En este trabajo, Carmen Alemany saca a la luz más de 170 escritos que Miguel Hernández produjo en distintas etapas de su corta vida, principalmente de su primera juventud.
Después de algunos años de investigaciones la profesora Carmen Alemany ha desempolvado del Archivo Histórico de Elche nuevos versos del llamado pastor-poeta. “Miguel Hernández no tenía complejos de inferioridad, pero sí que reclamaba un protagonismo similar al de sus amigos poetas”, subraya Alemany.
Textos inéditos e inconclusos de Miguel Hernández, fue la tesis doctoral de Carmen Alemany. En este trabajo saca a la luz más de 170 escritos que Miguel Hernández produjo en distintas etapas de su corta vida, principalmente de su primera juventud, cuando publicó Perito en lunas. Los textos se han conservado gracias a la viuda del poeta, Josefina Manresa. Según Carmen Alemany, profesora en la Universidad de Alicante, estos versos inéditos “desvelan la riqueza del proceso creativo del poeta, que al contrario de lo que podía creerse, es fruto de una profunda meditación y de un trabajo exhaustivo hasta llegar a la versión definitiva del poema”.
Miguel Hernández nació en Orihuela, provincia de Alicante, el 30 de octubre de 1910. Veinte días después moría el gran novelista ruso León Tolstoi. Miguel procedía de una familia pobre; el padre se dedicaba a la compra y venta de cabras. A los diez años inició sus primeros estudios, que abandonó cinco años más tarde por decisión paterna. El paisaje escolar fue sustituido por las tareas del campo y el pastoreo del ganado, que constituían la base de la economía familiar. Quien años después sería conocido en toda España como el “pastor poeta” encontró en el nuevo paisaje de horizontes abiertos el próximo trigo que germinaría en hermosas espigas de verano.
Según confesión propia, Miguel Hernández empezó a escribir a los 15 años. Su primer poema fue publicado cumplidos los 19, el 13 de enero de 1930. El semanario local El Pueblo de Orihuela dio a conocer la poesía Pastoril. Era el título de su propia vida. A este primer poema siguieron otros en publicaciones diversas.
A principios de diciembre de 1931 realizó un primer viaje a Madrid, donde permaneció hasta mayo del año siguiente. Entró en contacto con destacadas personalidades de las letras españolas contemporáneas: Concha Albornoz, Ernesto Giménez Caballero, Carmen Conde, Federico García Lorca y otros. El 13 de agosto de 1933 conoció en la feria de Orihuela a la que luego sería su mujer e inspiradora de desgarrados poemas de amor, Josefina Manresa. En marzo del año siguiente el Ayuntamiento de Orihuela le concedió una beca “para que se depure” en Madrid. En este segundo viaje a la capital llevó su primer libro, Perito en lunas, aparecido en enero de 1933 y alabado por la crítica literaria del momento. Miguel Hernández empezaba ya a ser alguien en la literatura española. Por aquellas fechas trabajaba con José María Cossío y conoció a Pablo Neruda, a Juan Ramón Jiménez, a Manuel Altolaguirre. Escribía versos y teatro, pronunciaba conferencias… El inicio de la guerra civil española, en julio de 1936, le sorprendió en Madrid. El 29 de dicho mes se trasladó a Orihuela, pero regresó a Madrid en septiembre y se incorporó como voluntario al ejército republicano. En los tres años que duró la contienda, Miguel Hernández escribió mucha poesía social. La guerra y sus consecuencias están inevitablemente presentes en sus poemas de entonces. Fue nombrado comisario político e hizo un rápido viaje a Moscú. Escribió artículos a favor de la República, arengó a las tropas en los frentes de batalla. En plena contienda, el 9 de marzo de 1937, contrajo matrimonio civil en Orihuela con Josefina Manresa.
El 4 de mayo de 1938, cuando pretendía viajar a Portugal, fue detenido y entregado a la policía española en Huelva. Empezaba así para Miguel una peregrinación carcelaria, una interminable tortura mental y física. Fue encerrado, sucesivamente, en cárceles de Huelva, Sevilla y Madrid. El 15 de septiembre de 1939 se le concedió la libertad de forma imprevista. Tal vez fuera una trampa. Retornó a Orihuela, al calor de la familia, pero de nuevo fue encarcelado 14 días después. Otro traslado a Madrid. Fue condenado a la pena de muerte, pero se le conmutó la sentencia por 30 años de cárcel. Tras una breve estancia en la prisión provincial de Palencia, le llevaron nuevamente a Madrid, al penal de Ocaña. El 17 de mayo de 1941 le condujeron al Reformatorio de Adultos de Alicante. Su salud se había deteriorado a consecuencia de las penalidades sufridas en las cárceles. Estaba muy enfermo. Murió en Alicante el 28 de marzo de 1942. Una semana antes formalizó su boda con Josefina por el rito católico. Según confesión del poeta, lo hizo cediendo a los deseos de su mujer, sin convicción alguna.
Quienes pretenden conservar la imagen de un Miguel Hernández católico hasta el final utilizan como argumento el de su boda católica, realizada 24 días antes de su muerte. Pero los biógrafos de Miguel concuerdan en que fue una boda forzada por las circunstancias. Al no estar casados católicamente, las visitas de Josefina al enfermo eran muy difíciles. Además, puesto que el nuevo régimen anuló todos los matrimonios civiles, a Miguel le preocupaba la situación en la que iba a quedar Josefina. Miguel Hernández, inmóvil en el lecho, con las facultades reducidas al mínimo, ni tomó parte en el rito ni entendió las palabras del cura. Es más: días antes, cuando Josefina le preguntó si era voluntad suya casarse por la Iglesia, le contestó por escrito: “De lo que me dices de si es por voluntad mía o no, te digo que no. Lo que para mí es una gran pena, para ti es una gran alegría”.
No es cierto que la muerte moviera a Miguel de sus convicciones anticlericales. Ser anticlerical en España no ha significado necesariamente ser ateo, como ha pretendido durante siglos la Iglesia católica. Grandes figuras de las generaciones literarias del 27 y del 98 fueron anticlericales, pero creyentes en la inmanencia y trascendencia de Dios.
Las cárceles y los sufrimientos que marcaron su vida no lograron matar en Miguel Hernández su fe en Dios, aunque renegara de la religión impuesta y heredada. Aquella oración de El silbo del dale, en la que coloca a Dios como brújula de su destino, no le abandonó jamás:
Dale, Dios, a mi alma,
hasta perfeccionarla.
Cuando su amigo y hermano de alma Ramón Sijé murió prematuramente a la edad de 22 años, Miguel Hernández compuso una elegía que algunos críticos consideran como “una de las cimas de la literatura española en ese género funeral”. En este poema alienta la esperanza en la vida eterna y en la resurrección de los muertos:
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Todos. Todos los que nos vamos volveremos un día al huerto y a la higuera, al brotar de las flores y al trinar de los pájaros, a los arrullos de las rejas y al cantar de los enamorados. Todos. Miguel Hernández, también.
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