Mucho se ha escrito sobre la religión del fútbol. A quien cree en Dios sin preguntarse de dónde salió se le tilda de fanático. Sin embargo, la religión del fútbol produce más fanáticos que la religión de Jesús.
El pasado lunes 21 de noviembre dio comienzo en Qatar el 22 campeonato mundial de fútbol, en el que intervinieron 32 países. En el primer partido el equipo anfitrión perdió ante Ecuador por dos goles a cero. No se cumplieron los deseos del emir al pedir a los jugadores “que Alá os ayude”. Esta vez, Alá se hizo el sordo y fue el Dios de los católicos quien ayudó a los contrarios, suponiendo que Alá y Dios tengan algún interés por el fútbol.
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Teresa de Ávila decía que Dios está entre los pucheros. Hoy se cree que también está en las botas de los jugadores, en el balón que rueda, en el resultado de un partido cuando es favorable.
Mucho se ha escrito sobre la religión del fútbol. A quien cree en Dios sin preguntarse de dónde salió se le tilda de fanático. Sin embargo, la religión del fútbol produce más fanáticos que la religión de Jesús. Los adoradores de Dios buscan la iglesia más cercana para adorarlo el domingo por la mañana. Los adoradores del fútbol gastan considerables sumas de dinero para trasladarse de una ciudad a otra, por grande que sea la distancia, de uno a otro país invirtiendo grandes sumas de dinero en gasolina para los coches, en billetes de avión y de autobús, en restaurantes y hoteles, guiados por el fanatismo del fútbol. Y el fanatismo convierte al espectador en rabia, hasta en fiera, cuando estima que el árbitro perjudica a los suyos.
¿Acaso no es superstición alabar a Dios por los goles que marca el vencedor y blasfemar contra el Ser supremo si su equipo pierde?
En la mente de muchos está el mundial que tuvo lugar en 1986, donde Maradona marcó un gol con la mano que dio el campeonato a Argentina. Se justificó aquel gol con el pretexto de que la de Maradona había sido la mano de Dios. Una mano sucia de alcohol, droga y sexo.
Cuando Argentina ganó a Australia, clasificándose para el Mundial del 94, la revista El gráfico, de Buenos Aires, decía. “Ha sido el triunfo de Dios”. Vamos al Mundial gracias a Dios, dejando claro que Maradona era Dios. Y Maradona lo creyó. De haber sido así, de haber decidido Dios la derrota de Australia, el país nominalmente anglicano debió haber caído en el ateísmo.
Continúo en el plano internacional. Después del Argentina. Nigeria en junio de 1994 otra afirmación de Maradona: “Dios está conmigo”. Un mes antes, de visita a Israel, el astro del fútbol argentino declaró a los periodistas judíos: “Le pido a Dios que el mundial sea argentino”. Poco caso le hizo Dios, porque decidió cambiar de país y dar el triunfo a Brasil.
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A todo esto, ¿creía Maradona en Dios? En sus tiempos de Italia respondió esta pregunta a un periodista de Nápoles, al que dijo: “Como la mayoría de los argentinos, soy católico, pero nunca he estado seguro de la existencia de Dios”.
El español Manuel Ruiz de Lopera, cuando era presidente del Betis sevillano, celebró en la temporada 1994-95 el regreso del equipo a la primera división. Y también lo atribuyó a intervención divina, en este caso al Hijo del Padre. Dijo a los periodistas: “El esfuerzo realizado por los jugadores y el entrenador ha sido meritorio, pero si el Betis está en primera se debe al divino poder de la imagen de Jesús del Gran Poder”.
Ahí queda eso: La imagen hecha de recursos materiales pateando un balón hasta la portería contraria a la que defendía el Betis. ¡Alucino! ¿De verdad puede un hombre supuestamente inteligente, empresario de éxito, creer tales barbaridades?
Para imágenes, las que se vieron en Nueva York el 18 de junio de 1994 en un partido correspondiente al mundial de fútbol entre Irlanda e Italia. En las afueras del estadio se vendían imágenes de San Genaro para los seguidores de Italia y de San Patricio para los de Irlanda. Por aquellos días la catedral de San Patricio, en Nueva York, se llenó de irlandeses que rezaban por el triunfo de su equipo, en tanto que los italianos acudían en masa a Nuestra Señora del Harlem, templo católico que alberga una imagen femenina y otra masculina –la virgen y San Genaro, dicen– a cuál más milagrosa, según sus creyentes.
El encuentro entre los dos santos terminó en 1 a 0. San Patricio de Irlanda, muerto desde el año 493, venció a San Genaro de Nápoles, quien abandonó este mundo en torno al año 305. El irlandés controló más la pelota y en las parroquias católicas de Sicilia levantaron banderas de duelo.
Cuando el Deportivo de La Coruña jugó contra el Barcelona en mayo de 1995, los puestos de venta que rodeaban el estadio del Depor vendían imágenes de San Pancracio envueltas en hojas de perejil para que ganara su equipo. Cuando el mismo Depor ganó al Valencia la copa del rey, el jugador brasileño Donato, evangélico de oración diaria, afirmó: “Dios ha sido del Depor”. Y su compañero de equipo, Manjarín, creyente católico, añadió: “Dios ha querido ser justo”. Es decir, Dios vistió ese día la camiseta del Coruña y le regaló la del Valencia a San Pedro. ¡Qué sarta de disparates! ¡Y hasta de blasfemia, porque Dios castiga a quien utiliza su nombre en vano!
Algunos locutores de televisión son tan supersticiosos como los jugadores. Domingo 4 de junio de 1995. Televisión Española, tres de la tarde, voz sin imagen, partido Madrid-Coruña, decía el presentador: “Zamorano llamó a las puertas del cielo, y el cielo se abrió”. Estaba diciendo que el chileno del Real Madrid había marcado un gol. Pero ¿qué es eso de abrir las puertas del cielo a los madrileños y cerrarlas a los gallegos? ¿Tuvo más poder la Virgen de la Paloma que el apóstol Santiago?
Miércoles 20 de abril de 1995. Partido entre el Zaragoza y el Celta de Vigo. Víctor Fernández, entrenador del Zaragoza, dirigiéndose a los jugadores: “Dios me ha dicho que vamos a ganar este partido”. Lo ganaron, efectivamente, por un gol de penalti. Pero ¿cómo se lo dijo Dios? ¿Por teléfono rojo? ¿Por visión como a los profetas? ¿En sueños como a San José?
Más despropósitos: el 11 de mayo de 1995 jugaron en París el Zaragoza y el Arsenal inglés. Ganaron los maños por un gol a cero, marcado por Mohamed Alí Hamar, más conocido por Nagín, de religión musulmana. Nagín agradeció el triunfo a Alá, pero la copa ganada con la ayuda de Alá fue ofrecida por el presidente católico del club maño a la Virgen de la Pilarica.
España es cuna y madre del paganismo irracional, creadora de dioses que a lo largo de la temporada se dan cita en los campos de fútbol. Allí se encarnan en las masas que se entusiasman o se derrumban, gritan, protestan o aplauden, insultan o piropean, ríen o lloran, rezan o blasfeman, todo según el recorrido y la dirección de la pelota, el descuido o la habilidad del portero.
La anécdota. El miércoles 23 de noviembre España jugó contra Costa Rica, país que encajó siete goles. Su portero, uno de los más famosos del mundo, Keylor Navas, fervoroso creyente, suele alzar los brazos al cielo cada vez que logra mantener la portería a cero. Aquel miércoles salió del campo con la mirada clavada en la tierra y los brazos extendidos a lo largo del cuerpo. Al parecer, o los jugadores fueron malos, o fueron buenos los españoles, o Dios abandonó al portero.
NOTA: Absolutamente todos los datos que cito en este artículo proceden de mis propios archivos.
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