En Zenobia, dice el escritor Juan Marqués, “tenemos un inmenso corpus de escritura suya de primera mano, a través de cartas y diarios que la revelan como alguien definitivamente admirable, todo un caso de laboriosidad, inteligencia, buen juicio y nobleza”.
La madrileña Residencia de Estudiantes ha publicado recientemente el tercer tomo de las memorias de la poetisa Zenobia Camprubí. Un tomo de más de 1.000 páginas, centrado en sus años del exilio, 1936-1951.
En 2006, cuando se conmemoró el cincuentenario de su muerte, la Residencia de Estudiantes editó un primer volumen, que fue aplaudido por la crítica y por el público.
Este primer volumen contenía las 700 cartas que compartió con Juan Guerrero Ruiz, íntimo amigo de Juan Ramón Jiménez y encargado de sus asuntos en España.
En 2020, la Residencia de Estudiantes publicó un segundo volumen. Aquí se dice que la poetisa empezó a escribir con sólo ocho años su primer borrador de carta. El segundo tomo era un libro de una belleza fulgurante. La madre de Zenobia ponía reparos al noviazgo de su hija con Juan Ramón Jiménez. Previó que “iba a ser difícil convivir con alguien ya por entonces tan exageradamente maniático y aprensivo, y que luego, además, enfermaría por largas temporadas”. En una de sus cartas, pregunta Zenobia al autor de Platero y Yo: “¿Por qué está usted siempre con esa cara de alma en pena?”.
En el tercer volumen toma Zenobia las notas tomadas en Cuba entre 1937 y 1939. En la primera página dice que está tratando de evitar la desmoralización que causa el ocio, ella que era una mujer a la que hoy calificaríamos de superactiva.
Zenobia Comprubí nació en Barcelona el 31 de agosto 1887, hija de Isabel Aymar y de Raimundo Camprubí, por cuyas venas corría sangre hindú.
Cuando ella, mujer bellísima, y Juan Ramón Jiménez se conocieron, el poeta de Moguer comenzó a escribirle cartas arrebatadoras declarándole su amor. En una de ellas, julio de 1913, le decía: “Entre cada dos visitas, ¡cuánta mirada, cuánta palabra, cuánta vida de usted perdida para mí y que no ha de volver a ser mía!”.
Juan Ramón Jiménez viaja por vez primera a Nueva York el 11 de febrero 1916. Poco después, el 2 de marzo, contraen matrimonio él y Zenobia, quien por entonces residía con sus padres en Estados Unidos. En viaje de boda la pareja recorre Boston, Filadelfia, Washington y otras ciudades del gran país. Juan Ramón escribe el libro Diario de un poeta recién casado.
A su regreso a España el matrimonio se instala en Madrid. Los dos prosiguen su labor literaria. Con ayuda de su marido Zenobia traduce del inglés la obra del poeta hindú Rabindranath Tagore, Premio Nobel de Literatura en 1913. Zenobia no para en sus actividades. Es puro nervio. Detalle poco conocido de su vida es que estando en Madrid elige y compra cuadros y muebles para la red de Paradores Nacionales.
En Zenobia, dice el escritor Juan Marqués, “tenemos un inmenso corpus de escritura suya de primera mano, a través de cartas y diarios que la revelan como alguien definitivamente admirable, todo un caso de laboriosidad, inteligencia, buen juicio y nobleza”.
En 1936, al estallar la guerra civil española, Juan Ramón y Zenobia abandonan España. Primero se instalaron en Cuba. Después, en 1939, se trasladaron a Estados Unidos, viviendo sucesivamente en Miami y Washington. En 1951 optaron por el clima cálido del Caribe, fijando su residencia en Puerto Rico. Juan Ramón impartía clases en la Universidad de San Juan, corregía su amplia obra anterior y producía nuevos versos.
En 1956 Juan Ramón Jiménez obtuvo la más alta distinción literaria, el Premio Nobel de Literatura. En su justificación del premio, la Academia Sueca decía: “Por su poesía lírica, que en lengua española constituye un ejemplo de alta espiritualidad y pureza artística”.
Juan Ramón Jiménez recibió esta distinción cuando se hallaba en circunstancias trágicas, junto al lecho de su esposa agonizante. Zenobia, afectada de cáncer, murió hacia finales de 1956. La muerte de su esposa, a la que había amado profundamente, afectó psíquicamente a Juan Ramón hasta el punto de ser internado en una clínica mental.
El 29 de mayo de 1958 moría Juan Ramón Jiménez. El miedo a la muerte, sentimiento que le invadía desde la infancia, se agudizó en los últimos años. Ricardo Gullón dice que “no admitía que se le dijera ‘hasta mañana’, y cuando alguien se despedía utilizando esta fórmula, replicaba: ‘no, no; esta noche me muero’. Y lo terrible es que el pobre lo creía y sufría”.
En contra de lo dispuesto en su última voluntad (“Nosotros queremos descansar en Puerto Rico, cuna de la familia de madre más cercana de Zenobia, y lugar donde tanto se nos quiere y tan bien se portan con nosotros dos”), los cadáveres de Zenobia y Juan Ramón fueron trasladados a España y reposan en la tierra natal del poeta.
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