A menudo tenemos dos problemas. No hemos dedicado el tiempo suficiente a pensar con detalle sobre esta cuestión y segundo: nos resulta difícil debatir sobre un tema tan sensible.
Un fragmento sobre “El aborto”, de Lizzie Ling y Vaughan Roberts (Andamio Editorial, 2021). Puede saber más sobre el libro aquí.
Los cristianos estamos llamados a ser sabios y amables, aun cuando nos sentimos tentados a condenar las injusticias y nos enfadamos con motivo. La mejor forma de tratar estos temas es orar y, con humildad, intentar entender la cultura y discernir los tiempos.
No podemos negar que ya no existe un consenso moral sobre muchas de las cuestiones a las que nos enfrentamos hoy en día; algunos dirían que hemos perdido el rumbo. Los valores que en el pasado respaldaban nuestras acciones en el día a día, ya no se reconocen y no estamos seguros, entonces, de lo que es correcto o incorrecto (de lo que está bien o mal).
Esto es lo que ocurre con el aborto, respecto al que existe un amplio rango de pensamientos y opiniones (opiniones que se defienden con mucha intensidad). El debate es acalorado, por lo que es difícil implicarse con quienes tienen opiniones diferentes a las nuestras. A menudo, este gira en torno a casos extremos, que, aunque son poco comunes, presentan situaciones desesperadas y desgarradoras. Las emociones están a flor de piel.
Este es el contexto en el que los cristianos estamos llamados a pensar, hablar y actuar. Sin embargo, se trata de una tarea complicada por lo que tendemos, por defecto, a retirarnos y mantenernos callados. No solo evitamos las conversaciones sobre este tema con nuestros familiares y amigos que no comparten nuestra fe, sino que evitamos también hablar del aborto en las iglesias. Esto se debe en gran medida a dos razones.
Primero: no hemos dedicado el tiempo suficiente a pensar con detalle sobre esta cuestión y a desarrollar convicciones firmes. Segundo: nos resulta difícil debatir sobre un tema tan sensible y no sabemos por dónde empezar. El resultado es que somos vulnerables a seguir la corriente cuando esta cuestión afecte a nuestras vidas. Al enfrentarnos de repente a un embarazo no deseado, por ejemplo, corremos el riesgo de tomar decisiones de las que quizás nos arrepentiremos. Por otra parte, los que están sufriendo como resultado de un aborto también se quedan sin la ayuda y el cuidado que necesitan.
¿QUÉ PODEMOS HACER?
Reflexionar sobre las causas fundamentales y las posibles consecuencias del aborto nos ayuda a ver dónde y cómo podemos involucrarnos. Por ejemplo, podríamos trabajar para prevenir el aborto o mitigar sus efectos; centrarnos en el apoyo y cuidado a las mujeres o defender los derechos de los no nacidos.
Debido a la injusticia que supone el aborto, alzar la voz respecto a esta cuestión es importante, pero hay varias maneras de hacerlo: podemos simplemente hablar a otros y concienciarles de lo que está pasando; intervenir en el debate público sobre el aborto y otros temas relacionados; desafiar a los representantes políticos y participar en protestas pacíficas. También puede ser útil apuntarnos por correo electrónico para recibir avisos por parte de los grupos de defensa provida, de manera que podamos orar por las situaciones políticas (y pastorales) actuales.
Sin embargo, hacer campaña contra el aborto sin más nunca será suficiente. Las complejidades de la cuestión del aborto requieren una respuesta de gran alcance. Las mujeres en situaciones difíciles necesitan ayuda y apoyo, así como las familias bajo presión mientras crían a sus hijos. Cuando otros sufren debido al aborto, hemos de encontrar una manera de amarles y servirles con sensibilidad y compasión.
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