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Historia, gracia y gloria: las reformas protestantes y los desafíos para las iglesias de hoy (II)

Bien haríamos en apelar a las fuentes más profundas de los movimientos de cambio del siglo XVI, a la luz de la necesidad de asumir las reformas y cambios necesarios como un horizonte permanente de fe.

GINEBRA VIVA AUTOR 79/Leopoldo_CervantesOrtiz 04 DE NOVIEMBRE DE 2022 08:18 h
Lutero y Calvino.

El retorno al Evangelio, como protesta contra actitudes y desarrollos defectuosos de la Iglesia y la teología tradicionales constituye el punto de partida del nuevo paradigma reformador, o sea, el paradigma protestante-evangélico de Iglesia y teología. La nueva manera de entender el Evangelio por parte de Lutero y la importancia totalmente nueva de la doctrina de la justificación reorientaron de hecho toda la teología y dieron a la Iglesia nuevas estructuras: un cambio de paradigma por excelencia.[1]



Hans Küng



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2. El “triunfo de la gracia” en las teologías de las reformas



Ésta es una frase muy socorrida en diversos análisis teológicos de autores contemporáneos tales como Karl Barth y Juan Luis Segundo. Al subrayar la dimensión de la gracia se alude, evidentemente, a todo un universo de concepciones ligadas a ella, como la gratuidad, predominantemente, a fin de superar la comprensión soteriológica ligada a la posibilidad de que las buenas obras pudiesen influir para alcanzar la salvación. El redescubrimiento de la importancia de la gracia consiguió sacar a Lutero de los inmensos temores que lo atenazaban al no considerarse signo de la obra bienhechora de Dios y le permitió asomarse a las bondades de la gracia para proyectar en el individuo la superación de cualquier exigencia personal para lograr la seguridad salvífica.



Como bien explica Jacques Ellul, la Reforma superó este esquema: “Se trataba de encontrar en cada cosa, el punto de unión entre la naturaleza y la gracia, entre la realidad del mundo y la verdad de Dios, entre la posibilidad del hombre y la exigencia del Espíritu”[2]. Así argumenta Paul Tillich al respecto: “Desaparecen los elementos mágicos y legales pues la gracia es una comunión personal de Dios con el pecador. No existe la posibilidad de mérito alguno, lo único necesario es la aceptación. No puede haber ningún poder mágico oculto en nuestras almas que nos haga aceptables, somos aceptables en el momento en que aceptamos esa aceptación”[3]. Y agrega: “A los méritos, a los esfuerzos de piedad religiosa prescritos por la Iglesia (“obras”) para conseguir la salvación del alma, Lutero opone el primado de la gracia y de la fe: sola gratia del Dios misericordioso que se mostró como tal en la cruz y la resurrección de Jesucristo, y la fe absoluta del hombre en ese Dios, su confianza absoluta en él (sola fides)”[4].



Alfonso Rincón González hace un excelente sumario de la visión luterana de la gracia: “Para Lutero, la gracia no está en la naturaleza de las cosas; la gracia no es sino el acto libre, inesperado, de Dios que salva libremente al hombre. Hay una profunda discontinuidad entre la naturaleza y la gracia, entre el hombre interior y el hombre exterior. El rechazo de toda filosofía y la visión pesimista de la condición humana han excluido la naturaleza del pensamiento del Reformador”[5]. Asimismo, subraya, pensando en la experiencia misma de Lutero: “Abandonando toda idea de mérito, toda ansia de autojustificación, se dejó invadir por la confianza en el solo poder de la cruz. De ese modo, Lutero experimenta una liberación. Pero a esta experiencia le está indisolublemente unida la aceptación de la pobreza del hombre, de su impotencia, de su nada, condición para el triunfo de la gracia”[6].



Calvino, como integrante del conjunto de reformadores representativos, explica Dawn DeVries, también asumió la realidad de la gracia como una acción fundamental de Dios para la realización de la salvación:



Calvino, como Lutero, toma el corazón del mensaje del evangelio como la gracia soberana de Dios. Aunque en nuestra vida cotidiana podamos sentir que vivimos en una meritocracia donde las personas son recompensadas de acuerdo con sus esfuerzos, el reino de Dios no es así. Desde el momento en que alguien comienza a existir hasta el momento en que regresa al Creador en la muerte o la no existencia, todo ser humano (y todo lo que existe) vive solo por la libre voluntad de Dios. No hay nada que podamos hacer para “ganarnos” nuestro ser, ni para controlar y determinar nuestro destino final. Éstos están asegurados solo en el amor y la gracia desbordantes de Dios. La doctrina de la gracia siempre ha asombrado a todos: a los ricos y poderosos, pero también a los pobres, a los que tienen mala suerte e incluso a los que tienen el corazón endurecido.[7]



De ahí que la actualización en estos tiempos de competencia humana en todos los niveles sea obligada para comprender mejor la grandeza de la gratuidad divina en medio de un mundo sometido a la búsqueda de ganar a toda costa: “Es una palabra que habla en contra de los valores incrustados en el capitalismo neoliberal que domina la economía en todo el mundo hoy. Dice que Dios no puede ser comprado ni poseído por ninguna de las criaturas de Dios. Y dice que el valor de cada persona no está asegurado por el trabajo o el valor neto, sino solo por el amor de Dios”. por ello, la respuesta a semejante don no puede ser otra que la gratitud, en consonancia con la amplitud existencial que proporciona la certeza de obtener el perdón sin ningún mérito, con sus derivaciones actuales en los contextos tan complejos y exigentes que nos rodean:



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…dado que todos existimos por pura gracia, nuestra respuesta apropiada es la gratitud. Debemos estar agradecidos por el tiempo y el espacio que se nos asigna para usar nuestros dones al servicio de los demás como un espejo de la gloria y la gracia de Dios. En medio de las ansiedades de nuestra época —nuevas tecnologías, desigualdad de ingresos, pobreza aplastante, odio y violencia racial/étnica/nacionalista, desastres naturales interminables, guerras, crisis de refugiados, gobiernos fallidos e iglesias políticamente corruptas— nosotros, como Lutero, Calvino y Knox antes nosotros, podemos dejar los resultados al poderoso Dios de la gloria que es al mismo tiempo el Dios bueno y amoroso de la gracia.[8]



3. Actualidad y pertinencia de los grandes lemas de las reformas protestantes



Más allá de lo que muchos identifican con una frase inexistente (las cinco solas), el riesgo de la esquematización de lo sucedido en el siglo XVI y, sobre todo, la manera en que puede ser apropiado y desarrollado en la actualidad, puede ser remontado por una sólida “deconstrucción” de cada uno de esos lemas, con el propósito de colocar en su justa dimensión lo que hoy representan Cristo, la gracia, la fe, la Escritura y la gloria de Dios. Especial atención merece otra de las afirmaciones surgidas con posterioridad al siglo XVI, aquella que reza: Ecclesia reformata et semper reformanda secundum Verbum Dei (La iglesia reformada siempre reformándose de acuerdo con la Palabra de Dios), que casi siempre es citada incompleta y con algunos énfasis que no necesariamente coinciden con su expresión original. Surgido en el ámbito de las iglesias protestantes holandesas[9], el lema en cuestión propone la reformabilidad permanente de la iglesia, es decir, la disposición continua de la iglesia a transformarse según el impulso de la Biblia. Pero, como bien han señalado algunos autores, prácticamente ninguna iglesia ha propuesto vías institucionales para llevar a cabo ese proceso, por lo que no se conocen claramente los caminos o las vías por medio de las cuales pueda realizarse tan loable propósito, aun cuando algunos repitan lugares comunes para su realización[10].



Alfonso Ropero ha sido uno de los críticos de la escasa fortuna del lema para realizarse concretamente en la vida de las iglesias por causa de lo que denomina la “irreformabilidad” del protestantismo. Los ejemplos que pone para probar su aseveración son: el bautismo de infantes que, para muchos es intocable[11]; otro más es la doctrina del sacerdocio universal de los creyentes (para lo cual cita la novela Emanuel Quint. El loco en Cristo, de Gerhart Hauptmann, Premio Nobel) que, en buena medida, sigue siendo letra muerta para muchas comunidades[12]. Un tercer ejemplo es el libre examen (o libertad de cátedra), escasamente respetado en muchos espacios eclesiales protestantes. Su conclusión es, al mismo tiempo, amarga y profunda: “Lo que aquí ocurre es que el lema de iglesia reformada siempre reformándose, inconscientemente lo cambian por iglesia reformada siempre reformada. Es decir, siempre idéntica sí misma, fiel a la Reforma de hace medio milenio como si allí se encontrara todo el evangelio, puro e inmaculadamente concebido”[13].



En opinión de Ropero, hace falta explorar rutas efectivas de cambio real, concreto, para poner en práctica ese lema tan celebrado, así como una auténtica disposición a cambiar, con todo el dolor que eso produzca:



El protestantismo es irreformable porque aquellos que lo intentan, aun con sus mejores intenciones y argumentos sólidamente fundados en la Palabra de Dios, serán irremediablemente tildados de liberales, cuando no herejes, o cosas peores, condenándose así a una situación de recelo y ostracismo eclesial. Los defensores de la iglesia reformada siempre reformada consideran que cualquier reforma presente es una deformación. Así es imposible avanzar, entender y profundizar en el mensaje de Cristo desde su contexto a la situación presente. […]



No, aquí lo que se impone, como todo llamamiento a la conversión que procede de Dios, es reconocer la falta, para así poder acceder a la enmienda, que es gracia, nunca imposición.



Finalmente, en el mismo espíritu en que se expresa la Dra. DeVries, bien haríamos en apelar a las fuentes más profundas de los movimientos de cambio del siglo XVI, a la luz de la necesidad de asumir las reformas y cambios necesarios como un horizonte permanente de fe, pensamiento y acción para la vida de las comunidades cristianas así entendidas como protestantes. Ella encuentra mucho de ello en las respuestas que ofrecen documentos como el Catecismo de Ginebra como modelo para situarse ante la utilidad y necesidad de seguir celebrando y estudiando la Reforma:



¿Cuál es el propósito de la vida humana?



Es conocer a Dios.



¿Por qué dices eso?



Porque Dios nos ha creado y puesto en el mundo para ser glorificado en nosotros. Y hay una buena razón por la que debemos dedicar nuestras vidas a la gloria de Dios: porque Dios es el autor de ellas.



¿Y cuál es el mayor bien de los humanos?



La misma cosa.[14]



 



Notas



[1] H. Küng, “Martín Lutero: retorno al evangelio como ejemplo clásico de cambio de paradigma”, en L. Cervantes-O., ed., Antología de Martín Lutero. Legado y trascendencia. Una visión antológica. Barcelona, CLIE, 2019, p. 82. Publicado originalmente en Grandes pensadores cristianos. Una pequeña introducción a la teología.Madrid, Trotta, 1995, p. 140. Énfasis agregado.



[2] J. Ellul, “Actualidad de la Reforma”, en L. Cervantes-O., op. cit., p. 19.



[3] P. Tillich, “Martín Lutero”, en L. Cervantes-Ortiz, ed., op. cit., p. 41.



[4] Ibid. p. 80.



[5] A. Rincón González, “Lutero y el humanismo”, en L. Cervantes-O., ed, op. cit., p. 117.



[6] Ibid., p. 123. Énfasis agregado.



[7] D. DeVries, “Is celebrating and studying the Reformation still valuable?”, en Presbyterian Outlook, 25 de octubre de 2022. Versión propia.



[8] Ídem.



[9] Se acepta que el autor de este lema fue el pastor Jodocus van Lodenstein (1620-1677) en un libro devocional publicado en 1674: W. Godfrey, “¿Qué significa semper reformanda?”, en Ministerios Ligonier, 20 de mayo de 2022Cf. Joel R. Beeke, “Jodocus Van Lodenstein (1620-1677)”, en Christian Library.Curiosamente, este autor no menciona en ningún momento el lema en cuestión.



[10] Cf. Felipe Chamy, “La Reforma y la reforma”, en Coalición por el Evangelio, 28 de octubre de 2016Este autor propone aspectos obvios y “clásicos” (predicación del Evangelio, carácter del Evangelio, discipulado) como parte de un programa de “reforma continua”.



[11] A. Ropero, “La irreformabilidad del protestantismo”, en Pensamiento Protestante, 31 de octubre de 2020.



[12] Cf. Francisco Rodés, “El ideal frustrado de la Reforma protestante”, ver aquí.



[13] Ídem.



[14] J. Calvino, Catecismo de Ginebra publicado en español por primera vez el año 1550. Madrid, Fliedner Ediciones, 2013, p. 21.


 

 


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