José había aceptado que podía finalizar su vida en una prisión egipcia. Abraham se había mentalizado que podía perder a su hijo por orden de Dios
Un fragmento de ¡Oh, tu fidelidad! Meditaciones sobre el Dios fiel, de Juan Manuel Vaz [Lectura Fácil] (Editorial B&H, 2020; distribuye Editorial Peregrino). Puede saber más sobre el libro aquí.
Los amigos jóvenes de Daniel
El rey Nabucodonosor hizo una estatua de oro cuya altura era de sesenta codos y su anchura de seis codos; la levantó en el llano de Dura, en la provincia de Babilonia. Y el rey Nabucodonosor mandó reunir a los sátrapas, prefectos y gobernadores, los consejeros, tesoreros, jueces, magistrados y todos los gobernantes de las provincias para que vinieran a la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor había levantado.
Entonces se reunieron los sátrapas, prefectos y gobernadores, los consejeros, tesoreros, jueces, magistrados y todos los gobernantes de las provincias para la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor había levantado; y todos estaban de pie delante de la estatua que Nabucodonosor había levantado. Y el heraldo proclamó con fuerza: Se os ordena a vosotros, pueblos, naciones y lenguas, que en el momento en que oigáis el sonido del cuerno, la flauta, la lira, el arpa, el salterio, la gaita y toda clase de música, os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado; pero el que no se postre y adore, será echado inmediatamente en un horno de fuego ardiente.
Por tanto, en el momento en que todos los pueblos oyeron el sonido del cuerno, la flauta, la lira, el arpa, el salterio, la gaita y toda clase de música, todos los pueblos, naciones y lenguas se postraron y adoraron la estatua de oro que el rey Nabucodonosor había levantado.
Sin embargo, en aquel tiempo algunos caldeos se presentaron y acusaron a los judíos. Hablaron y dijeron al rey Nabucodonosor: ¡Oh rey, vive para siempre! Tú, oh rey, has proclamado un decreto de que todo hombre que oiga el sonido del cuerno, la flauta, la lira, el arpa, el salterio, la gaita y toda clase de música, se postre y adore la estatua de oro, y el que no se postre y adore, será echado en un horno de fuego ardiente. Pero hay algunos judíos a quienes has puesto sobre la administración de la provincia de Babilonia, es decir, Sadrac, Mesac y Abed-nego, y estos hombres, oh rey, no te hacen caso; no sirven a tus dioses ni adoran la estatua de oro que has levantado.
Entonces Nabucodonosor, enojado y furioso, dio orden de traer a Sadrac, Mesac y Abed-nego; estos hombres, pues, fueron conducidos ante el rey. Habló Nabucodonosor y les dijo: ¿Es verdad Sadrac, Mesac y Abed-nego que no servís a mis dioses ni adoráis la estatua de oro que he levantado? ¿Estáis dispuestos ahora, para que cuando oigáis el sonido del cuerno, la flauta, la lira, el arpa, el salterio, la gaita y toda clase de música, os postréis y adoréis la estatua que he hecho? Porque si no la adoráis, inmediatamente seréis echados en un horno de fuego ardiente; ¿y qué dios será el que os libre de mis manos?
Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron y dijeron al rey Nabucodonosor: No necesitamos darte una respuesta acerca de este asunto. Ciertamente nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiente; y de tu mano, oh rey, nos librará. Pero si no lo hace, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has levantado
(Dan. 3:1-18).
Sadrac, Mesac y Abed-nego serán los protagonistas de nuestras próximas reflexiones. Estos tres hombres tuvieron que decidir qué era más valioso: ser fieles a Dios o a su propia vida. Sus actitudes, comportamiento y, ante todo, su fidelidad, nos enseñarán y alentarán para que enfrentemos y superemos cualquier circunstancia adversa que podamos estar pasando en nuestras vidas.
Sería muy fácil ser fiel a Dios si supieras que todo resultaría en una manifestación gloriosa sobre tu vida y que nada te pasará. Estarías dispuesto a superar todas las prisiones, traiciones y engaños que José enfrentó si desde el inicio sabes que terminarías siendo la mano derecha de faraón. No dudarías en subir al monte con tu hijo como lo hizo Abraham con Isaac, si supieras Dios va a detenerte y no permitiría la muerte de tu hijo amado. Orarías sin cesar como Daniel a pesar de las amenazas gubernamentales si de antemano sabes que cuando estuvieras en el foso de los leones ninguno te tocaría.
Sería mucho más fácil enfrentar cualquier situación difícil que venga en nuestra vida cuando sabemos el final positivo de la historia, pero la realidad es que ninguno de estos hombres sabía lo que iba a suceder con ellos.
José había aceptado que podía finalizar su vida en una prisión egipcia. Abraham se había mentalizado que podía perder a su hijo por orden de Dios. Daniel había asimilado que sus días podían estar contados y que sería devorado por fieras. Sadrac, Mesac y Abed-nego tenían claro que por mantenerse fieles podían terminar siendo consumidos por las llamas del horno ardiente. La realidad del valor de la fidelidad de estos hombres radica en que siguieron adorando a Dios con determinación y obediencia a pesar de desconocer el fin de sus historias.
Un hombre con cáncer, una mujer estéril que sueña con tener un bebé, un esposo con problemas matrimoniales, un misionero apresado por predicar en un país que prohíbe el cristianismo, es muy posible que todos ellos no dejarían de alabar ni de seguir orando al Señor si es que tuvieran la seguridad adelantada de que serán sanados, que recibirán lo que anhelan y que sus vidas no correrán peligro. Sin embargo, nuestro llamado es a ser fieles a Dios, aunque no sepamos que las cosas van a terminar bien, manteniéndonos fieles a Dios incluso sin saber cómo terminará todo.
Mantente firme, aunque el cáncer nos venza en la carne. Sigue cantando, aunque no haya cambios en nuestros seres queridos. Sigue clamando y orando a nuestro Señor, aunque no llegues a tener el privilegio de tener hijos. Sigamos siendo fieles al Dios soberano, incluso si al final solo queda ser sacrificados en una plaza pública.
No somos fieles a Dios porque hace lo que esperamos, sino que le somos fieles por quien Él es y por la preciosa salvación recibida por gracia mediante la persona y obra de Jesucristo. Esto es motivo suficiente para seguir siendo leales adoradores a nuestro buen y amado Dios, cantándole incluso cuando los días sean tan grises y no haya razones humanas para cantar, orar aunque tus ojos te quieran hacer ver o creer que Dios está lejos de ti. Sigue leyendo con confianza Su Palabra con devoción y entrega, aunque sepas que tu obediencia te puede costar la vida en esta tierra.
Ante todo, mantengámonos firmes porque, aunque pareciera que en esta tierra hemos perdido humanamente la batalla, sabemos que nuestra historia no termina aquí, sino que es solo un prefacio de lo que nos espera en la eternidad. Nuestra vida no termina porque hemos sido llamados a la eternidad gloriosa con Dios en Su reino eterno.
Sadrac, Mesac y Abed-nego sabían que Dios era poderoso para librarlos. Le dijeron al rey Nabucodonosor que, si Dios quisiera, podría librarlos del horno de fuego, pero si no los librara, eso no haría que se inclinaran frente a la estatua del rey de Babilonia. La manera más sencilla de entender este momento sería: Si Dios nos libra, seremos fieles, si a Dios le place dejarnos morir hoy, seremos igualmente fieles.
Pues si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; por tanto, ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos (Rom. 14:8).
Que Dios te levante con esa misma fe y convicción, que ponga en tu corazón esa misma fortaleza para serle fiel en lo bueno y en lo malo, en salud o enfermedad, en abundancia o escasez, en días soleados u oscuros, con paz en el hogar o pasando por adversidades, con trabajo o desempleado, con hijos o sin hijos, ante el nacimiento o la pérdida de un ser amado, pase lo que pase, aun sin saber cómo terminarán las cosas, sin saber el final del momento que enfrentemos, siempre seamos fieles a nuestro Dios.
Durante toda la historia de la humanidad ha sido una realidad el hecho de que nadar a favor de la corriente es mucho más cómodo y sencillo que nadar contra corriente. Si quieres vivir cómodo y tranquilo, si no quieres tener muchos problemas y pasar desapercibido, simplemente camúflate entre la multitud, vive, cree y piensa como la mayoría.
Hoy, por ejemplo, vemos un enorme grupo de adolescentes que con apenas doce o trece años ya consumen drogas, fuman tabaco, beben alcohol y, en muchos casos, ya han tenido relaciones sexuales. A pesar de no ser prudente, sano o sensato tener tales comportamientos, son hasta aplaudidos y exaltados. Sin embargo, si aparece un adolescente con valores distintos, que desea mantener limpio su organismo de tabaco o drogas, que rechaza alcohol y que decide no mantener relaciones sexuales, muchas veces se le margina, recibe burlas de sus pares y se le hace sentir como si fuera de otro planeta.
En medio de nuestro mundo contemporáneo donde el sexo sin límites, el aborto libre y sin escrúpulos, la homosexualidad y la bisexualidad se estimulan y celebran, se convierten en motivo de burla y desprecio aquellos que creen en el matrimonio y la fidelidad, son menospreciados aquellos que defienden la vida desde la concepción, y pueden perder su libertad aquellos que no están de acuerdo con el matrimonio de parejas del mismo sexo.
Incluso la iglesia contemporánea y moderna, donde la prosperidad y el éxito material es lo más codiciado por predicadores y sus seguidores, si alguien se levanta a pronunciarse contra ese tipo de mensajes y decide denunciarlo y defender la pureza del evangelio, es tachado de falto de fe.
Pero dejaré siete mil en Israel, todas las rodillas que no se han doblado ante Baal y toda boca que no lo ha besado (1 Rey. 19:18).
Podría seguir dando ejemplos, pero en pocas palabras, si piensas como la mayoría, todo te puede ir bien en este mundo, pero si decides pertenecer a una minoría que ha decidido ser honesta y fiel a Dios, es muy posible que tu vida se llene de críticas, desprecios y muchos momentos tensos e incómodos.
Sadrac, Mesac y Abed-nego son un caso evidente de lo que es nadar contra corriente. A pesar de las amenazas y que toda la población, incluso de sus compatriotas, se habían inclinado ante la estatua del rey de Babilonia, ellos decidieron no sucumbir ante la mayoría y mantenerse fieles a pesar de las consecuencias.
La historia bíblica nos demuestra que la humanidad siempre ha sido igual. El remanente que ha permanecido fiel a Dios siempre ha sido un pequeñísimo grupo en medio de una gran multitud. Una vez leí una frase de un famoso predicador que decía: «Si decides caminar fielmente con Jesús, tendrás al mundo en tu contra, e incluso a una gran parte de los hoy llamados evangélicos». Fue chocante leerlo al inicio de mi caminar con Cristo porque en ese tiempo creía que todos los evangélicos eran mis hermanos, y que todos pensábamos y creíamos exactamente lo mismo. Hoy, varios años después, actúo con más prudencia. No llamo hermano a cualquier persona simplemente porque frecuenta una iglesia, y no me dirijo a cualquiera por su título de pastor o líder religioso simplemente porque predica desde un púlpito.
La fidelidad a Dios, Su Palabra, al verdadero evangelio y la práctica de la fe bíblica siempre fue escasa y hoy es aún más reducida. Cada vez son más los que se inclinan ante las estatuas modernas que este mundo ofrece, cada vez son más los que se arrodillan ante las estatuas del afán por el dinero, la vanagloria, la vanidad, la lujuria, la carnalidad y la codicia. Son muy pocos los que se mantienen firmes y fieles y solo se postran ante el Rey de reyes y Señor de señores.
La verdadera fidelidad del creyente debe mantenerse sin importar que sea parte de una minoría y no de un gran colectivo popular y celebrado por todos. Te animo a que nunca se te pase por la mente ser de una forma porque los demás son así. Ni siquiera llegues a decir que serás de una forma particular porque la mayoría de los cristianos son así. Busca conocer bien a Dios en Su Palabra, conocer lo que le agrada, lo que desea de ti, cómo desea que camines, lo que le desagrada e incluso le provoca ira. Finalmente, mantente firme.
• Si la mayoría no ora, pero la Biblia te exhorta a orar sin cesar (1 Tes. 5:17), ora.
• Si la mayoría no sirve al prójimo, pero la Biblia te exhorta a hacerlo (Luc. 10:25-37), sírvelo.
• Si la mayoría solo quiere mandar, pero la Biblia te exhorta a servir y amar (Mat. 23:11), hazlo.
• Si la mayoría quiere recibir, pero la Biblia dice que es mejor dar (Hech. 20:35), entrega.
• Si la mayoría quiere sexo fuera del matrimonio, pero la Biblia te llama a mantenerte puro hasta entonces (1 Tes. 4:3-5; 1 Ped. 4:1-3), mantente puro
• Si la mayoría se quiere vestir de forma inmoral o provocativa, pero la Biblia te llama al pudor y la modestia (1 Tim. 2:9-10; 1 Ped. 3:3-4), vístete para la gloria de Dios.
• Si la mayoría no quiere compartir su fe, pero la Biblia te llama a compartir el evangelio (Mat. 28:16-20; Rom. 1:16-17), hazlo.
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