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“Cómo conocer la Biblia”, de Pedro Puigvert

FRAGMENTOS 24 DE NOVIEMBRE DE 2022 18:00 h
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de “Cómo conocer la Biblia”, de Pedro Puigvert (Unión Bíblica, 2013). Puede saber más sobre el libro aquí.



 



Introducción



Esta obra ha sido revisada por el autor en función de su soporte como ampliación del Curso de Iniciación al Estudio de la Biblia que lleva por título ¿Cómo estudiar la Biblia? que se distribuyó en forma de cuaderno. Ahora, la Unión Bíblica lo edita en forma de libro. Tiene el objeto de orientar al lector y estudiante de la Biblia en la lectura y el estudio de las Escrituras, para que pueda conocer la palabra de Dios. En realidad, se ha respetado la misma estructura y se han modificado aquellas partes que no encajaban en este formato y se han añadido más explicaciones allí donde ha considerado el autor que debía ampliarse. Se trata de acercar de manera inteligible a toda persona, poco o bastante familiarizada con las Escrituras a la comprensión de su contenido, lenguaje y enseñanzas. Siguiendo su diseño original se presenta en doce lecciones para desarrollar cada una de ellas semanalmente y así en tres meses se puede terminar. Al final de cada lección hay un cuestionario que el estudiante puede responder y en grupos de estudio el responsable puede corregir. Mientras el discípulo va aprendiendo lo que es la Biblia, se ejercita en su manejo y de este modo adquiere el hábito de su lectura, meditación y aplicación. Para cumplir el objetivo se atienden cuatro áreas fundamentales:



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1. El libro



2. El mensaje



3. Cómo leerla



4. Cómo comprenderla



 



La Biblia, como el libro de Dios, está destinada a todos los hombres sin excepción y no solamente a los especialistas que deben descifrar los más recónditos misterios que están envueltos a lo largo y ancho de sus páginas. Su mensaje es único, al tratar la manera en que Dios ha obrado acercándose a sus criaturas en el devenir de los siglos para finalmente darse a conocer en Jesucristo con el propósito de salvarlas. Pero no termina aquí la función de la revelación divina, ya que la persona que cree en Jesucristo tiene delante de él la responsabilidad de vivir la nueva vida recibida de Dios en conformidad a su voluntad. Por ello debe hacer cuestión prioritaria de su vida la lectura diaria de la Biblia y la oración a fin de alimentarse de ella para crecer espiritualmente. Algunas personas afirman que al tratarse de un libro muy antiguo es difícil entender lo que dice. Es cierto que hay cosas que son difíciles de razonar, pero todas aquellas relativas a la salvación del hombre son comprensibles para la mayoría de personas. Por eso este libro se ocupa también en enseñar los principios elementales de interpretación de una manera sencilla para poder comprender lo más esencial de la Palabra de Dios y aplicarla al estilo de vida del cristiano.



 



 



Lección I                                                                                          



LA BIBLIA, EL LIBRO DE DIOS



Su origen                                                                                                              



Al centrar nuestro interés en el libro de Dios, nos preguntamos acerca de su origen, formación y cómo ha llegado hasta nosotros. Aunque sus primeras páginas se empezaron a escribir hace algo más de tres mil años, su contenido es actual. Por eso lo que sigue nos ayudará a entender lo que a simple vista puede parecernos una paradoja: un libro antiguo con un mensaje que incluye tanto el presente en que vivimos como el futuro por venir. Reconocemos que nuestras convicciones deben estar determinadas por el mensaje de la Biblia y de ahí su importancia.  Nuestra conducta debe estar orientada y formada por la Escritura. En muchos de sus aspectos, lo que es justo y bueno, como lo que es malo, está claramente mostrado en ella. El culto que debemos dar a Dios debe estar centrado en las Sagradas Escrituras. La importancia que los Reformadores dieron al ministerio de la palabra constituye la garantía que, en la mayor parte de los cultos celebrados según la tradición protestante, la predicación se encuentra en el corazón del culto público. En aquellos casos en que ha habido desviación de esta centralidad, es necesario recuperarla. (i)



1. Significado del término Biblia



La palabra Biblia se empezó a utilizar unos cuatrocientos años después de Cristo para referirse al conjunto de los libros sagrados, tanto de los hebreos como de los cristianos. Procede del griego biblia en su forma plural   derivada de los vocablos biblos y biblion cuyo significado es “documento escrito en papiro”. Para nuestra comprensión actual dichos términos se traducen al castellano por libro (Mt. 1:1). La palabra se ha originado en el nombre con que se designaba la corteza interior del junco del papyrus llamada biblo y que crecía por todo el Oriente, aunque se hallaba preferentemente en Egipto a lo largo del Nilo. Cortada en tiras unidas unas a otras, servían para formar hojas en las que podía escribirse.  La importancia del lugar de fabricación del papel, hizo que se cambiase el nombre de la ciudad de Gebal por el de Biblos, situada aproximadamente a unos 40 kilómetros al norte de la actual Beirut.



2. ¿Cómo nos ha llegado la Biblia? 



La Biblia es un libro divino y humano a la vez. Ha sido escrito por hombres en un lenguaje comprensible al ser humano, pero su origen divino es evidente en cada página que leemos, tanto por su contenido como por sus efectos. Una de las características de esta evidencia es la manera en que ha sido preservada a través de los siglos, partiendo de los materiales usados. Actualmente no tenemos ningún problema para adquirir un ejemplar, pero no sucedía lo mismo antes de la invención de la imprenta cuando debía escribirse a mano. […]



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3. Distintas expresiones para el término Biblia



Tanto el Señor Jesucristo, como sus apóstoles se refirieron en bastantes ocasiones a la Biblia con nombres diferentes:



a) La Escritura (Jn. 2:22), Hch. 8:32, Ro. 4:3, 2P. 1:20)



b) Las Escrituras (Jn. 5:39, Hch. 17:11, Ro. 1:2, 2 P. 3:16)



c) Las Santas o Sagradas Escrituras (Ro. 1:2)



d) Las palabras de Dios (He. 5:12)



e) La Palabra de Dios (Mr. 7:13, Ro. 10:17, He. 4:12)



f) La ley, los profetas y los salmos (Lc. 24:44)



        



La expresión Sagradas Escrituras lleva consigo la consideración de que todos los ingredientes que las componen, incluso los más materiales, revisten carácter sagrado. Si un libro es sagrado lo son también la lengua, el tipo de escritura y el estilo en que está escrito. El reconocimiento de los libros canónicos y la transmisión e interpretación de los mismos están determinados por el carácter sagrado de los textos bíblicos. 



       



4.  Las dos partes que forman la Biblia



La Biblia está formada por dos partes principales, llamadas Antiguo y Nuevo Testamento. Sin embargo, sería más correcto denominarles Antiguo y Nuevo Pacto (2 Co. 3:6,14), ya que la palabra “testamento” en español expresa la última voluntad de una persona cuando dispone de sus bienes en el momento de su muerte, mientras que el término “pacto” indica la manera como Dios se ha relacionado con los hombres a través de la historia de la salvación. Dios es el que ha establecido las condiciones del pacto, por tanto, su carácter es unilateral. La idea de pacto es el centro unificador de las Escrituras y va desde Noé (Gn. 6:18) hasta el establecimiento del nuevo pacto en Jesucristo (He. 8 a 13), pasando por Abraham (Gn. 17:2), Moisés (Ex.19:5) y David (Sal. 89:3-4).



 



1. La composición del Antiguo Testamento



Los judíos dividían el Antiguo Testamento en tres partes: la ley, los profetas y los salmos o escritos (Lc. 24:44) que se corresponden exactamente con los 39 libros de que constan nuestras biblias, situados por orden temático y literario, y no por orden cronológico. Son estos:



a) Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio



b) Libros históricos: Josué, Jueces, Rut, 1 Samuel, 2 Samuel, 1 Reyes, 2 Reyes, 1 Crónicas, 2 Crónicas, Esdras, Nehemías, Ester



c) Libros poéticos y sapienciales: Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés y Cantar de los Cantares



d) Libros proféticos: Isaías, Jeremías, lamentaciones, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías.



e) Libros apócrifos: El término apócrifo significa “oculto” y se aplica a todos los libros no admitidos en el canon o lista de libros inspirados. Sin embargo, este término no expresa lo mismo para todos los cristianos, puesto que para los católicos los apócrifos son aquellos libros que no forman parte de la Septuaginta (versión griega del AT) –aunque no todos- a los que se refieren como “deuterocanónicos” (segundo canon). La versión de los Setenta o Septuaginta contenía quince libros apócrifos  que no estaban en la Biblia hebrea o Tanak (acrónimo de las palabras hebreas Torah, Nebi’im y Ketûbim para designar el canon completo de la Biblia hebrea). En la versión latina llamada “Ítala”, hecha a partir de la Septuaginta, incluyeron solamente diez apócrifos de ésta, descartando Ascensión de Isaías, Jubileos, Carta de Jeremías, 3o de Macabeos y Enoc. En la Vulgata, versión ordenada por el obispo de Roma Dámaso y hecha por Jerónimo, incluyeron por presiones los diez apócrifos de la Ítala contra la voluntad del traductor de los sesenta y seis canónicos. En el Concilio de Trento celebrado en 1545, los obispos empezaron fijando el canon de la Sagrada Escritura, excluyendo tres de los apócrifos de la Vulgata: 3 y 4 de Esdras y la oración de Manases. ¿Por qué aceptaron unos apócrifos y excluyeron otros? Porque les convenía, ya que en ellos han encontrado apoyo a algunos dogmas, como por ejemplo: ofrecer sufragios por las almas de los muertos y la doctrina del purgatorio. En la tradición protestante se hace una distinción, llamando pseudoepigráficos a los apócrifos que no forman parte de la Septuaginta y simplemente apócrifos a los que contiene dicha versión y no están en el canon palestinense, pero sí incluidos en las versiones católicas bajo el epígrafe de “deuterocanónicos”. Nosotros no aceptamos como canónicos los apócrifos porque ni el Señor Jesucristo ni los apóstoles hicieron referencia a ninguno de ellos. Si tenemos en cuenta que el Nuevo Testamento cita 280 veces al Antiguo y casi siempre las citas están tomadas de la Septuaginta, nos da una razón suficientemente explícita de su exclusión en nuestras Biblias. Si recurrimos a la Tradición, que para los católicos tiene la misma autoridad que las Escrituras, observamos como los padres de la Iglesia más prominentes rechazaron los apócrifos: Melitón, Orígenes, Atanasio, Cirilo, Rufino, Agustín y Jerónimo entre otros. Este último, traductor de la Vulgata dijo: “Las iglesias los leen como historias que proporcionan bellos ejemplos para la vida, para instrucción, para los modales”. Pero los rechazó como inspirados, incluyéndolos en la Vulgata por las presiones recibidas y sólo como él dijo: “como historias”. La Iglesia durante siglos prescindió de esta literatura, siendo aceptados como un segundo canon en el Concilio de Trento para, como hemos señalado, tener una base para algunos de sus dogmas. En resumen, tenemos poderosas razones para no aceptar su inclusión en el Canon.



 



1. La composición del Nuevo Testamento



El Nuevo Testamento está formado por 27 libros colocados siguiendo un orden lógico y no por el cronológico en que fueron escritos, es decir, siguen una estructura temática y literaria como podemos ver a continuación:



Libros históricos: los cuatro evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) y Hechos de los apóstoles



Epístolas doctrinales: Romanos, 1 Corintios, 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 Tesalonicenses, 2 Tesalonicenses, 1 Timoteo, 2 Timoteo, Tito, Filemón, Hebreos, Santiago, 1 Pedro, 2 Pedro, 1 Juan, 2 Juan, 3 Juan y Judas



Libros proféticos: Apocalipsis



    



2. Unidad y diversidad de la Biblia



Hasta la total conclusión de los libros que componen la Biblia, transcurrió un período de más de 1.500 años. Intervinieron unos 40 autores distintos que vivieron en épocas diferentes, “los santos hombres que hablaron de parte de Dios siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P. 1:21) los cuales son los signos visibles de que detrás de ellos había una mente ordenándolo todo, con una notable variedad de estilos y géneros literarios y, sin embargo, existe una unidad de pensamiento que hace de la Biblia un libro único en el mundo. “Y hasta tal punto Antiguo y Nuevo Testamento forman un todo que ni el AT podría ser interpretado correctamente sin el Nuevo ni el Nuevo sin el Antiguo”. Cuando nos acercamos a la Biblia para leerla y estudiarla no podemos olvidar que Dios es su autor. Se ha dicho a menudo que la Biblia no es un libro, sino una biblioteca representando una pluralidad de autores y de temas. Ciertamente es así, lo que la convierte en una obra excepcional.



 



Notas



(i) Martínez José M. Hermenéutica Bíblica. Terrassa: Editorial Clie, 1984, p. 226.



 





 




 

 


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