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Todas las novelas de Unamuno: “Un pobre hombre rico o el sentimiento cómico de la vida”

Lo que está diciendo Unamuno en esta novela es que aún cuando no podamos escapar de la agonía, del sentimiento trágico, ello no nos tiene que impedir vivir y gozar.

EL PUNTO EN LA PALABRA AUTOR 89/Juan_Antonio_Monroy 17 DE SEPTIEMBRE DE 2020 22:05 h
Foto de [link]Joel Barwick [/link] en Unsplash.

En 1913 Unamuno publicó el que está considerado como su ensayo más famoso: El sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos. Se trata de la mejor sistematización de pensamiento del gran vasco, obsesionado por el tema de la existencia, la muerte y la inmortalidad. Años después publica la novela Un pobre hombre rico o el sentimiento cómico de la vida, fechada en Salamanca en diciembre de 1930, de la que se ha dicho que no pasa de un cuento largo. “Un cuento casi banal, aunque impregnado de acre y grotesco humanismo”.



Unamuno presenta así al principal personaje de la novela: “Emetrio Alfonso se encontraba a sus 24 años soltero, solo y sin obligaciones de familia, con un capitalito modesto y empleado a la vez en un banco”. Una vez dice a su amigo Celedonio: “Hay que cultivar qué sentido cómico de la vida, diga lo que quiera ese Unamuno”.



Emetrio, que vive preocupado en no gastar ni gastarse, poner sus ojos en la hija de su patrona, Rosita, “fresca, apetitosa y aperitiva, hasta provocativa. Tenía 20 años. Entre los huéspedes, al que en especial dedicaba sus pestañeos, sus caídas de ojos, era a Emetrio”. La madre solía decirle: “¡A ver si le pescas!”. Y Rosita respondía: “O si le cazo. Me parece, madre, que no es carne ni pescado, sino rana”.



Emetrio estaba al tanto de las insinuaciones de Rosita, pero las ignoraba, se defendía. Como si estuviera ante un confesor, dice a su amigo Celedonio: “No, no, a mí no me pesca esta chiquilla; ¡cargar yo con ella y con la madre encima!; ¡el buey suelto bien se lame… buey, buey, pero no toro!”.



No cede.



Doña Tomasa dice a la hija: “Para mi que este panoli tiene por ahí algún lío”.



– ¡Qué ha de tenerlo, madre! ¿Líos él? Lo habría yo olido.



– ¿Y si la prójima no se perfuma?



– Le habría olido a prójima sin perfumar.



– ¿Y una novia formal?



– ¿Novia formal él? Menos.



– ¿Pues entonces?



– Que no le tira el casorio, madre, que no le tira.



– Pues entonces, hija, estamos haciendo el payaso, y tú no puedes perder el tiempo. Habrá que recurrir a Martínez, aunque apenas es proporción”.



Con proporción o sin ella, Rosita contrae matrimonio con Martínez, quien prepara unas oposiciones para profesor de psicología. Algún tiempo después Emetrio se encuentra con la pareja por la calle. Rosita iba embarazada. Martínez le dirigió una sonrisa seria como diciendo: “¿No la quisiste? ¡Ya es mía!”



Después de renunciar a Rosita la vida íntima de Emetrio Alfonso –este era su apellido– quedó trastornada. Por las noches dormía su cabeza, pero el corazón soñaba con Rosita. En el trabajo no se concentraba. Cometía muchos errores. Una vez lo llamó su jefe, don Hilarión, para mantener con él una conversación, no como superior jerárquico, sino como padre. Le hizo ver su inestabilidad en el trabajo, su descuido de las obligaciones laborales. Don Hilarión terminó dándole el siguiente consejo.



– Cásese usted, señor Alfonso, cásese usted. Nos dan mejor rendimiento los casados.



– ¿Pero casarme yo, don Hilarión?, ¿yo? ¿Emetrio Alfonso, ¿casarme yo? ¿y con quién?



–Piénselo bien en vez de distraerse tanto, y cásese, señor Alfonso, cásese.



Fueron pasando los años. La vida era un sin vivir para Emetrio. Cae en el ridículo de, tal vez, un erotismo reprimido y frustrado que le lleva a perseguir por la calle a las parejas o a jóvenes solas, a las que llegaba a solicitar. Su amigo Celedonio lo encuentra en una de aquellas investigaciones callejeras y le dice:



– Pero hombre, ¿sabes que empiezas a hacerte popular entre novios y novias?



– ¿Cómo así?



– Que ya te conocen como el flaco; se divierten mucho, te llaman el inspector de noviazgos. Y todos dicen: ¡Pobre hombre!



“Y así corrían los años y Emetrio vivía como una sombra errante y ahorrativa, como un hongo, sin porvenir y ya casi sin pasado, porque iba perdiendo la memoria de éste”.



Murió Martínez, dejando a Rosita viuda y con una hija.



Una tarde, en sus acostumbradas correrías callejeras tiene lo que él llama una aparición, “una mocita arrogante, de llamativa mirada, que iba rejuveneciendo a los que la miraban”.



Emetrio ya tenía una ocupación, seguir la pista de la muchacha, averiguar quién era, dónde vivía. A los pocos días la ve acompañada de un mocito. Y sintió celos. Y hasta se propuso desbancar al mocito. Días más tarde encuentra a Celedonio: “Ayer, al llegar siguiendo a esa chiquilla divina, a la casa en qué vive, sale de ella Rosita en persona, ¡su madre! ¡Y si vieras cómo está! ¡Apenas han pasado por ella los años!”



Unamuno quiere acabar la novela con una sonrisa, como en las películas donde todo termina bien. La hija de Rosita se llama Clotilde, el novio que la acompañaba respondía al nombre de Paquito. Sintiéndose rejuvenecido, Emetrio pide a Rosita la mano de su hija Clotilde. Rosita, en mala situación económica y enterada de la fortuna que Emetrio había conseguido reunir, anima a su hija y le pide que acepte, que puede ser la salvación para las dos. Pero la joven rechaza la propuesta. Ve muy grande la diferencia de edad. Emetrio no enferma de amor, tampoco insiste. Otro día, a solas Rosita y Emetrio, cuya casa solía frecuentar, dirigieron la conversación a recordar experiencias del pasado en la pensión de doña Tomasa, quien también había pasado a lo mejor, la transición a la vida de luz perpetua. Habla que te habla Rosita se echó a llorar. Emetrio se abalanzó, con besos en los ojos, a chuparle las lágrimas y relamerse con su dulce amargura. Que no eran, no, lágrimas de cocodrilo.



Y colorín, colorao, la historia no acabao. El mismo día se casó Rosita con Emetrio y Clotilde con Paquito. Fue una doble luna de miel, dice Unamuno: La una menguante y la otra creciente. En esa luna de miel, acariciando a Emetrio, Rosita le dice:



– ¡Ay, rico mío!



– Rico, ¿eh? ¿Rico? Yo soy un pobre hombre, pero no un hombre… pobre.



Clotilde da a luz un hijo. “Emetrio se volvió aún mas abuelo”. Decía a Celedonio: “No sabes el cariño que le estoy tomando. Él me heredará, él será mi heredero universal y único, el de mi dinero, se entiende”.



Lo que está diciendo Unamuno en Un pobre hombre rico es que aún cuando no podamos escapar de la agonía, del sentimiento trágico, ello no nos tiene que impedir vivir y gozar, de enamorarnos y de formar una familia, tal como hizo Emetrio Alfonso, aunque algo tarde.


 

 


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