León-Portilla forma parte de una pléyade de investigadores que han profundizado y divulgado ampliamente el pasado prehispánico mesoamericano.
No acabarán mis flores,
no cesarán mis cantos.
Yo cantor los elevo,
se reparten, se esparcen.
Aun cuando las flores
se marchitan y amarillecen,
serán llevadas allá,
al interior de la casa
del ave de plumas de oro.[1]
Nezahualcóyotl (1402-1472), rey de Texcoco, versión de Miguel León-Portilla
A los 93 años, en la Ciudad de México, lugar donde nació el 22 de febrero de 1926, falleció el 1 de octubre pasado el Dr. Miguel León-Portilla, insigne estudioso y promotor del pasado indígena mexicano, especialmente del área náhuatl, que conocía como pocos. Auténtico sabio, tlamatini, como se calificaba en ese idioma a los pensadores o “filósofos” (aunque este término es occidental), ha dejado un enorme vacío en la cultura de su país, pero, al mismo tiempo, un inmenso legado, el cual es enormemente apreciado. Obtuvo el bachillerato con especialidad en Ciencias Sociales, en el Instituto de Ciencias de Guadalajara (1944), en 1948, se licenció en la Universidad Loyola, Los Ángeles, California, y en 1951, se graduó en la Maestría en Artes en esa misma universidad, con especialización en Historia y Filosofía. Discípulo directo del P. Ángel María Garibay K. (1892-1967), el mentor que lo introdujo al mundo prehispánico y cuya línea de estudio e investigación desarrolló fiel y brillantemente, alcanzó el doctorado en Filosofía, en la UNAM (la institución que lo acogió durante toda su vida académica), con La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, un estudio que se convirtió en referencia obligada (dentro y fuera de México) para la comprensión del pensamiento náhuatl (traducido al ruso, inglés, alemán, francés y checo).
Con ese trabajo dio inicio una de las trayectorias más dilatadas en la intelectualidad mexicana que continuó, de manera ininterrumpida con otras obras igualmente valiosas: Siete ensayos sobre cultura náhuatl (1957); Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la Conquista (1959; último tiraje: 8 mil ejemplares); Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares (1961); El reverso de la conquista (1974); México-Tenochtitlan, su espacio y tiempos sagrados (1979); Toltecáyotl: aspectos de la cultura náhuatl (1980); Literaturas de Mesoamérica (1984); Quince poetas del mundo náhuatl (1993, una obra en creciente expansión); Literaturas indígenas de México (1992); Arte de la lengua mexicana, de fray Andrés de Olmos (edición facsimilar, con su esposa, Ascensión Hernández, 1993, España); La flecha en el blanco. Francisco Tenamaztle y Bartolomé de las Casas en lucha por los derechos de los indígenas, 1541-1556 (1995); El destino de la palabra. De la oralidad y los glifos mesoamericanos a la escritura alfabética (1996); Humanistas de Mesoamérica (1997); Tonantzin Guadalupe. Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el “Nican mopohua” (2000); Códices: los antiguos libros del Nuevo Mundo (2003); La huida de Quetzalcóatl (2004); Poesía náhuatl: la de ellos y la mía (2006); Baja California: historia breve (con David Piñera R., 2010); Literaturas de Anáhuac y del Incario (2015); El México antiguo en la historia universal (2015,volumen que quien esto escribe y su hijo tuvieron la dicha de revisar), entre muchos más.[2]
La UNAM y El Colegio Nacional han publicado 13 tomos de sus Obras. Además, obtuvo innumerables premios, entre los que destacan el Menéndez Pelayo, de la Universidad de Santander (2001) y la Medalla Nezahualcóyotl, de la Secretaría de Educación Públicade México, en septiembre de este año. Hace pocos meses, dio a conocer Erótica náhuatl, un volumen que obtuvo el premio Antonio García Cubas al arte editorial y que “mediante códices y manuscritos rescata versos de los forjadores de cantos, escritos hace más de medio milenio, heredados por los gobernantes a sus hijos y legados a los mexicanos desde el siglo XX por el amante de la lengua indígena, quien recopiló, tradujo y estudió la poesía que mostró más de nuestros ancestros, aunque yano pudo asistir a las presentaciones debido a su estado de salud”.[3] La nota agrega unas palabras del propio León Portilla sobre esa obra: “‘Se ha dicho alguna vez, a propósito de la vida y el arte en nuestras culturas indígenas, que se echa de menos la presencia de temas eróticos. Como si la rígida moral de los indios, en este caso los nahuas, les hubiera vuelto imposible encontrar en el amor y en el sexo tema de inspiración y regocijo”. Asimismo, se anuncia para las próximas semanas la aparición de los siguientes: La historia y los historiadores del México antiguo, La música en la literatura náhuatl yTeatro náhuatl. Prehispánico, colonial y moderno.
En el sitio oficial del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, se lee:
Miguel León-Portilla fue un investigador de amplio espectro; prueba de ello son las diversas áreas del conocimiento que cultivó, así como los numerosos asuntos que fueron objeto de su mirada inquisitiva. Trabajó temas de historiografía, traducción, paleografía, codicología, historia de la educación, concepto del arte, biografías, historia de Baja California, algunas rebeliones indígenas coloniales, las autonomías indígenas contemporáneas, la edición crítica de textos o el estudio del pensamiento maya sobre el tiempo, sólo por mencionar algunos de los campos en los cuales su aportación es notable.[4]
León-Portilla forma parte de una pléyade de investigadores que han profundizado y divulgado ampliamente el pasado prehispánico mesoamericano: Manuel Gamio (1883-1960), Eulalia Guzmán (1890-1985), Alfonso Caso (1896-1970), Alberto Ruz Lhuillier (1906-1979),Laurette Séjourné (1911-2003), Román Piña Chan (1920-2001), Xólotl González Torres (1932), Alfredo López Austin (1936), Mercedes de la Garza (1939), Eduardo Matos Moctezuma (1940) y Leonardo López Luján (1964), entre otros.
Sus aportaciones abarcan el estudio de la lengua, el pensamiento y la cosmovisión antiguas, sin dejar prácticamente ningún resquicio gracias a la metodología rigurosa de consultar las fuentes directas. Las traducciones de poesía náhuatl, que aparecen en prácticamente todos sus libros lo muestran como un auténtico poeta contemporáneo capaz de hacer vigentes y notablemente actuales los textos antiguos que ha acercado a varias generaciones de lectores. Los ahora Quince poetas del mundo náhuatl, en sus diversas ediciones (la primera, de 1967, Trece poetas del mundo azteca), evidencian la calidad de su trabajo y el dominio del idioma originario, que es capaz de decir cosas como éstas, en un muy buen castellano. “La flor y el canto” de esos antiguos autores (hombres y mujeres) vienen de esa remota distancia para hacer sentir su voz, delicada y llena de sabiduría. Así suenan en esta lengua algunos poemas de los cuicapicque, los “forjadores de cantos, cuyos rostros y corazones, sus vidas, se entrelazan con las volutas floridas de sus palabras” como bien dice en el prólogo:
Ahora lentamente se va más allá
el Señor Nuestro, Tloque Nahuaque.
Y ahora también nosotros nos vamos,
porque lo acompañamos
a donde él va,
al señor Noche Viento,
al Señor Nuestro, Tloque Nahuaque,
porque se va, pero habrá de volver,
volverá a aparecer, vendrá a visitaros
cuando esté para terminar su camino la tierra,
cuando sea ya el fin de la tierra,
cuando esté para acabarse,
él saldrá para ponerle fin.
El inmenso panorama que alcanzó a vislumbrar se aprecia especialmente en una de las obras citadas arriba (El México antiguo en la historia universal), en la que ubica el lugar de las culturas mesoamericanas en el marco universal, que es adonde corresponde. Sus afirmaciones son muy esclarecedoras para la superación del eurocentrismo, aún presente en otros análisis, y para establecer, de manera diferenciada, las características propias de las culturas mesoamericanas:
Ser heredero de una civilización originaria conlleva incontables atributos. Aquí vamos ahora a describirlos, situando precisamente a Mesoamérica en el más amplio concepto de la historia universal. […]
Fuera del viejo mundo, es decir, de Europa, Asia y África, en lo que hoy es México y tierras vecinas de América Central, surgieron, hacia el segundo milenio a. C., otros focos civilizatorios originarios. […]
Su significación cultural e histórica [de los aztecas-mexicas] se deriva precisamente de esto. Constituyen el caso mejor documentable de lo que realizó un pueblo aislado en su propio ámbito civilizatorio fuera del viejo mundo. […]
El legado indígena es un sustrato muy hondo en la identidad cultural de México. Siendo un país plurilingüe y pluriétnico, en sus diferencias se halla además una de las más ricas fuentes de su capacidad creadora. Así puede hablarse del legado y creatividad de los mayas, zapotecas, mixtecas, mixes, chinantecos, mazatecos, purépechas, ñahñús (otomíes), coras, huicholes y muchos otros pueblos descendientes todos de los que llamamos originarios. (pp. 15, 19, 25, 31)
Al ocuparse de la Virgen de Guadalupe, o Tonantzin (en Tonantzin Guadalupe. Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el “Nican mopohua”), como se conoció a la deidad que antecedió al culto católico-romano en el norte de la actual Ciudad de México, y que tantas controversias ha ocasionado, León-Portilla reconoció las dificultades del sincretismo religioso y cultural, sobre todo en ese caso, que antes se relacionaba con la “identidad nacional” del país entero, un asunto que para la población no católica resulta sumamente espinoso. En una entrevista respondió así al cuestionamiento acerca de las supuestas apariciones:
Desde luego me alejo por completo de las polémicas de los aparicionistas y de los antiaparicionistas. No es tarea del historiador demostrar milagros, aunque hay gente que cree en ellos. Me interesa el texto, la resonancia de la imagen y el simbolismo de la Virgen de Guadalupe. Para el historiador es imposible demostrar un hecho sobrenatural; prescindiendo de si hubo o no hubo una aparición de la Virgen, lo que sí es un hecho es que se decía que algo había ocurrido. Yo, como todos los mexicanos, siento cercanía al simbolismo de la Virgen de Guadalupe como quien se declara ateo y se dice guadalupano. Aquí, en el centro de Coyoacán, en el muro de la iglesia se formaron con el agua unas manchas que parecían la imagen de la Virgen y le pusieron flores y veladoras. Decía la gente: “¡Se apareció, se apareció!”. Por eso yo repito: la aparición de la Virgen de Guadalupe era un rumor que corría en el siglo XVI, de eso no hay duda.[5]
A la amplia gama de estudios precolombinos, León-Portilla agregó también la defensa de los grupos indígenas actuales, tal como lo señaló al referirse a Manuel Gamio (de quien fue sobrino y discípulo), quien le enseñó a pensar no solamente “en los indios muertos sino también en los indios vivos”.[6] Porque, precisamente, ése era uno de los grandes temas que le preocupaban, el reconocimiento pleno de los indígenas en la actualidad, como se lo dijo al actual presidente de la república:
Mientras no reconozcamos como consecuencia de la reforma del actual artículo segundo de la Constitución, que dice que el ser de México se funda en última instancia en el sustrato indígena, mientras no saquemos las consecuencias, personalidad jurídica, no, no es ninguna independencia de nada: es simplemente que los indígenas como tales puedan exigir una auténtica educación bilingüe, puedan exigir que se les titule sus territorios ancestrales, puedan exigir que sus autoridades tradicionales sean reconocidas. Eso que le estoy diciendo tal vez le parezca locura, porque en México no lo quiere reconocer nadie, pero no es locura: los indígenas serán participantes en la vida social, económica, política de México cuando tengan estos reconocimientos. Ahora están arrinconados, como dijo Fray Bernardino de Sahagún: no les queda apariencia de lo que fueron.[7]
Conocer la obra histórica, antropológica y literaria de León-Portilla puede servir para dialogar con el sustrato cultural más profundo de los pueblos originarios mesoamericanos, cuya mentalidad y perspectivas no son muy comprendidos por la población mexicana actual e, incluso en los círculos evangélicos, son rechazados por su “paganismo”, con lo que se deja de apreciar la forma en que esas culturas antiguas expresaron sus intuiciones acerca de lo sagrado, el cosmos y la existencia humana. Hace mucha falta conocer ese legado desde los horizontes propios que tuvo, antes de la llegada de las diversas formas de cristianismo al continente americano.
Notas
1 M. León-Portilla, La tinta negra y roja. Antología de poesía náhuatl. Edición bilingüe. México, Ediciones Era, 2008.
2 Cf. Patrick Johansson, “Semblanza de Miguel León-Portilla”, en Miguel León-Portilla in memoriam.Semblanzas y vida académica,Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM,www.historicas.unam.mx/investigacion/investigadores/leon-portilla-in-memoriam.html.
3 A. Flores Soto, Á. Vargas y F. Palapa Quijas, “Erótica náhuatl,última obra que publicó León-Portilla”, en La Jornada, 3 de octubre de 2019, p. 3.
4 Miguel Pastrana Flores, “Obra y legado de Miguel León-Portilla”, en Miguel León-Portilla in memoriam...,op. cit.
5 Adriana Cortés, “Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano” (Entrevista con Miguel León Portilla), en La Jornada Semanal, supl. de La Jornada, núm. 302, 17 de diciembre de 2000.
6 Javier Aranda Luna, “León-Portilla y la reivindicación de los indios”, en La Jornada, 20 de febrero de 2019.
7 Ídem,“‘Piensa no sólo en los indios muertos, también en los vivos’, me decía Gamio’”, en La Jornada, 2 de octubre de 2019. Cf. M. León-Portilla, “El delito de ser indio”, en La Jornada, 10 de septiembre de 1999,www.jornada.com.mx/2009/09/10/opinion/016a1pol.
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