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Mateo I, de Matthew Henry

Jesucristo dará un descanso seguro a aquellas almas cansadas que, por medio de una fe viva, vienen a él en su búsqueda; descanso del terror del pecado, descanso del poder del pecado, un reposo en Dios.

FRAGMENTOS 24 DE SEPTIEMBRE DE 2020 19:40 h
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de “Mateo I. Comentario expositivo y práctico de toda la Biblia”, de Matthew Henry (Editorial Peregrino, 2020). Puedes saber más sobre el libro aquí.



 



La invitación de Cristo a las almas cargadas



Mateo 11:25-30



[…]



Aquí tenemos el ofrecimiento que se nos hace, y una invitación para aceptarlo. Después de tan solemne prefacio, bien podemos esperar algo muy grande; y esto es palabra fiel y digna de ser recibida por todos (1 Ti 1:15); palabras por las cuales podemos ser salvos (Hch 11:14). Se nos invita aquí a ir a Cristo como nuestro Sacerdote, Príncipe y Profeta para ser salvos y, con ese fin, para ser gobernados y enseñados por él.



     (1) Debemos venir a Jesucristo como nuestro Reposo, y descansar en él: Venid a mí todos los que estáis trabajados (v. 28).



     Obsérvese:



     [1] El carácter de las personas invitadas: Todos los […] trabajados y cargados. Esta es una palabra oportuna para el cansado (Is 50:4). Los que se quejan de la carga de la ley ceremonial —la cual era un yugo intolerable (Hch 15:10), y fue hecha mucho más por la tradición de los ancianos (cf. Lc 11:46)— que vengan a Cristo, y encontrarán descanso; él vino para liberar a su Iglesia de este yugo, para cancelar la imposición de aquellas ordenanzas carnales, y para introducir un modo de adoración más puro y más espiritual. Pero más bien debe entenderse acerca de la carga del pecado, tanto de su culpa como de su poder. Adviértase: son invitados a descansar en Cristo todos aquellos, y solo aquellos, que son sensibles al pecado como una carga, y gimen debajo de él; que no solo están convencidos del mal del pecado, de su propio pecado, sino que están contritos en el alma por él; que están realmente enfermos de sus pecados, cansados del servicio del mundo y de la carne; que ven su condición triste y peligrosa por razón del pecado, y sienten dolor y miedo al respecto, como Efraín (cf. Jer 31:18-20), el pródigo (cf. Lc 15:17), el publicano (cf. Lc 18:13), los oyentes de Pedro (cf. Hch 2:37), Pablo (cf. Hch 9:4,6,9), el carcelero (cf. Hch 16:29-30). Este es un preparativo necesario para el perdón y la paz. El Consolador debe convencer de pecado primero (cf. Jn 16:8); él arrebató, y nos curará (Os 6:1).



     [2] La invitación misma: Venid a mí. Aquel glorioso despliegue de la grandeza de Cristo que vimos como Señor de todo (cf. v. 27), podría atemorizarnos apartándonos de él, pero véase aquí cómo extiende el cetro de oro, para que toquemos su extremo y vivamos (cf. Est 4:11; 5:2). Adviértase: es el deber y el interés de los pecadores cansados y cargados (v. 28 LBLA) venir a Jesucristo. Renunciando a todas aquellas cosas que se oponen a él, o compiten con él, debemos aceptarlo como nuestro Médico y Abogado, y entregarnos a su guía y gobierno; estar libremente dispuestos a ser salvos por él, a su manera, y con sus propias condiciones. Venid y echad esa carga sobre él (cf. 1 P 5:7) bajo la cual estáis cargados. Esta es la llamada del evangelio: El Espíritu dice: Ven; y la Esposa dice: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, venga (Ap 22:17).



     [3] La bendición prometida a los que vengan: Yo os haré descansar. Cristo es nuestro Noé, cuyo nombre significa descanso, porque este nos dará descanso (Gn 5:29 LBLA; cf. 8:9). Ciertamente el descanso es bueno (Gn 49:15), especialmente para los que trabajan y están cansados (cf. Ecl 5:12). Adviértase: Jesucristo dará un descanso seguro a aquellas almas cansadas que, por medio de una fe viva, vienen a él en su búsqueda; descanso del terror del pecado, en una paz de conciencia bien cimentada; descanso del poder del pecado, en una disposición constante del alma, y su debido gobierno de sí misma; un reposo en Dios, y una complacencia del alma en su amor (Sal 116:7). Este es aquel reposo que queda para el pueblo de Dios (He 4:9), comenzado en gracia, y perfeccionado en gloria.



     (2) Debemos venir a Jesucristo, nuestro Gobernante, y someternos a él: Tomad mi yugo sobre vosotros (v. 29 LBLA). Esto debe ir junto a lo anterior, porque Cristo ha sido exaltado para ser Príncipe y Salvador (Hch 5:21), un sacerdote sobre su trono (Zac 6:13 LBLA). El reposo que promete es una liberación del trabajo servil del pecado, no del servicio a Dios, sino que es la obligación de cumplir con nuestro deber. Adviértase: Cristo tiene un yugo para nuestros cuellos, así como una corona para nuestras cabezas (cf. 1 P 5:4), y espera que tomemos sobre nosotros este yugo y lo llevemos. Llamar a los que están cansados y cargados a tomar un yugo sobre ellos parece como añadir aflicción al afligido (Sal 22:24); pero la pertinencia de esto radica en la palabra mi: «Estáis bajo un yugo que os cansa; desprendeos de él y probad el mío, el cual os confortará». Se dice que los siervos están bajo el yugo (1 Ti 6:1), así como los súbditos (cf. 1 R 12:10). Tomar el yugo de Cristo sobre nosotros es ponernos en la relación de siervos y súbditos suyos, y después conducirnos consecuentemente, en una obediencia consciente a todos sus mandatos, y una animosa sumisión a todas sus disposiciones; es obedecer al evangelio de Cristo (Ro 10:16), someternos a Jehová (2 Cr 30:8): es el yugo de Cristo; el yugo que ha designado; un yugo que él mismo ha llevado antes que nosotros, porque aprendió la obediencia (He 5:8), y que por medio de su Espíritu, pone en nosotros porque nos ayuda en nuestra debilidad (Ro 8:26). Un yugo habla de ciertas penalidades, pero si la bestia tiene que tirar, el yugo la ayuda. Los mandatos de Cristo son todos favorables para nosotros; debemos tomar su yugo sobre nosotros para cumplirlos. Se nos pone un yugo para trabajar y, por tanto, debemos ser diligentes; se nos pone un yugo para someternos y, por tanto, debemos ser humildes y pacientes; se nos pone un yugo junto a nuestros consiervos y, por tanto, debemos mantener la comunión de los santos; y las palabras de los sabios son como aguijones (Ecl 12:11) para los que así llevan el yugo. Ahora bien, esta es la parte más difícil de nuestra lección y, por tanto, se le añade un calificativo: Mi yugo es fácil, y ligera mi carrera (v. 30); no necesitáis tenerle miedo.



     [1] El yugo de los mandatos de Cristo es un yugo […] fácil; es chrestos no solo fácil, sino clemente (según el significado literal); es dulce y placentero; no tiene nada que irrite el cuello que se doblega, nada que nos dañe, sino, por el contrario, mucho que nos conforta. Es un yugo que está forrado de amor. Tal es la naturaleza de todos los mandatos de Cristo, tan razonables en sí mismos, tan provechosos para nosotros, y todos resumidos en una sola palabra, y una dulce palabra: amor. Tan poderosas son las ayudas que nos da, tan oportunos los estímulos, y tan fuertes las consolaciones, que se encuentran en el camino del deber, que podemos ciertamente decir que es un yugo agradable. Es fácil para la nueva naturaleza, muy fácil para el entendido (Pr 14:6). Puede ser un poco difícil al principio, pero es fácil más adelante; el amor de Dios y la esperanza del Cielo lo hacen fácil.



     [2] La carga de la cruz de Cristo es una carga […] ligera, muy ligera; las aflicciones de Cristo, que nos acontecen como hombres; las aflicciones por Cristo, que nos acontecen como cristianos; esto último es especialmente lo que se da a entender. Esta carga en sí misma no es causa de gozo, sino de tristeza (He 12:11); sin embargo, al ser de Cristo, es ligera. Pablo sabía de ella más que nadie, y la llama leve tribulación (2 Co 4:17). La presencia de Dios (cf. Is 43:2), la empatía de Cristo (cf. Is 63:9; Dn 3:25) y, especialmente, las ayudas y consuelos del Espíritu (cf. 2 Co 1:5), hacen los sufrimientos por Cristo ligeros y fáciles. Así como las aflicciones […] abundan, y se prolongan, las consolaciones […] abundan, y se prolongan también (2 Co 1:5). Que esto, pues, nos lleve a aceptar las dificultades, y nos ayude a superar los desalientos, con que podemos encontrarnos, tanto haciendo la obra como sufriendo la obra; aunque perdamos por causa de Cristo, no perderemos por culpa de él.



     (3) Debemos venir a Jesucristo, nuestro Maestro, y disponernos a aprender de él (cf. v. 29). Cristo ha erigido una gran escuela, y nos invita a ser sus alumnos. Debemos entrar, asociarnos con sus alumnos, y atender diariamente las instrucciones que da por su Palabra y Espíritu. Debemos adquirir mucho conocimiento con lo que dijo, y tenerlo a mano para utilizarlo en toda ocasión; debemos conformarnos a lo que hizo, y seguir sus pisadas (1 P 1:21). Algunos hacen que las palabras siguientes (que soy manso y humilde de corazón) sean la lección concreta que se requiere que aprendamos del ejemplo de Cristo. Debemos aprender de él a ser mansos y humildes, y debemos mortificar nuestro orgullo y pasión, los cuales nos hacen tan diferentes a él. Debemos así aprender de Cristo tanto como aprender a Cristo (Ef 4:20), porque él es Maestro y Lección, Guía y Camino, y Todo en Todos. Dos razones se nos dan por las que debemos aprender de Cristo:



     [1] Soy manso y humilde de corazón y, por tanto, apto para enseñaros.



     En primer lugar, es manso, y puede tener compasión de los ignorantes (He 5:2 RVR 1909), con los que otros actuarían con pasión. Muchos maestros competentes son coléricos e impacientes, lo cual es un gran desaliento para los que son torpes y lentos; pero Cristo sabe cómo soportar a los tales, y abrir sus entendimientos. Su conducta con sus doce discípulos fue un ejemplo de esto; fue amable y gentil con ellos, y sacó el mejor partido de ellos; aunque eran descuidados y olvidadizos, no fue extremista en señalar sus necedades.



     En segundo lugar, es humilde de corazón. Condesciende a enseñar a los alumnos pobres, a enseñar a los novicios; escogió discípulos no de la corte, ni de las escuelas, sino de la orilla del mar. Enseña los primeros principios, cosas tales que son como leche para bebés; condesciende ante las capacidades más limitadas; enseñó a andar a Efraín (Os 11:3). ¿Quién enseña como él? Es un estímulo para nosotros asistir a la escuela con tal Maestro. Esta mansedumbre y humildad, de igual modo que lo cualifican para ser Maestro, también será la mejor cualificación de los que han de ser enseñados por él; porque hará andar a los humildes en justicia (Sal 25:9 BT).



     [2] Hallaréis descanso para vuestras almas. Esta promesa se toma de Jeremías 6:16, porque Cristo se deleita expresándose en el lenguaje de los profetas, para mostrar la armonía entre los dos Testamentos. Adviértase:



     En primer lugar, el descanso para el alma es el descanso más deseable; tener el alma gozando de bienestar (Sal 25:13).



     En segundo lugar, el único camino, y un camino seguro, para hallar descanso para nuestras almas es sentarnos a los pies de Jesús y oír su palabra (Lc 10:39). El camino del deber es el camino del descanso. El entendimiento encuentra descanso en el conocimiento de Dios y de Jesucristo, y allí se satisface abundantemente, al encontrar esa sabiduría en el evangelio que ha sido buscada en vano en toda la creación (cf. Job 28:12). Las verdades que Cristo enseña son tales que podemos aventurar nuestras almas por ellas. Los sentimientos encuentran descanso en el amor de Dios y de Jesucristo, y encuentran en él lo que les da una abundante satisfacción, tranquilidad y seguridad para siempre. Y esas satisfacciones serán perfectas y perpetuas en el Cielo, donde veremos y gozaremos de Dios directamente, le veremos tal como él es (1 Jn 3:2), y gozaremos de él por ser nuestro. Este descanso lo han de tener con Cristo todos los que aprenden de él.



     Bien, este es el compendio de la llamada y el ofrecimiento del evangelio: se nos dice aquí, en pocas palabras, lo que el Señor Jesús requiere de nosotros, y concuerda con lo que Dios dijo de él una y otra vez: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.



A él oíd (cap. 17:5; 3:17).


 

 


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