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Pecadores en manos de un Dios airado y sermones selectos, de Jonathan Edwards

En las almas de los impíos reinan principios infernales que al instante se inflamarían y arderían con fuego del infierno si no fuese porque Dios lo impide.

FRAGMENTOS 15 DE JULIO DE 2021 18:00 h
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de “Pecadores en manos de un Dios airado y sermones selectos, de Jonathan Edwards”, de la Biblioteca de Clásicos Cristianos (Abba, 2021). Puede saber más sobre el libro aquí.



 



«... a su tiempo su pie resbalará» (Deuteronomio 32:35).



Este versículo representa una advertencia de venganza de parte de Dios sobre los malvados e incrédulos israelitas, quienes eran el pueblo visible de Dios y vivían bajo la gracia; pero quienes, a pesar de todas las obras maravillosas que Dios hacía por ellos, eran (como dice el versículo 28) una nación privada de consejos, y no había en ellos entendimiento. De todos los frutos celestiales, ellos produjeron uvas amargas y ponzoñosas, como se dice dos versículos antes de este texto. La expresión que he escogido de este versículo, «a su tiempo su pie resbalará» parece indicar lo siguiente con respecto al castigo y la destrucción a los cuales estos impíos israelitas estaban expuestos.



1. Siempre estuvieron expuestos a la destrucción tal y como el que se detiene o camina por lugares resbaladizos está en todo momento expuesto a caer. Esto queda implícito en la manera en que la destrucción les sobreviene, la cual se representa por sus pies resbalando. Lo mismo expresa el Salmo 73:18 «Ciertamente los has puesto en deslizaderos; En asolamiento los harás caer».



2. Implica que siempre habían estado expuestos a una destrucción súbita e inesperada. Les sucede como al que camina por deslizaderos y corre el riesgo de caer en cualquier momento ya que no puede prever si al instante seguirá en pie o caerá, y cuando cae, lo hace repentinamente y sin previo aviso; lo cual también se expresa en el Salmo 73:18-19 «Ciertamente los has puesto en deslizaderos; En asolamiento los harás caer. ¡Cómo han sido asolados de repente!».    



3. Otra cosa aquí implícita es que están expuestos a caer por sí mismos, sin que la mano de nadie los empuje, ya que el que camina por lugares resbaladizos no necesita más que su propio peso para hacerle caer.



4. La razón por la que todavía no han caído, ni caen ahora, es únicamente porque el tiempo señalado por Dios aún no ha llegado. Porque dice que cuando ese tiempo determinado o momento indicado llegue, su pie resbalará. Entonces serán abandonados a su suerte porque caerán por su propio peso. Dios no los sostendrá en sus deslizaderos por más tiempo, sino que los soltará; y entonces, en ese mismo instante, caerán en destrucción; al igual que aquel que está en un terreno con pendiente y resbaladizo al borde del abismo, no puede mantenerse en pie por sí mismo, y cuando es soltado cae inmediatamente y perece.



                                                          



Doctrina

La observación sobre estas palabras que quiero remarcar es la siguiente: «No existe nada que mantenga fuera del infierno a los impíos en un momento dado, sino el mero deleite de Dios». Con el mero deleite de Dios, me refiero a Su placer soberano, Su libre voluntad que no está restringida por ninguna obligación ni obstaculizada por ninguna dificultad; me refiero a que nada más sino la mera voluntad de Dios tiene el más nimio grado o el más mínimo sentido que ver en la seguridad de los impíos en un momento dado. La veracidad de esta observación se hará evidente en las siguientes consideraciones.



1. A Dios no le falta poder para echar a los malvados al infierno en cualquier momento. Las manos humanas no son nada cuando Dios se levanta. Los más fuertes no tienen poder para resistirle, ni nadie puede librarlos de Sus manos. Él no es tan sólo capaz de arrojar a los impíos al infierno, sino que además lo puede hacer muy fácilmente. En ocasiones un rey terrenal enfrenta la gran dificultad de someter a un rebelde que ha encontrado la manera de defenderse, y que se ha hecho fuerte gracias al número de sus seguidores. Pero no es así con Dios. No hay fortaleza alguna que pueda servir de defensa contra el poder de Dios. Aunque se unan y formen una gran multitud serán destruidos fácilmente. Son como montones de tamo que arrebata el viento o grandes cantidades de rastrojo seco en devoradoras llamas. Nos es fácil pisar y aplastar un gusano que vemos arrastrarse por el suelo, también nos es fácil cortar o quemar un hilo fino del que cuelga algo; así de fácil es para Dios, cuando así lo desea, dejar caer a Sus enemigos en el infierno. ¿Qué somos nosotros para pretender hacer frente a Aquel ante cuya reprensión tiembla la tierra, y ante cuya presencia se quiebran las peñas?



2. Se merecen ser echados al infierno; de tal manera que la justicia divina nunca se interpone. Esta no plantea objeción alguna a que Dios use Su poder en cualquier momento para destruirlos. Sino todo lo contrario, la justicia clama a gritos por el castigo infinito de sus pecados. La justicia divina dice así del árbol que lleva el fruto de Sodoma: «córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra?» (Lucas 13:7). La espada de la justicia divina blande en todo momento sobre sus cabezas y sólo la detiene la misericordia de Dios y Su libre voluntad.



3. Ya están bajo una sentencia que los condena al infierno. No solo merecen de manera justa ser echados allí, sino que la sentencia de la ley de Dios, esa inmutable y eterna regla de justicia que Dios ha fijado entre Él y la humanidad, ha fallado en su contra y permanece en su contra; y bajo esa sentencia van de camino al infierno. Juan 3:18 «pero el que no cree, ya ha sido condenado». Así que todo inconverso pertenece al infierno; ese es su sitio, de allá es. Juan 8:23 «Vosotros sois de abajo», todos se dirigen al infierno; ese es el lugar que la justicia y la Palabra de Dios y la sentencia de Su ley inmutable le han asignado.



4. Ellos son ahora el objeto de ese mismo enojo e ira de Dios reflejados en los tormentos del infierno. Y la razón por la que no descienden al infierno inmediatamente no es porque Dios, bajo cuyo poder se encuentran, no esté muy enojado contra ellos, tal y como lo está con muchas desdichadas criaturas que están siendo atormentadas ahora mismo en el infierno, donde sienten y sufren el furor de Su ira. Sí, Dios está mucho más airado con muchas personas que están ahora mismo en la tierra, in cluso con algunos de los que me están escuchando hablar ahora mismo (aunque pretendan estar tranquilos), que con muchos de los que ahora sufren las llamas del infierno.



5. Por lo tanto, no es que Dios no sea consciente de su maldad o no se ofen- da como para no soltar Su mano y enviarlos a la destrucción. Dios no es como uno de ellos aunque ellos pretenderían que lo fuera. La ira de Dios arde contra ellos, su condenación no duerme; el abismo está preparado, el fuego está listo, el horno ya está caliente y listo para recibirlos; las llamas arden y destellan. La espada resplandeciente está afilada y blande sobre ellos, y el abismo ha abierto su boca bajo ellos.



6. El diablo está preparado para caer sobre ellos, arrebatarlos y hacerlos suyos en el momento en que Dios lo permita. Le pertenecen, es dueño de sus almas y están bajo su dominio. La Escritura los representa como su posesión (Lucas 11:21). Los demonios los vigilan y están siempre a su lado, los están esperando como voraces leones hambrientos que ven a su presa y esperan conseguirla, pero que por el momento se detienen. Si Dios quitara la mano que los retiene, en un momento arremeterían sobre sus pobres almas. La serpiente antigua los ansía, el infierno abre su boca para recibirlos, y si Dios lo permitiera, serían rápidamente engullidos y perecerían.



7. En las almas de los impíos reinan principios infernales que al instante se inflamarían y arderían con fuego del infierno si no fuese porque Dios lo impide. En la misma naturaleza del hombre carnal residen los rudimentos de los tormentos del infierno. Ahí yacen esos principios corruptos, cuyo poder los domina y subyuga completamente y que es la semilla del fuego infernal. Estos principios están activos y son poderosos, son extremadamente violentos en su naturaleza, y si no fuese por la mano de Dios que los retiene, pronto estallarían y arderían de la misma manera que lo hacen la corrupción y la enemistad en los corazones de las almas condenadas, engendrando los mismos tormentos que hay en ellos. Las almas de los perversos son comparadas en las Escrituras con un mar turbulento (Isaías 57:20). De momento, Dios frena su maldad con Su potente poder como hace con las furiosas olas del mar embravecido diciendo: «Hasta aquí llegarás, y no pasarás adelante», pero si Dios quitara ese poder que la detiene, pronto se llevaría todo por delante. El pecado es la ruina y perdición del alma, su naturaleza es destructiva, y si Dios no lo impidiera, no se necesitaría nada más para hacer al alma completamente miserable. La corrupción del corazón del hombre es desmesurada y su furia no tiene límites, y mientras los malvados vivan aquí es como fuego acumulado por el curso de la naturaleza; y puesto que el corazón es ahora un antro de pecado, así pues, si el pecado no fuese restringido, convertiría al alma inmediatamente en un ardiente horno o en una caldera de fuego y azufre.



8. El hecho de no poder ver la muerte de cerca nunca puede ofrecer seguridad alguna para los malvados. Tampoco es ninguna garantía para el hombre natural el hecho de gozar de buena salud, ni que sea incapaz de anticipar que podría partir de este mundo repentinamente de manera accidental, ni que por el momento sea incapaz de percibir algún peligro visible. Las múltiples y constantes experiencias de toda la humanidad nos muestran que esto no es evidencia de que un hombre no esté al mismo borde de la eternidad ni de que su siguiente paso lo lleve al otro mundo. Las maneras inadvertidas e insospechadas por las que la gente repentinamente deja este mundo, pueden llegar a ser innumerables e inconcebibles. Los inconversos caminan sobre el abismo del infierno como si anduvieran sobre una cubierta podrida que cuenta con numerosas zonas tan débiles que no aguantarían su peso, y dichas zonas son imperceptibles. Las flechas de la muerte vuelan a plena luz del día sin ser vistas, ni aun el ojo más agudo las puede distinguir. Dios tiene tantas maneras inimaginables de sacar a los impíos de este mundo y enviarlos al infierno, que nada hay que haga parecer que Dios necesita depender de un milagro o salir del curso normal de Su providencia para destruirlos en cualquier momento. Todas las maneras posibles que existen para sacar a los pecadores de este mundo están tan completamente a disposición de Dios, y tan universal y absolutamente sujetas a Su poder y determinación, que no depende de nada que no sea la mera voluntad de Dios el decidir si los pecadores deben ir en un momento determinado al infierno; incluso aunque estos medios nunca se usaran o tuvieran competencia en este caso.


 

 


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