De toda esta despensa de manjares que es tu Palabra, tomo cada día un poco para llevar conmigo en el camino y comer, meditar de ellos en las paradas.
Un fragmento de “Comida para llevar”, de Luis Cano (Editorial Peregrino, 2020). Puedes saber más sobre el libro aquí.
«De toda esta despensa de manjares que es tu Palabra, tomo cada día un poco para llevar conmigo en el camino y comer, meditar de ellos en las paradas».
«Entonces David dijo a Gad: Estoy en grande angustia. Ruego que yo caiga en la mano de Jehová, porque sus misericordias son muchas en extremo; pero que no caiga en manos de hombres».
Incluso en tus justos castigos, Señor, eres misericordioso.
David ha pecado. ¿Prepotencia, autosuficiencia, orgullo? ¡Son tantos nuestros posibles pecados! ¡Me es tan fácil pecar! Esto te desagradó (v. 7), y aunque David llega a reconocer su pecado y a arrepentirse (v. 8), tú decides castigarle y humillarle en su orgullo y entonces, he aquí lo que me admira, le dejas escoger su castigo. Aquí yo veo también tu gracia y favor cuando ejerces tu ira.
Entonces yo, en esta hora me identifico con David. Ante la posibilidad del daño que me pueda hacer la naturaleza con el hambre o escasez, o los hombres con la guerra, o tú con la peste (v. 12), preferiría tu espada Señor.
Por muy duro que tengas que ser conmigo por causa de mi duro corazón, siempre serás misericordioso, porque es parte de tu naturaleza, y siempre serán muchas, diferentes, porque tú me puedes herir de una forma y curarme de otra. El mal merecido me puede llevar a un bien inmerecido, inesperado.
Pero es que además tu misericordia siempre será más amplia, directa y duradera que la del ser humano, incluso que la mía.
Señor, que no sufran otros los golpes que yo pueda merecer de tu mano (v. 17) y ayúdame a recordar que cuando me disciplinas lo hace siempre como un padre.
«Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios».
¡Cómo recuerdo estas palabras leídas y meditadas en mi juventud! Era un recién convertido a ti, Señor, había descubierto a tu Hijo como mi salvador, y el valor de tu Palabra. Pude salir, me sacaste de aquel pozo oscuro donde estaba, me libraste del laberinto en el que estaba perdido y rompiste las cadenas con las que estaba atado. Aun así, estaba lleno de vida y con ganas de comerme el mundo. Se juntó en mí el deseo de disfrutar y buscar placer, y el temor a ofenderte y a pecar, a dañar la relación que había alcanzado contigo y estas palabras tuyas me ayudaron.
Pude aprender entonces, y esto me ha guiado siempre, que se puede disfrutar de la vida, gozar de las cosas grandes y pequeñas que me ofreces y aprovechar de los momentos buenos que se presentan; pero que debo tener en cuenta, a la vez, que lo que hago y digo está delante de ti, que lo tienes en cuenta y que tiene consecuencias, que no debía vivir a espaldas de ti, que debía ser cuidadoso y temeroso por mi nuevo corazón.
Aún hoy, cuando ya no me siento joven, sigo teniendo en cuenta estas palabras.
Ayúdame a amar y disfrutar esta vida, pero a amar más la que me has regalado contigo.
«Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente».
¡Cómo entiendo las lágrimas de Pedro! Me identifico con él, también para mi vergüenza y gozo.
Vergüenza por mis fracasos, por negarte, Señor, tantas veces y de tantas formas. Negarte o traicionarte ante otros con este disimulo cobarde que a veces me domina. Aun incluso habiéndote hecho promesas (v. 33) y habiéndome envalentonado cuando me sentía cómodo y seguro.
¡Cómo me pesa, Señor, esta tristeza cuando te defraudo, estas lágrimas del corazón cuanto te niego!
Pero, también, me llenan de gozo, pues me muestran que tú no me dejas, que tu intercesión para que la fe no falte (v. 32) no fue solo por Pedro, sino por mí, por todos los tuyos. Tu obra, tu oración sigue siendo efectiva aun hoy.
Puedo caer, desgraciadamente caigo muchas veces, pero siempre me levanto, perdón Señor, siempre me levantas, y mi experiencia puede llegar a ser útil (v. 32; Jn 21:15-17). A los que te amamos, todas las cosas, incluso estas, ayudan, son útiles, para bien (Ro 8:28).
Señor, no quiero defraudarte, no quiero darte la espalda, quiero hoy y siempre serte fiel. Si caigo, déjame llorar, sentir mi dolor, pero luego levántame y vuélveme a ser útil.
«Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos».
¡Qué claro lo dice tu Palabra! ¡Qué fácil es conocerte con ella, al menos en lo que has querido revelarte!
Sé que has querido darnos sacrificios, holocaustos, ceremonias y vida religiosa, muestras externas de lo que esperas que esté interno en el corazón. Pero qué fácil es que yo pueda quedarme solo con lo de fuera, con la apariencia, con una rutina religiosa.
Te pido, Señor, que hoy me ayudes a considerar y expresar la misericordia hacia los demás, los que me rodean y a esforzarme en conocerte mejor, no solo estudiando y meditando tu Palabra, sino conociéndote de manera práctica, pasando más y mejor tiempo contigo.
Soy consciente, Señor, que estas dos cosas son las más difíciles, misericordia y conocimiento de ti, amor al prójimo y amor por ti, (Mt.22:36-40) por eso solicito más de tu ayuda.
¡Cómo soy! Incluso para agradarte y honrarte necesito tu ayuda.
No quiero hacer las cosas como yo quiero o como me acomodan, sino como tú quieres. Mi cristianismo hoy es enfocado en el otro y en ti.
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