‘Un árbol más del bosque de la vida’, por Blandina Ronsano

A lo largo de mi larga vida he predicado en unos 70 países y estados. He presenciado siempre la misma escena en el culto del domingo. El marido predicando desde el púlpito y la esposa sentada tranquilamente escuchándolo porque los niños estaban en la Escuela Dominical. A veces, madres jóvenes apoyadas en una columna del templo o arrimadas de pie contra una pared meciendo al niño de pecho para que no interrumpa al papá.

Pero lo contrario lo he visto poco. Una señora pastora y el esposo callado en el banco escuchándola. Esto ocurre con Blandina Ronsano y su esposo, David Lumbiarres como también es el caso de mis amigos muy cercanos Pedro Tarquis, médico y Asunción Quintana, licenciada en Filología Española y pastora.

Todos los domingos al atardecer sube al púlpito de la Iglesia bautista situada en la calle Palomar de Binéfar, provincia de Huesca, una hermosa mujer, alta, guapa, creo que sonriendo desde que sale de casa e impartiendo cariño a su alrededor. Es Blandina Ronsano, la pastora, educada en los principios cristianos desde que aprendió las primeras letras. Está muy bien considerada en la comunidad bautista. Durante cuatro años fue presidenta nacional de las mujeres bautistas. Ahora ejerce como Presidenta de Cataluña y Aragón. Posee reconocimientos legales como ministra de cultos.

He quedado impresionado por la amplitud de su ministerio en España y a nivel internacional que expone en las páginas finales del libro. Ha pronunciado conferencias en 70 ciudades y municipios de España, en Estados Unidos y Canadá. Ha viajado por 17 países de Europa, 4 de América Latina, 6 de África. En el aspecto literario, Blandina ha publicado multitud de artículos, especialmente en los ocho años que ejerció como subdirectora en la revista femenina Nuestra labor.

Cervantes, que trató de todos los temas conocidos, no olvidó al árbol. De él es esta estrofa: 

“¡Oh solitarios árboles, que desde hoy en adelante habéis de hacer compañía a mi soledad, dad inicio, con el blanco movimiento de vuestras ramas, que no os desagrada mi presencia!”

Aunque este artículo resulte más largo de lo que debería, no quiero ignorar aquí el delicioso poema del malagueño Salvador Rueda, fallecido en 1933:

“Los árboles son torres que el sol viste de lumbres, guardianes que dominan los grandes horizontes, son altos obeliscos que Dios plantó en las cumbres, son bíblicas pirámides que Dios puso en los montes”.

La Biblia no olvida al árbol. Lo menciona 12 veces en el Antiguo Testamento y 30 en el Nuevo.

Blandina Ronsano se abraza a uno de ellos y va describiendo todo su cuerpo en un admirable ejercicio poético, cultural y espiritual. Para Blandina, la comparación de las personas con los árboles es hermosa y sugestiva. Las raíces dan firmeza a la planta y esa es la idea que se expresa cuando decimos que algo está bien arraigado. La raíz del árbol carece de hojas. Pero absorbe las materias necesarias para el crecimiento y desarrollo, lo que ocurre con nosotros cuando estamos bien arraigados con nuestros principios en Cristo.

Para la autora, “el tronco es la parte importante del árbol, porque sostiene todo el ramaje”. Por comparación, en algunas personas el tronco es áspero, rugoso y feo. En otros puede ser liso y hermoso. Se dice que estar alguien hecho un tronco significa estar privado de los sentidos. A este respecto decía Diderot que, de todos los sentidos, la vista es la más superficial; el oído, el más orgulloso; el olfato, el más voluptuoso; el gusto, el más supersticioso e inconstante; el tacto, el más profundo.

La señora Ronsano deja el tronco y pasa a las ramas. Aquí introduce una cita del profeta Ezequiel: “He aquí era el asirio cedro del Líbano, de hermosas ramas, de frondoso ramaje, de grande estatura, y su copa estaba entre densas ramas” (Ezequiel 31:3). Blandina cuenta una historia personal cuando el padre estaba injertando dos ramas y le explicó que lo hacía para que se estableciera una unión permanente. Ella cree que es “una buena similitud del género humano como pareja”.

La autora abandona las ramas y pasa a las hojas del árbol. Dice que cuando las semilla empieza a brotar y se han formado las ramas, se desarrollan las hojas. Hojas de hierba es una colección de poesías líricas del gran poeta norteamericano Walt Whitman. De este libro dijo otro conocido poeta y filósofo de la misma nacionalidad, Ralph Emerson, que era “el más sensacional documento, de espíritu y de sabiduría, que América había producido hasta ahora”. Dando rienda suelta a la nostalgia, Blandina Ronsano escribe: “La vida es así: Caen las primera hojas. Caen otras que nacieron después. Y, a veces, vemos caer hojas que no hace tanto vieron la vida. Pero todas cumplieron el propósito para el que fueron creadas”.

Era natural que la autora, animada en la descripción del árbol, pasara de las hojas a las flores, que compara con la llegada de tres hijos a su vida: Josías David, Abel Jorge y Eliseo Marcos.

Cito a aquel gran poeta gaditano José María Pemán, a quien leo con frecuencia: “Un hijo es como una estrella a lo largo del camino. Una pregunta muy grande que le hacemos al destino”.

De las flores a los frutos.

Cuenta Blandina que la culminación de una vida de ciertos árboles es la producción del fruto que llega como un regalo. De este tipo debieron ser los del huerto del Edén, árboles frutales, según se lee en los primeros capítulos del Génesis.

El fruto es una consecuencia normal de este tipo de árboles. Contiene la semilla y llena las despensas domésticas. Las fruterías exhiben orgullosas una variedad de productos que hacen las delicias de los consumidores. Llegado a este punto Blandina no podía marginar palabras muy sabias de Jesús relativas a nuestro crecimiento espiritual: “Os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Juan 15:16).

He debido pasar cuarenta páginas del libro, dedicadas a la narración de viajes de la autora, hasta llegar al líquido que circula por el tronco del árbol, la savia, elemento vivificador que le proporciona energía y nutrición.

Para Blandina, cada árbol tiene su savia, así como cada uno tenemos nuestro ADN. Para crecer espiritualmente necesitamos que la savia que llevan los árboles de Jehová irrigue nuestra vida diariamente de la energía que Cristo nos proporciona (Salmo 104:16).

Acabado el estudio sobre las diferentes partes del árbol, la señora Ronsano nos recuerda que todo árbol ha sido plantado con algún propósito y con lo necesario para crecer bien. También nosotros. “Y cuando alguna persona pierde sus ilusiones y con ello las esperanzas de los que se interesan por él o por ella, es muy común que se ponga como excusa que las cosas no le fueron bien”. Y no es así. A lo largo de la vida Dios pone ante nosotros una y otra vez oportunidades de cambio y superación.

He llegado a tener cinco mil libros en mi biblioteca particular. Regalé dos mil a la FEREDE. Tres mil están distribuidos por diferentes espacios de la casa que habito. No todos los he leído, pero todos los he acariciado. Sé dónde están y qué temas tratan. Pues bien, jamás he visto libro alguno enteramente dedicado a los árboles. Ha tenido que llegar esta señora pastora de almas para enseñarnos, en un libro originalísimo, las similitudes que existen entre el tronco del árbol y nuestro tronco humano.