Una fe magnética, de Dan Strange

“Una fe magnética”, de Daniel Strange (Andamio Editorial, 2022). Puedes saber más sobre el libro aquí.

La iglesia es uno de los mayores medios que Dios nos ha dado para imantarnos. Por eso el autor de Hebreos exhorta a los cristianos a “preocuparnos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras, sin dejar de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animándonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca” (Hebreos 10:24-25).

En esta maravillosa sinfonía hay dos “movimientos”: nuestras reuniones y nuestras dispersiones.

Nuestras reuniones como iglesia son el lugar donde semana tras semana nos recargamos y reimantamos al juntarnos para escuchar la palabra de Dios y participar de los sacramentos. Pero también lo hacemos de manera más informal cuando ponemos en práctica la expresión “los unos a los otros” tan común en el Nuevo Testamento: amarnos los unos a los otros, soportarnos los unos a los otros o edificarnos los unos a los otros. La iglesia no debe ser una “multitud de personas solitarias”. Como familia, no nos amamos unos a otros desde la distancia, sino en las complejidades de la vida cotidiana; es decir, practicamos un amor sacrificado. Y cuando servimos a los demás, nos imantamos unos a otros.

Una comunidad genuina, diversa, amorosa, íntegra y real donde hay amor y unidad es verdaderamente magnética. Francis Schaeffer tenía mucha razón cuando señaló que la forma en que nos relacionamos con los demás es el criterio que el mundo utiliza para juzgar la veracidad de nuestro mensaje: la comunidad cristiana es la “apologética definitiva”.

El pueblo de Dios es una obra en construcción. Sin embargo, no podemos descuidar los mandatos del Nuevo Testamento de “los unos a los otros”. Aquellos fuera de la comunidad cristiana que están desarraigados, sin hogar, amargados, que son marginados, humillados y calumniados, no quieren mirar a la iglesia y ver que los cristianos también se comportan así. ¿Por qué querrían formar parte de algo que no es diferente?

Y también nos reimantamos en las partes más formales de nuestras reuniones. En nuestras canciones, oraciones y predicaciones se nos recuerda semana tras semana la belleza y el atractivo del Señor Jesús, pero también se nos recuerda la fealdad de la idolatría. Nos demos cuenta o no, nuestra adoración cantada siempre es un golpe a los falsos dioses. Como dijo un estudioso: “Cuando cantamos ‘Alabemos a Dios, de quien vienen todas las bendiciones’, también estamos diciendo ‘Abajo los dioses de quienes no proviene ninguna bendición’. [...] Cuando cantamos canciones de alabanza, es como si cantáramos ‘¡Ahí va eso, dioses falsos!’”. Tengo que admitir que cuando canto en la iglesia no lo hago de ese modo y supongo que tú tampoco. ¡Pero imagina cuánto magnetismo ganaríamos si nuestra alabanza comunitaria la viviéramos así!

Y cada semana, después de ser imantados, somos enviados y esparcidos por el mundo para ser una presencia magnética. Permíteme preguntarte: en los lugares donde Dios te ha llamado a vivir tu vida —tu casa, tu lugar de trabajo, tus espacios de ocio— ¿cómo sería hacer todas las cosas totalmente magnetizado por Jesús y para Jesús?

Como seguidores de la persona magnética, Jesucristo, pidamos poder amarle, amar nuestra identidad en él y amar su cuerpo —es decir, la iglesia— y así poder seguir siendo magnéticos. Que podamos ser una presencia magnética en el mundo, demostrando que Jesucristo es la respuesta a los puntos magnéticos que enmarcan la vida de cada uno de nosotros.

“Que el Señor nos haga imanes para él”.