Jesucristo amaneció en la historia desde su reverso, desde su subversión, desde la negación de los palacetes y lujos hedonistas.
La conjunción de elementos que enuncia este título evoca el proyecto que San Lucas logró vaciar en el portentoso documento que lleva su nombre, capaz de moverse desde los parámetros de la teología paulina, enorme influencia que no le impidió investigar el trasfondo biográfico del nacimiento de Jesús. Al apóstol de Tarso eso no le hubiera importado mucho, pero a este médico liberto le pareció indispensable como lo dice en el clásico prólogo, indagar en esas profundidades históricas, políticas y familiares del Mesías Jesús. De manera unánime se ha observado el énfasis lucano en las mujeres, los niños/as, los enfermos (obviamente) y los seres marginales como objeto central de la acción de Jesús. Así lo afirma tajantemente el biblista valdense italiano Giorgio Girardet (A los cautivos libertad. La misión de Jesús según san Lucas. Buenos Aires, La Aurora, 1982).
La adolescente comprometida que fue María aparece como un auténtico sujeto de su vida y de la historia, simultáneamente. ¿Cómo consiguió hacer eso San Lucas? Una mujer migrante por razones obligadas, que debió trasladarse para cumplir exigencias imperialistas y luego salir para evitar la muerte de su hijo. Que se convirtió en profetisa en un abrir y cerrar de ojos y que experimentó el asalto divino en su intimidada. Una mujer re-construida, re-diseñada y convertida en la heredera de su propia fe. María, mujer profética, según la fantástica definición de M.C.L. Bingemer e I. Gebara, en su libro común (1988). En contraste con la enorme pasividad de José, cuya genealogía pasó a un segundo e inexistente acompañante, una especie de consorte especial, padre adoptivo o figura paterna sustituta para el futuro Mesías.
Los ángeles, esas presencias intermedias surgidas en el periodo apocalíptico como un recurso para acceder a la intervención divina directa en tiempos de crisis, aparecen aquí como parte de las antiguas visiones. Su actuación querigmática suplió la expectación que las clases más desprotegidas tenían en relación con los religiosos profesionales ligados a los textos de la Ley. Para los iletrados de la época, funcionaron como parte de la imaginaría que fue capaz de “abrir el cielo” para recibir revelaciones impensables. La angelología fue una construcción inevitable ante la imposibilidad de la continuidad profética clásica. La única posibilidad reveladora por parte de Dios para manifestarse a las clases desposeídas y otorgar esperanza.
La marginalidad es endémica (¿pandémica?) en todo imperio. Roma globalizó como pocas veces las anteriores hegemonías y se sirvió de sus avances para profundizar el saqueo y la rapiña, junto con las élites locales. Saduceos y campesinos judíos estaban en la escala social opuesta y los pastores debían administrar celosamente algo que no era suyo, típica marca del coloniaje explotador de siempre. Su soledad en los páramos los hacía blancos fáciles de salteadores y debían andar pertrechados y en grupos. De ahí que su rutina fue alterada por una otredad impensada que bien hubiera brotado de su imaginación. Pero no, detrás de ese espectáculo revelador y del increíble diálogo entre el cielo y la tierra estaba el esperado resurgir de la esperanza, algo que para ellos no existía. Su horizonte era elemental: no perder ovejas como plan básico y amanecer sin novedad. Pero la gran noticia fue que serían portadores, desde la miseria casi total, de la mayor riqueza a que podía aspirar la humanidad entera: acunar al Salvador desde las entrañas de un sistema injusto y perverso, cómo siempre aconteció en las coyunturas kairológicas.
Jesucristo amaneció en la historia desde su reverso, desde su subversión, desde la negación de los palacetes y lujos hedonistas. Como lo compuso Salatiel Palomino, “entre borregos”, Jesús nació entre el ganado y el estiércol para mostrar desde qué “lugar teológico” vino a salvarnos. La marginalidad es donde mejor se movería toda su vida, pues sólo un auténtico outsider podía captar la magnitud contracultural del Reino de Dios. Y todo empezó y acabaría allí.
(Reflexión redactada el 24 de diciembre de 2020 en pleno impacto de la pandemia)
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