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En memoria de Jacqueline Alencar

El frío de la muerte no puede llevarnos a olvidar a personas a las que mucho quisimos. Estamos obligados a contar su historia para lectores de hoy y de mañana.

EL PUNTO EN LA PALABRA AUTOR 89/Juan_Antonio_Monroy 15 DE JULIO DE 2021 20:00 h
Alfredo Pérez Alencart, Jacqueline Alencar y Juan Antonio Monroy. / Facebook Jacqueline Alencar

Comunicado de un corazón roto: “Jacqueline ya está con el Amado. Falleció anoche, tras una dura lucha contra el cáncer. Fecha, 25 de junio de 2021, 8:03”.



Firmado Alfredo Peréz Alencart, poeta internacional y profesor del Derecho del Trabajo en la Universidad de Salamanca.



Para Alfredo, Jacqueline era una princesa, mujer de alta majestad que andaba entre versos por la tierra revestida con humildad de alma y misericordia de corazón. Como princesa, Jacqueline se conducía siempre con corazón abierto. La única vez que prediqué en la Iglesia a la que asistía, al terminar la reunión veo a una mujer con un cartel colgado a la altura del pecho en el que se leía: “Abrazos gratis”. Era Jacqueline. Para el rey del verso, la mujer que ya no existe en la tierra era una princesa; así la llamaba Alfredo, “mi princesa”. Para mí era un ángel. Un ángel encarnado, como el que habló con Agar a la orilla de una fuente ordenándole que volviera con Sara. También Jacqueline era en dignidad un poco mayor que los seres humanos con los que convivía. Así como muchos ángeles sirvieron a Dios en la tierra, hablando con la Virgen María, convenciendo a José, liberando a Pedro, a Pablo y Silas de diferentes cárceles, Jacqueline, encarnación femenina del ángel bíblico, sirvió a Dios día tras día desde el primero de su conversión a Cristo.



Hasta que llegó el día bueno o malo de la muerte, portadora de lágrimas por el dolor de la separación y de alegría ante el convencimiento de que el salto eterno suponía para Jacqueline la entrada al tercer cielo.



La vida y la muerte no son dos polos opuestos, sino dos estados conexos. La Biblia siempre describe la muerte en términos de esperanza.



Dijo Job: “Yo sé que mí redentor vive, y después de deshecha esta mi piel he de ver en carne a Dios”.



Dijo Jesús: “El que cree en mí, aunque esté muerto vivirá”.



Dijo Pablo: “¿Dónde está o muerte tu aguijón? ¿Dónde o sepulcro tu victoria?”.



¿A qué tantos funerales multitudinarios y funerales de Estado?



¿A que tantas misas de difuntos?



¿A qué tanta negra ropa de luto?



¿A qué tantos velos?



¿A qué tantos rostros cicatrizados por el dolor?



¿Acaso vivimos solamente en paraísos terrenales?



¿Y el Edén de Dios?



¿Y la casa del Padre?



Cuando la muerte entró en el domicilio donde había vivido, en Salamanca, se equivocó de persona. Allí no había muerto ni muerta alguna. El cadáver que velaban era la envoltura material de un cuerpo espiritual al que Cristo acababa de dar la bienvenida.



Para la tierra quedaba la mujer de apretada biografía que había ocupado un espacio en la tierra durante 60 años.



Alencar, cuyo apellido nada tiene que ver con el del hombre que fue su marido, Alencart, nació el año 1961 en la ciudad de Cobija, Bolivia, situada a orillas del río Acre, que tiene fronteras próximas con Perú y Brasil. Cobija fue fundada en 1906 por el coronel Enrique Cornejo. Su educación escolar le permitió ir pasando de un grado a otro hasta llegar a la Universidad. En todo ese recorrido fue una estudiante brillante, siempre la primera de su clase, con notas de sobresaliente. Llegado el momento de elegir carrera se matriculó en la Universidad Federal de Mato Grosso, ciudad brasileña lindante con Paraguay y Bolivia. Por qué no eligió una Universidad hispana de las que ya había en la más cercana Lima se debía a que por vía paterna tenía ancestros portugueses y brasileños y ella misma hablaba portugués desde niña.



En la Universidad de Mato Grosso obtuvo una licenciatura en Ciencias Económicas.



El famoso literato y orador latino Cicerón, siglo I de la era cristiana, dejó escrito en su obra Tusculanas que “como un campo, aunque sea fértil, no puede dar frutos si no se cultiva, así le sucede a nuestro espíritu sin el estudio”.



A Jacqueline, que bebía los libros clásicos y modernos, la frase de Cicerón, como se dice, le venía como anillo al dedo.



De Brasil a Venezuela. Licenciada en Mato Grosso se trasladó a Caracas. En una Universidad de la capital venezolana se matriculó en posgrado de su especialidad.



El amor al estudio es una pasión que dura toda la vida, pero los estudios han de combinarse con trabajos prácticos, decían los judíos. Jacqueline lo sabía. Con sus dos licenciaturas en la mente esta mujer inquieta y trabajadora se puso al servicio de instituciones en Bolivia y Brasil.



A todo esto, ¿cómo era la vida sentimental de Jacqueline? Es imposible vivir sin amor. Dice el refrán español que “el amor es cosa buena, porque dobla la alegría y parte entre dos las penas”.



Jacqueline vivía enamorada. Su príncipe trabajaba a diez mil kilómetros de distancia. Era de un país vecino al suyo. El peruano Alfredo Pérez Alencart enseñaba Derecho del Trabajo en la Universidad de Salamanca y destacaba un mes tras otro hasta llegar a lo que ahora es, el poeta más conocido internacionalmente, traducido a treinta idiomas.



¿Influyó Alfredo para que su Jacqueline viniera a España con un empleo en la Escuela de Estudios Empresariales de la Universidad de Salamanca? Yo respondería que sí. Porque si según Dante el amor mueve el sol y las demás estrellas, también movería los corazones de los directivos de la Universidad salmantina.



Cinco años estuvo la joven profesora ocupando esa plaza.



En 1991 la pareja decidió contraer matrimonio. El novio tenía 29 años. La novia 30. Fray Luis de León, que nunca estuvo casado, dejó escrito que “el que tiene buena mujer es estimado por dichoso en tenerla, y por virtuoso en haber merecido tenerla”.



Así fue el amor entre Jacqueline y Alfredo los 30 años que estuvieron casados: buena ella, dichoso él. Cuatro años después de casados nació José Alfredo, quien ahora tiene 26 años y termina en Salamanca Derecho Civil.



En España Jacqueline emprendió una carrera literaria febril, imparable. Su obra, enmarcada dentro del realismo social cristiano, dedica gran parte al desarrollo y presencia de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, sin caer en el feminismo radicalizado que se está viviendo en algunos países. En uno de sus artículos escribía: “Agradezco a todas las mujeres que son voz, manos, pies, oídos, ojos de otras mujeres, muchas de ellas en el anonimato. Agradezco a los hombres que apoyan a las mujeres en sus proyectos, en su soledad, en su formación, o cuando le prohíben hablar”.



El año 2007 inició la publicación de una revista que tituló Sembradoras. Fue muy bien recibida en el seno del protestantismo español, pero la escasez de medios económicos sólo permitía su aparición una vez al año. El 2015 fue el último de vida de Sembradoras, con un número de 58 páginas. A lo largo de esos años tuve el privilegio de comentar para Protestante Digital cada número que iba apareciendo.



El año 2010 comenzó a cooperar con Protestante Digital. Quien esto escribe, como presidente de la entidad periodística, y el médico Pedro Tarquis, como director ejecutivo, nos congratulamos de aquel fichaje que aportó nuevas corrientes ideológicas a nuestro trabajo.



El mismo día de su desnacimiento, 25 de junio del 2021, Protestante Digital publicó su último artículo, que tituló Camino, uno de los nombres de Cristo. En uno de sus párrafos decía: “Transitemos por el verdadero camino, por la excelente senda que nos llevará hacia la morada placentera que es nuestra herencia eterna”.



Escritora, poeta, periodista, traductora.



Publicó 554 artículos en diversos medios. Tradujo al español unos treinta libros de escritores y poetas brasileños y portugueses.



Aún cuando se incorporó al protestantismo español tardíamente, llegó a convertirse en una de sus referentes más conocida.



Ni puedo ni quiero obviar su vocación evangelística y misionera, menos conocida. Durante 15 años estuvo involucrada en Alianza Solidaria, parte de la Alianza Evangélica Española, fundada por otra gran mujer de alta espiritualidad cristiana, la doctora Francisca Capa. Jacqueline acompañó a Capa en varios viajes a países de América Latina donde había establecido centros de distribución para ayuda a personas necesitadas.



Largo me ha resultado este artículo, pero más larga fue la vida de Jacqueline Alencar en los escasos años de su existencia terrena. El frío de la muerte no puede llevarnos a olvidar a personas a las que mucho quisimos. Estamos obligados a contar su historia para lectores de hoy y de mañana.



Este es mi homenaje a Jacqueline Alencar, mujer a la que quise y con la que tengo muchas fotografías, una de ellas con la entonces alcaldesa de Salamanca en el balcón del Ayuntamiento con motivo de una conferencia que impartí allí sobre Miguel de Unamuno y otra entre ella y su esposo en la misma ciudad, ambas tomadas con mucha profesionalidad por Juanjo Bedoya.


 

 


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