La fuerza de Dios es omnipotente, y esa fuerza puede comunicárnosla, así lo ha prometido. Él será alimento de nuestras almas y salud de nuestros corazones.
Un fragmento de “Promesas de aliento y ánimo para cada día. 365 Lecturas Devocionales”, de Charles H. Spurgeon (Clie, 2019). Puede saber más sobre el libro aquí.
“La tierra en que estás acostado te la daré a ti.” Génesis 28:13
No hay promesa alguna que sea de interpretación particular: las promesas no van dirigidas a un santo solamente, sino a todos los creyentes. Si tú, hermano mío, puedes apoyarte en esta promesa y descansar en ella como en una almohada, tuya será. El lugar que «encontró» Jacob y donde descansó, es el mismo del cual tomó posesión más tarde. Cuando sus miembros fatigados reposaron en la tierra, cuando las piedras le sirvieron de almohada, no se imaginaba que estaba tomando posesión de aquel país. Sin embargo, así fue. Durante el sueño, vio una maravillosa escala que para el verdadero creyente une los cielos con la tierra. Indudablemente, tenía derecho a poseer la tierra donde descansaba el último peldaño de la escala; de otro modo no era posible alcanzar la divina escala. En Jesús, todas las promesas son «Sí» y «Amén». Y así como Cristo es pertenencia nuestra, así también nos pertenece su promesa si en Él descansa toda nuestra fe. Ven, alma cansada; acepta las palabras del Señor como tu almohada. Reposa en paz. Piensa únicamente en Él. Jesús es la escala luminosa. Mira cómo suben y bajan los ángeles sobre Él, entre tu alma y Dios; ten la seguridad de que la promesa es la porción que Dios te da; si la tomas, como si fuera hecha exclusivamente para ti, no la robarás; es cosa tuya.
“Te haré dormir seguro.” Oseas 2:18
Sí, los santos tendrán paz. El pasaje de nuestro texto nos habla de una alianza «con las bestias del campo, y con las aves del cielo y con las serpientes de la tierra». Tal es la paz en medio de los enemigos de este mundo, de las pruebas misteriosas y pequeñas contrariedades. Todas estas cosas pueden quitarnos el sueño, mas ninguna de ellas lo logrará. El Señor destruirá todo cuanto amenace a su pueblo y «quebrará arco y espada y batalla de la tierra». La paz será inquebrantable, cuando sean rotos los instrumentos de iniquidad. Con esta paz habrá descanso. «A su amado dará Dios el sueño». Los creyentes podrán entregarse al reposo abundantemente proveídos y tranquilos. Este descanso será seguro. Una cosa es acostarse y otra «dormir seguro». Hemos sido introducidos en la tierra de la promesa, en la casa del Padre, en la cámara del amor y en el seno de Cristo; ahora sí que podemos «dormir seguros». Para un creyente es mucho más seguro acostarse en paz, que permanecer levantado e intranquilo. «En lugares de delicados pastos me hará yacer». Nunca podremos descansar hasta tanto que el Consolador nos haga «dormir seguros».
“Yo soy tu Dios que te esfuerzo.” Isaías 41:10
Cuando somos invitados al servicio de Dios o al sufrimiento, medimos nuestras fuerzas y vemos que son menores de lo que juzgábamos y que no están en proporción con nuestras necesidades. Empero no nos dejemos llevar del abatimiento mientras podamos apoyarnos en una promesa que nos asegura todo aquello de que tenemos necesidad. La fuerza de Dios es omnipotente, y esa fuerza puede comunicárnosla, así lo ha prometido. Él será alimento de nuestras almas y salud de nuestros corazones; por tanto, Él nos fortalecerá. No es posible ponderar cuán grande sea el poder que Dios puede infundir en el hombre. Cuando llena el poder divino, la debilidad humana deja de ser un obstáculo. ¿No recordamos aquellos tiempos de dolor y prueba en que recibimos una fuerza tan especial que nos maravillamos de nosotros mismos? En el peligro, tuvimos calma; en el dolor de haber perdido seres queridos, permanecimos resignados; en la calumnia, pudimos contener nuestro enojo; y en la enfermedad, fuimos pacientes. Dios, en efecto, nos comunicó una fuerza insospechada ante las pruebas extraordinarias, de suerte que pudimos levantarnos de nuestra flaqueza. Los cobardes se tornan valientes, los insensatos se truecan en sabios, y a los mudos se les inspira lo que han de hablar en aquella hora. Nuestra propia debilidad nos atemoriza, mas la promesa de Dios nos infunde valor. ¡Señor, fortifícame «según tu palabra»!
“Siempre te ayudaré.” Isaías 41:10
L a promesa de ayer nos aseguró las fuerzas para cumplir con nuestro deber; la de hoy nos asegura la ayuda de Dios cuando no podemos trabajar solos. El Señor dice: «te ayudaré». La fuerza interior es perfeccionada por el socorro exterior. Dios puede, si tal es su voluntad, proporcionarnos aliados en nuestra guerra. Él estará a nuestro lado en la lucha, lo cual es mucho mejor. «Nuestro Aliado Augusto» vale más que legiones de seres humanos. Su socorro es oportuno: «nuestro pronto auxilio en las tribulaciones». Su socorro es sabio: Él sabe prestar a cada uno aquella ayuda más apropiada a las circunstancias en que se encuentra. Su socorro es eficacísimo, «aunque vana es la salud de los hombres», porque él lleva sobre sí todo el peso de la carga y suple nuestra flaqueza. «El Señor es mi ayudador, no temeré lo que me hará el hombre». Habiendo sido nuestro socorro, podemos confiar en Él en lo que atañe a nuestro presente y futuro. Nuestra oración es: «Jehová, sé Tú mi ayudador». Nuestra experiencia: «El Espíritu ayuda nuestra flaqueza». Nuestra esperanza: «Alzaré mis ojos a los montes de donde vendrá mi socorro». Y nuestra canción será algún día: «Tú, Jehová, me ayudaste».
“Cosas mayores que éstas verás.” Juan 1:50
Estas palabras fueron dirigidas a un creyente que se hizo como niño y que estaba dispuesto a aceptar a Jesús como el Hijo de Dios y Rey de Israel con un solo argumento decisivo. Quienes quieren abrir los ojos, ven. Permanecemos tristemente ciegos porque nos obstinamos en cerrar los ojos. Por lo que a nosotros se refiere, hemos visto muchas cosas; el Señor nos ha revelado misterios inescrutables por los cuales podemos celebrar su nombre; sin embargo, en su Palabra se encierran verdades más profundas, experiencias más hondas y de mayor utilidad, descubrimientos maravillosos de su amor, de su poder y sabiduría. Todo esto lo veremos ciertamente si creemos en nuestro Señor. Cosa nociva es inventar falsas doctrinas, mas el don de discernir la verdad es una bendición. El cielo se nos abrirá de par en par; el camino que nos conduce a él en la persona del Hijo del hombre nos será más fácil, y más evidente la comunión angelical entre el cielo y la tierra. Fijemos nuestros ojos con mayor atención en las cosas espirituales y veremos cada vez con mayor claridad cosas más importantes. No pensemos que nuestras vidas son algo efímero y baladí; antes por el contrario, siempre irán creciendo y viendo cosas de mayor importancia hasta que contemplemos cara a cara al mismo Dios y no podamos ya perderle de vista.
“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.” Mateo 5:8
L a limpieza de corazón es uno de los fines principales que debemos perseguir. Importa mucho que seamos purificados interiormente por el Espíritu Santo y por medio de la Palabra, y en verdad lo seremos exteriormente por una mayor consagración y obediencia. Existe una relación íntima entre el corazón y la inteligencia. Si amamos el mal, jamás podremos comprender el bien. Si el corazón está manchado, el ojo estará oscurecido. ¿Cómo podrán estos hombres ver al Dios Santo, si aman el pecado? ¡Cuán singular es el privilegio de ver a Dios en la tierra! Una sola mirada sobre Él constituye para nosotros un verdadero paraíso. En Cristo Jesús contemplan al Padre los limpios de corazón. En Él vemos a Dios, la verdad, su amor, su santidad, sus designios, su soberanía, su alianza. Empero estas cosas solamente se perciben cuando se impide la entrada del pecado en el corazón. Sólo quienes aspiran a la santidad pueden exclamar: «Mis ojos están siempre hacia Jehová». El deseo de Moisés: «ruégote que me muestres tu gloria», solamente puede tener cumplimiento en nosotros cuando estemos limpios de toda iniquidad. Nosotros «le veremos como Él es»; y «cualquiera que tiene esta esperanza en Él, se purifica». El gozo de la presente comunión y la esperanza de la visión beatífica son dos poderosas razones para que andemos en pureza de corazón y de vida. ¡Crea, Señor, en nosotros un corazón puro para que podamos ver tu rostro!
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