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“Una vida de gozo y paz”, de Martyn Lloyd-Jones

Lo que verdaderamente explica la mayor parte de los problemas entre los hombres es que hay problemas dentro del hombre mismo.

FRAGMENTOS 27 DE MARZO DE 2020 12:00 h
Martyn Lloyd-Jones.

“Una vida de gozo y paz”, de Martyn Lloyd-Jones (Editorial Peregrino, 2004). Puedes saber más sobre el libro aquí.



Gozo en el Señor 



«Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo, a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con los obispos y diáconos» (Filipenses 1:1).



[…] Podemos advertir, aun a partir de una breve porción del capítulo 1, que el triunfo sobre las circunstancias es indefectiblemente el tema fundamental. El autor está en prisión; en un sentido tiene todo en contra y, sin embargo, a pesar de eso escribe esta carta entusiasta. Es un triunfo abismal sobre las circunstancias y el contexto. Ahora bien, hay algunas personas que no son amigas de la repetición y que desprecian la tautología. Pero, si hubo un hombre que cayera en la tautología, ese fue Pablo: “Regocijaos —dice—. Otra vez digo: ¡Regocijaos!”. En el capítulo 1 nos dice cómo es capaz de triunfar sobre las circunstancias, luego lo sigue repitiendo y finalmente, en el capítulo 4, concluye diciendo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Alguien, creo que de forma muy adecuada y correcta, lo ha descrito como la “tautología del fervor”. Cualquiera que crea en el Evangelio se repite por fuerza; cualquiera que sea verdaderamente fervoroso con respecto a estas cosas, cualquiera que vea el estado del mundo y que sepa que esta es la única verdad tiene que seguir repitiéndola y reiterándola. “A mí —dice el Apóstol en el capítulo 3— no me es molesto el escribiros las mismas cosas, y para vosotros es seguro”, y los demás apóstoles hacen exactamente lo mismo. En un sentido, Pedro casi pide disculpas por decir las mismas cosas, pero explica: “Pues tengo por justo, en tanto que estoy en este cuerpo —mientras siga vivo—, el despertaros con amonestación” (2 Pedro 1:13). ¿Por qué? Porque se olvidan con mucha facilidad. Si se tratara de anunciar la verdad del Evangelio a un hombre una vez que ya lo hubiera aprendido de una vez para siempre, no sería necesaria la repetición; pero, desgraciadamente, nos conocemos lo suficientemente bien como para comprender que podemos oír algo 1000 veces y seguir olvidándolo. Y, por eso, el Apóstol continúa repitiéndolo, porque saber cómo triunfar sobre las circunstancias es algo muy urgente y práctico. 



No hace falta que recuerde las condiciones en las que nos encontramos, todos somos dolorosamente conscientes de ellas. No sabemos lo que va a suceder, pero sí sé, en el nombre del Evangelio de Cristo, que si el fuego que obró en Pablo y en la iglesia en Filipos obrara en nosotros, entonces podríamos afrontar cualquier cosa que viniera. Esto no son baladronadas, no es sino la experiencia cristiana; es conocer y experimentar el poder del Señor en nuestras vidas personales. No es un mero retrato de una hermosa imagen, es la experiencia de un hombre en prisión. “Lo sé —dice este hombre—, lo he experimentado y no hay duda de ello”. Había triunfado y sabía que muchos de ellos en Filipos habían triunfado también, de modo que quería ser de estímulo y ayudarles a proseguir con ese triunfo en Cristo y en el Evangelio. Intenta, pues, mostrarles cómo vivir felizmente y juntos en armonía. 



Ahora bien, lo que verdaderamente explica la mayor parte de los problemas entre los hombres es que hay problemas dentro del hombre mismo. El hombre que discute consigo mismo generalmente quiere discutir con todos los demás; el hombre que está descontento en su interior, en su propia vida esencial, es alguien intranquilo y, por tanto, susceptible; y debido a esto, todo lo que hay en su entorno sale perjudicado y se tuerce. El secreto está en vivir reconciliado con Dios en su interior, y luego viene todo lo demás. Es importante, pues, que consideremos esta cuestión de la victoria de Cristo desde cualquier punto de vista imaginable. También tenemos que hacerlo de forma individual. Tarde o temprano en la vida todos nos encontramos con circunstancias adversas y nos vemos en alguna clase de prisión. Puede ser una convalecencia en casa o en el hospital, puede ser un accidente, puede ser una aflicción o una desgracia. Hay algo que nos coloca ahí: estamos en esa prisión y no podemos evitarlo. Lo importante es que conozcamos, antes de llegar allí, el secreto acerca de cómo superarlo, cómo tener ese gozo en el Señor a pesar de nuestras circunstancias, cómo alzarnos sobre todas ellas, cómo vencer y estar por encima de ellas. Necesitamos saberlo aunque solo sea por nuestra paz y nuestro gozo. 



Pero hay una razón más apremiante aún. No quiero minimizar el primer punto, pero no es suficiente. Más importante aún es el hecho de que somos salvados para servir; en un sentido, somos salvados para ser evangelistas. Pablo deja eso claro en el capítulo 2 al recalcar la importancia de esa perfecta armonía en la Iglesia: “Para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo”. “Luminares”, esa es la cuestión. Si ha habido una vez cuando el mundo ha necesitado el testimonio de los cristianos es en este momento. El mundo es infeliz, está perdido y asustado, y lo que necesita es ver estrellas resplandeciendo en los cielos en medio de la oscuridad, atrayendo al mundo por medio de la reprensión de esa oscuridad y dándole luz, mostrándole cómo también él puede disfrutar de esa calidad de vida. De modo que, aparte de nuestra propia felicidad personal y nuestro disfrute, es de vital importancia que comprendamos esta epístola y su doctrina y que la vivamos y practiquemos por amor al mundo en que vivimos; se lo debemos al mundo. 



Pero, por encima de eso, Dios nos llama a esa vida. Nos está desplegando como constelaciones y luminares en los cielos y no se puede brillar como una constelación si hay algo que eclipsa esa luz y evita que ilumine. Si, como quien dice, la ventana no está limpia o el espejo no está como debiera, entonces no se puede ver la luz. Por ese motivo nos concierne considerar esto juntos. 



Ese es, pues, el tema y el propósito de la carta. Consideremos ahora brevemente el método del Apóstol para hacer todo esto. Según algunos de los eruditos, el método aquí es distinto del que encontramos en la mayoría de sus otras epístolas. Hasta cierto punto, estoy de acuerdo con eso. El método del Apóstol, de manera casi invariable, es comenzar con la doctrina y la teología y entonces, después de haber desarrollado eso, mostrarnos cómo lo va a aplicar. La mayoría de sus epístolas se pueden dividir de esa forma, pero Filipenses no se puede dividir exactamente así. Hay algunos que llegan a decir que no hay rastro de teología en esta epístola, pero eso sin duda es un craso error. Aquí elige comenzar con una declaración práctica, pero no puede hacer eso salvo en términos de su propia teología. En otras palabras, todo el consuelo que da el Apóstol se basa en su doctrina y, sin esa doctrina, en realidad no tiene consuelo alguno que ofrecer a estas personas. Pero, aunque normalmente ofrece primero la doctrina y luego la práctica, el método que emplea aquí es mezclar la teología y la aplicación práctica; ambas recorren toda la epístola, como intentaré mostrar. 



La otra cosa que quisiera recalcar es el realismo de esta carta. No esconde nada; lo afronta todo; es sincera. Ese es el motivo por el que estoy cada vez más agradecido a Dios por el Nuevo Testamento: por el absoluto realismo de este libro. Considero que a estas alturas ya estamos todos suficientemente desilusionados y ya no estamos dispuestos a escuchar a hombres que pintan esas imágenes bucólicas que luego quedan en nada. Pero, cuando un hombre se vuelve realista, existe el peligro de que se vuelva cínico. Solo hay una cosa que puede salvar a un hombre de semejante cinismo, y es este glorioso Evangelio expuesto en estos términos tan extraordinarios. 



¿Cómo trata, pues, el Apóstol la cuestión? […]. El tema principal, permítaseme recordarlo, es el gozo en Cristo: cómo regocijarse en el Señor, cómo regocijarse en la tribulación y vivir esta vida feliz y plena en Cristo. Eso es lo que Pablo quiere decirles y así es como se lo dice. En primer lugar muestra que es posible a pesar de las circunstancias adversas y prosigue con este tema inmediatamente en el capítulo 1, donde habla acerca de sí mismo como prisionero. Aquellos miembros de la iglesia en Filipos que le amaban estaban muy preocupados por el hecho de que Pablo estuviera encarcelado; y por eso, en el versículo 12 habla de ello y dice: “Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del evangelio [...]”. Se puede triunfar —dice Pablo—, regocijarse y disfrutar de esta vida cristiana a pesar de las circunstancias adversas, a pesar de ser un prisionero. 



Además, se refiere a algunas personas que estaban predicando a Cristo movidos por envidia, con la esperanza de aumentar sus aflicciones; pero, a pesar de eso, Pablo sigue sosteniendo que esta vida de gozo es posible; esto es lo grande y glorioso que debemos tener en mente desde el mismísimo principio. Lo que se nos ofrece por medio de este Evangelio no es algo contingente; es un ofrecimiento absoluto. El Evangelio de Jesucristo promete al hombre que verdaderamente lo ama y cree en Él que, independientemente de cuáles sean sus circunstancias, su estado y lo que cualquier otro haga, su gozo puede permanecer y de hecho lo hará. Ese es el gran tema del capítulo 1.



Luego pienso que, en el capítulo 2, muestra cómo es posible todo esto aún a pesar de lo que denominaría “la debilidad de la carne”. Con eso no me refiero a algo puramente físico, sino más bien a las dificultades y debilidades del carácter, cosas inherentes a nosotros como seres naturales. No se puede leer ese capítulo 2 sin ver que aún en la iglesia en Filipos había elementos que tendían a producir cierta discordia: “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (2:4). Esa tendencia existe siempre, a pesar de que seamos cristianos y estemos en Cristo. Somos tentados al egoísmo, a no preocuparnos por nada ni por nadie salvo por nosotros mismos y nuestra propia felicidad y prosperidad. Estamos tan preocupados con respecto a nosotros mismos que olvidamos a los demás y, de ese modo, quizá nos volvemos crueles con ellos; ese es un elemento al que debemos enfrentarnos siempre. Ahora bien, el Evangelio cristiano no promete que si creemos en Cristo seremos transportados repentinamente a un mundo donde no hay nadie que nos entristezca. Más bien nos dice que podemos estar rodeados de personas difíciles, que puede haber críticas, que puede haber celos y, sin embargo, la cuestión es que ese gozo del Señor puede sobrevivir aun a eso. A pesar de esas debilidades, por no decir pecados, que pueden rodearnos y afligirnos, sigue siendo posible que triunfemos en ellas y sobre ellas; no deben derrotarnos. A pesar de su presencia, el gozo y la armonía debieran continuar. 



Eso, por otro lado, es de vital importancia para nosotros. No consideremos jamás a estos cristianos del Nuevo Testamento como si vivieran una vida aparte. Muchos de ellos eran probablemente esclavos o personas normales que tenían que trabajar muy duro. Ellos, como nosotros, sabían lo que era el cansancio físico, sabían lo que era tener los nervios crispados y, sin embargo, dice Pablo, si tenemos esta verdad en nosotros y este poder de Cristo en nosotros, podemos regocijarnos a pesar de todo, podemos superarlo; en medio de todo ello, la armonía puede aumentar y lo hará. 



Luego pasamos al capítulo 3 y a las otras cosas que tienden a arrebatarnos nuestro gozo y nuestra felicidad. Eran cosas que el Apóstol había experimentado profundamente y durante mucho tiempo. Iba predicando el Evangelio y se iban estableciendo iglesias, pero estas estaban siendo sacudidas y la fe de los conversos se estaba tambaleando a causa de la falsa enseñanza. Los llamados judaizantes iban detrás de Pablo y decían a aquellos jóvenes cristianos que la creencia en Cristo estaba bien hasta cierto punto, pero que si querían ser verdaderos cristianos debían conformarse a ciertos ritos y a determinadas ceremonias judías. Añadían ese accesorio fatídico al Evangelio. Estropeaban la iglesia y la vida de los cristianos al llenar así sus mentes de perplejidad. Estos tristes errores y problemas de la Iglesia primitiva se estaban filtrando en la iglesia en Filipos. Pablo lo vio, y en el capítulo 3 preparó a los miembros de antemano, respondiendo a estos argumentos de una vez por todas, mostrando cómo enfrentarse a esta falsa enseñanza con respecto a la praxis del cristianismo. Las falsas doctrinas imposibilitan el gozo en el Señor. Si nuestra fe no es correcta y verdadera, jamás podremos experimentar las bendiciones de la salvación, de modo que necesitamos comprender la enseñanza de la Biblia con respecto a la doctrina y a la práctica. 



Y luego, en el último capítulo, muestra cómo esa felicidad y ese gozo se pueden mantener e incrementar aun a pesar y en medio de las tensiones naturales de la vida práctica. Pablo estaba muy agradecido a la iglesia en Filipos por enviarle un paquete con comida y ropa y, sin embargo, les dice que sabe cómo vivir en cualquier estado o situación. “Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia” —dice—; “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación”. ¿Acaso no hay algo curiosamente contemporáneo en todo esto? Somos muy conscientes de los problemas que causan el cansancio, la enfermedad, la vejez, la necesidad de comida, vestido y cobijo. Sin embargo, Pablo, aun aquí en prisión, probablemente sufriendo gran malestar físico, envejeciendo muy prematuramente debido a sus incesantes labores en el Evangelio de Cristo, se erige por encima de todo ello y exclama con este maravilloso estallido de elocuencia que no importa, que nada importa, porque en medio de cualquier situación sabe contentarse. Lo tiene todo porque tiene a Cristo. 



Las tensiones de la vida son muy graves. No es amigo del género humano aquel que intenta restarles importancia. Ahí es donde los psicólogos superficiales se convierten en última instancia en enemigos nuestros, más que en amigos: simplemente nos ayudan a olvidar los hechos. Pero aquí tenemos a un hombre que, en medio de grandes pruebas, se gloría, triunfa y se regocija. No solo eso, es capaz de impartir algo de ese gozo y triunfo no solo a aquellos inmediatamente próximos a él, no solo a aquellos que recibieron la carta de él, sino aun a nosotros en la actualidad, casi 2000 años después de escribir esta elocuente carta. 



Ese es el tema; y al considerar esta epístola, estas son algunas de las preguntas que afrontaremos. Nos preguntaremos: ¿Qué es la vida? Y también: ¿Qué es la muerte? Vamos a considerar lo que sucedió en la encarnación; vamos a considerar el significado de la justificación por la fe. Consideraremos la doctrina de la resurrección y nos preguntaremos qué significa ser glorificados. Vamos a considerar lo que es la verdadera oración. Estas son algunas de las cuestiones. Como vemos, esta carta abunda en doctrina cristiana esencial y, sin embargo, todo es práctico; nos habla a nosotros en la actualidad, dirigiéndose a nosotros en nuestra presente situación crítica. Gracias a Dios porque, al enfrentarnos a la situación actual, la cual posiblemente tengamos que afrontar en los años venideros —vivimos una época en que se están estremeciendo los mismísimos cimientos—, tenemos un mensaje que puede asegurarnos que hay algo que no solo puede mantenernos firmes y preparados, algo que no solo puede ofrecernos fuerzas, templar nuestras voluntades y evitar que desfallezcamos y caigamos en el borde del camino, sino que nos capacitará para triunfar en todo ello y regocijarnos con gozo inefable y glorioso. 



Y el secreto de todo ello es, como dice Pablo en este versículo 1, que somos santos en Cristo.


 

 


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