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Hermenéutica, convicción bíblica y ética en Paul Ricoeur: el asedio de Emmanuel Flores-Rojas

Dado su trasfondo protestante, son de particular interés los trabajos que dedicó a la hermenéutica bíblica, sobre todo en el área teórica, pero también mediante el análisis de textos bíblicos.

GINEBRA VIVA AUTOR 79/Leopoldo_CervantesOrtiz 25 DE AGOSTO DE 2023 09:58 h
Paul Ricoeur.

Presentación de El pensamiento de Paul Ricœur. Ecos de la hermenéutica bíblica en la propuesta ética. Barcelona, CLIE, 2022, Feria Internacional del Libro del Estado de México, Toluca, 25 de agosto, 2023



Yo siempre me moví, pues, entre estos dos polos: un polo bíblico y otro polo racional y crítico, una dualidad que, finalmente, se ha mantenido a lo largo de toda mi vida. […] Siempre he intentado —estableciendo una especie de doble juramento de fidelidad— no confundir estas dos esferas, y hacer justicia al permanente juego de fuerzas entre ambas desde una bipolaridad bien entendida. […] Si defiendo mis escritos filosóficos de la acusación de criptoteología, me guardo, con igual celo, de asignar a la fe bíblica una función criptofilosófica1



P.R.



 



Al decir que Ricœur es el pensador de lo religioso por excelencia, quiero decir que en cuanto a la cuestión del sentido de lo religioso es el más grande pensador de nuestro tiempo.2



Peter Kamp



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Leer a Paul Ricœur desde América Latina



El lugar de Paul Ricœur (1913-2005) en la historia de la filosofía y, especialmente de la hermenéutica, está más que probado y consolidado. En ese campo particular desarrolló una obra que dio continuidad, de alguna manera, a la obra de Friedrich Schleiermacher, Martin Heidegger y de Hans-Georg Gadamer, de quien fue contemporáneo. Dado su trasfondo protestante, son de particular interés los trabajos que dedicó a la hermenéutica bíblica, sobre todo en el área teórica, pero también mediante el análisis de textos bíblicos. En el ámbito protestante latinoamericano, tan dado a practicar algunos aspectos de la hermenéutica clásica, Ricœur ha tenido discípulos, entre los que destaca Beatriz Melano (1931-2004), quien estudió con él y además tradujo y difundió su obra. Otros acercamientos formales han sido los de Víctor Hernández Ramírez (1992) e Israel Flores Olmos (2015), con sendas tesis, de licenciatura en Teología la primera, y de doctorado en Filosofía la segunda.



Hoy, Emmanuel Flores-Rojas nos confronta con los ecos de la hermenéutica bíblica en la propuesta ética de Ricœur mediante una aventura intelectual que toma el pulso completo al filósofo francés y sale indemne, pero también sumamente enriquecido luego del proyecto inicial. Rastrear el elemento bíblico en esta obra oceánica, además de que amerita varias tesis más, implica bucear en las aguas profundas de uno de los mayores pensadores del siglo XX. Con la brújula filosófica bien afinada, en una mano, y con la perspicacia que produce una fe bien situada, los lectores/as somos llevados de la mano por Flores-Rojas en medio de los vericuetos intelectuales y espirituales de este filósofo protestante-reformado. Esta huella, precisamente, imperdible por lo que sugirieron otros escritores creyentes como Frédéric Hoffet y Carlos Monsiváis, lo hacen llegar hasta nosotros no como un filósofo cristiano empeñado en traslucir su convicción (palabra cara para él)3 sino en pensar plenamente sus temas sin menoscabo de ella y salir airoso del intento. Sus preguntas de base guían toda la investigación, de principio a fin: “1. ¿En qué medida la cultura bíblica de Paul Ricœur influyó en la formulación de su propuesta ética? 2. ¿Por qué el problema del mal es un desafío tanto para la filosofía como para la teología? 3. ¿Es posible una militancia religiosa sin comprometer esa “convicción” desde una “crítica” filosófica?”.4



Por lo anterior, la crítica y la convicción son sus consignas personales, intelectuales y espirituales que lo llevaron a una visión de la ética informada por un trabajo filosófico impecable y una “fe bíblica más nutrida de exégesis que de teología”,5 como atinadamente expresó para resumir su postura en un momento de determinado de su evolución. En América Latina se siguió con cierta extrañeza la labor intelectual de Ricœur, pero siempre con un dejo de admiración profunda por la manera en que abordó todos los temas de su pensamiento. Enrique D. Dussel, alumno suyo, es un ejemplo de ello. Su testimonio es elocuente: “Cuando en 1961, […] comencé mis estudios en Francia, La symbolique du mal fue la primera obra que medité profundamente. Se transformó en el fundamento mismo de mi proyecto filosófico latinoamericano”.6



Pero la gran promotora de su obra fue, sin duda, Beatriz Melano, alumna suya en Francia, también discípula de Jorge Luis Borges, primera doctora en teología de filiación protestante en la región, quien en Hermenéutica metódica (1983) y en otros textos dio fe de la asimilación del trabajo del maestro,7 con la mente siempre puesta en la hermenéutica como labor interpretativa de la Biblia, la teología y, por supuesto, la literatura. Del interés por Ricœur también hay que destacar las más de 25 tesis sobre él desarrolladas en la UNAM (una de ellas del poeta Eduardo Casar), otras tantas en la UAEMéx y varios volúmenes de la Universidad Iberoamericana.



Un paseo por su vida y obra



El volumen que hoy nos reúne sigue la pista del filósofo protestante francés en el espíritu con que éste la desarrolló mediante una problematización constante de los grandes temas que le interesaron. Prácticamente a cada paso que dio Ricœur su obra lo acompañó de manera existencial y académica. Flores-Rojas tomó la estafeta ricœuriana y nos presenta, de manera abrumadora, en cinco capítulos densos y consistentes la comprensión que ha logrado de esta obra oceánica, diversa y proteica, que convoca a hacerse a la mar en una travesía que rinde brandes dividendos. Iniciando con los “Puntos de partida de un itinerario filosófico”, en donde reconstruye los grandes momentos formativos de Ricœur, su impronta, la recepción de su herencia protestante, que marcó definitivamente todo lo que hizo y reflexionó, la huella de sus maestros (Dalbiez, Marcel, Jaspers, Nabert y, por supuesto Husserl, sin olvidar sus afinidades electivas con Mounier) y el diálogo intenso con Heidegger y Gadamer (gracias a su papel en el gran giro lingüístico del pensamiento occidental). de Mounier, cristiano como él, retomó un aspecto crucial para su vida y su proyecto: gracias a él “aprendí a articular las convicciones espirituales con las tomas de posición políticas que hasta entonces se habían yuxtapuesto a mis estudios universitarios y a mi compromiso con los movimientos juveniles protestantes”.8



[photo_footer]Portada del libro de Emmanuel Flores Rojas.[/photo_footer]



Al abordar al “filósofo debutante” en el segundo capítulo, es posible apreciar la orientación que comenzó a derivar en el desarrollo de los grandes temas ricœurianos en los que, invariablemente, hay un trazo bíblico, como en este caso, en la construcción de las ideas sobre la voluntad, lo voluntario e involuntario. Destaca notablemente la figura de San Pablo (), además de Merleau-Ponty, así como su diálogo con la teología bíblica y dogmática, además de su deuda con la teología protestante.



El siguiente capítulo se ocupa la hermenéutica filosófica y la exégesis bíblica, verdadero centro estructural de toda la tesis, y describe la forma en que su familiaridad con el ámbito protestante, que incluso lo llevó a ser predicador laico ocasional, lo llevó al contacto directo con la exégesis bíblico para convertirlo en un militante protestante “de altura”, justamente aquel que todo agente de pastoral desearía tener en su parroquia. En este contexto, Flores-Rojas expone la “procesión hermenéutica” del filósofo: desde “el símbolo da que pensar” (que explora prácticamente hasta el agotamiento) hasta la “interpretación de sí frente al texto” (base de toda una teoría filosófica sobre la lectura y la apropiación del ser a través de los textos), pasando por el inevitable encuentro con Freud en Una interpretación de la cultura. Todo eso le da pie para hablar de la necesaria “complementariedad entre hermenéutica filosófica y exégesis bíblica”, eje alrededor del cual Ricœur edificó casi toda su obra.



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En el capítulo sobre “el mal como desafío a la filosofía y a la teología”, por igual, el autor nos lleva de la mano al descubrimiento del mismo “como drama de la libertad” y en donde, como bien podía preverse desde una visión protestante ilustrada (que en el caso de Ricœur no podía ser de otra manera), se aborda la oposición, filosófica y obligadamente teológica (gracias, principalmente a Lutero, Erasmo, con un claro toque calviniano), entre libre albedrío y siervo-arbitrio, vocabulario teológico que se debate en las aguas frías del pensamiento. La discusión sobre el “pecado original” es ardua y fascinante, y Ricœur lo tomó como una auténtica “cruzada filosófica” a fin de desmontar desde sus raíces “gnósticas” el “falso saber” que representa, además de exhibir su origen escolástico, en el sentido de que es una abstracción difícilmente sostenible desde las evidencias bíblicas.



Finalmente, el último capítulo funciona como un muestrario del trabajo ricœuriano práctico sobre la hermenéutica bíblica y la ética, en donde se plantean cuatro enfoques propios del filósofo francés: el ser humano no-violento en la historia, la llamada “regla de oro” y la “economía del don”, la “pequeña ética” en Sí mismo como otro, y el diálogo fecundo entre filosofía y teología en esa pequeña joya que es Amor y justicia. La revisión de la violencia, partiendo incluso desde la palabra como instrumento, la acción punitiva del Estado y el problema de la guerra, por un lado, la exigencia del amor incondicional y transgresor (basado en las Bienaventuranzas mateanas) y la grandeza del don divino, además de la “pequeña ética” esbozada en esa obra fundamental, Sí mismo como otro (la ética vista como el “deseo de vivir bien con y por los demás en instituciones justas”9). Ricœur establece un magno dispositivo teológico-filosófico para exponer a cabalidad las dimensiones de la “economía del don” partiendo de su enunciación originalmente paulina:



Esta noción de una economía de la sobreabundancia nos permite volver al problema del mal. A partir de ella, puede sostenerse un discurso religioso o teológico sobre el mal. La ética dijo todo sobre el mal al designarlo como: (1) una obra de la libertad, (2) una subversión de la relación de la máxima con la ley, (3) una disposición insondable de la libertad que hace que esta no esté disponible para sí misma”.10 [En efecto,] la economía del don desborda a la ética por todas partes. Todo un abanico de significaciones confiere una articulación específica a esta economía del don.11



El autor cierra el círculo con una proyección de la utilidad general del volumen para diversas comunidades, en especial las protestantes, público obligado para conocer en profundidad esta labor sin par.



Los grandes temas ricœurianos



Flores-Rojas llevó a cabo en su libro un reentramado permanente de los temas, conceptos e ideas que Ricœur manejó como piezas maestras de un gran rompecabezas que se fue desarrollando a medida que iba construyendo los diferentes segmentos que componen su “sistema”. El despliegue estructural, temático y conceptual que realiza le hace justicia a su modelo y autor al dar seguimiento al proyecto que colocó en el centro lo que más le interesa y que se enuncia desde el título: los ecos de la hermenéutica bíblica, omnipresente en la propuesta ética de Ricœur. El seguimiento expresivo y vital del pensador francés lleva a Rojas-Flores a glosarlo, desglosarlo y ampliarlo mediante una nueva propuesta de lectura y comprensión que puede abrumar (algo que él mismo reconoce), pero que pretende sacar a la luz las bondades del autor estudiado con tanta pasión. 



La importancia insoslayable de su educación protestante (“el protestantismo reformado es para Ricœur una forma de existir y, ¿por qué no?, también un modo de hacer filosofía”12), así como de los años que pasó encarcelado (traduciendoarqueológicamente las Ideas fenomenológicasde Husserl), además de la fuerte impronta de la mejor teología de su tiempo (y de los intensos diálogos que sostuvo con ella, especialmente con Karl Barth (el tema del mal como nada), pero sin olvidar a Rudolf Bultmann en su triple faceta, Paul Tillich (a quien sustituyó en la Universidad de Chicago), Hans Küng, Jürgen Moltmann (su recuperación de la escatología) y Enrique Dussel, todo ello aparece en este panorama minucioso. Ricœur, de raíces inocultablemente protestantes (y hubo quien lo vio, asombrado, “en su salsa protestante”, como comulgante y militante laico en su comunidad de fe) y que enseña a sus lectores a volverse un poco como él, riesgosamente…:



Podemos indicarlas sin ánimo confiscatorio ni apologético. Primero, porque jamás ocultó este origen ni la solidaridad que a su entender implica; simplemente, le interesó mucho señalar, y con toda legitimidad, que él era y quería ser filósofo, no teólogo o especialista en el dogma. Segundo, porque mencionar aquí raíces protestantes no significa mentar alguna superioridad, sino situar una coyuntura histórica, con sus puntos fuertes, sin duda, pero sabiendo también que todo punto fuerte puede tener sus contracaras específicas. Paul Ricœur me resulta, en efecto, típicamente protestante por su manera de inscribir la cuestión del mal en un lugar que para el hombre será originario. Esta decisión obliga —también de manera típicamente protestante— a cortar desde el principio con cualquier perspectiva unificadora que —sin ruptura originaria y en un nivel directamente racional— se apresure a hablar de cosmología cristiana (y sus derivados posibles: antropología cristiana, ética y política cristianas, etcétera).13



Su primera publicación (1935) fue un llamado a la acción desde su visión de estudiante protestante. La falibilidad, la necesidad de sufrir para aprender, la preocupación por la libertad, el peso efectivo de lo voluntario y lo involuntario (siempre con San Pablo rondando y acechando14), su triple pertenencia filosófica (reflexiva, fenomenológica, hermenéutica [situación-comprensión-interpretación, en la escuela de Wilhelm Dilthey y Friedrich Schleiermacher]), la teoría del “distanciamiento” (¡“el texto es el paradigma del distanciamiento”!15), su capacidad para esbozar toda una teoría de la lectura (“convertirse en lector de sí mismo”:16 leer y ser leído) y una concomitante y verdadera “teología de la palabra” (“…como oyente de la predicación cristiana, creo que la palabra puede cambiar el ‘corazón’, es decir, el centro del que brotan nuestras preferencias —y nuestras toma de posición—”17), su reinterpretación del “círculo hermenéutico”, una “filosofía sin absoluto” (“la cuestión de la relación conflictiva-consensual entre mi filosofía sin absoluto y mi fe bíblica más nutrida de exégesis que de teología18), Calvino y las confesiones de fe reformadas, su rechazo irrestricto y sumamente trabajado del “pecado original”, la “procesión hermenéutica” en tres etapas (“Ahora bien, me mantengo en la posición de oyente de la predicación cristiana apoyándome en cierta presuposición. Supongo que esta palabra es sensata, que vale la pena sondearla y que su examen puede acompañar la transferencia del texto a la vida, donde dicha palabra se verificará globalmente”.19), sus referencias a Marcel Proust, los géneros literarios de la Biblia, “el símbolo da que pensar”, la equivocidad y la polifonía, la complementariedad entre hermenéutica filosófica y exégesis bíblica (Génesis, Job el Déutero-Isaías…), la enorme problemática teológico-filosófica que plantea el mal como “drama de la libertad” (Rüdiger Safranski) y los niveles cinco niveles de especulación (el último, la dialéctica “fracturada” barthiana), sin olvidar la teodicea, y el dilema del gnosticismo incrustado en la fe cristiana. Eso y mucho más atraviesa estas páginas como en una pantalla veloz que alucina y produce deslumbramiento y afición duradera.



El enfoque ricœuriano de lo práctico en lo político (como ejemplo de la acción) es resumido muy bien por Flores-Rojas:



…para Ricœur toda ética debe culminar en la política, pasando por lo jurídico y lo social, la ética atañe como condición indispensable para la existencia de la polis, ya que la ciudad —y sus instituciones— encuentran su sustento en la ética. La filosofía ricœuriana enfatiza que la ética debe fundar lo político. […]



Cuando Ricœur trata de justificar cuál es la contribución del lenguaje a la filosofía de la acción, dice que el filósofo tiene la tentación de contestar apresuradamente que “la filosofía de la acción es la ética”.20



Las interrogantes van puntuando la reflexión incansablemente y la cuestionan progresivamente desde el interior de la obra analizada, recuperando los conceptos utilizados, y ellas esbozan algunas conclusiones provisionales: “Desde el ‘hombre falible’ propuesto en Finitud y culpabilidad Paul Ricœur ha llegado al ‘hombre capaz’ en Sí mismo como otro.¿Cómo ha logrado transitar desde una antropología de la labilidad humana a otra de la capacidad humana? ¿Por qué es tan importante para la filosofía ricœuriana el tema de la acción? ¿Qué hace que Ricœur insista tanto en hablar del hombre que actúa y que sufre? ¿Se puede encontrar un hilo conductor a través de este peculiar tránsito?”.21



Amor y justicia (una suerte de continuación de Lo justo) es un libro sui generis, pues, más allá de su origen, allí “…se señala la relación dialéctica que a su entender se da en entre ‘amor y justicia’, y vinculado a este tema, está también el de la desproporción entre ambos vocablos. Así, hay que ‘tomar como guía un pensamiento que medita la dialéctica entre amor y justicia. Por dialéctica —dice Ricœur— entiendo aquí, de una parte, el reconocimiento de desproporción inicial entre los dos términos y, de la otra, la búsqueda de las mediaciones prácticas entre los dos extremos —mediaciones, digámoslo de inmediato, siempre frágiles y provisionales”.22 Además, hace la distinción entre la “práctica social de la justicia” y la “práctica judicial”, explicitada en el libro anterior. Para él, se ha prestado poca atención poca atención prestada “al plano jurídico de ‘lo justo’” lo que “ha causado un detrimento también en los otros dos aspectos que han sido exaltados en la filosofía política y en la ética. Por ejemplo, lo justo analizado desde el ámbito político tiene que vérselas desde el principio con la violencia estatal, ya que el Estado surge y se mantiene a través de la violencia; lo que es más, violencia y Estado se condicionan”.23 Ricœur, subraya el autor, “no ha dejado de señalar que toda gran filosofía debe reflexionar sobre lo político en un ejercicio interminable de autocomprensión, cuanto más también toda antropología filosófica debe hacerlo, por la misma causa”,24 en lo que se ha seguido puntualmente el ejemplo de los griegos. La política se engarza con la ética, inevitablemente, por lo que algunas preguntas obligadas son, desde nuestra coyuntura: “¿Hasta dónde es ético que un Estado que castiga el homicidio, se vuelva él mismo asesino pasivo y/o activo de sus ciudadanos? ¿Cómo puede legitimarse la violencia económica que un Estado ‘democrático’ ejerce contra su pueblo a través de políticas financieras suicidas como las del capitalismo neoliberal?”.25



Acaso el título de una de sus últimas obras (escrita al alimón con André LaCocque) resuma buena parte del esfuerzo analítico ricœuriano (y el de Flores-Rojas también): Pensar bíblicamente, traducción más adecuada que Pensar la Biblia, pues, tal como lo demuestra esta obsesiva investigación, el pensador francés logró traducir filosóficamente el inmenso trasfondo bíblico y, por ende, el bagaje teológico que sustenta los hilos de sus ideas y convicciones.



Cerramos con las palabras del autor, todo un testimonio marcado por el acercamiento a esta obra monumental: “Así que de la mano de mi admirado maestro Ricœur pude recorrer la ‘vía larga’ que tanto ejercitó él, lo que me permitió conocer de primera mano, y desde sus más lejanos e incipientes orígenes, la hermenéutica ontológica ricœuriana y su estrecho vínculo con la ética. Lo que para algunos puede ser paja desechable o tamo que se lleva el viento, no lo fue para mí, porque al trillar lenta y consistentemente los granos preciosos que coseché en mi lectura y análisis de la filosofía de Ricœur, no solo me cultivé como estudiante de filosofía, sino que pude conservar aquello que a mi entender contribuye ‘integralmente’ a una mejor comprensión de la extensa obra filosófica, exegética y teológica del pensador francés”.26




 



Notas



1 P. Ricœur, Crítica y convicción. Entrevista con François Azouvi y Marc Launay. Madrid, Síntesis, 1995, p. 16cit. por E. Flores-Rojas, El pensamiento de Paul Ricœur. Ecos de la hermenéutica bíblica en la propuesta ética. Barcelona, CLIE, 2022, p. 127. P. Ricœur, Sí mismo como otro. México, Siglo XXI Editores, 2011, p. XXXVIII.





2 P. Kamp, Sabiduría práctica de Paul Ricœur. Ocho estudios. México, Fontamara, 2011, p. 107, cit. por E. Flores-Rojas, op. cit., p. 440.





3 Cf. Marie-France Beguè, “El rol de la convicción en la sabiduría práctica de Paul Ricœur”, en Cuadernos de Ética, núm. 17-18, p. 46: “La categoría de la convicción es una de las categorías básicas de la ‘poética testimonial’ ricœuriana. Ella articula la adhesión a una verdad con la adhesión práctica, es decir, con la práctica que, al apropiarse de esa verdad, hace que la acción se vuelva testimonio” (Énfasis agregado).





4 E. Flores-Rojas, op. cit., p.27.





5 P. Ricœur, Autobiografía intelectual. Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1997, p. 84.





6 E. Dussel, “Hermenéutica y liberación. De la ‘fenomenología hermenéutica’ a una ‘filosofía de la liberación’ (Diálogo con Ricœur)”, en E. Dussel, ed., Apel, Ricœur, Rorty y la filosofía de la liberación (con respuestas de Karl-Otto Apel y Paul Ricœur). Universidad de Guadalajara, 1993, pp. 139, 143.





7 Cf. P. Ricœur et al., Del existencialismo a la filosofía del lenguaje. Buenos Aires, Docencia, 1983.





8 P. Ricœur, Autobiografía intelectual, p. 20.





9 P. Ricœur, Autobiografía intelectual, p. 82.





10 P. Ricœur, “Culpabilidad, ética y religión”, en El conflicto de las interpretaciones. Ensayos de hermenéutica. Buenos Aires, fce, Aires, 2003, p. 394.





11 P. Ricœur, “Amor y justicia”, en Amor y justicia. México, Siglo XXI Editores, 2009, p. 35. Énfasis agregado.





12 E. Flores-Rojas, op. cit., p. 62.





13 P. Gisel, “Prólogo” en P. Ricœur, El mal. Un desafío a la filosofía y a la teología. Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2007, pp. 9-10.





14 E. Flores-Rojas, op. cit., pp. 166-168.





15 Ibid., p. 147.





16 Ibid., p. 149.





17 P. Ricœur, “Prefacio a la primera edición (1955)”, en Historia y verdad. Buenos Aires, fce, 2015, p. 13.





18 P. Ricœur, Autobiografía intelectual, p. 84. Énfasis agregado.





19 P. Ricœur, “Nombrar a Dios”, en Fe y filosofía. Problemas del lenguaje religioso. Buenos Aires, Prometeo Libros, 2008, p. 87. Cf. E. Flores-Rojas, op. cit., p. 220.





20 E. Flores-Rojas, op. cit., pp. 419, 421-422.





21 Ibid., p. 423.





22 Ibid., p. 430. La cita proviene de P. Ricœur, Amor y justicia, 2009, p. 15.





23 Ibid., p. 433.





24 Ibid., p. 434.





25 Ídem.





26 Ibid., pp. 441-442.



 

 


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