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Religión y mundanidad en la poesía de Ramón López Velarde

Las características de su poesía siempre han llamado la atención de la crítica, que ve en ella un extraordinario manejo del idioma.

GINEBRA VIVA AUTOR 79/Leopoldo_CervantesOrtiz 16 DE JULIO DE 2021 10:15 h
Ramón López Velarde.

Tarde mojada, de hálitos labriegos,

en la cual reconozco estar hecho de barro,

porque en sus llantos veraniegos,

bajo el auspicio de la media luz,

el alma se licúa sobre los clavos

de su cruz...



R.L.V., Tierra mojada



 



Muy pocos escritores o poetas mexicanos han sido tan celebrados como Ramón López Velarde, cuyos 100 años de fallecido se cumplieron el 19 de junio pasado. Acaso la única excepción sea Amado Nervo (1870-1919), quien al morir fuera del país concitó miles de adhesiones al momento de traer sus restos desde Montevideo, Uruguay. Considerado tácitamente como el “poeta nacional”, López Velarde no encaja en esa figura aun cuando los políticos de diversas épocas así lo han deseado fervientemente. Católico a carta cabal, provinciano transterrado en la capital prácticamente contra su voluntad y dueño de una expresividad verbal completamente sui generis, encarnó como nadie el ideal poético de toda una generación dominada por los escarceos líricos y estéticos propios de una sociedad decadente, pero orgullosa de su peculiar ingreso a la modernidad. En palabras de Anthony Stanton: “Poco conocido fuera de México, López Velarde goza de un extraño prestigio: ‘poeta de la provincia’ para algunos; ‘poeta nacional’ para otros (es el autor de ‘La Suave Patria’, uno de nuestros pocos himnos cívicos que se puede leer como poesía), es una figura que ha sido clasificada con demasiada facilidad”[1]. Sus dos obras publicadas en vida fueron: La sangre devota (1916) y Zozobra (1919), y posteriormente apareció El son del corazón (1932).



Las características de su poesía siempre han llamado la atención de la crítica, que ve en ella un extraordinario manejo del idioma y, sobre todo, de la adjetivación imprevista: 



Más allá de su historial político y cómo se ve en su obra, López Velarde es un pilar fundamental de la poesía latinoamericana. ‘Modificó el lenguaje poético de su tiempo, introdujo novedades y modos insólitos’, dice [David] Huerta, recordando la adjetivación particular de López Velarde cuando hablaba de “párpados narcóticos” o de “voluptuosa melancolía”, o sus frases sobre el amor (“el amor amoroso de las parejas pares”) o de la paternidad (“el hijo que no he tenido es mi verdadera obra maestra”).[2]



En el centenario de su muerte volvieron a la palestra los encendidos debates sobre la unicidad del poeta nacido en Jerez, Zacatecas (centro-norte del país), aunque ahora desde una visión más equilibrada que ha atemperado los duros juicios de otros tiempos. “Recuperado” una vez más por el régimen de turno que no dejó pasar la oportunidad de reavivar la amplia incomprensión de que ha sido objeto su poema más famoso, La Suave Patria (que no alcanzó a ver publicado), varios críticos no dejaron de señalar que la poesía y la política no siempre pueden aparecer en el mismo plato. A eso se refirió en profundidad Camila Osorio en la nota citada de El País, al observar la forma en que el actual presidente mexicano se sirvió de su figura para sus fines en el acto principal de celebración. Allí cita las palabras del poeta y ensayista David Huerta: “López Velarde era muy católico, y más bien de derecha, y si no hubiera muerto en 1921, unas décadas después de pronto se hubiera unido al PAN […] El presidente López Obrador no sabe bien quién fue López Velarde, no conoce su poesía”[3]. De ser así, comprendería la gran distancia que hay entre su obra y los afanes patrióticos de ocasión. Huerta agregó: “Lo importante con López Velarde son sus poemas, no su relación con la Revolución. […] …tenía muchos prejuicios contra los campesinos en armas, detestaba a los caudillos populares, y consideraba que la violencia de Pancho Villa no le hacía bien al país”.



Luego de los análisis de estudiosos como Xavier Villaurrutia, Octavio Paz, Luis Noyola Vázquez, Allen W. Phillips, José Luis Martínez (editor de la Obra poética, Archivos Unesco, 1998), Gabriel Zaid o José Emilio Pacheco, canónicos casi todos y de lectura obligada, los continuadores de la pasión que produce este poeta no dejaron de estar a la altura de las circunstancias. Si en 1971, el gobierno federal festejó los 50 años de su muerte, en 1988 nuevamente se encendieron los fuegos artificiales para rememorar los 100 de su nacimiento con una larga estela de festejos, conferencias y publicaciones[4]. Ha resultado inevitable, y casi como lugar común, referirse al conflicto entre la fe religiosa de este poeta y sus inclinaciones mundanas. Paz había dedicado desde 1963 un ensayo en el que observaba la falta de atención hacia la singular religiosidad de López Velarde:



Nos hace falta un estudio de veras completo sobre las creencias de López Velarde. Escribo creencias y no ideas porque, salvo en momentos excepcionales como el de su negación del valor de la existencia, sus convicciones eran más sentidas que pensadas. Su catolicismo no excluía, según él mismo lo advierte con frecuencia, dudas y vacilaciones. Nunca vivió esas dudas como un drama intelectual. En los momentos de crisis no acude a los consuelos de la teología sino al poder de la gracia. Funda su ortodoxia en la limpieza de sus sentimientos; sus pecados son de amor y sólo el amor puede perdonarlos.[5]



Zaid, quien ha explorado sesudamente las relaciones entre la religiosidad y la cultura, en Tres poetas católicos (1997) afirmó, a su vez, acerca del enfoque de este tipo de autores:



López Velarde, [Carlos] Pellicer y [Manuel] Ponce son miembros de una tribu cuyo contexto se perdió: los poetas y artistas que creyeron que era posible ser católicos y modernos. Y eso era, finalmente, lo que estaba mal en la recepción de su obra: la ignorancia del contexto. El sueño de crear una cultura católica moderna fracasó hasta el punto de que ni siquiera es historiado, de que la tradición crítica recibida no conserva siquiera una precaución que diga: hay cosas de la cultura mexicana que nunca entenderás, si ignoras que el catolicismo mexicano soñó con la modernidad.[6]



En ese volumen, el texto más relacionado con este tema es “López Velarde reaccionario”, en donde Zaid cita opiniones fuertemente críticas sobre el poeta, así como algunos de los versos en los que éste se caracterizó a sí mismo como “retrógrado”. Sus palabras reivindicativas bien merecen citarse: “El catolicismo de López Velarde y muchos otros líderes del Partido Católico Nacional no era el catolicismo del pueblo y los obispos tradicionales: era modernizante, demócrata, maderista, nada reaccionario. Estuvo con la Revolución: primero contra [Porfirio] Díaz y luego contra [Victoriano] Huerta”. Además, explica que perteneció, más bien, a “la vanguardia laica, alentada por León XIII, que rechazó la disyuntiva entre católicos y ser modernos”.



Entre los textos más recientes, destacan los de Guillermo Sheridan, Ernesto Lumbreras, el propio Huerta y Christopher Domínguez Michael. El primero, autor de la biografía Un corazón adicto (1989), escribió sobre las firmes influencias en la obra de López Velarde: Leopoldo Lugones, Charles Baudelaire, Francisco Villaespesa y Théodore de Banville[7]. Lumbreras (Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde 2021) ha producido uno de los análisis más concienzudos de La Suave Patria[8]. Huerta y Domínguez escribieron sobre el cuestionable carácter de “poeta nacional” del autor nacido en Zacatecas precisamente por razones religiosas[9]. “López Velarde hubiera necesitado que los cristeros ganaran la guerra de 1926-1929 para ser un poeta nacional respaldado por la mitad vencedora de los mexicanos. Al nacionalismo de la Revolución mexicana, en realidad, López Velarde, conmemoración tras conmemoración, ni le daba mucho ni le quitaba nada”, son las palabras de Domínguez al respecto[10].



Cierra este artículo con dos poemas en los que la imaginería religiosa aparece con fuertes resonancias, primero, al hablar sobre la ciudad de Zacatecas y después, al aludir a la edad en que se supone murió Jesús de Nazaret (33 años) y que, sin saberlo, sería la misma suya al fallecer.



 



La bizarra capital de mi estado



He de encomiar en verso sincerista

la capital bizarra

de mi Estado, que es un

cielo cruel y una tierra colorada.



Una frialdad unánime

en el ambiente, y unas recatadas

señoritas con rostro de manzanas

ilustraciones prófugas

de las cajas de pasas.



Católicos de Pedro el Ermitaño

y jacobinos de época terciaria.

(Y se odian los unos a los otros

con buena fe.)



Una típica montaña

que, fingiendo un corcel que se encabrita,

al dorso lleva una capilla, alzada

al Patrocinio de la Virgen.

Altas y bajas del terreno, que son siempre

una broma pesada.



Y una Catedral, y una campana

mayor que cuando suena, simultánea

con el primer clarín del primer gallo,

en las avemarías, me da lástima

que no la escuche el Papa.

Porque la cristiandad entonces clama

cual si fuese su queja más urgida

la vibración metálica,

y al concurrir ese clamor concéntrico

del bronce, en el ánima del ánima,

se siente que las aguas

del bautismo nos corren por los huesos

y otra vez nos penetran y nos lavan.



(La sangre devota)



 



Treinta y tres



La edad del Cristo azul se me acongoja

porque Mahoma me sigue tiñendo

verde el espíritu y la carne roja,

y los talla, el beduino y a la hurí,

como una esmeralda en un rubí.



Yo querría gustar del caldo de habas,

mas en la infinidad de mi deseo

se suspenden las sílfides que veo

como en la conservera las guayabas.



La piedra pómez fuera mi amuleto,

pero mi humilde sino se contrista

porque mi boca se instala en secreto

en la feminidad del esqueleto

con un crepúsculo de diamantista.



Afluye la parábola y flamea

y gasto mis talentos en la lucha

de la Arabia Feliz con Galilea.



Me asfixia, en una dualidad funesta,

Ligia, la mártir de pestaña enhiesta,

y de Zoraida la grupa bisiesta.



Plenitud de cerebro y corazón;

oro en los dedos y en las sienes rosas;

y el Profeta de cabras se perfila

más fuerte que los dioses y las diosas.



¡Oh, plenitud cordial y reflexiva:

regateas con Cristo las mercedes

de fruto y flor, y ni siquiera puedes

tu cadáver colgar en la impoluta

atmósfera imantada de una gruta!



(El son del corazón)



 



Notas



[1] A, Stanton, “Octavio Paz como lector crítico de la poesía mexicana moderna”, en Nueva Revista de Filología Hispánica, vol. XLIX, núm. 1, enero-junio, 2001, p. 66.



[2] Camila Osorio, “La otra ‘suave patria’ de López Obrador”, en El País, 18 de junio de 2021



[3] Ídem.



[4] Cf. A 100 años de “La Suave Patria”, de Ramón López Velarde. México, Archivo Histórico y Memoria Legislativa del Senado de la República, Boletín informativo, núm. 83, abril de 2021; Gabriel Xantomilla, “Senado rinde homenaje al poeta López Velarde con muro en letras de oro”, en El Sol de México, 21 de junio de 2021; y Ricardo Monreal Ávila y Miguel Ángel Mancera, coords., Ramón López Velarde: poeta de la patria. Antología de poesía y prosa. México, Miguel Ángel Porrúa-Senado de la República, 2021.



[5] O. Paz, “El camino de la pasión”, en Cuadrivio. México, Joaquín Mortiz, 1965, p. 108. Énfasis agregado.



[6] G. Zaid, Tres poetas católicos. México, Océano, 1997, p. 13.



[7] G. Sheridan, “López Velarde: ‘esguinces, parpadeos’”, en Letras Libres, 17 de junio de 2021.



[8] E. Lumbreras, “Filosofía de composición: ‘La Suave Patria’”, en El Cultural, supl. de La Razón, 11 de junio de 2021.



[9] D. Huerta, “Poetas laureados”, en El Universal, 17 de junio de 2021.



[10] C. Domínguez Michael, “Ramón López Velarde: el poeta nacional imposible”, en Letras Libres, núm. 270, junio de 2021, p. 12.


 

 


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