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Un llamado a una vida de devoción y santidad, de William Law

No se puede decir que vivimos para Dios, a menos que vivamos para Él en todo lo que hagamos en nuestro día a día; a menos que Él sea la regla y medida de todos nuestros caminos.

FRAGMENTOS 27 DE ENERO DE 2022 21:00 h
Detalle de la portada.

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Un fragmento de “Un llamado a una vida de devoción y santidad”, de William Law (2021, Biblioteca de Clásiscos Cristianos, Abba). Puede saber más sobre el libro aquí.



 



Sobre la naturaleza y el alcance de la devoción cristiana



La devoción no consiste tan solo en la oración privada o pública, pero las oraciones, ya sean privadas o públicas, son parte o un ejemplo de lo que es la devoción. Ya que la devoción significa una vida entregada, o dedicada, a Dios.



Por lo tanto, una persona devota es la que ya no vive según su propia voluntad, o en el camino y el espíritu del mundo, sino que vive según la voluntad de Dios. Y es alguien que considera a Dios en todo, que le sirve en todo, y hace que todas las facetas de su vida diaria sean parte de su devoción, haciendo todo en el nombre de Dios, y siguiendo las reglas que son conformes a su gloria.



Por una parte, reconocemos sin problemas que sólo Dios debe ser la regla y la medida de nuestras oraciones; que al orar debemos esperarlo todo únicamente de Dios y actuar para Él; y que sólo debemos orar de tal manera por las cosas y los fines que sean adecuados para su gloria.



Pero cualquiera que encuentre la razón por la que debe ser tan estrictamente piadoso en sus oraciones, encontrará una razón igual de fuerte para tener una devoción tan estricta en el resto de su vida. Porque hay un solo motivo por el que deberíamos hacer de Dios la regla y medida de nuestras oraciones. Por esta razón debemos entonces centrarnos completamente en Él y orar de acuerdo a su voluntad; y es que es igualmente necesario que fijemos nuestra mirada totalmente en Dios, y hagamos de él la regla y la medida de todas las otras acciones de nuestra vida. Porque cualquier estilo de vida, cualquier uso de nuestros talentos, de todo lo que tenemos, ya sea de nuestro tiempo o dinero, que no sea estrictamente de acuerdo con la voluntad de Dios, que no sea para los fines que son adecuados para su gloria, son absurdos y errores tan grandes como las oraciones que no están de acuerdo con la voluntad de Dios. Porque hay una única razón por la que nuestras oraciones deben ser de acuerdo a la voluntad de Dios, por la que solo deben caracterizarse por lo que es sabio, santo, y celestial. Y esa única razón es que nuestras vidas han de ser igual que nuestras oraciones, llenas de la misma sabiduría, santidad y temperamento celestial, para que podamos vivir para Dios con el mismo espíritu con el que oramos a Él. Si no fuera nuestro deber vivir usando la razón, dedicando todas las acciones de nuestras vidas a Dios, si no fuera absolutamente necesario caminar delante de Él en sabiduría y santidad y toda conversación celestial, haciendo todo en su Nombre, y para su gloria, no habría excelencia o sabiduría en la mayoría de las oraciones celestiales. No, tales oraciones serían absurdas; sería como orar pidiendo a Dios que nos diera alas, cuando no es parte de nuestro deber volar.



Por lo tanto, igual que sabemos con seguridad que hay sabiduría en el hecho de orar en el Espíritu de Dios, es seguro que debemos hacer que el Espíritu sea la regla de todas nuestras acciones. Y nuestro deber de centrarnos totalmente en Dios en nuestras oraciones es tan seguro como nuestro deber de vivir totalmente para Dios en nuestras vidas. Pero no se puede decir que vivimos para Dios, a menos que vivamos para Él en todo lo que hagamos en nuestro día a día; a menos que Él sea la regla y medida de todos nuestros caminos, igual que no se puede decir que oremos a Dios, a menos que nuestras oraciones se dirijan totalmente a Él. De modo que lo irrazonable e incoherente en nuestras vidas, ya sea en el trabajo o en nuestro tiempo libre, ya sea que consuman nuestro tiempo o nuestro dinero, son como oraciones ilógicas y absurdas y son igualmente una ofensa real para Dios.



Es por falta de conocimiento, o al menos de reflexión sobre esto, que vemos tal mezcla de ridículo en la vida de muchas personas. Los ves estrictos en cuanto a algunos tiempos y lugares de devoción, pero cuando el culto en la Iglesia se ha acabado, son como aquellos que rara vez o nunca van allí. En su forma de vida, su manera de pasar el tiempo y de gastar su dinero, en sus preocupaciones y temores, en sus placeres e indulgencias, en su trabajo y sus diversiones, son como el resto del mundo. Esto hace que la gente normalmente se burle de los que son devotos porque ven que su devoción no va más allá de sus oraciones, y que cuando terminan, no viven más para Dios, hasta que la hora de orar llega de nuevo. Y ven que esta gente vive con el mismo humor y la misma fantasía, y disfrutando tan plenamente de todos los sinsentidos de la vida como el resto de la gente. Esta es la razón por la que son objeto de burla y desprecio de las personas despreocupadas de este mundo; no porque ellos sean realmente devotos de Dios, sino porque parece que no tienen otra devoción que la de unas oraciones esporádicas.



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Veamos un caso como ejemplo: Julius (nombre que hace referencia al político y militar romano Julius César, sugiriendo que César representa el poder del mundo que se opone a Dios) no quiere perderse ni una reunión de oración; de hecho, toda la gente de la iglesia supone que Julius está enfermo si no asiste al culto. Pero ¿qué respondería si le preguntaras que por qué pasa el resto de su tiempo de risas o dejándose llevar por el azar? ¿O por qué está en compañía de la gente más necia en los placeres más ridículos? ¿Por qué está siempre dispuesto a apuntarse a cualquier entretenimiento o diversión impertinente? ¿Y si le preguntaras que cómo es que hasta la diversión más insignificante le complace? ¿Y por qué está tan ocupado en todos los bailes y asambleas? ¿Y por qué se deja llevar por conversaciones vanas de chismes y cotilleos? ¿Y por qué disfruta de amistades con gente insensata y siente cariño por individuos que ni quieren ni se merecen nada de su afecto? ¿Por qué se permite a sí mismo caer en rencor y resentimiento contra personas sin pensar antes en que tiene que amar a todos como a sí mismo? ¿Y si le preguntas que por qué nunca considera que su conversación, su tiempo, y su dinero también han de ser guiados por las reglas de su religión? No, Julius no tiene más que decir en su favor que es una persona con una conducta extremadamente desordenada. Porque todo el significado de las Escrituras está tan directamente opuesto a tal vida, tan en contra del libertinaje y de la intemperancia, que el que viva en esa vanidad y locura no vive ya de acuerdo con la religión de Jesucristo. Es igual que el que vive en la glotonería y la embriaguez.



Si alguien le dijera a Julius que realmente no importa tanto la constancia en las oraciones, y que podría, sin dañarse a sí mismo, descuidar su aportación de servicio en la iglesia, como tantos hacen, Julius pensaría que el que le ha dicho eso no es cristiano, y que debería evitar su compañía. Pero ahora imagina si alguien le dijera que puede vivir como la mayoría de la gente hace, que puede disfrutar de las cosas igual que hacen los demás, y que puede malgastar su tiempo y su dinero tal y como lo hace la gente que es popular... Y si le dijera también que puede conformarse con las locuras y debilidades de la mayoría de la gente, y dejarse llevar por su mal genio, satisfacer sus pasiones como hacen casi todos, Julius nunca pensaría que el que le dice estas cosas no tiene un espíritu cristiano y nunca sospecharía que está sirviendo al diablo. Y si Julius leyera todo el Nuevo Testamento de principio a fin, se encontraría con que su forma de vida es condenada en cada página. Y, en efecto, no se puede imaginar nada más absurdo en sí mismo: Oraciones sabias, sublimes y celestiales unidas a una vida de vanidad y locura, donde ni el trabajo ni la diversión, ni el tiempo ni el dinero están bajo la dirección de la sabiduría y el carácter celestial de nuestras oraciones. Ahora, considerad a un hombre que finge actuar teniendo únicamente a Dios en cuenta con cada cosa que hace. Este hombre no desperdicia el tiempo ni el dinero, ni en su tiempo de trabajo ni en el de ocio, y actúa de acuerdo con los estrictos principios de la razón y la devoción, sin embargo si al mismo tiempo le vemos descuidar toda oración, ya sea pública o privada ¿No tendría que dejarnos atónitos un hombre así? Tendríamos que preguntarnos cómo pudo compaginar tanto sinsentido con tanta religión.



Sin embargo, esto tiene el mismo sentido que cualquier persona que pretenda ser estricta en su devoción, tener cuidado de observar los tiempos y lugares de oración, y aun así deje que el resto de su vida, su tiempo y trabajo, sus talentos y dinero, sea echado a perder sin tener en cuenta las estrictas reglas de la piedad y la devoción. Porque es igual de absurdo concebir las oraciones sagradas y las peticiones a Dios, sin una vida de santidad adecuada a ellas, que concebir una vida santa y divina sin oraciones.



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Por lo tanto, que alguien piense cuán fácilmente podría rebatir los argumentos de un hombre que pretendió vivir con gran rigor una vida sin oración, y del mismo modo los argumentos refutarán tan claramente a otro que pretende ser estricto en la oración, sin llevar con el mismo rigor todas las demás áreas de su vida. Porque ser débiles e insensatos al desperdiciar nuestro tiempo y dinero no es un error mayor que ser débiles e irresponsables en cuanto a nuestras oraciones. Y permitirnos cualquier forma de vida que no se ofrezca a Dios es la misma falta de religión que descuidar nuestras oraciones o usarlas de tal modo que las convirtamos en una ofrenda indigna de Dios.



En breve, ésta es la cuestión: O la razón y la religión prescriben reglas y objetivos en todas las acciones ordinarias de nuestra vida, o no lo hacen. Y si lo hacen, entonces es necesario que esas reglas gobiernen todas nuestras acciones, igual que es necesario alabar a Dios. Porque hay que tener en cuenta esto: Si la religión enseña algo en cuanto a la comida y la bebida, y sobre cómo hemos de usar nuestro tiempo y dinero; si nos enseña cómo usar y condenar el mundo; si nos dice qué temperamento hemos de tener en el día a día, y cómo hemos de comportarnos con toda la gente; cómo tenemos que portarnos con los enfermos, los pobres, los ancianos, los desahuciados... Si también nos enseña a quienes hemos de tratar con un amor especial, con quienes hemos de relacionarnos con un cariño específico, cómo hemos de tratar a nuestros enemigos y cómo debemos mortificarnos y negarnos a nosotros mismos... Pues bien, si nos dice todo esto, hay que ser muy inmaduro para pensar que estas partes de la religión no se han de tener en cuenta con la misma exactitud que cualquier doctrina en relación con las oraciones.


 

 


1
COMENTARIOS

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Ángel
29/01/2022
15:54 h
1
 
Como difiere la voluntad de Dios( expresada explícitamente en la oración del Padre nuestro) de tantas doctrinas evangélicas que proclaman la autoayuda, la confesión positiva, el decreto..y no sé qué cosas más...
 



 
 
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