Nuestro Señor Jesús expuso los salmos a sus discípulos, los salmos evangélicos, y les abrió el entendimiento para que los comprendieran.
Un fragmento de “Comentario expositivo de los Salmos (tomo I)”, de Matthew Henry (Editorial Peregrino, 2020). Puede saber más sobre el libro aquí.
Tenemos ahora ante nosotros una de las porciones más selectas y excelentes de todo el Antiguo Testamento; más aún, hay tanto en ella de Cristo y de su evangelio, así como de Dios y de su ley, que ha sido llamada el resumen, o compendio, de ambos Testamentos. La historia de Israel, que hemos estado considerando durante mucho tiempo, nos llevó a los campamentos y a los consejos, y allí nos proveyó e instruyó en el conocimiento de Dios. El libro de Job nos introdujo en las escuelas, y nos obsequió con provechosas disputas relativas a Dios y a su providencia. Pero este libro nos introduce en el santuario, nos aparta de la conversación con los hombres, los políticos, los filósofos o los disputadores de este siglo (1 Co 1:20), y nos instruye en la comunión con Dios, por medio del solaz y el reposo de nuestras almas en él, levantando y dirigiendo nuestros corazones hacia él. Así estaremos con Dios en el monte (2 P 1:18); y no entendemos lo que nos beneficia si no decimos: Bueno es […] que estemos aquí (Mt 17:4; Mr 9:5; Lc 9:33). Consideremos:
I. El título de este libro. Se le llama:
1. Los salmos; se hace referencia a él con este título (Lc 24:44). En hebreo se llama Tehillim, lo cual literalmente significa «Salmos de alabanza», porque muchos de ellos son así; pero salmos es una palabra más general, que significa todas las composiciones métricas adecuadas para ser cantadas, las cuales pueden ser tanto históricas, doctrinales o suplicatorias, como laudatorias. Aunque el canto es propiamente la voz del gozo, la intención de los cánticos, sin embargo, es mucho más amplia: asistir a la memoria, y expresar y estimular todos los demás sentimientos, así como este del gozo. Los sacerdotes tenían ideas tristes además de otras gozosas; y la institución divina de cantar salmos tiene principalmente este propósito; porque se nos ordena no solo alabar a Dios, sino enseñarnos y exhortarnos a nosotros mismos, y unos a otros […], con salmos e himnos y cánticos espirituales (Col 3:16; cf. Ef 5:19).
2. Se le llama el libro de los Salmos; así lo cita S. Pedro (Hch 1:20). Es una colección de salmos, de todos los salmos que fueron divinamente inspirados, los cuales, aunque compuestos en distintas épocas y en distintas ocasiones, se agrupan aquí sin ninguna referencia o dependencia entre sí; así se preservaron de ser dispersados y perdidos, y tuvieron una mayor disponibilidad para el servicio de la Iglesia. Véase a qué buen Señor servimos, y qué dulzura hay en los caminos de la sabiduría, cuando no solamente se nos ordena cantar en nuestro trabajo, y se nos dan motivos suficientes para hacerlo así, sino que también se nos ponen palabras en la boca y canciones preparadas a nuestro alcance.
II. El autor de este libro. Se deriva, sin duda, originalmente del bendito Espíritu. Son cánticos espirituales (Ef 5:19; Col 3:16), palabras [...] que enseña el Espíritu (1 Co 2:13). El escritor de la mayoría de ellos fue David, el hijo de Isaí, a quien por eso se le llama el dulce salmista de Israel (2 S 23:1 LBLA). Algunos que no tienen su nombre en sus títulos son, sin embargo, expresamente atribuidos a él en otros lugares, como el Salmo 2 (cf. Hch 4:25) y los Salmos 96 y 105 (cf. 1 Cr 16). De un salmo se dice expresamente que es la oración de Moisés, del Salmo 90; y se da a entender que algunos de los salmos fueron escritos por Asaf cuando se dice: …alabasen a Jehová con las palabras de David y de Asaf (2 Cr 29:30), a quien se le llama allí vidente o profeta. Algunos de los salmos parecen haber sido escritos mucho después, como el Salmo 137, en el tiempo del cautiverio en Babilonia; pero la mayor parte de ellos, ciertamente, fueron escritos por el propio David, cuyo genio estaba orientado hacia la poesía y la música, y quien fue criado, cualificado y alentado para el establecimiento de la ordenanza de cantar salmos en la Iglesia de Dios, como lo fueron Moisés y Aarón, en su tiempo, para el establecimiento de las ordenanzas del sacrificio. La de estos fue reemplazada, pero la de aquel permanece, y permanecerá hasta el final de los tiempos, cuando será subsumida en los cánticos de la eternidad. En esto David fue un tipo de Cristo (quien descendió de él), no de Moisés (la familia de Moisés pronto se perdió y extinguió), porque no solo vino a quitar los sacrificios, sino a establecer y perpetuar el gozo y la alabanza; porque de la familia de David en Cristo no habrá fin.
III. Su finalidad. Está manifiestamente concebida:
1. Para ayudar con los ejercicios de la religión natural, y para encender en las almas de los hombres aquellos sentimientos devotos que debemos a Dios como nuestro Creador, Dueño, Gobernador y Benefactor. El libro de Job ayuda a evidenciar nuestros principios básicos de las perfecciones y providencia divinas; pero este ayuda a aprovecharlos en oraciones y alabanzas, y en manifestaciones de anhelo por él, de confianza en él, y en una completa dedicación y conformidad a él. Otras partes de la Escritura muestran que Dios está infinitamente por encima del hombre, y que es su Señor soberano (cf. 2 Cr 20:6; Job 34:21; Hch 4:24; etc.); pero esta nos muestra que, a pesar de todo, puede conversar con nosotros, gusanos pecadores de la tierra (cf. Job 17:14; 25:6; Is 41:14); y hay modos en los que, si no es por nuestra propia culpa, podemos mantener la comunión con él en todas las distintas condiciones de la vida humana.
2. Para promover las excelencias de la religión revelada, y en la forma más poderosamente agradable recomendarla al mundo. De hecho, hay poco o nada de la ley ceremonial en todo el libro de los Salmos. Aunque el sacrificio y la ofrenda habían de continuar aún por mucho tiempo, aquí, sin embargo, se presentan como cosas que Dios no deseaba (cf. Sal 40:6; 51:16), como cosas relativamente pequeñas, y que, con el tiempo, habían de desaparecer. Pero la Palabra y a la ley de Dios, aquellas partes de la misma que son morales y de obligación perpetua, se magnifican aquí todo el tiempo y se hacen honorables, más que en cualquier otra parte. Y de Cristo, la corona y el centro de la religión revelada, el fundamento (1 Co 3:11), la piedra angular (Is 28:16), la principal piedra (Ef 2:20; 1 P 2:6), de ese bendito edificio, se habla aquí claramente en tipo y en profecía: sus sufrimientos [...], y las glorias que vendrían tras ellos (1 P 1:11), y el Reino que establecería en el mundo, en el que el pacto de Dios con David, respecto a este Reino, había de tener su cumplimiento. ¡Qué gran valor atribuye este libro a la Palabra de Dios, a sus estatutos y juicios, a su pacto y a sus preciosas y grandísimas promesas (2 P 1:4)!; ¡y cuánto se nos recomienda a nosotros como nuestra guía y apoyo, y como nuestra herencia para siempre!
IV. Su utilidad. Toda la Escritura, siendo inspirada por Dios, es útil para transmitir la luz divina a nuestros entendimientos (2 Ti 3:16-17); pero este libro es de singular utilidad para trasmitir vida y poder divinos, y un santo fervor a nuestros sentimientos. No hay ni un solo libro de la Escritura que sea más útil que este para las devociones de los santos, y lo ha sido, en todas las edades de la Iglesia, desde que fue escrito, y sus distintas partes entregadas al músico principal para el servicio de la Iglesia:
1. Es de utilidad para ser cantado. Podemos ir más allá de los salmos de David en busca de himnos y cánticos espirituales, pero no necesitamos hacerlo. Ni aun los eruditos están seguros de cuáles eran las reglas de la métrica hebrea. Pero estos salmos deben traducirse según la métrica de cada idioma, al menos con el fin de ser cantados para la edificación de la Iglesia. Y me parece que es una gran satisfacción para nosotros (cuando estamos cantando los salmos de David) que estemos ofreciendo las mismas alabanzas a Dios que se le ofrecieron en los días de David y en los de los otros reyes piadosos de Judá. Tan ricos, tan bien hechos, son estos poemas divinos, que nunca pueden agotarse, que nunca pueden desgastarse.
2. Es de utilidad para ser leído y explicado por los ministros de Cristo, por contener grandes y excelentes verdades, y reglas relativas al bien y al mal. Nuestro Señor Jesús expuso los salmos a sus discípulos, los salmos evangélicos, y les abrió el entendimiento (porque tenía la llave de David: Ap 3:7) para que los comprendieran (Lc 24:44-45).
3. Es de utilidad para ser leído y meditado por todos los buenos creyentes7. Es una fuente repleta, de la que todos podemos sacar agua con gozo (Is 12:3):
(1) Las experiencias del salmista son de gran utilidad para nuestra instrucción, amonestación y aliento. Al decirnos, como a menudo hace, lo que sucedió entre Dios y su alma, nos da a conocer lo que podemos esperar de Dios, y lo que él esperará, y requerirá, y benévolamente aceptará, de nosotros. David fue un hombre conforme al corazón de Dios (1 S 13:14; Hch 13:22) y, por tanto, aquellos que son en alguna medida conforme a su corazón tienen motivo para esperar ser renovados, por la gracia de Dios, conforme a la imagen de Dios (Col 3:10), y muchos sienten mucha satisfacción en el favorable testimonio de sus conciencias, de manera que pueden decir de corazón «Amén» a las oraciones y alabanzas de David.
(2) Incluso las expresiones del salmista también son de gran utilidad, y por ellas el Espíritu nos ayuda en nuestras debilidades con la oración; porque no sabemos orar como debiéramos (Ro 8:26 LBLA). Cada vez que nos acercamos a Dios, así como la primera vez que nos volvemos a Dios, se nos instruye a llevar con nosotros palabras (Os 14:2), estas palabras, las palabras […] que enseña el Espíritu (1 Co 2:13). Si nos familiarizamos con los salmos de David, como es nuestro deber, cualquier incumbencia que tengamos ante el trono de la gracia —ya sea confesión, petición o acción de gracias—, podemos ser así ayudados a ejercerla; cualquiera que sea el sentimiento piadoso que obre en nosotros —deseo santo o esperanza, tristeza o gozo—, podemos encontrar allí palabras adecuadas con las que vestirlo, palabra sana e irreprochable (Tit 2:8). Será bueno reunir las expresiones de devoción más apropiadas y vivas que encontramos aquí, y sistematizarlas y resumirlas bajo varios apartados en la oración, para tenerlas más disponibles; o podemos tomar a veces un salmo selecto y a veces otro, y orar sobre él, es decir, ampliar cada versículo con nuestros pensamientos y ofrecer nuestras meditaciones a Dios tal como surgen de las expresiones que allí encontramos. El erudito Dr. Hammond8, en su prefacio a su paráfrasis de los Salmos (sección 29), dice: «Repasar unos pocos salmos con estos puntos devocionales en mente —sugeridos, animados, y mantenidos por la vida y el vigor propios de los salmos— es mucho más preferible que recitar todo el Salterio, pues nada es más conveniente evitar en los servicios religiosos que degeneren en recitaciones insensibles y apáticas». Si —como aconseja S. Agustín—, formamos nuestro espíritu con el sentimiento del salmo, podemos entonces tener la seguridad de ser aceptados por Dios al usar su lenguaje. No solamente ayuda el libro de los Salmos nuestra devoción y los sentimientos de nuestra mente —enseñándonos cómo ofrecer una alabanza que glorifique a Dios—, sino que es también una guía para las acciones de nuestras vidas, y nos enseña cómo ordenar bien nuestro camino, para que, al final, veamos la salvación de Dios (Sal 50:23 LBLA). Los Salmos fueron, en consecuencia, provechosos para la Iglesia del Antiguo Testamento, pero para nosotros los cristianos pueden ser de más utilidad de lo que fueron para aquellos que vivieron antes de la venida de Cristo; porque, al igual que los sacrificios de Moisés, así los cánticos de David, se explican y hacen más inteligibles por el evangelio de Cristo, el cual nos lleva dentro del velo (He 10:20); así que, si a las oraciones y alabanzas de David añadimos todas las oraciones de S. Pablo en sus epístolas, y los nuevos cánticos en el Apocalipsis, estaremos enteramente preparados para esta buena obra; porque la Escritura, perfeccionada, al hombre de Dios hace perfecto (2 Ti 3:16-17).
En cuanto a la división de este libro, no necesitamos preocuparnos; no hay conexión (o muy raramente) entre un salmo y otro, ninguna razón discernible para colocarlos en el orden en que los encontramos; pero parece ser antigua, porque el que es ahora el salmo segundo lo fue también en el tiempo de los apóstoles (Hch 13:33). El latín vulgar une el noveno y el décimo; todos los autores papistas lo citan así, de modo que, en adelante, y por todo el libro, los números de ellos son uno menos que los nuestros; nuestro 11 es su 10, nuestro 119 es su 118. Pero dividen el 147 en dos, de modo que hacen un total de 150. Algunos han tratado de agrupar los salmos en apartados apropiados, según su tema, pero hay a menudo tal variedad de temas en un mismo salmo que no puede hacerse esto con certeza alguna. Pero los siete salmos penitenciales han sido, de forma especial, seleccionados por las devociones de muchos. Se considera que son: Salmo 6, 32, 38, 51, 102, 130 y 143. Los Salmos están divididos en cinco libros, cada uno concluyendo con Amén y Amén, o Aleluya. El primero termina con el Salmo 41, el segundo con el Salmo 72, el tercero con el Salmo 89, el cuarto con el Salmo 106, el quinto con el Salmo 150. Otros los dividen en tres de cincuenta; otros en sesenta partes, dos para cada día del mes, una para la mañana, otra para la tarde. Que los buenos cristianos los dividan por sí mismos, de manera que aumente más su conocimiento de ellos, para que los tengan a mano en todas las ocasiones y los canten en el espíritu y con el entendimiento (1 Co 14:15).
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