Tesalónica (en ocasiones Saloniki) es una de las muchas ciudades mediterráneas que ha tenido una historia continua desde el período grecorromano hasta el día de hoy, sobre todo por su situación estratégica en el punto más al norte del Golfo Termaico (golfo de Salónica).
Un fragmento de “Primera y Segunda Carta a los Tesalonicenses” (Clie, 2022), de Gordon D. Fee. Puede saber más sobre el libro aquí.
PREFACIO
Cuando acepté ser el editor de esta serie de comentarios, a finales de la década de 1980, una de mis primeras tareas consistió en contactar a algunos de los autores de la serie original para comprobar si estaban dispuestos a producir una segunda edición actualizada de su comentario, sobre todo porque habían transcurrido ya cinco décadas y algunos de los volúmenes no habían aparecido aún. Una de las personas con las que pude hablar personalmente fue Leon Morris, de Melbourne, Australia, cuando me encontraba de visita en aquella ciudad para enseñar y predicar, en la primavera de 1987. Fue un tiempo cordial durante el que descubrí que el profesor Morris ya había decidido ofrecer una segunda edición de su comentario sobre Tesalonicenses, y que lo había hecho a petición de mi predecesor, F. F. Bruce. Aunque por entonces tenía noventa años, seguía en sus plenas facultades. Sin embargo, también estaba prácticamente confinado en su casa, ya que no conducía; de modo que la “revisión” resultó ser algo más que añadir algunos “cambios” en unos pocos pasajes y la puesta al día de algunas notas a pie de página. Al final, su “revisión” fue también lo último que editó el profesor Bruce en la serie.
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Como he venido enseñando sobre estas cartas durante más de tres décadas, al menos en tres entornos distintos (Gordon-Conwell Theological Seminary, Regent College y Fuller Theological Seminary), le he dado vueltas durante varios años a la idea de recolocar el comentario del profesor Morris. Ahora, cuando llevo ya cinco años jubilado del Regent College y he terminado algunas cosas que tenía atrasadas, he decidido llevar a cabo este deseo (con el estímulo de los editores). En este intervalo, la literatura secundaria ha proliferado hasta quedar casi fuera del alcance de cualquiera que intente abordar esta tarea. De hecho, aseguraría que la cantidad de literatura secundaria sobre estas cartas se ha duplicado en los últimos quince años, de tal manera que ya no es posible tener la sensación de “dominarla”. En realidad, he descubierto tanto material solo en la edición final que con ello bastaría para pedir disculpas por adelantado a todos los que han escrito sobre estas epístolas y no figuran en la bibliografía actual. Es bastante evidente que las que una vez fueron conocidas como “las Cenicientas” del corpus paulino han asistido por fin al baile.
Sin embargo, por todo ello, al margen de los eruditos pertenecientes a la tradición dispensacionalista, la segunda de estas epístolas sigue siendo un tanto “Cenicienta”; la prueba de ello debe encontrarse en la escasez general de literatura secundaria al respecto en comparación con la primera carta. Aunque parte de esto puede atribuirse a que su tamaño es poco más de la mitad de la primera misiva (tiene un cuarenta y cinco por ciento menos de palabras), en su mayor parte parecería más bien que el asunto está relacionado con la diferencia general de los materiales escatológicos en 2:1-12, que muchos eruditos calificarían de indigna del Pablo al que ellos conocen por Gálatas y Romanos, que es el que les gusta. Pero, como lo expresó hace años I. H. Marshall, varios argumentos demasiado débiles (en contra de su autenticidad) no llegan a formar un motivo firme; y, en resumidas cuentas, el prejuicio en contra del contenido de la carta (que nadie se atrevería a admitir) no es una razón adecuada para negar la autoría paulina. Ese instante aparentemente idiosincrático en comparación con el resto del corpus, no supera el contenido de Romanos 9-11.
Por tanto, la obra presente ha sido mayormente un trabajo de amor por el apóstol a quien he llegado a conocer bien a lo largo de los muchos años durante los cuales he enseñado y escrito sobre sus cartas. Y uso el adverbio “mayormente” porque, como ha venido siendo la costumbre de toda mi vida, escribo primero el comentario y después consulto la literatura secundaria, tras lo cual realizo cualquier ajuste necesario y añado las notas adecuadas a pie de página. Aunque gran parte de esos recursos ha sido útil, reconozco cierta frustración hacia aquellos textos que parecen ser algo puramente idiosincrático, impuesto por la cultura académica actual de publicar o desaparecer.
Coincido con otros en que estas dos cartas no son el “plato fuerte” del corpus paulino; sin embargo, están llenas de una sustancia histórica y teológica que las hace merecedoras de cualquier esfuerzo. Cierto es que la gran pasión de la vida de Pablo —judíos y gentiles como un solo pueblo de Dios por medio de Cristo y del Espíritu— no se percibe de manera patente; no obstante, siempre es su propósito subyacente y, por tanto, su preocupación de que estos creyentes (en su mayoría gentiles) entiendan bien los términos de cómo se vive a la luz de la obra de Cristo y del Espíritu.
Gordon D. Fee
PRIMERA CARTA A LOS TESALONICENSES
Introducción a 1 Tesalonicenses
Se podría decir que escribir un comentario sobre las dos cartas de Pablo a los creyentes de Tesalónica debería contar con tres introducciones: una al respecto de la ciudad y su comunidad cristiana (asuntos de interés para ambas epístolas) y luego una segunda y una tercera introducción sobre las cartas mismas, ya que, aunque tienen cierta relación obvia entre sí, cada una de ellas es única en sí misma. Además, debido a que muchos discuten la autoría de la segunda, es preciso conceder una sección mucho mayor en este caso. Sin embargo, en esto me mantendré del lado de la tradición y proporcionaré tan solo dos introducciones. Donde sí me inclino a apartarme de ella es en ofrecer introducciones separadas al principio de cada comentario en lugar de hacerlas figurar a ambas al comienzo del libro en su conjunto. Este es, sencillamente, mi propio intento de atribuirle su mérito a 2 Tesalonicenses en vez de etiquetarla como una especie de apéndice al comentario de la primera epístola. […]
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I. AUTORÍA Y FECHA
Aunque se haya negado la autoría paulina de esta epístola alguna que otra vez, como en el caso del escepticismo histórico extremo de F. D. Baur, a mediados del siglo XIX, este rechazo se enfrenta a dificultades históricas tremendas, de tal manera que uno llega a preguntarse sobre el sentido de “molestarse” en comprobar si las razones de Baur estaban o no basadas, en última instancia, en cuestiones históricas propiamente dichas o en su propia adhesión a la filosofía hegeliana. (1). También supondré aquí que la tradición histórica está en lo cierto al respecto de que el orden cronológico de los libros es el indicado por su número; el único comentarista que piensa lo contrario (C. A. Wanamaker) cuenta con pocos seguidores y estoy convencido de que es por buenas razones. Así, desde el cambio al siglo XX, la autoría paulina de esta carta se ha aceptado de forma casi universal como un hecho histórico.
Sin embargo, la pregunta más relevante a este respecto es la de la autoría plural, ya que las dos misivas a esta iglesia son, de todo el corpus paulino, las únicas que poseen dos rasgos exclusivos. En primero lugar, “el/los autor/es” se indentifica/n sin calificación alguna (“apóstoles”, “siervos”, etc.), algo que se ha convertido en la característica estándar de todas las cartas posteriores, empezando por nuestra 1 Corintios. (2) En segundo lugar, la primera persona del plural se mantiene básicamente a lo largo de la carta de manera que, según los principios históricos habituales, los remitentes de la carta a la iglesia de los tesalonicenses deberían identificarse como Pablo, Silas y Timoteo. De hecho, dado que se menciona a los tres en las señas, se debe tomar en serio el hecho de que el apóstol dé a entender que las epístolas procedían de ellos tres.
No obstante, la misiva fue dictada solo por uno de ellos, el apóstol mismo, como confirman los “lapsus” ocasionales en primera persona del singular (2:18; 3:5; 5:27). Aun así, dada la singularidad del uso de la primera persona del plural en estas dos cartas, además de que comience mencionándolos a los tres, lo más probable es que debiéramos tomar la pluralidad de la autoría más en serio de lo que la mayoría de nosotros suele hacerlo. Esto parece ser lo más cierto ya que, en esta primera carta (como en la siguiente), Pablo no recalca su autoridad para intervenir en la situación de la congregación. Este fenómeno comienza —y por una buena razón, según resulta— con la primera carta que se conserva suya a los creyentes de Corinto. Esto es, además, un añadido a las pruebas de que, por mucho que se pudiera describir esta carta de otro modo, según los estándares antiguos, es primero y principal una epístola de amistad. No se designa a Pablo como “apóstol de Jesucristo” ni como “siervo de Cristo”; se menciona a los tres sencillamente como coautores que comentan la situación en Tesalónica, aunque la carta en sí misma haya sido dictada por Pablo.
La fecha de la carta se basa primordialmente en la fecha combinada de Hechos 17:1-9 y la mención singular de Pablo de haberse quedado solo (presumiblemente con Silas) en Atenas, por haber enviado a Timoteo desde allí a los tesalonicenses (3:1-2). La forma misma en la que se expresa esto sugiere que el apóstol ya no se encontraba en aquella ciudad y que habría seguido hasta Corinto. (3) Si nos basamos en la referencia en Hechos, donde se indica que Pablo y sus compañeros fueron a Tesalónica, pasando por Filipos —lugar que las autoridades municipales les habrían pedido que abandonaran—, podemos deducir sin miedo a equivocarnos una datación del 49 o 50 e. c. aproximadamente para la escritura de esta carta.
Lo que se desconoce de manera específica es la ubicación de Pablo en el momento de escribir, ya que la mención del regreso de Timoteo en 3:16 no tiene referente geográfico al respecto del sitio al que volvió. Por tanto, a partir del relato de Hechos, la mayoría de eruditos ha presupuesto que el retorno de Timoteo y el envío de esta carta se produjeron en los primeros meses de la visita de Pablo a Corinto, narrada en Hechos 19:1-18a. Esto no puede probarse ni negarse; es sencillamente una base —que además encaja a la perfección— para los pocos datos históricos de los que disponemos.
II. LA CIUDAD Y SU COMUNIDAD CRISTIANA
Tesalónica (en ocasiones Saloniki) es una de las muchas ciudades mediterráneas que ha tenido una historia continua desde el período grecorromano hasta el día de hoy, sobre todo por su situación estratégica en el punto más al norte del Golfo Termaico (golfo de Salónica), además de su ubicación a horcajadas sobre la Vía Egnatia, carretera principal entre Bizancio (en la actualidad, Estambul) al este y los puertos adriáticos al oeste. Según el historiador griego, Strabo (m. 23 e. c.), la ciudad de aquel tiempo había sido fundada por Casandro, en el siglo IV a. e. c., quien le puso el nombre de su esposa Thessalonikē (= “victoria de Tesalia”), hija de Felipe y hermanastra de Alejandro Magno. En el 167 a. e. c., cuando Macedonia fue anexionada por Roma y dividida en cuatro partes, Tesalónica se convirtió en la capital del segundo distrito. Cuando se reorganizó la provincia en el 148 a. e. c., se la nombró capital de la provincia de Macedonia. En el toma y daca de la historia, la ciudad tuvo la suerte de estar de parte de Octavio (más tarde Augusto) en la guerra civil (42 a. e. c.); por ese motivo, se la premió con el estatus de “ciudad libre”. Al mismo tiempo, por supuesto, al igual que Filipos, esto aseguraba la lealtad al emperador, así como los beneficios imperiales que la acompañaban.
Según el relato de Lucas en Hechos 17:6, los “politarcos” desempeñaban el gobierno local; es un término hallado en inscripciones, pero en la literatura conocida solo figura en este libro. Al parecer, había cinco “politarcos” en la época de Pablo. Por su situación geográfica estratégica, casi con toda seguridad tenía una población mixta similar a la de Corinto, lo que la convertía en una ciudad especialmente cosmopolita en comparación, por ejemplo, con una villa interior como Filipos. […]
Texto, exposición y notas
I. ACCIÓN DE GRACIAS, NARRATIVA Y ORACIÓN (1:1-3:13)
Casi todas las cartas del período grecorromano (1) comienzan con un triple saludo: El remitente, Al destinatario, Saludos. (2) Muy a menudo, el siguiente elemento sería un deseo (a veces una oración) por la salud o el bienestar del receptor de la carta. Las epístolas de Pablo suelen seguir esta forma estándar y por lo general incluyen también un agradecimiento (3) dirigido a Dios. En algunos casos, también añade un informe de oración en el que no solo indica que los recuerda en oración, sino que describe con algún detalle el objeto de la plegaria. (4) Estas características son identificables ya en su primera carta existente. (5) Pero lo son con cierto contraste con las que vendrán más tarde —incluida 2 Tesalonicenses—, donde cada uno de los elementos se identifica con mayor facilidad, aun si son un tanto complicados. No es el caso de 1 Tesalonicenses, lo que provocó que los capítulos 1-3 pasaran por todo tipo de escrutinio y análisis distintos. (6)
No es que los elementos en sí mismos no puedan ser identificados. Después de todo, 1:2-3 lleva todas las marcas de los informes de agradecimiento de Pablo, mientras que el informe (muy típico) de oración aparece finalmente en 3:11-13. Pero la distancia entre estos dos elementos forma parte del problema, junto con otros dos asuntos que complican el análisis. En primer lugar, el informe de agradecimiento no llega en este caso a una conclusión clara. Aunque 1:4 dependa gramaticalmente de “siempre damos gracias a Dios” del versículo 2, lo que sigue (empezando en el versículo 5) parece apartarse de las razones explícitas del agradecimiento y evoluciona, en su lugar, en una larga y extensa narrativa sobre las relaciones del pasado reciente de los apóstoles (Pablo, Silas y Timoteo) con los tesalonicenses. Lo mismo vuelve a ocurrir en 2:13, donde se reanuda (o repite) la enumeración de los agradecimientos de 1:4, para después perderse de nuevo en la continuación de la narrativa, que ahora explica su propia angustia por ellos en el ínterin. Esto acabó (como ellos sabían entonces) con el envío de Timoteo (2:17-3:5). El relato concluye con un suspiro claro de alivio ante el regreso de Timoteo, cuyo informe sobre ellos (3:6-10) se convirtió en la causa inmediata de esta carta. Así, nuestra primera dificultad tiene que ver con la naturaleza de esta acción de gracias que se convierte en narrativa y con el informe de oración a modo de apéndice al final, ¡hacia la mitad de la misiva! (7)
Notas en Autoría y Fecha:
(1). También supondré aquí que la tradición histórica está en lo cierto al respecto de que el orden cronológico de los libros es el indicado por su número; el único comentarista que piensa lo contrario (C. A. Wanamaker) cuenta con pocos seguidores y estoy convencido de que es por buenas razones.
(2). Esto sugiere, en oposición a un amplio cuerpo de eruditos evangélicos, que Gálatas no es la primera carta de Pablo, sino que se escribió después de 2 Corintios y antes de Romanos. Ver la introducción a mi libro Galatians: A Pentecostal Commentary (Blandford Forum: Deo Publishing, 2007, 4-5).
(3). El “vínculo” cronológico externo para todo este cálculo es la referencia en Hechos 18:12 a la comparecencia de Pablo ante Gallo, cuya fecha de toma de posesión de su cargo puede datarse con precisión en el 51-52 o 52-53 e. c.
Notas en Acción de gracias, narrativa y oración:
(1). Para estudios útiles sobre la forma de escribir cartas en el período grecorromano, ver J. L. White, Light from Ancient Letters (FFNT; Philadelphia: Westminster, 1986), cuyo análisis se basa en los papiros griegos; y S. K. Stowers, Letter Writing in Greco-Roman Antiquity (LEC 5; Philadelphia: Westminster, 1986), que abarca más. Cada una de estas obras (o ambas) representa una lectura obligada para una exegesis seria de las cartas del NT. Junto con la útil colección de tales cartas en Stowers y White, ver también A. S. Hunt y C. C. Edgar, eds., Select Papyri I (LCL; Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1932) para ejemplos adicionales de los papiros griegos.
(2). Todas las “cartas” verdaderas del NT siguen este patrón (incluida la de Jacobo en Hechos 15:23-29), con excepción de 3 Juan, que carece del saludo protocolario. Para una colección de ejemplos de los papiros, ver F. X. J. Exler, The Form of the Ancient Greek Letter of the Epistolary Papyri (3rd C. B.C.-3rd C. A.D.) (Chicago: University of Chicago Press, 1923), 23-68. Para una colección y un estudio detallado adicional, ver F. Schnider y W. Stenger, Studien zum neutestamentlichen Briefformular (NTTS 11; Leiden: Brill, 1987).
(3). Perceptiblemente ausente en Gálatas, 1 Timoteo y Tito.
(4). Ver 1 Ts. 3:11-13 y 2 Ts. 1:11-12; cp. Col. 1:9-11 y Fil. 1:9-11.
(5). Para el juicio de que esta sea la primera carta existente de Pablo, ver la introducción a mi comentario sobre Gálatas (Galatians: [A] Pentecostal Commentary [Blandford Forum: Deo Publishing, 2007], 4-5). Cp. esta Introducción, pp. 26-27.
(6). Aunque esto siempre ha sido cierto al respecto de esta carta (cp. cualquier comentario de un período anterior), la llegada de los análisis retóricos ha hecho que esto sea incluso más notable en el caso de 1 Tesalonicenses.
(7). Es preciso señalar que esto sería cierto, aunque no tuviéramos cartas posteriores de Pablo con las que establecer una comparación. Comoquiera que sea, Pablo está rompiendo aquí todo molde conocido al respecto de la escritura de cartas, incluidos sus propios hábitos —por usar un anacronismo—, que comienzan en 2 Tesalonicenses y, básicamente, continúan de ahí en adelante.
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