Resulta descorazonador tener que enfrentarse con las personas y con las tensiones morales en que nos coloca el terrorismo espiritual en las congregaciones evangélicas.
La palabra terrorismo no se encuentra en la Biblia ni una sola vez. Ninguna concordancia la registra, ningún diccionario la define, ninguna enciclopedia bíblica la comenta. ¿Significa esto que las acciones abominables del terrorismo están ausentes de las Escrituras? Supongo que las respuestas pueden ser múltiples. Si en la lista del terrorismo incluimos solamente la tortura, el secuestro, matar por matar, arrojar bombas contra gente inocente, entonces no hay en las páginas del Nuevo Testamento un sólo acto de terrorismo. Pero esta colección de libros que va desde el Evangelio escrito por Mateo hasta el Apocalipsis transcrito por Juan en la isla de Patmos, y que giran todos en torno al nacimiento y expansión de la iglesia cristiana, advierte frecuentemente sobre otras formas de terrorismo que pueden incubarse en el seno de las iglesias locales. En una iglesia cristiana el bien debe superar al mal. Pero esto, ¿es siempre así? Resulta descorazonador tener que enfrentarse con las personas y con las tensiones morales en que nos coloca el terrorismo espiritual en las congregaciones evangélicas.
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El hombre ha sido creado evidentemente para pensar –decía Pascal–. Ello representa toda su dignidad y todo su mérito; por lo mismo, tiene el deber de pensar correctamente. ¡Ojalá fuera así! El Nuevo Testamento nos habla de un terrorismo que cometemos contra nuestros hermanos utilizando como arma el pensamiento.
A los fariseos, Cristo les dijo: “¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?” (Mateo 9:4). Con los discípulos –supuestos cristianos– fue aún más duro: “¿Por qué pensáis dentro de vosotros, hombres de poca fe, que no tenéis pan?” (Mateo 16:8).
Imaginad una de esas reuniones de iglesia donde los ánimos se exaltan. Si cada mal pensamiento concebido contra los dirigentes de la congregación o contra algunos de los hermanos allí presentes se exteriorizara por medio de una mancha en la piel, los cuerpos se llenarían de llagas.
Más dañino que el terrorismo del pensamiento es el terrorismo de las palabras, el terrorismo de la murmuración. El libro apócrifo llamado Eclesiástico –no debe ser confundido con el Eclesiastés– habla de la tercera lengua. El Talmud judío dice que la triple lengua mata a tres: al calumniador, al calumniado y al que cree en la calumnia. El capítulo 28 del citado Eclesiástico contiene esta dura diatriba contra el terrorismo de la murmuración: “Maldito el charlatán y de doble lengua, pues ha perdido a muchos que vivían en paz. La lengua tercera ha sacudido a muchos y los ha arrojado de nación en nación, y ha derruido fuertes ciudades y derribado casas de nobles; la lengua tercera ha echado de casa a mujeres animosas y las ha privado del fruto de su trabajo”.
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“¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que pecare contra mí? ¿Hasta siete?”, preguntó Pedro a Jesús. Y el Señor le contesta: “No te digo hasta siete, sino aún hasta setenta veces siete” (Mateo 18:21-22). Setenta veces siete son cuatrocientas noventa. Es muy difícil que un hermano pueda ofender a otro cuatrocientas noventa veces, de forma que Jesús incluye aquí lo posible y lo imposible. Aun así, la interpretación más común de este texto es que Jesús da una cifra definida para referirse a lo indefinido. Como si dijera: siempre, cada vez que tu hermano peque contra ti, perdónalo.
¡Qué cuesta arriba se les hace el perdón a algunas personas! Tienen conciencia de que están en pie por la misericordia de Dios, porque el Señor les ha perdonado todos sus pecados, los blancos, los oscuros, los más negros, pero ellos son incapaces de perdonar a sus hermanos en la fe, con quienes comparten los símbolos de la Cena del Señor en el culto dominical.
El terrorismo, considerado como uno de los procesos más inquietantes e inesperados de los últimos años, parte de una situación crítica, emitiendo juicios que condenan al contrario y justificando las acciones propias.
Esta situación se da en las iglesias locales. Es ese tipo de terrorismo que juzga a los demás con ligereza, inclinándose con preferencia a falsas partes, midiendo y pesando a otros con medidas que no se aplican a sí mismos. Cristo vino a enseñarnos que quien juzga por lo que oye y no por lo que es en realidad, es oreja, no juez. Si él, el Señor, con toda la autoridad con la que le revistió el Padre, dijo que no había venido a juzgar al mundo, al mundo humano, no al mundo cósmico, ¿quiénes somos nosotros para juzgar personas y conductas ajenas, convirtiéndonos en jueces de la conciencia del otro?
Cainismo es, simplemente, la muerte de un hermano a manos de otro hermano. Cuando Lord Byron escribió su gran tragedia en verso titulada con el nombre del primer hijo de Adán y Eva, obra que fue elevada hasta las estrellas por personajes literarios de tanto prestigio como Goethe, Shelley y Scott, dejó bien claro que todos somos cainitas, siempre estamos matando al prójimo y al hermano de una forma o de otra.
La insolente respuesta de Caín a Dios, con tanta frecuencia escuchada en nuestras iglesias, “¿soy yo acaso guarda de mi hermano?”, ya es en sí misma una forma de terrorismo lacerante.
Pero hay más: ¿cuántas personas han abandonado las iglesias y han muerto espiritualmente por culpa del terrorismo espiritual desencadenado contra ellos por quienes debieron ser guardas de sus almas?
El terrorismo mantiene una lucha sin fronteras por todos los rincones del planeta. El antiterrorismo puede salir de nuestras propias iglesias, derrotándolo en el interior de nosotros mismos y mostrando al mundo la faz pacificadora del Evangelio de Cristo.
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