‘Pros’ y ‘contras’ del papel actual de la teología latinoamericana: panel en el Foro Social Mundial (II)

¿Pero es que se ha detenido el curso histórico-evolutivo del pensamiento y de la teología en este siglo XXI? ¿Es que no está pasando nada que afecte teórico-prácticamente a la TL? […] Nihil novum sub sole. ¿Acaso está pasando algo que sea significativo para nuestra consideración teológica? ¿Algo nuevo en Cristología, en eclesiología, en teología sistemática, en frentes nuevos como la teología del pluralismo religioso, o el hacer frente al monstruo de la pos-religión que se está apoderando de un continente geográfico vecino, y de otro “continente demográfico transversal” como el de la juventud estudiosa y de “los sin religión”, non affiliated?

José María Vigil

La segunda parte del panel sobre el papel actual de la teología latinoamericana del Foro Social Mundial correspondió a la participación del teólogo de origen español José María Vigil, coordinador de Servicios Koinonía y de la Agenda Latinoamericana, coautor junto con el obispo Pedro Casaldáliga, de Espiritualidad de la liberación (1992), un volumen muy difundido, especialista en pluralismo religioso. Vigil ha editado la amplia colección denominada Tiempo axial, como parte de su labor como dirigente de la Asociación Ecuménica de Teólogos del Tercer Mundo (EATWOT, por sus siglas en inglés) muchos de los cuales pueden leerse y descargarse aquí.

Vigil tituló su colaboración “Puntos débiles y estancamiento actual del desempeño de la TL latinoamericana”, lo cual ya es en sí mismo un posicionamiento que contrastaría fuertemente con la primera exposición. Su perspectiva es “histórico-evolutiva del desarrollo del conocimiento, con un acento especialmente epistemológico: cómo vemos la situación actual de la teología de la liberación (TL), en el campo de la evolución de los movimientos teóricos en su interacción con la realidad histórica, social, religiosa y económica, en constante transformación” (p. 1). Su objetivo es “ubicar el movimiento de la TL dentro del devenir histórico no sólo de los fenómenos teóricos, sino también de los movimientos teórico-prácticos latinoamericanos y mundiales”. Esta teología significó “la irrupción del paradigma liberador en el cristianismo, a partir del Continente Latinoamericano”.

Su impacto no se restringió al ámbito religioso, puesto que se trató “de un ascenso de la conciencia social que se da en América Latina en el último tercio del siglo XX”. Su marca (o “patente”) es genuinamente latinoamericana, por lo que pronto se percibió como una aportación a las iglesias y religiones de todo el mundo, “capaz de trasplantarse a cualquier latitud geográfica y cultural”. Su singularidad latinoamericana, cristiana o incluso occidental se convirtió en un elemento universal.

[photo_footer]Detalle de la portada del libro de Vigil.[/photo_footer]

A continuación, Vigil elabora una sólida explicación del contexto epistemológico y cronológico en el cual surgió esta teología. Se trató de

la irrupción —en una hora y un contexto histórico propicio— de la Segunda Ilustración en un sector del cristianismo periférico, concretamente el latinoamericano. La Primera Ilustración, la de la Modernidad, la de las libertades burguesas y la primera cosmovisión crítica procientífica, después de una impregnación lenta, oculta y multisecularmente perseguida por el propio sistema eclesiástico, acabó emergiendo en la celebración del Concilio Vaticano II. Fue aquella llamativa renovación del cristianismo de los años 60, del catolicismo con el concilio Vaticano II, y del protestantismo con el World Council of Churches, los movimientos de Religión [Iglesia] y Sociedad, la IV Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias de Upsala, 1968... De un modo prácticamente sincrónico (p. 2).

El fenómeno que llama la “Segunda Ilustración” despegó en las vísperas de la Conferencia Episcopal de 1968, lo que llevó al inicio de una nueva etapa de la historia del cristianismo que se vio acompañada por la aparición de “un corpus theologicum nuevo, maduro y prácticamente completo” que se desarrolló en alrededor de 30 años, mientras que otras teologías necesitaron siglos para construirse”. No obstante, en los años 90 se percibió que la liberación económica no era la única urgencia, debido a lo cual era necesario responder a otras formas de opresión, lo que llevó al reconocimiento de “nuevos sujetos emergentes” como la mujer, el mundo afroamericano, los pueblos indígenas. Surgieron así tres nuevas perspectivas, “asumidas en el mismo espíritu del núcleo de la TL” (p. 3), a las que se sumaron más tarde la ecológica-ambiental (“propondría la Tierra como la gran pobre”), el ecofeminismo, la teología en perspectiva de género y la dimensión de las sexualidades, la decolonialidad, etcétera.

Ahí terminaba, al parecer, la caminata sin salirse “de la misma fórmula dimensional, del mismo y único paradigma, tal vez en espiral cada vez a más hondura, pero sin cruzar el paradigma liberador con ningún paradigma nuevo; una marcha endogámica ya muy larga, sin nuevo ADN evolutivo...”. Para algunos militantes, no podía ni debía pasarse de ahí, pues lo único relevante sería la fidelidad a las intuiciones originales de la TL. Una supuesta “calma histórico-evolutiva” se apoderó de las mentalidades de algunos sectores y se llegó a una “postergación” de la propia TL, caracterizada por una suerte de anquilosamiento en casi todos los temas principales: cristología (no se ha renovado la producción escrita al respecto), ecocentrismo (que no ha anclado lo suficiente en las conciencias), pluralismo (que tampoco despega lo suficiente), teología y pastoral bíblica (con “presupuestos paradigmáticos muy difíciles de reformar”), el nuevo paradigma arqueológico bíblico (trabajado únicamente en Brasil.

Finalmente, el paradigma pos-religional también ha resultado un hueso muy duro de roer para la TL, pues persiste un cierto triunfalismo sobre la función de la religión en el continente, acaso porque se piensa que su fuerza no se verá demeritada, como acontece en Europa. Llegado hasta este punto, su conclusión suena bastante pesimista:

La debacle socio-religiosa que el cristianismo de Occidente registra principalmente en Europa, pero un poco también en las capas de población culta y culta-joven por todas las latitudes del planeta, está también ausente de la visión de la TL latinoamericana. Muchos agentes de pastoral de la TL no sienten ninguna simpatía ni curiosidad siquiera por el paradigma pos-religional, que parece avanzar a pasos firmes y sin retorno previsible, por todo el planeta. Más bien sienten inseguridad, y desconcierto, sin saber por dónde siquiera empezar a preparar a sus comunidades, y a prepararse ellos mismos. Pero esta situación probablemente no se podrá mantener por mucho tiempo. El paso del tiempo opera en nuestra contra. (p. 6, énfasis agregado)

Como se puede apreciar, muchas observaciones de Vigil coinciden con las de ciertos críticos “externos” a la TL quienes la consideran obsoleta y fuera de época, pero lo cierto es que lo señalado por él es sumamente atendible para la proyección y la recuperación de lo que pueden considerarse como “saldos” de esta teología, que fue capaz de hacer impensable la presencia cristiana en estos tiempos sin el enfoque crítico, profético y transformador que aportó en su momento. Habría que voltear la mirada hacia las nuevas generaciones de teólogos y teólogas en todas las tradiciones cristianas que trabajan ahora desde muchas premisas trazadas por la TL. Lo que Alejandro Ortiz señaló en su momento fue que hay muchas puertas abiertas (algunas de las cuales retoman situaciones supuestamente ya superadas y otras nuevas y exigentes en estos tiempos) para transitar con base en sus afirmaciones básicas y en la manera holística de abordar las realidades humanas: desapariciones forzadas, violencia doméstica, feminicidios, la problemática migratoria, la globalización desigual, la pobreza endémica, el desencanto de las nuevas generaciones, entre tantas más. A fin de cuentas, toda teología cristiana, y la TL no puede ser la excepción, debe enfrentar las urgencias humanas con una palabra y acciones puntuales basadas en el poder liberador del Evangelio de Jesucristo.

Así lo expresó Vigil en otro momento, en un documento más amplio y profundo: “La TL está madura en sí misma, no le hace falta elaborar nuevas ramas teológicas. Lo que necesita es ‘entrar en la nueva era’, abrirse a todo este nuevo mundo epistemológico, perder el miedo a reformularse a sí misma, atreverse a poner nombre a la revolución que se está dando ante nuestros ojos, y reconvertirse”[1].

Notas

[1] J.M. Vigil, “Teología de la liberación en camino hacia nuevos paradigmas”, en Horizonte, Belo Horizonte, vol. 11, núm. 32, octubre-diciembre de 2013, pp. 1862-1863.