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Francisco de Enzinas, traductor de Lutero y de Calvino (III)

Enzinas acepta abiertamente la doctrina de la justificación por la fe, a la que veía como la clave de la religión cristiana.

GINEBRA VIVA AUTOR 79/Leopoldo_CervantesOrtiz 04 DE AGOSTO DE 2023 12:42 h
Amberes, ciudad donde se editó el catecismo de Calvino por Francisco de Enzinas./ [link]Reaktiva[/link], Piabay.

Pero porque no te espantes de esto, oye qué más te diré. Sábete, hermano mío, que el misterio de nuestra redención y el pacto y ayuntamiento con que los fieles son vueltos en gracia de Dios y uñidos y enxeridos en él mismo por Jesucristo nuestro redentor, es un secreto de la divina majestad desde los primeros siglos escondido, y una clemencia nunca oída y sapiencia admirable que sobrepuja todo sentimiento humano.1



F. de Enzinas



El 24 de noviembre de 1976 el gran hispanista francés Marcel Bataillon presentó la conferencia “El hispanismo y los problemas de la historia de la espiritualidad española” en la sede de la Fundación Universitaria Española con motivo del acto de presentación del Centro de Cooperación Hispanista, la cual fue publicada por esa institución al año siguiente. Esa edición incluye el prólogo, en facsímil, de Francisco de Enzinas a la Breve y compendiosa institución de la religión cristiana, de alrededor de 60 páginas.2 Bataillon destacó ese largo prólogo, “por tratarse de un trozo excepcional de literatura espiritual protestante. Digo excepcional no sólo por su calidad, su originalidad, aparente por lo menos, sino también porque no veo otro caso de tratado del misterio cristiano escrito como introducción a un catecismo”.3 La edición iba acompañada de los Siete psalmos que vulgarmente son llamados poenitenciales, además del muy breve Cómo el hombre cristiano ha de instituir cada día su vida. Según Bataillon, Enzinas se basó, para la traducción de los salmos, en la Paráfrasis (1540) de Jan van Campen (1491-1538), que debió conocer durante su estancia en Lovaina (1539-1541), los mismos años en que Juan Calvino vivió exiliado en Estrasburgo.



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En efecto, el prólogo de Enzinas funciona como un texto independiente que adquiere, por momentos, el estatus de un tratado teológico reformista que, incluso, da la impresión de olvidarse del documento que presenta para constituirse en una especie de manifiesto de la fe cristiana renovada. Este autor describe su prólogo como una “pequeña escritura que hemos entrepuesto”, esto es, “entre unas oraciones iniciales y finales adaptadas del párrafo inicial del Catechismus de Calvino”, tal como afirma Jonathan L. Nelson.4 El resto del prólogo es completamente de la cosecha de Enzinas y “es así como un compendio y suma de lo que más distinta y particularmente adelante será tratado”.



El prólogo (dividido en 41 secciones) se concentra en la unión del creyente con Dios, una idea que Calvino no subraya, pero que se basa con mayor claridad en el documento sobre la libertad cristiana de Lutero. Enzinas agrega que su propósito es que el lector conozca y quiera, “con una religiosa diligencia, investigar la doctrina de Cristo, diciendo que no te tienes por cristiano, y que sin escrúpulo de consciencia no te atreves a usurpar el nombre de Cristo hasta que conozcas y sepas la parte que con él tienes y el beneficio que de él has recibido”.5 Nelson afirma, al trazar el perfil espiritual del autor, que esta intención se compagina “con las repetidas figuras de la unión del alma con Cristo, especialmente la del matrimonio, donde hay intercambio de bienes, y de la comida que nutre el cuerpo y viene a ser la misma carne del que la come”.6



Casi inmediatamente se dirige al lector, como lo hace todo el tiempo, para reconvenirlo con un lenguaje no tan mesurado: “Porque (yo te ruego que me digas) ¿qué otra cosa es nuestra vida en este mundo sino un sueño y vanidad, si nos falta en ella el conocimiento de nuestra religión? Como sea cosa cierta que ningún hombre se halle en todo el mundo, por muy fiero y bárbaro que sea, y de todas costumbres humanas ajeno, que no sea muchas veces movido su corazón y punzado con algún pensamiento y sentido de la religión; aunque sea verdad que diga el impío en su corazón: ‘No hay Dios’”.7



Enzinas acepta abiertamente la doctrina de la justificación por la fe, a la que veía como la clave de la religión cristiana, tal como lo afirmó más tarde en su Historia de la muerte de Juan Díaz: “Y con la lectura de San Pablo [Díaz] aprendió esto de modo firme: que la justificación ante Dios —que ninguna obra, ni siquiera de los más santos, es capaz de proporcionar— se produce por la sola misericordia de Dios en los fieles que la acogieron con fe. Una vez establecido este a modo de fundamento, era fácil superar las demás dificultades de la doctrina cristiana, especialmente para una persona piadosa y de vida recta”.8 Nelson dice líneas atrás que los “beneficios de Cristo” era un concepto favorito de Felipe Melanchthon, de Juan de Valdés y los spirituali italianos, y que aparece también en el juicio contra Bartolomé Carranza; según esto, esa expresión “no es más ni menos que una forma —más íntima y personal, menos objetiva y forense— de hablar de la justificación por la fe”.9





[photo_footer]Primera página de la Breve y compendiosa institución.[/photo_footer]



Con todo y que la comprensión de la justificación está centrada completamente en Cristo, lo mismo que la de Juan de Valdés, se leen expresiones similares a las de la “doble justificación”, que Dios añade la justicia de Cristo a las obras del creyente para completarlas y perfeccionarlas. Esta idea, particularmente, estaba siendo debatida en el momento en que Enzinas trabajaba con el Catecismo calviniano, “debido a los esfuerzos del católico [Johan] Gropper y el protestante [Martín] Bucero de llegar a un acuerdo teológico en los preparativos para el Coloquio de Ratisbona de 1541. Cuando Calvino dice que los cristianos deben estar ‘desnudos de nuestra propia justicia’, Enzinas añade ‘que es imposible que sin la gracia de Cristo podamos tenerla perfecta’ (CC 21). Más aderlante dice, en dos adiciones al texto, que con la justicia de Cristo ‘suplamos lo que nos falta’, y que ella ‘cumple y satisface por nosotros todo lo que nos falta’”.10



Las interpolaciones de Enzinas, con las que proyecta sus ideas y “completa” las del reformador, merecen citarse directamente los agregados a esta sección del cap. 5, “Del pecado y muerte” (señalados en la edición de Nelson con cursivas, con el texto latino original a pie de página):



Porque si es verdad, como es verdad, que toda la maldad es enemiga de la justicia de Dios y muy abominable delante de sus ojos, ¿qué es lo que nosotros, miserables pecadores, podemos esperar, sino una confusión y vituperio certísimo, cual requiere su indignación e ira, principalmente estando, como estamos, tan cargados de tanta muchedumbre de pecados, y ensuciados y atollados en el cieno de tantas maldades? Esta imaginación y pensamiento, aunque con el espanto y temor que consigo trae vence y derriba al hombre y casi le trae en términos de desesperación, es muy necesaria que todos los cristianos la tengamos delante de nuestros ojos para que, desnudos de nuestra propia justicia, que es imposible que sin la gracia de Cristo podamos tenerla perfecta, y desesperando de nosotros y apartados de la fiducia y opinión de nuestra propia virtud, y renunciando toda la esperanza de vida eterna, aprendamos con el conocimiento de nuestra pobreza, miseria e ignominia a sujetarnos y derribarnos delante de Dios y, conociendo nuestra maldad y flaqueza, de él solo esperemos el ayuda a quien solamente debemos de dar la gloria de toda la virtud, santificación y salud que entre nosotros hubiere. Porque él solo es digno de ella y a él se debe.11



Además de la enorme calidad del texto en castellano, es posible advertir en estas líneas cómo el traductor asume el lenguaje de Calvino y entrevera o “filtra” su comprensión de la doctrina expuesta para sumarse a ella y aderezarla con su pensamiento al respecto. De esta manera se despliega la creatividad de Enzinas en todo el texto del Catecismo, por lo que se pueden seguir sus acotaciones para reconstruir, como lo hace Nelson en el prólogo, sus ideas que lo hacen ir más allá de la mera labor de traducción. Estrictamente hablando es una completa reconstrucción y complementación del texto para “ayudar” al lector en su acercamiento a las densas y a veces muy complejas afirmaciones del reformador francés.



Enzinas no vacila en reproducir, por ejemplo, todo lo que Calvino afirma sobre la elección y la predestinación, pero no deja de anteponer un párrafo propio en el que, como comenta Nelson, no vacila en “atacar” la “curiosidad teológica”. Por ello, al explicar los criterios de su edición, observa que muchas “palabras, frases y oraciones propias del traductor […] aunque están implícitas o aun explícitas en el argumento del autor original, están fuera de lugar y no tienen ninguna contrapartida en el contexto inmediato; y aquellas que, aunque se desprenden de alguna palabra o frase del texto original, sin embargo, entremezclan ideas propias del traductor o modifican sustancialmente el sentido del autor”.12 Algo similar llevó a cabo con el texto de Lutero.



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¿Qué pensarían ambos reformadores acerca de este esfuerzo por reescribir y relanzar muchas de sus ideas y por parte de un estudioso español tan joven? No lo sab(r)emos, pero lo cierto es que Enzinas hizo una gran aportación, muy a su estilo, para que estas importantes contribuciones de la llamada “Reforma Magisterial” llegaran a un público al que se le había negado su acceso. Asimismo, es posible conocer de primera mano la forma en que el traductor asimiló y desdobló su pensamiento a través de las enseñanzas de los dos reformadores.



 



Notas



1 F. de Enzinas, “Prólogo del auctor”, en F. de Enzinas, Breve y compendiosa institución de la religión cristiana (1542). Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2008 (Ediciones críticas, 8), p. 67.



2 Cf. Jorge Bergua Cavero, Francisco de Enzinas: un humanista reformado en la Europa de Carlos V. Madrid, Trotta, 2006, p. 213.



3 M. Bataillon, El hispanismo y los problemas de la historia de la espiritualidad española (a propósito de un libro protestante olvidado). Madrid, Fundación Universitaria Española, 1977, reimpresión: Érasme et l’Espagne, 1991, p. 22, cit. por Jonathan L. Nelson, “Introducción”, en F. de Enzinas, Breve y compendiosa institución…, p. 48.



4 J.L. Nelson, op. cit., p. 51.



5 F. de Enzinas, “Prólogo…”, p. 88.



6 J.L. Nelson, op. cit., p. 51.



7 Ibid., pp. 89-90.



8 F. de Enzinas, Verdadera historia de la muerte del santo varón Juan Díaz, por Claude de Senarclens. Introd., ed. crítica y notas de Ignacio J. García Pinilla. Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2008 (Ediciones críticas, 9), p. 151.



p. 52.



9 Ídem.



10 Ídem.



11 J. Calvino en F. de Enzinas, Breve y compendiosa…, pp. 103-104.



12 J.L. Nelson, op. cit., p. 58.


 

 


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