe católica y no querían en modo alguno comprometerse”.9 De vuelta en Lovaina, acometió la tarea de completar la traducción del Nuevo Testamento “sin arredrase por el peligro, cuando todavía humeaban las hogueras de cinco correligionarios suyos […] y se renovaban los edictos de Carlos V (de 1529 y 1531) prohibiendo los libros alemanes de teología, los himnos en lengua vulgar, los conventículos religiosos, el trato y familiaridad con los herejes, las predicaciones y enseñanzas de los laicos, las disputas sobre la Sagrada Escritura, y corría el rumor de que se iban a registrar las casas de los estudiantes, muchos de los cuales guardaban libros heterodoxos”.



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En ese contexto, observa Menéndez y Pelayo, “se atrevió Enzinas a presentar su Nuevo Testamento a la censura de los teólogos de Lovaina, después de haberlo consultado con muchos teólogos y helenistas españoles, hasta frailes, que aplaudieron y celebraron su intento. Y no es de extrañar, porque entonces andaban muy divididos los pareceres en la cuestión de si los Sagrados Libros deben o no ser traducidos en lengua vulgar, y muy buenos católicos se inclinaban a la afirmativa”.10



En la sección que sigue, don Marcelino se detiene ampliamente para contar los entretelones de la traducción del texto bíblico, desde las consultas que tuvo con los teólogos lovanienses “que no entendían el castellano, ni podían juzgar de la exactitud de la versión; pero que tenían por muy dudosa la utilidad de traducirse la Biblia en lenguas vulgares, puesto que de aquí habían nacido todas las herejías en Alemania y los Países Bajos, por ser un asidero para que la gente simple e idiota se diese a vanas interpretaciones y sueños, rechazando los Cánones y decretos de la Iglesia”.11 Pero dado que el emperador no había establecido prohibiciones, Enzinas buscó un impresor en Amberes, Esteban Meerdmann y con sus recursos comenzó la edición del libro, cuyo título original, El Nuevo Testamento, o la nueva alianza de nuestro Redemptor y solo Salvador, Jesucristo, debió modificar para sustituir las palabras alianza solo por causa de su resonancia luterana: “Y aunque Enzinas se resistía, sus parientes le rogaron que cambiase aquellas voces, y apoyó sus instancias un español amigo mío, hombre de edad y de autoridad, teólogo, sabio en las tres lenguas, el más docto de todos los españoles que yo conocía. Es condición de los tiempos agitados el que en ellos parezcan malsonantes y escandalosas frases que en tiempos de paz fueran inocentes”. El nuevo y definitivo título fue: El Nuevo Testamento de nuestro Redemptor y Salvador Jesu Christo.



Ya con el libro terminado, a fines de octubre de 1543 (como se lee en la penúltima página), Enzinas se encaminó a Bruselas para “ofrecer el primer ejemplar a Carlos V, que desde Cambray en 13 de noviembre de 1543, sabedor de que un Nuevo Testamento castellano se imprimía en Amberes, había dado orden de recogerle y no permitir la circulación de los ejemplares. El margrave de Amberes contestó que, examinada la traducción por algunos teólogos franciscanos, no parecía infiel ni sospechosa, y a lo sumo podían tacharse algunas notas marginales. Francisco pensó parar el golpe con su ida a Bruselas, adonde llegó el 23 de noviembre, el mismo día que el emperador”.12



A continuación, Menéndez y Pelayo entremezcla los juicios sobre la traducción y los acontecimientos que derivaron en el encarcelamiento de Enzinas, pocos días después de la entrega del volumen al emperador. Sus apreciaciones formales son muy dignas de atención, pues evidencian que la revisó minuciosamente a fin de apreciar sus virtudes:



La traducción de Enzinas ha sido juzgada con bastante elogio por Ricardo Simón. El intérprete sabía mucho griego, aunque algo le ciega su adhesión al texto de Erasmo. Las notas son breves, y versan en general sobre palabras de sentido ambiguo, o sobre pesos, medidas y monedas. Tuvo el buen gusto de no alterar en nada el estilo evangélico; dejando toda explicación para el margen, evita las perífrasis y es bastante literal, aunque hubiera hecho bien en notar con distinto carácter de letra los vocablos que suple. Conserva los términos escriba, penitencia, testamento, y los demás que un largo uso ha canonizado, digámoslo así, en la Iglesia de Occidente. A veces su literalidad pasa los límites de lo razonable, v. gr., cuando traduce el principio del Evangelio de San Juan: “En el principio era la palabra, y la palabra estaba con Dios, y Dios era la palabra”.



El lenguaje de la traducción es hermoso, como de aquel buen siglo; pero no está libre de galicismos, que se le habían pegado al traductor de la conversación con la gente del Brabante.13



El resto del relato está basado puntualmente en las Memorias de Enzinas, de modo que la glosa del autor de los Heterodoxos españoles reproduce al pie de la letra los recuerdos del humanista burgalés, no obstante lo cual, las incidencias son expuestas con gran detalles, hasta el momento en que Enzinas escapó de la cárcel y marchó de nueva cuenta hacia Wittenberg, en marzo de 1545. Lo novelesco, hay que destacarlo, aflora a cada paso de las andanzas del reformador, bien referidas por este historiador crítico y enemigo acérrimo de todo lo que oliese a protestantismo.



 



Notas




1 F. de Enzinas, Memorias. Historia del Estado de los Países Bajos, y de la religión de España. Tomo I. Trad. de Adam F. Sosa. Buenos Aires-México, Ediciones La Aurora-Casa Unida de Publicaciones, 1944 (Obras clásicas de la Reforma, VII), pp. 13-14.





2 M. Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles. Erasmistas y protestantes. Sectas místicas. Judaizantes y moriscos. Artes mágicas. México, Porrúa, 1982 (“Sepan cuantos…”, 370), pp. 127-140; www.larramendi.es/menendezpelayo/es/corpus/unidad.do?idUnidad=100727&idCorpus=1000&posicion=1.





3 Ibid., pp. 123-124.





4 J. Bergua Cavero, Francisco de Enzinas: un humanista reformado en la Europa de Carlos V. Madrid, Trotta, 2006 (Estructuras y procesos, Ciencias sociales), p. 26.





5 M. Menéndez y Pelayo, op. cit., p. 127-128.





6 Ibid., pp. 127-128.





7 J. Bergua Cavero, op. cit., p. 34.





8 M. Menéndez y Pelayo, op. cit., p. 128.





9 Ídem.





10 Ibid., p. 129.





11 Ídem.





12 Ídem.





13 Ibid., p. 130.



 

 


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