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“No sabemos dónde termina la iglesia”: entrevista con Odair Pedroso Mateus

Una entrevista de Leopoldo Cervantes-Ortiz al Dr. Odair Pedroso Mateus, secretario general adjunto del CMI hasta 2022.

GINEBRA VIVA AUTOR 79/Leopoldo_CervantesOrtiz 02 DE FEBRERO DE 2023 18:17 h
Odair Pedroso Mateus.

Sin temor a exagerar, en los últimos años, en el ámbito protestante/evangélico latinoamericano el nombre de Odair Pedroso Mateus se volvió casi un mito. Procedente de la Iglesia Presbiteriana Independiente de Brasil y con un doctorado obtenido en la Universidad de Estrasburgo, dirigió en sus años iniciales la Asociación de Seminarios Teológicos Evangélicos (ASTE) de su país para luego trabajar en la entonces Alianza Reformada Mundial en el Departamento de Teología, en la que dirigió la revista Reformed World. Más tarde, se vinculó al Instituto Ecuménico de Bossey del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), en donde se convirtió en uno de sus profesores más emblemáticos y apasionados, muy apreciado por sus discípulos/as de diversos países. Después dirigió la Comisión Fe y Constitución (u Orden), alcanzando además el cargo de secretario general adjunto del CMI. Al finalizar 2022 concluyeron sus labores en esos espacios, algo que el CMI destacó en su momento. Amigo durante muchos años, aceptó amablemente responder este cuestionario (dijo que “trabajó fuerte” para hacerlo…) que, seguramente, será de mucho interés para los lectores/as. (Las opiniones del Dr. Mateus no reflejan la postura oficial del CMI.)



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Luego de varios años en el Instituto Ecuménico de Bossey culminan tus labores, ¿qué perspectivas tienes en tu horizonte vital?



Enseñé en Bossey durante 16 años y viví allí durante 13. Fue un sueño hecho realidad y una gran experiencia de aprendizaje que me preparó para dirigir la Comisión de Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias de 2015 a 2022 y en los últimos años, también para fungir como como secretario general adjunto del CMI (2020-2022). Bossey es un espacio único de formación ecuménica en el que la pluriculturalidad y la pluriconfesionalidad interactúan al mismo tiempo en la vida cotidiana, en la vida espiritual y en la vida académica. Esto cuestiona tanto el acto de enseñar como la noción de estudios ecuménicos, especialmente en el contexto de la decolonialidad. Ahora ha llegado el momento de servir a la utopía ecuménica de otras maneras. Estoy en plena transición, escribiendo artículos, prefacios encargados, haciendo algunas entrevistas, preparándome para algunas conferencias ecuménicas en los próximos meses y continuando la investigación sobre teología ecuménica en la biblioteca digital de Fe y Constitución.



 



La presencia latinoamericana en el ámbito ecuménico llegó contigo a la sección de Fe y Orden del CMI. ¿Cómo vislumbras el trabajo de esta comisión en el futuro inmediato?



Teólogos latinoamericanos como José Míguez Bonino y mi inolvidable amigo Jaci Maraschin han aportado mucho a Fe y Orden. Escribí sobre Míguez (con mucha reverencia...) para un libro publicado en Alemania hace nueve años. Fe y Constitución hace teología ecuménica al presuponer una referencia normativa tradicional y universal (sin la cual el CMI no podría existir): la Iglesia que confesamos en el Credo de Nicea-Constantinopla de 381 y en lo que llamamos Credo Apostólico es una o es no completamente Iglesia. Por otra parte, no hay evidencia de que el cristianismo globalizado de hoy —en el que las divisiones se han convertido en biodiversidad cristiana— quiera dejarse transformar por el imperativo ecuménico de manifestar visiblemente este don de la unidad recibido en Cristo. Este tipo de teología ecuménica, que presupone una normatividad eclesiológica universal, se presenta hoy a muchos como una nostalgia cristiana eurocéntrica y, por tanto, como un homenaje al colonialismo. Éstos son algunos de los desafíos que enfrenta el trabajo actual y futuro de Fe y Constitución.





Has dejado una huella duradera en los estudiantes del Instituto. ¿Cómo valoras tu trabajo teológico a la luz de ese empeño que te ocupó durante tanto tiempo?



Busqué con pasión comunicar la riqueza espiritual, teológica y estética de la diversidad cristiana y promover con indignación una reflexión crítica sobre las divisiones cristianas y, en particular, sobre ese desastre protestante (que no fue culpa de los reformadores) llamado denominacionalismo. Creo que la iglesia a la que pertenezco dedica más tiempo a pensar en el 31 de julio de cada año, cuando se creó la denominación, que en la fiesta de Pascua o Pentecostés, única fecha de fundación de la Iglesia… También intenté, en mi enseñanza, promover una visión del ecumenismo en la que la búsqueda de la unidad de los cristianos sea inseparable de la lucha contra los muros que separan a las personas y sociedades como el patriarcado, el racismo, la violencia contra las mujeres y las minorías como los pueblos originarios de los que soy soy descendiente El Consejo Mundial de Iglesias fue creado en 1948 por una cristología post-Holocausto y, por eso mismo, defendió, por ejemplo, a las víctimas de la dictadura militar brasileña.



Es por eso que, en el centro teológico de la asamblea mundial de 2022 del Consejo Mundial de Iglesias había una referencia bíblica diaria a la compasión de Jesús de Nazaret por los marginados (Mateo 9.35). Por eso, la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos de 2023 fue preparada por pastores afroamericanos de Minneapolis y la región donde el negro George Floyd fue asfixiado y asesinado por un policía blanco.



 



¿Qué futuro ves para el movimiento ecuménico en estos años complejos en los que, por ejemplo, no se avistaba la posibilidad de una guerra entre países hermanos de tradición ortodoxa?



Desde hace más de ocho años, el Estado ruso, con el apoyo del Patriarca ortodoxo (que parece ver en la ideología del “russkiy mir” [“mundo ruso”] una mano divina juzgando a un Occidente protestante que considera espiritual y moralmente “decadente”), ha estado tratando de desestabilizar un país con fronteras internacionalmente reconocidas. Tolerar esta agresión —incluso teniendo en cuenta el expansionismo irresponsable de la OTAN y la promoción de las guerras para alimentar el sistema capitalista mundial— contribuye a la idiotez de desmantelar las estructuras multilaterales de gobernanza global, cada vez más necesarias en tiempos en que los problemas que amenazan el futuro de la especie humana y el planeta son, por definición, cuestiones globales.



Las iglesias ortodoxas, que históricamente han mantenido estrechas relaciones con los estados nacionales y, a veces, peligrosas relaciones con el nacionalismo, sufren hoy las consecuencias de la agresión rusa (¡al país que es la cuna de la ortodoxia rusa!) en forma de profundización de la tensión eclesiástica entre Constantinopla y Moscú que se expresa no sólo en el cisma ortodoxo en Ucrania, sino que afecta a todo el mundo ortodoxo de tradición calcedonia. Tomará muchos años para que esta herida cicatrice. Es urgente orar y trabajar por la reconciliación.



El deber de orar y promover la reconciliación comienza ahora. En agosto pasado, estuve en Ucrania con el secretario general del CMI preparando la participación de una delegación ucraniana en la asamblea del CMI en Alemania, en la que también estuvo presente la delegación oficial de la Iglesia Ortodoxa Rusa. El CMI no dudó en condenar la invasión de Ucrania. Pero, al mismo tiempo, se ha negado a suspender a la Iglesia Ortodoxa Rusa (¡no fue la Iglesia la que invadió Ucrania!), manteniendo así abierta la puerta de la amonestación mutua que puede conducir hacia la reconciliación.



Por cierto, no es nuevo que el CMI contribuya a la reconciliación entre iglesias ortodoxas separadas. El diálogo entre las familias ortodoxas calcedonia y precalcedonia comenzó en la década de 1960 a través de la mediación de la Comisión de Fe y Constitución del CMI. En tiempos de fáciles polarizaciones, el movimiento ecuménico, siempre preocupado por la diversidad reconciliada, es más necesario que nunca. El camino hacia la unidad de los cristianos es complejo y muchos lo ven con escepticismo, pero los valores y las virtudes que rigen el movimiento ecuménico son muy necesarios en nuestro tiempo.



 



¿Qué opinas de los desarrollos de las familias confesionales en el ámbito ecuménico a la luz del cierto declive de algunas tradiciones denominacionales?



En el cristianismo globalizado, las identidades confesionales o denominacionales se ven cada vez más amenazadas por una especie de indiferencia sociológica y cultural generada por la distancia en el tiempo o en el espacio entre los miembros de la iglesia y el perfil confesional o denominacional de las iglesias a las que pertenecen. Al mismo tiempo, las comuniones cristianas mundiales trabajan, remando contra la corriente, por una mayor catolicidad visible reuniendo a nivel regional o mundial a las iglesias de la misma familia confesional y promoviendo el diálogo teológico ecuménico sobre lo que las ha separado en el pasado o las separa hoy.



Las iglesias de tradición protestante sienten poca necesidad espiritual o teológica de expresar visible e institucionalmente que, según el Nuevo Testamento, la iglesia no es sólo local sino también universal. Las iglesias luteranas vinculadas a la Federación Luterana Mundial dieron pasos importantes en esta dirección, que culminaron en Curitiba, Brasil, en 1991, con la declaración de comunión eclesial entre ellas. En mis últimos años como secretario del Departamento de Teología y Ecumenismo de la entonces Alianza Mundial de Iglesias Reformadas (AMIR), la actual Comunión Mundial de Iglesias Reformadas (CMIR), impulsé la visión de transformar una “alianza” de iglesias reformadas en algo con mayor densidad eclesial, una “fraternidad” de iglesias reformadas. AMIR puso en su nombre la noción de comunión, pero sigue luchando con el desafío de dar al nombre la densidad eclesial que le corresponde.





¿Consideras que la labor del CMI sigue siendo importante en el ambiente del diálogo ecuménico e interreligioso?



Las iglesias que, acomodadas a las viejas divisiones, se aíslan unas de otras y no se sienten responsables unas de otras, siempre corren el riesgo de convertir el cristianismo en un shopping centre denominacional con verdades y estilos de culto a la medida de los consumidores de religión y, lo que es más peligroso, de escuchar la voz de otro Señor, que puede llamarse Trump, Bolsonaro, Putin, [Viktor] Orbán... y seguirlo. Al vivir en comunión conciliar mundial, que es lo que promueve el CMI, se corrigen y animan unos a otros y es más probable que escuchen y sigan, no la voz de un nuevo Führer, sino la del buen pastor.



 



¿Qué aportaciones relevantes se pueden percibir en los últimos 10 años de labor del CMI?



Durante los últimos 10 años, el CMI ha tratado de mostrar a las iglesias la importancia de caminar juntas como peregrinas por la justicia y la paz en el mundo. En este marco general, trabajó a favor de una visión común de la Iglesia presentada en el libro La Iglesia: una visión común; promovió una visión de la misión cristiana centrada en el discipulado; promovió la cooperación interreligiosa a favor de las víctimas de la pandemia; coordinó el monitoreo y protección de las poblaciones palestinas constantemente humilladas en sus tierras ancestrales, las cuales están siendo tomadas por la ocupación israelí; condenó el antisemitismo; restableció su programa contra el racismo; promovió la oración semanal y anual por las iglesias y pueblos de todos los países. El año pasado, iglesias de todo el mundo se reunieron en torno al tema “El amor de Cristo mueve al mundo hacia la reconciliación y la unidad”. Podría llenar varias páginas con esta lista.



 



¿Tienes en mente algunas publicaciones futuras sobre el ecumenismo que continúen tu labor editorial antes y durante tu trabajo en el CMI?



Espero reunir en un solo volumen, bajo el título Short Ecumenical Writings (Escritos ecuménicos breves), varios textos breves de tipo periodístico que he publicado a través del servicio de comunicación del CMI durante los últimos cuatro años. Sería una secuela en inglés de Crepúsculo: Pequenos escritos ecuménicos, publicado en 2008. Estoy trabajando en una especie de mapa de todos los estudios que Fe y Orden realizó desde 1910 hasta 2022 para facilitar la navegación en la biblioteca de la que fue la aventura teológica ecuménica más importante del siglo XX y que ahora está digitalizada. Todavía no existe una historia teológica de Fe y Constitución. He intentado un primer paso en esa dirección en un texto que se publicará en una versión resumida en Inglaterra quizás este año o el próximo. Me gustaría escribir un comentario en portugués sobre el Credo de Nicea-Constantinopla, en preparación para las conmemoraciones del 1700º aniversario del primer concilio ecuménico, pero Jaci Maraschin ya lo hizo hace 35 años, cuando era miembro de Fe y Orden, en El espejo y la transparencia, y nunca podría hacerlo mejor…



 



Inevitable pregunta: ¿qué opinas del reciente proceso electoral en tu país y las reacciones que ha habido en los últimos días?



Gracias a la elección del presidente Lula da Silva y a la acción del poder judicial brasileño en defensa de la constitución que rige la república democrática, Brasil ha escapado por el momento a la creciente y dañina influencia del movimiento internacional de nacional-populismo conservador que, basado en una lectura pesimista del futuro humano-ecológico, promueve proyectos políticos autoritarios y teocráticos en los que gobernantes económicamente ultraliberales gobiernan para sus votantes y financiadores, silencian a la oposición, someten tribunales y parlamentos e ignoran el bien común o las amenazas globales para las generaciones futuras.



Este movimiento, como lo demuestra la historiadora protestante Kristin du Mez en el libro, recién traducido al portugués y al español, Jesús y John Wayne, se alimenta del nacionalismo cristiano, de las concepciones tóxicas de la masculinidad y de la supremacía blanca implícita en el eslógan: “Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande”, es decir, que vuelve a ser “grande” después de ocho años de ser gobernado por un afrodescendiente. La lucha de los evangélicos conservadores estadounidenses por un Estado cristiano es en realidad la lucha por un Estado blanco, sin descendientes de esclavos africanos, sin hispanos, sin musulmanes. Es una lucha nostálgica por la superioridad blanca y, por eso mismo, es una lucha racista y, por eso mismo, herética.



 



¿Qué consejos darías a quienes inician su camino en los espacios ecuménicos acerca de su vinculación a las iglesias y su trabajo en esos espacios?



Las personas que se sienten llamadas a trabajar por la unidad de los cristianos porque creen en las promesas bíblicas de la venida del Reino de justicia y paz y de la reconciliación de todas las cosas en Cristo crucificado y resucitado, deben buscar trabajar en las iglesias y con las iglesias (con “i” minúscula) por la manifestación de la unidad visible de la Iglesia con “i” mayúscula. Pero muchas iglesias evangélicas latinoamericanas son hostiles a la búsqueda de la unidad de los cristianos como testimonio de esperanza en el Reino venidero. Esta hostilidad es comprensible dada la historia del movimiento ecuménico en América Latina, el aislamiento en el que vivían estas iglesias como minorías religiosas y la amenaza planteada por el crecimiento estadístico exponencial del neopentecostalismo.



Esta hostilidad llama al diálogo teológico sobre las verdades fundamentales de la tradición cristiana recibidas del Nuevo Testamento y la tradición apostólica y pide clarificación sobre el movimiento ecuménico contemporáneo como un acto de fidelidad a las enseñanzas de la iglesia antigua que son más importantes que las identidades denominacionales.



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Pero, por supuesto, hay mucho trabajo ecuménico que puede llevarse a cabo fuera de los límites institucionales de las iglesias: el compromiso de los jóvenes contra el inminente desastre climático; la lucha contra la pandemia de feminicidios, la defensa de la dignidad y los derechos de las minorías odiadas; la resistencia activa a la violencia social. Todos ellos son combates que, sin ser formalmente cristianos, expresan valores y convicciones compartidas por diferentes tradiciones cristianas. Estas luchas son, por lo tanto, ecuménicas. Cuando confesamos con el Credo de Nicea que creemos en Dios Padre Todopoderoso, “creador de los cielos y de la tierra”, hacemos una confesión que tiene implicaciones hoy en la forma en que vivimos la fe cristiana ante la inminencia del desastre climático.



Quienes están trabajando ecuménicamente fuera de los límites institucionales de las iglesias deben recordar con oración, diaconía y humildad que sabemos dónde comienza la Iglesia, pero no sabemos dónde termina porque, según la enseñanza antigua, es la obra del Espíritu antes de y por encima de ser controlados por sus líderes.


 

 


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