Con el fin de contrarrestar la práctica de la exclusión basada en la identidad, desarrollé una teología de la acogida.
Un fragmento de “Exclusión & Acogida - Una exploración teológica de la identidad, la alteridad y la reconciliación”, de Miroslav Volf (Clie, 2022). Puede saber más sobre el libro aquí.
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Una vez acabada mi conferencia, el profesor Jürgen Moltmann se puso en pie y formuló una de sus preguntas típicas, concreta y penetrante a la vez: “Pero ¿puede usted aceptar a un četnik?”. Corría el año 1993, y estábamos en invierno. Hacía ya meses que los notables luchadores serbios llamados “četnik” habían estado sembrando la desolación en mi país natal, apiñando a las personas como manadas en campos de concentración, violando a las mujeres, incendiando iglesias y destruyendo ciudades.
Yo acababa de argumentar que debíamos aceptar a nuestros enemigos como Dios nos había admitido en Cristo. ¿Puedo aceptar a un četnik, alguien que en esa época era para mí lo último, por así decirlo, lo peor? ¿Qué justificaría la acogida? ¿De dónde sacaría yo las fuerzas para ello? ¿Qué efecto tendría esto sobre mi identidad como ser humano y como croata? Me llevó un momento contestar, aunque de inmediato supe lo que quería decir. “No, no puedo, pero como seguidor de Cristo, pienso que debería poder”. En un sentido, este libro es el producto de la lucha entre la verdad de mi argumento y la fuerza de la objeción de Moltmann.
Fue un libro difícil de escribir. Mi pensamiento se veía tironeado en dos direcciones diferentes por la sangre de los inocentes que clamaban a Dios y por la sangre del Cordero de Dios ofrecido por los culpables. ¿Cómo permanece uno leal a la petición de justicia de los oprimidos y, a la vez, al don del perdón que el Crucificado ofrecido a los perpetradores? Me sentía atrapado entre dos traiciones: la traición de los sufrientes, los explotados y los excluidos, y la traición del núcleo mismo de mi fe. En un sentido más perturbador aún, sentí que mi fe misma no concordaba consigo misma, dividida entre el Dios que libera a los necesitados y el Dios que abandona al Crucificado, entre la exigencia de hacer justicia por las víctimas y el llamado a aceptar al perpetrador. Yo conocía, por supuesto, formas fáciles de resolver esta poderosa tensión. Pero también tenía claro que eran fáciles precisamente porque eran falsas. Azuzado por el sufrimiento de quienes estaban atrapados en los crueles ciclos de conflicto, no solo en mi Croacia natal, sino por todo el mundo, emprendí un viaje cuyo informe presento en este libro.
Casi de forma inevitable, el informe es intensamente personal, incluso en sus secciones más abstractas y más duras. No quiero decir que me permita hacer aquí una manifestación pública sentimentaloide. El libro es personal en el sentido de que lucho de forma intelectual con cuestiones que ponen el dedo en la llaga de mi identidad. ¡Ninguna mente sin ataduras ni inafectada está intentando resolver aquí un puzle intelectual enigmático! Escogí no intentar siquiera lo imposible. Yo, ciudadano de un mundo en guerra y seguidor de Jesucristo, no podía colgar mis compromisos, mis deseos, mis rebeliones, mis resignaciones y mis incertidumbres como si colgara mi abrigo en la percha antes de entrar en mi estudio, o como si lo descolgara y me lo pusiera al terminar el día de trabajo. Mi gente estaba siendo maltratada, y yo necesitaba meditar la respuesta adecuada para mí, un seguidor del Mesías crucificado. ¿Cómo podía abstraerme de mis compromisos, mis deseos, mis rebeldías, mis resignaciones y mis incertidumbres? Tenía que reflexionar en todo ello, con tanto rigor como pudiera reunir. La tensión entre el mensaje de la cruz y el mundo de la violencia se me presentaba como un conflicto entre el deseo de seguir al Crucificado y la poca disposición de limitarme a observar cómo otros eran crucificados o permitir ser clavado yo a la cruz. Como relato de una lucha intelectual, el libro es asimismo el registro de un viaje espiritual. Lo escribí para mí, y para todos los que en un mundo de injusticia, engaño y violencia han hecho suya la historia del evangelio y, por tanto, no desean asignar las exigencias del Crucificado a las tenebrosas regiones de la sinrazón ni abandonan la lucha por la justicia, la verdad y la paz.
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El resurgir de la identidad
A principios de la década de 1990, cuando escribí Exclusión y acogida, los procesos de globalización se encontraban en pleno apogeo. El mundo se unía. Europa también se estaba uniendo, incluso integrando, excepto en uno de sus bordes, donde las partes constituyentes de Yugoslavia, el país de mi nacimiento y mi juventud, estaban separándose con violencia. Los croatas católicos, los bosnios musulmanes y los serbios ortodoxos peleaban entre sí en nombre de sus identidades étnicas y religiosas. En aquel tiempo, fuegos similares estallaban por todas partes en el mundo, más de cincuenta, todos centrados en las identidades étnicas, religiosas, raciales y culturales. Algunos de ellos se fueron consumiendo a baja intensidad mientras que otros, como el genocidio en Ruanda de 1994 fueron conflagraciones violentas de la crueldad y el sufrimiento humanos. En la década de 1990, los europeos y los estadounidenses estaban desconcertados por estos conflictos enfocados en la identidad, y con frecuencia los desecharon considerándolos residuos de la barbarie ignorante. En 1992, Alain Finkielkraut, filósofo judío francés conservador, sintió la necesidad de explicar las fuertes inversiones que se hacían en las identidades etnoculturales y escribió todo un libro sobre el asunto, con el título original How Can One Be Croatian? (¿Cómo se puede ser croata?). (1)
Escribí Exclusión y acogida en el marco de los enfrentamientos centrados en la identidad en un mundo rápidamente globalizado. Sin embargo, mi objetivo era distinto al de Finkielkraut aunque, como él pero a mi manera, me resistía a la idea de que las inversiones en los grupos de identidades son un lastre del pasado que tiene que ser descartado. En lugar de explicar y defender las luchas de identidad como él hizo, yo bosquejé un relato alternativo, inspirado en el cristianismo, de las identidades sociales y de su negociación, y propuse una senda hacia la reconciliación, en realidad, una visión de la vida juntos reconciliados y conciliadores. Con el fin de contrarrestar la práctica de la exclusión basada en la identidad, desarrollé una teología de la acogida.
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