“Al otro lado de la puerta azul”, por Sonia Fernández

Por ópera prima se entiende la primera obra literaria de un autor o autora. Este es el caso de Sonia Fernández, que escribe un libro de 371 páginas “para empezar” su carrera como novelista. Lo hace utilizando el seudónimo Lory Atkins. Detrás de este seudónimo, cuidadosamente elegido, está una mujer muy joven que desde niña ha sentido inquietudes literarias y que, en esta abultada novela, canaliza a la perfección el mundo interior, las inquietudes, las inseguridades, también las ilusiones de sus personajes sumidos en la batalla del amor. Aquí y allá en sus primeras páginas Sonia abre puertas al amor. Escribe: “Puede que el amor te sorprenda detrás de cualquier puerta”. Fiel a esta esperanza dedica la novela “a todos aquellos que, aún viendo todas las puertas cerradas, saben que existe una ventana que está abierta y luchan por encontrarla”.

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Puertas cerradas al amor. 

Ventanas abiertas al amor.

La entrega al amor. Ese volcán hace desbordar como lava todo el secreto de nuestras profundidades, haciéndonos conocer nuestra naturaleza sentimental y amatoria. Los personajes a los que Sonia Fernández da vida en Al otro lado de la puerta azul son plenamente conscientes de estas verdades.

Sonia estructura su novela en torno a 23 capítulos.

Las dos páginas y media del prólogo son sobrecogedoras y nos sitúan en los problemas familiares de la autora. He leído y comentado a lo largo de mi vida como crítico literario muchas novelas y ensayos escritos por mujeres. Por lo que respecta a España no conozco a otra autora que abra la puerta al otro lado de su vida privada con la crudeza y sinceridad de esta joven autoría. Sonia lo hace. Cuenta el divorcio de sus padres cuando ella tenía 12 años. La soledad de la madre, los duros trabajos para sacar adelante a la familia. Esas y otras experiencias fueron formando su carácter para bien y para mal: “Sabía que existía el amor –cuenta– gracias a mi madre, aunque no lo encontrara en la gente. Podía contar a mis amigos con los dedos de una mano, y me sobraban dedos. Pero estaba lista y preparada para todo lo que viniera porque, aunque no quisiera, no me quedaba otra”.

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La protagonista principal de la novela es Lidia, a quien sus familiares y amigos cercanos llamaban Liddy o simplemente Ly, una chica que andaba por la vida cargando una mochila repleta de problemas. Sonia no la sigue paso a paso, pero a través de ella escribe bellísimas páginas autobiográficas. Decía Unamuno que hablaba tanto de él mismo porque era la persona que tenía más cerca. De Goethe se ha dicho que dedicó cantidades ingentes de escritura al único tema del cual era en rigor experto: él mismo. Él era la materia de sus libros.

Dice Lidia: “Cuando mi madre utilizaba la palabra movida para referirse al tipo de música, lo que quería decir en realidad era: “Pon algo que no me haga pensar en la vida que llevamos”.

Junto a Lidia aparece en la ficción su hermano Adam. Dos años mayor que ella. “Tenía un cuerpo atlético y fibroso, trabajado en el gimnasio”.

Siguen muchas páginas bien estudiadas sobre actividades juveniles de ambos sexos. Montada en un coche Toyota con una amiga, esta le pregunta a Lidia por sus aficiones literarias, anteriormente comentadas en grupo: “Así que te gusta leer mucho”. Responde Lidia: “Yo no podría vivir sin libros. Me paso de uno a otros con mucha facilidad. Creo que mi record ha sido once libros en un mes. ¡Joder qué burrada! Exclamó sorprendida su acompañante”.

De burrada nada. Alguien dijo que quien lee mucho en la infancia y la adolescencia, acabará escribiendo.

Es el caso de Sonia Fernández y de su hija literaria, Lidia.

Después de disfrutar todas y cada una de las páginas de Al otro lado de la puerta azul llegamos al último capítulo de esta maravillosa serie de aventuras juveniles, porque la novela es la vida de los individuos. Sonia Fernández la ha escrito con su propia psicología de mujer joven y es un modelo en su estilo. En la novela lo difícil es inventar, y Sonia ha demostrado que a ella no le falta imaginación. Cumple a la perfección con la única razón de existir de la novela, intentar representar la vida.

La obligación que de antemano debemos imponer a una novela es que sea interesante. La de Sonia Fernández lo es hasta el punto de engancharnos sin remedio a sus páginas.

En el último capítulo de Al otro lado de la puerta azul, Lidia encuentra el amor, un amor que se manifiesta en plenitud. Una noche de pasión que la autora de la novela describe con delicados y suaves acentos eróticos. Muy bonito lo que afirma Lidia después de la experiencia amorosa y sexual con Zac: “Desde esa noche nos comprometimos a cuidar el uno del otro, a ser un apoyo mutuo en los momentos malos, pero también en los buenos, y a disfrutar de ese amor que la vida nos había concedido en un mundo lleno de dolor y sufrimientos, pero también repleto de cosas bellas que sólo se pueden ver y sentir en el corazón”.

Lory Atkins o Sonia Fernández han escrito una novela sobre el mundo de los jóvenes que pretende llegar a ellos y colorear en sus cabezas una corona de pedrerías rematada por ideales y desafíos. Para Sonia, los jóvenes, tan incomprendidos por gran parte de la sociedad actual, están en la hermosa mañana de la vida. Tienen la ilusión por alimento. Es la edad de la alegría, del amor. La autora, que ha vivido tiempos difíciles, tiene claro que lo que los padres no pudieron o no quisieron hacer por ellos, deben hacerlo por si mismos, sin excusa ni condenaciones.

Sonia Fernández me recuerda al Holden Caulfield de El guardián entre el centeno, la laureada novela de Salinger. Como él, Sonia cree que lo bueno y lo malo que surgió en la juventud después de la segunda guerra mundial no se puede ni se debe ignorar. Exige una profunda revisión que dé como resultados análisis profundos e imparciales. En línea con Al otro lado de la puerta azul está también Donde se reúnen los muchachos, de Glendon Swarthout, quién pinta a una juventud que vive al día de los acontecimientos y se da por vencida antes de hacer la prueba.

Por lo que respecta a la dimensión narrativa de la novela escrita por Sonia Fernández, todo lo que en ella ocurre está liberado de cualquier dramatismo, predominando la despreocupación, la alegría de vivir, la camaradería entre los jóvenes. Sonia demuestra que la juventud no es un mito imposible, como sostienen algunos autores de la antinovela. Hay páginas sublimes en el libro de Sonia. Aquellas en las que huye de la diversión juvenil, muestra su rebeldía contra todo lo establecido y se cuestiona la naturaleza misma del ser humano y de los hechos que les ocupan. Su novela, magistral en el estilo aparentemente sencillo y neutro, en su contenido sentimiento de rabia, especialmente cuando destaca el trabajo duro de la madre por sostener a la familia después del divorcio, es el poder de la mentalidad juvenil para ayudarse y no autodestruirse.

No lo he dicho. Sonia Fernández es una joven cristiana (porque somos hijos de Cristo), bautizada por fe y convicción hace ya 12 años. En el seno del protestantismo español ha nacido una novelista ya hecha, pero que cuenta con muchos años de vida para seguir haciéndose.