A la luz de la enseñanza del NT., Cristo cumplió en todos sus detalles el simbolismo de las distintas etapas del ritual del sacrificio al presentarse una vez para siempre para quitar de en medio el pecado.
Un fragmento de “La Biblia y su mensaje: Levítico a Deuteronomio” (Unión Bíblica, 2019), de Timoteo Glasscock y Pedro Puigvert Salip. Puede saber más sobre el libro aquí.
INTRODUCCIÓN
El trasfondo del libro.
Las leyes contenidas en el libro de Levítico se transmitieron por Dios a su pueblo durante la estancia de este en el monte Sinaí (7:37-38, 27:34), después de su salida de Egipto bajo la mano poderosa del Señor (narrada en el libro de Éxodo) y antes de emprender la marcha hacia la tierra prometida (narrada en Números). Como en Éxodo, el intermediario que Dios utilizó para transmitir sus leyes a Israel fue Moisés, a veces incluyéndose también su hermano Aarón (Lv. 11:1; 13:1). A diferencia de lo que vemos en el libro anterior, sin embargo, en Levítico Dios no habla a Moisés desde la cumbre del Sinaí, sino desde el tabernáculo de reunión (1:1), recién erigido según las órdenes de Dios (Ex. 40), y que servía como morada simbólica de Dios en medio de su pueblo.
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El propósito del libro.
Una vez montado el tabernáculo, hacía falta un cuerpo de sacerdotes debidamente instruidos y consagrados que pudieran encargarse de dirigir y realizar todo el ministerio en el tabernáculo. Levítico provee las instrucciones divinas necesarias para que los sacerdotes pudieran iniciar su ministerio. De ahí uno de los nombres hebreos más antiguos para este libro, “La Ley de los Sacerdotes”. Nos equivocaríamos, sin embargo, si pensáramos que aquí encontramos solo normas para los sacerdotes. Grandes secciones del libro tienen que ver con las exigencias éticas que Dios plantea a todo su pueblo. Constituye un manual de instrucción práctica para el recién formado pueblo de Dios, para ordenar su vida en la peregrinación por el desierto que estaban a punto de comenzar, y también en su vida futura en la tierra prometida, la tierra de Canaán. Las leyes divinas recogidas en la segunda parte de Levítico tienen el propósito de modelar la vida de Israel sobre patrones muy diferentes de las costumbres que habían conocido en Egipto, y las prácticas que imperaban en la cultura cananea (18:1-5). Una y otra vez se repite la exigencia divina de la santidad absoluta modelada en el carácter santo del mismo Dios (11:44-45, 19:1-2, 20:7-8, 26). Resumiendo, podemos decir que a través de la ley de los sacrificios (vv. 1-7, 16-17), las leyes sobre el sacerdocio (vv. 8-10, 21-22), las normas para distinguir lo puro de lo inmundo (vv. 11-15) y los principios éticos para todo el pueblo (vv. 18-20, 25), Levítico enseña como establecer y como mantener la comunión con Dios, rota por causa del pecado del hombre (cf. Ex. 32).
Levítico para hoy.
Es fácil, pero erróneo, pensar en Levítico como un libro antiquísimo, difícil de entender e irrelevante para el mundo actual. Es más acertado verlo como algo parecido a un libro infantil, lleno de ilustraciones gráficas que nos facilitan la comprensión de muchas de las grandes verdades y principios básicos de la revelación de Dios en torno a su obra de redención y de santificación. Hebreos nos recuerda que el contenido de este libro es figura y sombra de las cosas celestiales (He. 8:5, 9:9, 23, 10:1), y encuentra su cumplimiento en la persona gloriosa de nuestro Señor Jesucristo. Levítico no se cansa de hablarnos proféticamente de Cristo mediante su legislación, y haremos bien en estar atentos a esta enseñanza. A la vez, el paralelo entre la situación de Israel y la nuestra como pueblo de Dios, ambos ubicados en medio de sociedades que no respetan las normas de la palabra divina, enfatiza que haremos bien en reflexionar sobre las exigencias de santidad que el Señor plantea constantemente para la vida diaria.
SEMANA 1 (Levítico 1:1-4:35)
(Levítico 1:1-2). Dios instruye a su siervo
El comienzo de la instrucción levítica (v. 1). El primer versículo sirve para introducir y enmarcar el libro históricamente. Levítico continúa la narración de Éxodo y describe la estancia del pueblo al pie del monte Sinaí. Las palabras iniciales nos recuerdan que el libro es parte de la revelación del Dios personal quien en suma gracia se da a conocer a los hombres, totalmente inmerecedores de tal revelación, dándoles la oportunidad de reconciliarse con él y comenzar una nueva relación basada en la iniciativa divina de salvación. Se pone de relieve el papel clave de Moisés como expositor de la ley divina, con una autoridad indiscutible, reconocida también por el Señor Jesucristo (Mt. 23:2).
El lugar de esta instrucción (v. 1). En ocasiones anteriores, Dios había hablado con Moisés desde la zarza en el desierto (Ex. 3:1-6) o desde la cumbre del monte Sinaí (Ex. 19, 24:15-18), aunque le había indicado su intención de comunicarse con él en el futuro desde el propiciatorio (Ex. 25:22). Ahora esta promesa se cumple, y Dios se dirige a Moisés “desde el tabernáculo de reunión”, recién erigido (Ex. 40:17-33) y convertido en morada de Dios en medio de su pueblo (Ex. 40:34-38). La voz desde el monte enfrentó a Israel con las exigencias de la ley; ahora, la voz desde el tabernáculo señala la solución para el fracaso del pueblo a la hora de cumplirla. El sistema de sacrificios apuntaba hacia el sacrificio futuro del Cordero de Dios que quitaría el pecado del mundo (Jn. 1:29).
El tema de esta instrucción (v. 2). La primera gran sección del libro, introducida en este versículo, describe las ofrendas voluntarias (caps. 1-3), las más comunes en Israel, y contesta las preguntas, “¿Quién puede ofrendar?”, “¿Qué es lo que se debe ofrendar?” y “¿Cómo se debe ofrendar?” Este tipo de sacrificio era personal y espontáneo, y tenía el propósito de expresar la devoción o la gratitud del oferente al Señor, o su deseo de renovar o profundizar su comunión con él, además de obtener el perdón de pecados, puesto que la expiación del pecado constituía un elemento intrínseco de todos los sacrificios de sangre. Los sacrificios de Levítico son primordialmente ofrendas de acercamiento, respuestas a la llamada de Dios a acudir a su presencia en su morada santa. Desde el monte de fuego él había expresado ya su intención de traer a su pueblo a sí, mismo (Ex. 19:4); ahora les orienta en cuanto a la manera en que deben acercarse a él. Los profetas luego enfatizarían que no es el acto de ofrendar, sino la actitud del oferente, lo que es importante ante Dios (Sal. 51:16-17; Os. 6:6; Am. 5:21-24). La ofrenda había de ser de algún animal doméstico, porque solo de esta manera sería costosa, es decir, un verdadero sacrificio para el oferente (cf. 2 S. 24:24). […]
Cristo en el ritual de los sacrificios. A la luz de la enseñanza del NT., es aleccionador reflexionar sobre la manera en que Cristo cumplió en todos sus detalles el simbolismo de las distintas etapas del ritual al presentarse una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado (cf. He. 9:26 con 2 Ti. 1:9-10; 1 P. 1:18-21).
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(Levítico 1:3-17). El holocausto
Sus características. El holocausto era la ofrenda más antigua conocida en las Escrituras (Gn. 8:20, 22:2; Job 1:5). El sentimiento de impureza moral e indignidad que surgía en el corazón del hombre al acercarse a la santidad de Dios exigía un sacrificio que pudiera cubrir su pecado y lograr que fuese aceptado ante él (1:3-4). Lo que distinguía esta ofrenda de las demás era el hecho de que, con la excepción única de la piel, entregada al sacerdote (7:8), todo el animal era colocado sobre el altar y allí reducido a cenizas; de ahí la descripción del sacrificio como ofrenda del todo quemada (Sal. 51:19). Era el único sacrificio que no proveía comida ni para el sacerdote ni para el oferente; todo era para Dios. Notemos la variedad de formas en que podía realizarse el holocausto: con un becerro (v. 3), un carnero o un macho cabrío (v. 10), o incluso con tórtolas o palominos (v. 14). De esta manera, todos, incluso los más pobres, podían traer su ofrenda, y cada sacrificio tenía igual fragancia ante el Señor (vv. 9, 13, 17).
Su propósito. Puesto que esta ofrenda no era colectiva sino individual y voluntaria, hemos de preguntarnos: ¿qué sería lo que impulsaba al israelita a presentarla? La alusión a la propiciación (para que sea aceptado delante del Señor, v. 3, BLA) y a la expiación (v. 4), nos recuerda que toda ofrenda de sangre tenía el propósito de resolver el problema del pecado y capacitar al pecador para que estuviera en la presencia de Dios. Por medio del sacrificio se logra la reconciliación y la comunión entre el Dios santo y el hombre pecador. El holocausto se ofrecía también como una expresión de gratitud y alabanza (Sal. 50:7-15), y de obediencia y consagración (Sal. 66:13-15). La quema del animal entero señalaba una vida entregada por entero a Dios. El sacrificio era solo para él y para su placer (es ofrenda encendida de aroma agradable para el Señor, vv. 9, 13, 17, BLA). El israelita reconocía la realidad del pecado en su vida y buscaba la limpieza y la reconciliación, a la vez que ofrecía a Dios una vida perfecta dedicada exclusivamente a él, como símbolo de su consagración personal.
Su significado para nosotros. Puesto que todo sacrificio apuntaba proféticamente hacia el gran sacrificio de la Cruz, vemos en esta ofrenda al Señor Jesucristo ofreciéndose a sí mismo en un acto de dedicación incondicional al Padre (Ef. 5:2; He. 9:13-14), consiguiendo a la vez la expiación de nuestros pecados (He. 9:26). Al mismo tiempo podemos identificarnos con el israelita con su anhelo de consagración a Dios, trayendo nuestras vidas al Señor como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Ro. 12:1; 1 P. 2:5).
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