Siempre la muerte en la obra de Unamuno. Para él, en la vida no caben paños calientes. Dios, la fe, la razón, el más allá, la muerte.
Dice Manuel García Blanco al introducir el tomo V de las Obras Completas, que Unamuno empezó a escribir La venda el año 1889.
En una carta a su amigo Francisco Grandmontagne le dice: La venda “es la cristalización de un estado pasajero de mi espíritu, y aunque ya no me encuentro en la angustiosa situación de ánimo que cuando la escribí, quiero que quede”.
Hacia 1911 Unamuno debía tener acabada la obra. En esa fecha la entrega al actor Fernando Díaz de Mendoza y le pide que haga lo posible por estrenarla. Se lamenta de no poder acudir él mismo a Madrid para leer la pieza, y añade una nota entre engreída y humilde: “Con la modestia que me caracteriza (¿), soy un excelente lector”.
En carta a Jiménez Flundaín, fechada el 4 de diciembre de 1901, le confiesa hallarse preparando La venda para ser representada en Buenos Aires por la compañía Mendoza-Guerrero. Ocho años más tarde el estreno no tuvo lugar.
El texto de La venda se publica en una colección que dirigía Gómez Hidalgo con el título El libro popular. Las ediciones se agotan y las impresiones se repiten a partir de junio de 1913.
Por fin, después de un intento fallido en Madrid, La venda se estrena como obra teatral en el Teatro Bretón de Salamanca, patria chica de Unamuno. Díaz de Mendoza le dice que se ha representado obteniendo un gran éxito, y añade: “Teniendo en cuenta los gustos de un público imbécil, que se extasía ante obras de los hermanos Quintero o del ‘insípido’ Martínez Sierra”.
Más positivo se manifiesta Fernando de Cossio. Recordando el estreno, el escritor vallisoletano publica en El norte de Castilla un artículo titulado Un drama de Unamuno. Decía:
“Yo pensaba si aquellas metafísicas de La venda podrían interesar al público de un teatro. Por este género de consideraciones, cuando vi anunciado el estreno del drama de Unamuno, sentí una gran curiosidad por conocer de qué manera la juzgaría el público. Yo descontaba el buen éxito de la representación. Más el éxito de La venda ha excedido a toda previsión, y ello me satisface porque es signo indudable de que cuando en el teatro se humanizan las ideas, por más finas y sutiles que sean, hallan eco en el corazón de los espectadores. Y ahora que sé del éxito enorme de la obra de Unamuno, acierto a ver su causa y descubrir su secreto”.
Fernando de Cossio, citado en anteriores letras, cree ver en la obra de Unamuno algún punto de contacto con la Marianela de Galdós, aunque el problema planteado por el rector de Salamanca es más religioso, “destaca la originalidad de Unamuno y los principios originales de su filosofía”.
Cuando la obra iba a ser estrenada en Buenos Aires en marzo de 1921, Unamuno define el contenido de La venda en la carta que menciono en otras letras a su amigo Francisco Grandmontagne: “Mi drama ha contribuido a sacarme de aquellas torturas íntimas a más sereno ambiente y a remachar, creo que duramente esta vez, mi amor a la libertad y a la ciencia en mi fondo de místico”.
La venda está estructurada en un acto y dos cuadros. Intervienen ocho personajes: Don Pedro, don Juan, María, señora Eugenia, el padre, Marta, José y la criada.
Al principio de la obra don Pedro y don Juan discuten en torno a la eterna lucha que mantuvo el propio Unamuno, la razón y la fe, la búsqueda de la verdad. Don Pedro cree que al pueblo hay que darle siempre toda la verdad. Cree que el que “a manos de la verdad muere, bien muerto está”. Para él “la verdad es vida”. Dice a don Juan que se nos dio la razón “para luchar en la vida y así merecer la verdad”.
Don Juan apunta más a la religión. Juzga imprescindible el nexo entre el pensar y el sentir y se inclina por este último. Para él, “la vida es verdad”. Aquí Unamuno se engancha a la epístola a los Hebreos en la segunda parte de la Biblia y defiende prioritariamente la necesidad de la fe. Dice a don Pedro.
— La fe, la fe es la que nos da vida, por la fe vivimos, la fe nos da el sentido de la vida, ¡nos da a Dios!
Unamuno puro, abrazado algunas veces a Dios y negándolo otras. María del Prado asume que después de esta conversación “la obra toda no es más que una explicación, el desarrollo parabólico de esta conversación preliminar”.
En un principio Unamuno quiso que este drama se titulara La ciega en lugar de La venda. Aquí la ciega está representada por María. Ciega de nacimiento, poco después de la boda un médico la operó y le devolvió la vista. Con todo, María tenía sus reservas. En la escena que sigue al diálogo entre don Pedro y don Juan, a María le llega la noticia de que su padre está enfermo.
—Siento que la vida se me va por momentos. Esto se acaba —dice el padre al principio del segundo cuadro.
María tiene prisa por ponerse en camino al padre.
Pide a don Juan un bastón. Pero se siente insegura, perdida. Mira alrededor y exclama.
—¿Dónde estoy? ¿Cuál es el camino? Estoy perdida. ¿Qué es esto? ¿Cuál es el camino?”.
Inexplicablemente saca un pañuelo y se venda con él los ojos.
—Es para ver mejor el camino —dice a don Pedro, que la mira confundido.
A don Juan, que quiere detenerla, lo corta.
—Deme ahora el bastón, y dispénseme.
Al pedirle don Juan que explique su comportamiento, le responde.
—Dejémonos de explicaciones, que se muere mi padre, adiós. Dispénseme. Mi pobre padre se está muriendo y quiero verle; quiero verle antes de que se muera. ¡Pobre padre! ¡Pobre padre!”.
Camino a la casa del padre, éste discute con su otra hija, Marta. Las dos hermanas, Marta y María, son mencionadas en la Biblia como anfitrionas de Jesús. Dice el padre a Marta.
—Ahora estoy bien; pero cuando menos lo espere volverá el ahogo y en una de estas….
El padre irrumpe en un grito de alegría cuando Marta le dice que su hermana ya ve.
—¡Y ve ella, ve ya ella, ve mi María! ¡Gracias, Dios mío, gracias! Ve mi María.
Entra María. No muy conforme con su llegada, Marta le pregunta para qué va.
—¿A qué? ¿Y me lo preguntas tú, tú, Marta? A ver al padre antes que se muera. —responde María.
El padre oye sonidos de palabras y pregunta.
—¿Qué es eso? ¿Quién anda ahí? ¿Con quién hablas? ¿Es María? ¡Sí, es María! ¡María! ¡María! ¡Gracias a Dios que has venido!
Se adelanta María. Deja el bastón, pero sin quitarse la venda de los ojos, se arrodilla al pie del padre, a quien acaricia en tanto le dice:
—Padre, padre, ya me tienes aquí contigo.
Reacción natural del padre.
—Acércate, hija, que no te veo bien; quiero que tú me veas bien antes de yo morirme.
Escena final, entra José, esposo de María, lo sigue la criada, con el niño.
—Como empezó a llorar, lo he traído; pero ahora está dormido.
María toma al niño, lo besa y se lo pone delante al abuelo, quien exclama.
—¡Hijo mío! Mira como sonríe en sueños. Dicen que está conversando con los ángeles. ¿Y ve, María ve? —luego pide a María que se quite la venda de los ojos—. Tú me ves acaso, pero yo no veo que me ves, y quiero ver que me veas.
María se queda despavorida mirándole. Obedece. Se frota los ojos. El padre, exánime, se deja caer en el sillón. Marta le besa la frente. María le toca una mano. La siente fría. Grita.
—¡Oh fría, fría, ha muerto! ¡Padre! ¡Padre! No me oye, ni me ve. ¡Padre! ¡La venda otra vez! ¡No quiero volver a ver!
De nuevo la muerte. Siempre la muerte en la obra de Unamuno. Para él, en la vida no caben paños calientes. Dios, la fe, la razón, el más allá, la muerte. Sólo nos queda elegir entre el absurdo de la existencia y la realidad de la muerte.
Dentro del teatro de Unamuno La venda no es su mejor obra, pero destaca por su originalidad y por los principios fundamentales de la ideología del gran vasco.
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