Ahora que es tiempo de aguaceros

Ahora que es tiempo de aguaceros

quiero enjuagar mi alma conmovida, tan llena de metales

alquimiados con errores de enorme oscuridad a la altura de Dios,

pero también del magma del centro de la tierra

quemándome con la pasión del fuego que me regresa a otro mundo

sobre lágrimas inocentes abarcando un infinito.

Quiero lavar mis riñones de alucinado antes del óvulo

que se abrió en los cielos

antes del paladar que no sabe de lo amargo. Quiero purificar

el alma para que mi huésped no huela el albañal

ni reciba pedradas ajenas a mí, demonios al menor descuido

de espaldas al Paraíso, en el revés anémico de la fe

mordida sin placer en el charco apestoso que no es lugar para estar.

Que no escampe. Que no deje de llenarse el viejo estanque

donde lavaré mi alma, quitándole la sal que la ciega, bautizándola

con agua que brota de la cicatriz, del manso corazón, de la

montaña que no está seca. Íntimo placer

mientras canturrea el pájaro de la esperanza, materia prima

del alma o movimiento de ascenso para ver lo que hay

detrás del espejo de lo inseguro.

Con el agua del cielo, con la tierra, con el aire, con el fuego

no descanso de limpiar la niebla que lo esconde todo

a la deriva del sol. Ah están vivos los metales de mi cuerpo

pues, purificada el alma, me imantan al Amor de siempre

que todo sabe de mí, bien desde un silencio a corazón abierto

o cuando chilla la cigarra de la creación y vuelve

otro verano con sus blancas garzas

y los patos navegan en un río de flojo movimiento

El aguacero amaneció en este extremo de mi alma

que ya no tiene frío, ni apesta, ni gime contra el viento

y se ha quitado las espinas en la rama limpia

que salva de cualquier naufragio. ¡Química de un renacer,

física de una emoción, metafísica sin demasiado azul

porque en el empalago está la ruina! Mejor

que lluevan luciérnagas y yo pueda ver las larvas de maldad.

Ahora espero que no muera mi alma porque no es día de poda

y voy orando en voz baja, casi de silencio a silencio.

Ahora estoy en la humedad de la matriz, al interior del aguacero.

Alfredo Pérez Alencart